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es una población de la tierra caliente, cuyo caserío se esconde en un bosque de verdura.
de lejos, ora se llegue de por el camino quebrado de las , que serpentea en medio de dos colinas rocallosas cuya forma les ha dado nombre, ora descienda de la fría y empinada sierra de , por el lado , o que se descubra por el sendero llano que viene de el valle de , atravesando las ricas y hermosas haciendas de caña de , , y , siempre se contempla a como un inmenso bosque por el que sobresalen apenas las torrecillas de su iglesia parroquial.
de cerca, presenta un aspecto original y pintoresco. es un pueblo mitad oriental y mitad americano. oriental, porque los árboles que forman ese bosque de que hemos hablado son naranjos y limoneros, grandes, frondosos, cargados siempre de frutos y de azahares que embalsaman la atmósfera con sus aromas embriagadores. y limoneros por donde quiera, con extraordinaria profusión. diría se que allí estos árboles son el producto espontáneo de la tierra; tal es la exuberancia con que se dan, agrupando se, estorbando se, formando ásperas y sombrías bóvedas en las huertas grandes o pequeñas que cultivan todos los vecinos, y rozando con sus ramajes de un verde brillante y obscuro y cargados de pomas de oro los aleros de teja o de bálago de las casas. no extrañaría su patria, en , donde los naranjos y limoneros florecen en todas las estaciones.
es que este conjunto oriental se modifica en parte por la mezcla de otras plantas americanas, pues los bananos suelen mostrar allí sus esbeltos troncos y sus anchas hojas, y los magueyes y otras zapotáceas elevan sus enhiestas copas sobre los bosquecillos, pero los naranjos y limoneros dominan por su abundancia. en 1854, perteneciendo todavía a el , se hizo un recuento de estos árboles en esta población, y se encontró con que había más de quinientos mil. hoy, después de veinte años, es natural que se hayan duplicado. los vecinos viven casi exclusivamente de el producto de estos preciosos frutales, y antes de que existiera el ferrocarril de , ellos surtían únicamente de naranjas y limones a la ciudad de .
por lo demás, el aspecto de el pueblo es semejante a el de todos los de las tierras calientes de la . algunas casas de azotea pintadas de colores chillantes, la mayor parte teniendo tejados obscuros y salpicados con las manchas cobrizas de la humedad, muchísimas de paja o de palmeras de la tierra fría, todas amplias, cercadas de paredes de adobe, de árboles o de piedras; alegres, surtidas abundantemente de agua, nadando en flores y cómodas, aunque sin ningún refinamiento moderno. un río apacible de linfas transparentes y serenas, que no es impetuoso más que en las crecientes de el tiempo de lluvias, divide el pueblo y el bosque, atravesando la plaza, lamiendo dulcemente aquellos cármenes y dejando se robar sus aguas por numerosos apantles que las dispersan en todas direcciones. ese río es verdaderamente el dios fecundador de la comarca y el padre de los dulces frutos que nos refrescan, durante los calores de el estío, y que alegran las fiestas populares en en todo el año.
la población es buena, tranquila, laboriosa, amante de la paz, franca, sencilla y hospitalaria. rodeada de magníficas haciendas de caña de azúcar, mantiene un activo tráfico con ellas, así como con y , es el centro de numerosos pueblecillos de indígenas, situados en la falda meridional de la cordillera que divide la tierra caliente de el valle de , y con la metrópoli de la a causa de los productos de sus inmensas huertas de que hemos hablado.
en lo político y administrativo, , desde que pertenece a el , fue elevando se de un rango subalterno y dependiente de , hasta ser cabecera de distrito, carácter que conserva todavía. no ha tomado parte activa en las guerras civiles y ha sido las más de las veces víctima de ellas, aunque ha sabido reponer se de sus desastres, merced a sus inagotables recursos y a su laboriosidad. el río y los árboles frutales son su tesoro; así es que los facciosos, los partidarios y los bandidos, han podido arrebatar le frecuentemente sus rentas, pero no han logrado mermar ni destruir su capital.
la población toda habla español, pues se compone de razas mestizas. los indios puros han desaparecido allí completamente.
apenas acababa de poner se el sol, un día de agosto de 1861, y ya el pueblo de parecía estar envuelto en las sombras de la noche. tal era el silencio que reinaba en él. los vecinos, que regularmente en estas bellas horas de la tarde, después de concluir sus tareas diarias, acostumbraban siempre salir a respirar el ambiente fresco de las calles, o a tomar un baño en las pozas o remansos de el río o a discurrir por la plaza o por las huertas, en busca de solaz, hoy no se atrevían a traspasar los umbrales de su casa, y por el contrario, antes de que sonara en el campanario de la parroquia el toque de oración, hacían sus provisiones de prisa y se encerraban en sus casas, como si hubiese epidemia, palpitando de terror a cada ruido que oían.
y es que a esas horas, en aquel tiempo calamitoso, comenzaba para los pueblos en que no había una fuerte guarnición, el peligro de un asalto de bandidos con los horrores consiguientes de matanza, de raptos, de incendio y de exterminio. los bandidos de la tierra caliente eran sobre todo crueles. por horrenda e innecesaria que fuera una crueldad, la cometían por instinto, por brutalidad, por el solo deseo de aumentar el terror entre las gentes y divertir se con él. el carácter de aquellos plateados ( tal era el nombre que se daba a los bandidos de esa época ) fue una cosa extraordinaria y excepcional, una explosión de vicio, de crueldad y de infamia que no se había visto jamás en .
así, pues, el vecindario de , como el de todas las poblaciones de la tierra caliente, vivía en esos tiempos siempre medroso, tomando durante el día la precaución de colocar vigías en las torres de sus iglesias, para que diesen aviso oportuno de la llegada de alguna partida de bandoleros a fin de defender se en la plaza, en alguna altura, o de parapetar se en sus casas. pero durante la noche, esa precaución era inútil, como también lo era el apostar escuchas o avanzadas en las afueras de la población, pues se habría necesitado ocupar para ello a numerosos vecinos inermes que, aparte de el riesgo que corrían de ser sorprendidos, eran insuficientes para vigilar los muchos caminos y veredas que conducían a el poblado y que los bandidos conocían perfectamente.
además, hay que advertir que los plateados contaban siempre con muchos cómplices y emisarios dentro de las poblaciones y de las haciendas, y que las pobres autoridades, acobardadas por falta de elementos de defensa, se veían obligadas, cuando llegaba la ocasión, a entrar en transacciones con ellos, contentando se con ocultar se o con huir para salvar la vida.
los bandidos, envalentonados en esta situación, fiados en la dificultad que tenía el gobierno para perseguir los, ocupado como estaba en combatir la guerra civil, se habían organizado en grandes partidas de cien, doscientos y hasta quinientos hombres, y así recorrían impunemente toda la comarca, viviendo sobre el país, imponiendo fuertes contribuciones a las haciendas y a los pueblos, estableciendo por su cuenta peajes en los caminos y poniendo en práctica todos los días, el plagio, es decir, el secuestro de personas, a quienes no soltaban sino mediante un fuerte rescate. este crimen, que más de una vez ha sembrado el terror en , fue introducido en nuestro país por , jefe clerical de espantosa nombradía y que pagó a el fin sus fechorías en el suplicio.
a veces los plateados establecían un centro de operaciones, una especie de cuartel general, desde donde uno o varios jefes ordenaban los asaltos y los plagios y dirigían cartas a los hacendados y a los vecinos acomodados pidiendo dinero, cartas que era preciso obsequiar so pena de perder la vida sin remedio. allí también solían tener los escondites en que encerraban a los plagiados, sometiendo los a los más crueles tratamientos.
por el tiempo de que estamos hablando, ese cuartel general de bandidos se hallaba en , hacienda antigua y arruinada, no lejos de y situada a propósito para evitar una sorpresa.
semejante vecindad hacía que los pueblos y haciendas de el distrito de se encontrasen por aquella época bajo la presión de un terror constante.
de manera que así se explica el silencio lúgubre que reinaba en en esa tarde de un día de agosto y cuando todo incitaba a el movimiento y a la sociabilidad, no habiendo llovido, como sucedía con frecuencia en este tiempo de aguas, ni presentado el cielo aspecto alguno amenazador. a el contrario, la atmósfera estaba limpia y serena; allá en los picos de la sierra de , se agrupaban algunas nubes teñidas todavía con reflejos violáceos; más allá de los extensos campos de caña que comenzaban a obscurecer se, y de las sombrías masas de verdura y de piedra que señalaban las haciendas, sobre las lejanas ondulaciones de las montañas, comenzaba a aparecer tenue y vaga la luz de la luna, que estaba en su pleno.
en el patio interior de una casita de pobre pero graciosa apariencia, que estaba situada a las orillas de la población y en los bordes de el río, con su respectiva huerta de naranjos, limoneros y platanares, se hallaba tomando el fresco una familia compuesta de una señora de edad y de dos jóvenes muy hermosas, aunque de diversa fisonomía.
la una como de veinte años, blanca, con esa blancura un poco pálida de las tierras calientes, de ojos obscuros y vivaces y de boca encarnada y risueña, tenía algo de soberbio y desdeñoso que le venía seguramente de el corte ligeramente aguileño de su nariz, de el movimiento frecuente de sus cejas aterciopeladas, de lo erguido de su cuello robusto y bellísimo o de una sonrisa más bien burlona que benévola. estaba sentada en un banco rústico y muy entretenida en enredar en las negras y sedosas madejas de sus cabellos una guirnalda de rosas blancas y de caléndulas rojas.
diría se que era una aristócrata disfrazada y oculta en aquel huerto de la tierra caliente. o que huía de la corte para tener una entrevista con su novio.
la otra joven tendría diez y ocho años; era morena; con el tono suave y delicado de las criollas que se alejan de el tipo español, sin confundir se con el indio, y que denuncia a la hija humilde de el pueblo. pero en sus ojos grandes, y también obscuros, en su boca, que dibujaba una sonrisa triste siempre que su compañera decía alguna frase burlona, en su cuello inclinado, en su cuerpo frágil y que parecía enfermizo, en el conjunto todo de su aspecto, había tal melancolía que desde luego podía comprender se que aquella niña tenía un carácter diametralmente opuesto a el de la otra.
ésta colocaba también lentamente y como sin voluntad en sus negras trenzas, una guirnalda de azahares, sólo de azahares, que se había complacido en cortar entre los más hermosos de los naranjos y limoneros, por cuya operación se había herido las manos, lo que le atraía las chanzonetas de su amiga.
— mira, mamá — dijo la joven blanca, dirigiendo se a la señora mayor que cosía sentada en una pequeña silla de paja, algo lejos de el banco rústico —, mira a esta tonta, que no acabará de poner sus llores en toda la tarde; ya se lastimó las manos por el empeño de no cortar más que los azahares frescos y que estaban más altos, y ahora no puede poner se los en las trenzas... y es que a toda costa quiere casar se, y pronto.
— ¿yo? — preguntó la morena alzando tímidamente los ojos como avergonzada.
— sí, tú — replicó la otra —, no lo disimules; tú sueñas con el casamiento; no haces más que hablar de ello todo el día, y por eso escoges los azahares de preferencia. yo no, yo no pienso en casar me todavía, y me contento con las flores que más me gustan. además, con la corona de azahares parece que va una a vestir se de muerta. así entierran a las doncellas.
— pues tal vez así me enterrarán a mí — dijo la morena —, y por eso prefiero estos adornos.
— ¡oh! niñas, no hablen de esas cosas — exclamó la señora en tono de reprensión —. estar los tiempos como están y hablar ustedes de cosas tristes, es para aburrir se. tú, — dijo dirigiendo se a la joven altiva —, deja a que se ponga las flores que más le cuadren y pon te tú las que te gustan. a el cabo, las dos están bonitas con ellas... y como nadie las ve — añadió, dando un suspiro...
— ¡ésa es la lástima! — dijo con expresivo acento — ésa es la lástima — repitió —, que si pudiéramos ir a un baile o siquiera asomar nos a la ventana... ya veríamos...
— bonitos están los tiempos — exclamó amargamente la señora —, lindos para andar en bailes o asomar se a las ventanas. ¿para qué queríamos más fiesta? ¡ nos ampare! ¡conque, trabajos tenemos para vivir escondidas y sin que sepan los malditos plateados que existimos! no veo la hora de que venga mi hermano de y nos lleve aunque sea a pie. no puede vivir se ya en esta tierra. me voy a morir de miedo un día de éstos. ya no es vida. señor, ya no es vida la que llevamos en . por la mañana, sustos si suena la campana, y a esconder se en la casa de el vecino o en la iglesia. por la tarde, apenas se come de prisa, nuevos sustos si suena la campana o corre la gente; por la noche, a dormir con sobresalto, a temblar a cada tropel, a cada ruido, a cada pisada que se oye en la calle, y a no pegar los ojos en toda la noche si suenan tiros o gritos. es imposible vivir de esta manera; no se habla más que de robos y asesinatos: «que ya se llevaron a el monte a don fulano»; «que ya apareció su cadáver en tal barranca o en tal camino»; «que hay zopilotera en tal lugar»; «que ya se fue el señor cura a confesar a fulano que está mal herido»; «que esta noche entra »; «que se escondan las familias, que ahí viene el o seco»; y después: «que ahí viene la tropa de el gobierno, fusilando y amarrando a los vecinos». digan me ustedes si esto es vida; no: es el infierno...; yo estoy mala de el corazón.
la señora concluyó así, derramando gruesas lágrimas, su terrible descripción de la vida que llevaba, y que por desgracia no era sino muy exacta, y aun pálida en comparación de la realidad.
, que se había puesto encendida cuando oyó hablar de el , se conmovió a el oír que la buena señora se quejaba de estar mala de el corazón.
— , tú no me habías dicho que estabas mala de el corazón. ¿te duele de veras? ¿estás enferma? — le preguntó acercando se con ternura.
— no, hija, enferma no; no tengo nada, pero digo que semejante vida me aflige, me entristece, me desespera y acabará por enfermar me realmente. lo que es enfermedad, gracias a que no tengo, y ésa es a el menos una fortuna que nos ha quedado en medio de tantas desgracias que nos han afligido desde que murió tu padre. pero a el fin, con tantas zozobras, con tantos sustos diarios, con el cuidado que tú me causas, tengo miedo de perder la salud, y en esta población, y teniendo te a ti... todos me dicen: « , esconda usted a o mande la usted mejor a o a . aquí está muy expuesta, es muy bonita, y si la ven los plateados, si algunos de sus espías de aquí les dan aviso, son capaces de caer una noche en la población y llevar se la. ¡ me acompañe! todos me dicen esto; el señor cura mismo me lo ha aconsejado; el prefecto, nuestros parientes, no hay un alma bendita que no me diga todos los días lo mismo, y yo estoy sin consuelo, sin saber qué hacer..., sola..., sin más medios de qué vivir que esta huerta de mis pecados, que es la que me tiene aquí, y sin más amparo que mi hermano a quien ya acabo a cartas, pero que se hace el sordo. ya ves, hija mía, cuál es la espina que tengo siempre en el corazón y que no me deja ni un momento de descanso. si mi hermano no viniera, no nos quedaría más que un recurso para libertar nos de la desgracia que nos está amenazando.
— ¿cuál es, mamá? — preguntó sobresaltada.
— el de casar te, hija mía — respondió la señora con acento de infinita ternura.
— ¿casar me? ¿y con quién?
— ¿cómo con quién? — replicó la madre en tono de dulce reconvención —. tú sabes muy que te quiere, que se consideraría dichoso si le dijeras que sí, que el pobrecito hace más de dos años que viene a ver nos día con día, sin que le estorben ni los aguaceros, ni los peligros, ni tus desaires tan frecuentes y tan injustos, y todo porque tiene esperanzas de que te convenzas de su cariño, de que te ablandes, de que consientas en ser su esposa...
— ¡ah! en eso habíamos de acabar, mamacita — interrumpió vivamente , que desde las últimas palabras de la señora no había disimulado su disgusto —; debí haber lo adivinado desde el principio; siempre me hablas de ; siempre me propones el casamiento con él, como el único remedio de nuestra mala situación, como si no hubiera otro...
— ¿pero cuál otro, muchacha?
— el de ir nos a con mi tío, el de vivir como hasta aquí, escondiendo nos cuando hay peligro.
— ¿pero tú no ves que tu tío no viene, que nosotras no podemos ir nos solas a , que confiar nos a otra persona es peligrosísimo en estos tiempos en que los caminos están llenos de plateados, que podrían tener aviso y sorprender nos... porque se sabría nuestro viaje con anticipación?
— y yendo nos con mi tío ¿no tendríamos el mismo riesgo? — objetó la joven reflexionando.
— tal vez, pero él tiene interés en nosotras, somos de su familia y procuraría acompañar se de hombres resueltos, quizás aprovecharía el paso de alguna fuerza de el gobierno, o la traería de o de ; guardaría el debido secreto sobre nuestra salida. en fin, la arriesgaría de noche atravesando por o por ; de todos modos, con él iríamos más seguras. pero ya lo ves, no viene, ni siquiera responde a mis cartas. sabrá seguramente como está este rumbo, y mi cuñada y sus hijos no lo dejarán exponer se. el hecho es que no podemos tener esperanza en él.
— pues entonces, mamá, seguiremos como hasta aquí, que éstas no son penas de el infierno; algún día acabarán, y mejor me quedaré para vestir santos...
— ¡ojalá que ése fuera el único peligro que corrieras, el de quedar te para vestir santos! — contestó la señora con amargura —; pero lo cierto es que no podemos seguir viviendo así en . éstas no son penas de el infierno, efectivamente, y aun creo que se acabarán pronto, pero no favorablemente para nosotras. mira — añadió bajando la voz con cierto misterio —, me han dicho que desde que los plateados han venido a establecer se en , y que estamos más inundados que nunca en este rumbo, han visto muchas veces a algunos de ellos, disfrazados, rondar nuestra calle de noche; que ya saben que tú estás aquí, aunque no sales ni a misa; que han oído mencionar tu nombre entre ellos; que los que son sus amigos aquí, han dicho varias veces: ha de parar con los plateados. un día de estos, ha de ir a amanecer en ; con otras palabras parecidas. mis comadres, mis parientes, ya te conté, el señor cura mismo me ha encontrado y me ha dicho: « , pero ¿en qué piensa usted que no ha transportado ya a a o , a alguna hacienda grande? aquí corre mucho riesgo con los malos. saque la usted, señora, saque la usted, o esconda la debajo de la tierra, porque si no, va usted a tener una pesadumbre un día de éstos». y a cada consejo que me dan, me clavan un puñal en el pecho. ya verás tú si podremos vivir de este modo aquí.
— pero mamá, si ésos son chismes con que quieren asustar a usted. yo no he visto ningún bulto en nuestra calle de noche, una que otra vez que suelo asomar me, y eso de que vinieran los plateados a robar me alguna vez, ya verá usted que es difícil; habíamos de tener tiempo de saber lo, de oír algún tropel y podríamos evitar lo fácilmente, huyendo por la huerta hasta la plaza. desengañe se usted; no contando conmigo, me parece imposible. sólo que me sorprendieran en la calle, pero como no salgo, ni siquiera voy a misa, sino que me estoy encerrada a piedra y lodo, ¿dónde me habían de ver?
— ¡ay! ¡no, ! tú eres animosa porque eres muchacha, y ves las cosas de otro modo; pero yo soy vieja, tengo experiencia, veo lo que está pasando y que no había visto en los años que tengo de edad, y creo que estos hombres son capaces de todo. si yo supiera que había aquí tropas de el gobierno o que el vecindario tuviera armas para defender se, estaría más tranquila, pero ya tú bien sabes que hasta el prefecto y el alcalde se van a el monte cuando aparecen los plateados, que el vecindario no sabe qué hacer, que si hasta ahora no han asaltado la población es porque se les ha mandado ya el dinero que han pedido, que hasta yo he contribuido con lo que tenía de mis economías a dar esa cantidad; que no tenemos más refugio que la iglesia o la fuga en lo más escondido de las huertas; ¿qué quieres que hagamos, si un día se vienen a vivir aquí estos bandidos, como han vivido en y como viven hoy en ? ¿no ves que hasta los hacendados les mandan dinero para poder trabajar en sus haciendas? ¿no sabes que les pagan el peaje para poder llevar sus cargamento a ? ¿no sabes que en las poblaciones como y sólo los vecinos armados son los que se defienden? ¿tú piensas, quizás, que estos bandidos andan en partidas de diez o de doce? pues no: andan en partidas de trescientos y quinientos hombres; hasta traen sus músicas y cañones, y pueden sitiar a las haciendas y a los pueblos. el gobierno les tiene miedo, y estamos aquí como moros sin señor.
— bueno — replicó , no dando se por vencida —, y aun suponiendo que así sea, mamá, ¿qué lograríamos casando me con ?
— ¡ay, hija mía!, lograríamos que tomaras estado y que te pusieras bajo el amparo de un hombre de bien.
— pero si ese hombre de bien no es más que el herrero de la hacienda de , y si el mismo dueño de la hacienda, que está en , y que es un señorón, no puede nada contra los plateados, ¿qué había de poder el herrero, que es un pobre artesano? — dijo , alargando un poco su hermoso labio inferior con un gesto de desdén.
— pues aunque es un pobre artesano, ese herrero es todo un hombre. en primer lugar, casando te, ya estarías bajo su potestad, y no es lo mismo una muchacha que no tiene otro apoyo que una débil vieja como yo, de quien todos pueden burlar se, que una mujer casada que cuenta con su marido, que tiene fuerzas para defender la, que tiene amigos, muchos amigos armados en la hacienda, que pelearían a su lado hasta perder la vida. es valiente; nunca se han atrevido a atacar lo en los caminos; además sus oficiales de la herrería y sus amigos de el real lo quieren mucho. en no se atreverían los plateados a hacer le nada, yo te lo aseguro. estos ladrones, después de todo, sólo acometen a las poblaciones que tienen miedo y a los caminantes desamparados, pero no se arriesgan con los que tienen resolución. en segundo lugar, si tú no querrías estar por aquí, ha ganado bastante dinero con su trabajo, tiene ahorros; su maestro, que es un extranjero que lo dejó encargado de la herrería de la hacienda, está en , lo quiere mucho, y podríamos ir nos a vivir allá mientras que pasan estos malos tiempos.
— ¡no!, ¡nunca, mamá! — interrumpió bruscamente —, estoy decidida; no me casaré nunca con ese indio horrible a quien no puedo ver... me choca de una manera espantosa, no puedo aguantar su presencia... prefiero cualquier cosa a juntar me con ese hombre... prefiero a los plateados añadió con altanera resolución.
— ¿sí? — dijo la madre, arrojando su costura, indignada —, ¿prefieres a los plateados? pues mira bien lo que dices, porque si no quieres casar te honradamente con un muchacho que es un grano de oro de honradez, y que podría hacer te dichosa y respetada, ya te morderás las manos de desesperación cuando te encuentres en los brazos de esos bandidos, que son demonios vomitados de el infierno. yo no veré semejante cosa, no, mío; yo me moriré antes de pesadumbre y de vergüenza — añadió derramando lágrimas de cólera.
se quedó pensativa. pilar se acercó a la pobre vieja para consolar la.
— mira tú — dijo ésta a la humilde joven morena que había estado escuchando el diálogo de madre e hija, en silencio —; tú que eres mi ahijada, que no me debes tanto como esta ingrata, no me darías semejante pesar.
luego, después de un momento de silencio embarazoso para las tres, la señora dijo con marcado acento de ironía y de despecho:
— ¡indio horrible! no parece sino que esta presumida no merece más que un . ¿de dónde te vienen tantos humos a ti que eres una pobre muchacha, aunque tengas, por la gracia de , esa carita blanca y esos ojos que tanto te alaban los tenderos de ? eres tan entonada que cualquiera diría que eres dueña de hacienda. ni tu padre ni yo te hemos dado esas ideas. tu crianza ha sido humilde. te hemos enseñado a amar la honradez, no la figura ni el dinero; la figura se acaba con las enfermedades o con la edad, y el dinero se va como vino; sólo la honradez es un tesoro que nunca se acaba. ¡indio horrible!, ¡un pobre artesano! pero ese indio horrible, ese pobre herrero es un muchacho de buenos principios, que ha comenzado por ser un pobrecito huérfano de , que aprendió a leer y a escribir desde chico, que después se metió a la fragua, y que a la edad en que todos regularmente no ganan más que un jornal, él es ya maestro principal de la herrería, y es muy estimado hasta de los ricos, y tiene muy buena fama y ha conseguido lo poco que tiene, gracias a el sudor de su frente y a su honradez. eso en cualquier tiempo, pero más ahora y principalmente por este rumbo, es una gloria que pocos tienen. tal vez no hay muchacho aquí que se pueda comparar con él. di me, , ¿tengo yo razón?
— sí, madrina — contestó la modesta joven —, tiene usted sobrada razón. es un hombre muy bueno, muy trabajador, que quiere muchísimo a , que sería un marido como pocos, que le daría gusto en todo. yo siempre se lo estoy diciendo a mi hermana. además, yo no lo encuentro horrible...
— ¡qué horrible va a ser! — exclamó la señora —; sino que esta tonta, como no lo quiere, le pone defectos como si fuera un espantajo. pero es un muchacho como todos y no tiene nada que asuste. no es blanco, ni español, ni anda relumbrando de oro y de plata como los administradores de las haciendas o como los plateados, ni luce en los bailes y en las fiestas. es quieto y encogido, pero eso me parece a mí que no es un defecto.
— ni a mí — añadió .
— bueno, — dijo —, pues si a ti te gusta tanto, ¿por qué no te casas tú con él?
— ¿yo? — respondió , poniendo se primero pálida y luego encarnada hasta llorar —, ¿yo, hermana?, ¿pero por qué me dices eso? yo no me caso con él porque no es a mí a quien él quiere, sino a ti.
— ¿de modo que si te pretendiera le corresponderías? — preguntó sonriendo se malignamente la implacable .
pilar iba quizás a responder, pero en ese instante llamaron a la puerta de un modo tímido.
— es — dijo la señora —; ve a abrir le, .
la humilde joven, todavía confusa y encarnada, quitó apresuradamente de sus cabellos la guirnalda de azahares y la colocó en el banco.
— ¿por qué te quitas esas flores? — le preguntó , arrojando a su vez apresuradamente las rosas y caléndulas que se había puesto.
— me las quito porque son flores de novia, y yo no soy aquí la novia — respondió tristemente aunque un poco picada, —. y tú, ¿por qué te quitas las tuyas?
— yo, porque no quiero parecer bonita a ese indio, hombre de bien, que merece un relicario.
pilar fue a abrir la puerta, con todas las precauciones que se tomaban en ese tiempo en .
quien hubiera oído hablar a en tono tan despreciativo, como lo había hecho, de el herrero de , se habría podido figurar que era un monstruo, un espantajo repugnante que no debiese inspirar más que susto o repulsión.
pues bien: se habría engañado. el hombre que después de atravesar las piezas de habitación de la casa, penetró hasta el patio en que hemos oído la conversación de la señora mayor y de las dos niñas, era un joven trigueño, con el tipo indígena bien marcado, pero de cuerpo alto y esbelto, de formas hercúleas, bien proporcionado y cuya fisonomía inteligente y benévola predisponía desde luego en su favor. los ojos negros y dulces, su nariz aguileña, su boca grande, provista de una dentadura blanca y brillante, sus labios gruesos, que sombreaba apenas una barba naciente y escasa, daban a su aspecto algo de melancólico, pero de fuerte y varonil a el mismo tiempo. se conocía que era un indio, pero no un indio abyecto y servil, sino un hombre culto, embellecido por el trabajo y que tenía la conciencia de su fuerza y de su valer. estaba vestido no como todos los dependientes de las haciendas azucareras, con chaqueta de dril de color claro, sino con una especie de blusa de lanilla azul como los marineros, ceñida a la cintura con un ancho cinturón de cuero, lleno de cartuchos de rifle, porque en ese tiempo todo el mundo tenía que andar armado y apercibido para la defensa; además, traía calzoneras con botones obscuros, botas fuertes, y se cubría con un sombrero de fieltro gris de anchas alas, pero sin ningún adorno de plata. se conocía, en fin, que de propósito intentaba diferenciar se, en el modo de arreglar su traje, de los bandidos que hacían ostentación exagerada de adornos de plata en sus vestidos, y especialmente en sus sombreros, los que les había valido el nombre con que se conocían en toda la .
acostumbraba, en sus visitas diarias a la familia de , dejar su caballo y sus armas en una casa contigua, para partir luego que cerraba la noche a la hacienda de , distante menos de una milla de . después de los saludos de costumbre, fue a sentar se junto a la señora en otro banco rústico, y notando que a los pies de estaban regadas en desorden las rosas que ésta había desprendido de sus cabellos, le preguntó:
— , ¿por qué ha tirado usted tantas flores?
— estaba yo haciendo un ramillete — respondió secamente —, pero me fastidié y las he arrojado.
— ¡y tan lindas! — dijo inclinando se para recoger algunas, lo que vio hacer con marcado disgusto —. ¡usted siempre descontenta! — añadió tristemente.
— ¡pobre de mi hija! mientras estemos en y encerradas — dijo la madre — no podemos tener un momento de gusto.
— tiene usted razón — replicó — ¿y su hermano de usted ha escrito?
— nada, ni una carta; no hemos tenido ni razón de él. ya me desespero... y ¿qué nuevas noticias nos trae usted ahora, ?
— ya sabe usted, señora — dijo con aire sombrío —, las de siempre..., plagios, asaltos, crímenes por donde quiera, no hay otra cosa. antier se llevaron los plateados de a el purgador de la hacienda de . ayer, en la mañana, se llevó otra partida a el ayudante de campo, que había salido a la tranca de la hacienda nada más; después mataron a unos arrieros que iban de a el camino de .
— ¡ ! — exclamó la señora —; si no es posible vivir ya en este rumbo. si estoy desesperada y no sé cómo salir de aquí...
— a propósito — continuó —; si usted insiste, señora, en su deseo de ir se a , y ya que ha rehusado usted mis servicios para acompañar la, pronto se le ofrecerá a usted oportunidad.
— ¿sí? ¿cómo? — preguntó con ansiedad la señora.
— hemos sabido que debía haber llegado aquí esta mañana una fuerza de caballería de el gobierno, porque salió de con esta dirección ayer en la tarde, y durmió en ; pero a el amanecer recibió orden de ir a perseguir a una partida de bandidos que en la misma noche asaltó a una familia rica extranjera, que se dirigía a , acompañada de algunos mozos armados. parece que, precisamente para ver si escapaba de los ladrones, esa familia salió de ya de noche y caminaba aprisa para llegar hoy temprano a o . pero cerca de la estaba esperando una partida de plateados. los extranjeros que iban con la familia se defendieron, pero los mozos hicieron traición y se pasaron con los bandidos, de modo que los pobres extranjeros quedaron allí muertos con su familia, que también pereció.
— ¡ !, ¡qué horror! — exclamaron la señora y , mientras que palideció ligeramente y se puso pensativa.
— parece que fue una cosa espantosísima — continuó — allí amanecieron tirados los cadáveres, nomás los cadáveres, porque los bandidos se llevaron, naturalmente, los equipajes, las mulas, los caballos y todo. la noticia llegó a muy temprano, los vecinos de trajeron después en camillas a los muertos, entre los que había niños. ahí tienen ustedes el porqué la fuerza de el gobierno, que venía para acá, recibió orden de dirigir se, en combinación con otra que salió de , en persecución de los bandidos.
— ¿y los cogerán? ¿usted cree que los cogerán? — preguntó la señora.
— no — respondió con intensa amargura el honrado joven —, no cogerán a nadie. son pocos en comparación de los plateados, que deben haber se refugiado en . solamente allí tienen más de quinientos hombres, bien montados y armados, sin contar con las muchas partidas que andan en todos los caminos. además, ya estamos acostumbrados a estos vanos alardes. cuando se comete un robo de consideración o se asalta a personas distinguidas, se hace escándalo; el gobierno de manda órdenes terribles a las autoridades de por aquí; éstas ponen en movimiento sus pequeñas fuerzas, en que hay muchos cómplices de los bandidos y que les dan aviso oportunamente. se hace ruido una semana o dos y todo acaba allí. entretanto, nadie hace caso de los robos, de los asaltos, de los asesinatos que se cometen diariamente en todo el rumbo, porque las víctimas son infelices que no tienen nombre, ni nada que llame la atención.
— ¡ay , — dijo con interés la señora —, y usted que se arriesga todas las tardes para venir de , sólo por ver nos! yo le ruego a usted que no lo haga ya.
— ¡ah!, no, señora — respondió sonriendo tranquilamente —; en cuanto a mí, pierda usted cuidado. yo soy pobre, nada tienen que robar me. además, la distancia de a acá es muy corta, nada arriesgo verdaderamente con venir.
— ¡cómo no ha de arriesgar usted! — repuso la señora —; en primer lugar, aunque usted es pobre, se sabe que es usted un artesano honrado y económico, que es el maestro de la herrería de , y deben suponer que tiene usted algo guardado; luego, aunque no fuera más que porque monta usted buenos caballos y porque tiene buenas armas...
— ¡oh, señora! — exclamó riendo —, por lo que yo puedo tener guardado no vale la pena de que me ataquen esos señores; porque ellos se arriesgan por mayores intereses. por otra parte, saben muy bien que yo no me dejaría plagiar. no es eso fanfarronada, pero la verdad es, señora, que vale más morir de una vez que sufrir las mil muertes que tienen los plagiados. ya habrá usted oído contar lo que les hacen. pues bien, la mejor manera de escapar de estos tormentos, es defender se hasta morir. siquiera de ese modo se les hace pagar caro su triunfo y se salva la dignidad de el hombre — añadió con varonil orgullo.
— ¡ah!, si todos pensaran así — dijo la señora —, si todos se resolvieran a defender se, no habría bandidos ni necesitaríamos de las fuerzas de el gobierno, ni viviríamos aquí muertos de miedo, temblando como pájaros azorados.
— es verdad, señora; así debía ser, y no se necesita para ello más que un poco de sangre fría. vea usted; en todos estaban atemorizados cuando comenzaron a inundar esto los bandidos, y no sabían qué partido tomar. pero antes de que comenzaran a pisar nos la sombra, los maquinistas de la hacienda y los herreros nos reunimos y determinamos comprar buenos caballos y armar nos bien, decidiendo defender nos bien unidos, aunque fuésemos pocos. tan luego como se supo nuestra resolución, el administrador y los dependientes se unieron también a nosotros, y como la gran ventaja que tienen los plateados para amenazar a las haciendas y a los pueblos, consiste en que tienen siempre emisarios y cómplices entre los vecinos, se dispuso arrojar de la hacienda a el que se hiciera sospechoso de estar en connivencia con los bandidos. de ese modo, todos los trabajadores de son fieles y nos ayudan; la hacienda está bien armada y no tenemos más peligro que el de que incendien los bandidos los campos de caña. pero vigilando mucho, y todas las noches, puede alejar se ese mal en cuanto sea posible. ya han pedido dinero a el hacendado; ya lo han amenazado de quemar la hacienda, pero no les ha hecho caso. a nosotros también nos han escrito cartas, pidiendo nos dinero, pero no les hemos contestado. a mí, particularmente, sé que me aborrecen; que hay algunos que han ofrecido matar me, y no sé por qué, pues yo no he hecho mal a nadie, ni a los bandidos; será seguramente porque saben que estoy resuelto a defender me y que mis oficiales lo están también. pero no tengo cuidado, y sigo como hasta aquí, sin que nadie me haya atacado en los caminos.
— pero usted anda siempre solo, — dijo la señora —, y eso es una temeridad.
— cuando puedo me acompaño, por ejemplo, cuando tengo que ir a una hacienda algo lejana..., pero para venir aquí no creo que haya necesidad de compañía. pero a todo esto, lo que más me importa es tratar de la salida de ustedes. decía yo que la fuerza que venía a se entretiene hoy en seguir a los asaltantes de el camino de , que ya estarán en sus guaridas. por consiguiente, la fuerza regresará a y saldrá después para acá. es tiempo de aprovechar la ocasión y pueden ustedes preparar se para la marcha.
— ya se ve — dijo la señora — y desde luego vamos a alistar nos. , , por la noticia, y espero que usted vendrá a ver nos como siempre para comunicar nos algo nuevo y para que me haga usted el favor de que dar se con mis encargos...; no tengo hombre de confianza más que usted.
— señora, ya sabe usted que estoy a sus órdenes en todo, y que puede usted ir tranquila respecto de sus cosas, pues yo me quedo aquí.
— ya lo sé, ya lo sé, y lo espero a usted mañana, como siempre. ahora es tiempo de que usted se vaya, es ya de noche y tiemblo de que le suceda a usted algo en este camino de a la hacienda, tan corto, pero tan peligroso... ¡adiós! — dijo estrechando la mano de , que fue a despedir se en seguida de , que le alargó la mano fríamente, y de , que lo saludó con su humilde timidez de costumbre.
cuando se oyó en la calle el trote de el caballo que se alejaba, la señora, que se había quedado triste y callada, suspiró dolorosamente.
— la única pena que tendré — dijo — alejando me de este rumbo, será dejar en él a este muchacho, que es el solo protector que tenemos en la vida. ¡con qué gusto lo vería yo como mi yerno!
— ¡y da le con el yerno, mamá! — dijo acercando se a la pobre señora y abrazando la cariñosamente. ¡no pienses en eso! ya vamos a salir de aquí y tendrás otro mejor.
— éste te ofrece un amor honrado — dijo la señora.
— pero no un amor de mi gusto — replicó frunciendo las cejas y sonriendo, la hermosa joven.
— dios quiera que nunca te arrepientas de haber lo rechazado.
— no, mamá, de eso sí puede usted estar segura. nunca me arrepentiré. ¡si el corazón se va adonde quiere..., no adonde lo mandan! — añadió lentamente y con risueña gravedad ayudando a la señora a levantar se de su taburete.
la noche había cerrado, en efecto; el rocío, tan abundante en las tierras calientes, comenzaba a caer; las sombras de la arboleda de la huerta se hacían más intensas a causa de la luz de la luna, que comenzaba a alumbrar, y la familia entró en sus habitaciones.
a la sazón que esto pasaba en , a un costado de la hacienda de , y por un camino pedregoso y empinado que bajaba de las montañas, y que se veía flanqueado por altas malezas y coposos árboles, descendía poco a poco y cantando, con voz aguda y alegre, un gallardo jinete montado en brioso alazán que parecía impacientar se, marchando tortuosamente en aquel sendero en que resonaban echando chispas sus herraduras.
el jinete lo contenía a cada paso, y en la actitud más tranquila, parecía abandonar se a una silenciosa meditación, cruzando una pierna sobre la cabeza de la silla, como las mujeres, mientras que entonaba, repitiendo la distraído, una copla de una canción extraña, compuesta por bandidos y muy conocida entonces en aquellos lugares:
«mucho me gusta la plata, pero más me gusta el lustre, por eso cargo mi reata pa la mujer que me guste.» el jinete, caminando así a mujeriegas, no parecía dar se prisa por bajar a el llano, y de cuando en cuando se detenía un momento, para dejar que su caballo respirara y para contemplar la luna por los claros que solían dejar los árboles de la montaña. así, mirando la atentamente, observaba también las estrellas y parecía averiguar la hora, como si estuviese pendiente de una cita.
por fin, a el dar vuelta un recodo de el camino, los árboles fueron siendo más ralos, las malezas más pequeñas, el sendero se ensanchaba y era menos áspero, parecía que la colina ondulaba suavemente y todo anunciaba la proximidad de la llanura. luego que el jinete observó este aspecto menos salvaje que el que había dejado atrás de él, se detuvo un instante, alargó la pierna que traía cruzada, se estiró perezosamente, se afirmó en los estribos, examinó con rapidez las dos pistolas que traía en la cintura y el mosquete que colgaba en la funda de su silla, a el lado derecho y atrás, como se usaba entonces; después de lo cual desenredó cuidadosamente la banda roja de lana que abrigaba su cuello, y volvio a poner se la, pero cubriendo se con ella el rostro hasta cerca de los ojos. después se desvió un poco de el camino y se dirigió a una pequeña explanada que allí había, y se puso a examinar el paisaje.
la luna había aparecido ya sobre el horizonte y ascendía con majestad en el cielo por entre grupos de nubes. a lo lejos, las montañas y las colinas formaban un marco negro y espeso a el cuadro gris en que se destacaban las obscuras masas de las haciendas, la faja enorme de , los cerros y las arboledas, y a el pie de la colina que servía de mirador a el jinete se veían distintamente los campos de caña de , salpicados de luciérnagas, y en medio de ellos los grandes edificios de la hacienda con sus altas chimeneas, sus bóvedas y sus ventanas llenas de luz. aun se escuchaba el ruido de las máquinas y el rumor lejano de los trabajadores y el canto melancólico con que los pobres mulatos, a semejanza de sus abuelos los esclavos, entretenían sus fatigas o daban fin a sus tareas de el día.
ese aspecto tranquilo y apacible de la naturaleza y ese santo rumor de trabajo y de movimiento, que parecía un himno de virtud, no parecieron hacer mella ninguna en el ánimo de el jinete, que sólo se preocupaba de la hora, porque después de haber permanecido en muda contemplación por espacio de algunos minutos, se apeó de el caballo, estuvo paseando lo un rato en aquella meseta, después apretó el cincho, montó, e interrogando de nuevo a la luna y a las estrellas, continuó su camino cautelosamente y en silencio. a poco estaba ya en la llanura y entraba en un ancho sendero que conducía a la tranca de la hacienda; pero a el llegar a una encrucijada tomó el camino que iba a , dejando la hacienda a su espalda.
apenas acababa de entrar en él andando a el paso, cuando vio pasar a poca distancia, y caminando en dirección opuesta, a otro jinete que también iba a el paso, montado en un magnífico caballo obscuro.
— ¡es el herrero de ! — dijo en voz baja, inclinando la ancha faja de su sombrero para no ser visto, aunque la bufanda de lana le cubría el semblante hasta los ojos.
después murmuró, volviendo ligeramente la cabeza para ver a el jinete, que se alejaba con lentitud:
— ¡qué buenos caballos tiene este indio!... pero no se deja... ¡ya veremos! — añadió con acento amenazador. y continuó marchando hasta llegar cerca de la población de . allí dejó el camino real y tomó una veredita que conducía a la caja de el río que atraviesa la población. después siguió por toda la orilla meridional hasta una pequeña curva en que el río, después de encajar se entre dos bordes altos y llenos de maleza, de cactos y de árboles silvestres, desemboca en un terreno llano y arenoso, antes de correr entre las dos hileras de extensas y espesísimas huertas que lo flanquean en la población. allí la luna daba de lleno sobre el campo, rielando en las aguas cristalinas de el río, y a su luz pudo ver se perfectamente a el jinete misterioso que había bajado de la montaña.
era un joven como de treinta años, alto, bien proporcionado, de espaldas hercúleas y cubierto literalmente de plata. el caballo que montaba era un soberbio alazán, de buena alzada, musculoso, de encuentro robusto, de pezuñas pequeñas, de ancas poderosas como todos los caballos montañeses, de cuello fino y de cabeza inteligente y erguida. era lo que llaman los rancheros un caballo de pelea. el jinete estaba vestido como los bandidos de esa época, y como nuestros charros, los más charros de hoy. llevaba chaqueta de paño obscuro con bordados de plata, calzonera con doble hilera de chapetones de plata, unidos por cadenillas y agujetas de el mismo metal; se cubría con un sombrero de lana obscura, de alas grandes y tendidas, y que tenían tanto encima como debajo de ellas una ancha y espesa cinta de galón de plata bordada con estrellas de oro; rodeaba la copa redonda y achatada una doble toquilla de plata, sobre la cual caían a cada lado dos chapetas también de plata, en forma de bulas rematando en anillos de oro. llevaba, además de la bufanda de lana con que se cubría el rostro, una camisa también de lana debajo de el chaleco, y en el cinturón un par de pistolas de empuñadura de marfil, en sus fundas de charol negro bordadas de plata. sobre el cinturón se ataba una canana, doble cinta de cuero a guisa de cartuchera y rellena de cartuchos de rifle, y sobre la silla un machete de empuñadura de plata metido en su vaina, bordada de lo mismo. la silla que montaba estaba bordada profusamente de plata; la cabeza grande era una masa de ese metal, lo mismo que la teja y los estribos, y el freno de el caballo estaba lleno de chapetas, de estrellas y de figuras caprichosas. sobre el vaquerillo negro, de hermoso pelo de chivo, y pendiente de la silla, colgaba un mosquete, en su funda también bordada, y tras de la teja se veía amarrada una gran capa de hule. y por dondequiera, plata: en los bordados de la silla, en los arzones, en las tapafundas, en las chaparreras de piel de tigre que colgaban de la cabeza de la silla, en las espuelas, en todo. era mucha plata aquella, y se veía patente el esfuerzo para prodigar la por donde quiera. era una ostentación insolente, cínica, sin gusto. la luz de la luna hacía brillar todo este conjunto y daba a el jinete el aspecto de un extraño fantasma con una especie de armadura de plata; algo como un picador de plaza de toros o como un abigarrado centurión de .
el jinete estuvo examinando durante algunos segundos el lugar. todo se hallaba tranquilo y silencioso. el llano y los campos de caña se dilataban a lo lejos, cubiertos por la luz plateada de la luna, como por una gasa transparente. los árboles de las huertas estaban inmóviles. parecía un cementerio. ni una luz en las casas, ni un rumor en las calles. los mismos pájaros nocturnos parecían dormir, y sólo los insectos dejaban oír sus leves silbidos en los plantanares, mientras que una nube de cocuyos revoloteaba en las masas de sombra en las arboledas.
la luna estaba en el cenit y eran las once de la noche.
el plateado se retiró, después de este rápido examen, a un recodo que hacía el cauce de el río junto a un borde lleno de árboles, y allí, perfectamente oculto en la sombra, y en la playa seca y arenosa, echó pie a tierra, desató su reata, quitó el freno a su caballo y, teniendo lo de el lazo, lo dejó ir a poca distancia a beber agua. luego que la necesidad de el animal estuvo satisfecha, lo enfrenó de nuevo y montó con agilidad sobre él, atravesó el río y se internó en uno de los callejones estrechos y sombríos que desembocan en la ribera y que estaban formados por las cercas de árboles de las huertas.
anduvo a el paso y como recatando se por algunos minutos, hasta llegar junto a las cercas de piedra de una huerta extensa y magnífica. allí se detuvo a el pie de un zapote colosal cuyos ramajes cubrían como una bóveda toda la anchura de el callejón, y procurando penetrar con la vista en la sombra densísima que cubría el cercado, se contentó con articular dos veces seguidas una especie de sonido de llamamiento: «¡ ... psst!... «a el que respondió otro de igual naturaleza, desde la cerca, sobre la cual no tardó en aparecer una figura blanca.
— ¡ ! — dijo en voz baja el plateado.
— ¡zarco mío, aquí estoy! — respondió una dulce voz de mujer.
aquel hombre era el , el famoso bandido cuyo renombre había llenado de terror toda la comarca.
la cerca no era alta; estaba formada de grandes piedras, entre las cuales habían brotado centenares de trepadoras, de ortigas y de cactos de tallos verticales y esbeltos, formando un muro espeso, cubierto con una cortina de verdura. sobre esta cerca, aprovechando uno de sus claros y bajo las sombrías ramas de el zapote, cuyo tronco nudoso presentaba una escalinata natural por dentro de la huerta, se había improvisado un asiento para hablar con el en sus frecuentes entrevistas nocturnas.
el bandido no se bajaba en ellas de su caballo. desconfiado hasta el extremo, como todos los hombres de su especie, prefería estar siempre listo para la fuga o para la pelea, aun cuando hablaba con su amada en las altas horas de la noche, en la soledad de aquella callejuela desierta y cuando la población dormía sobresaltada sin atrever se nadie a asomar la cara después de la queda.
por lo demás, así, a caballo, estaba a el alcance de la joven para hablar le y para abrazar la con toda comodidad, pues la altura de el cercado no sobrepasaba la cabeza de la silla de el caballo, y en cuanto a este animal, enseñado como todos los caballos de bandidos, sabía estar se quieto cuando la voluntad de el jinete lo exigía. por otra parte, la cortina vegetal que revestía el cercado de piedra, presentaba allí un ancho rasgón que permitía a los amantes hablar se de cerca, enlazar se las manos y abandonar se a las intimidades de un amor apasionado y violento.
ya varias veces algunos vecinos de , que solían transitar por esa callejuela en las mañanas para salir a el campo, habían reparado en las huellas que dejaba el caballo en las noches de lluvia, huellas que indicaban que alguien había estado allí detenido por mucho tiempo, y que venían de el río y volvían a dirigir se a él. pero suponían que eran las de algún campesino que habla venido allí en la tarde anterior o a lo sumo sospechaban que , el herrero de , cuyo amor a era demasiado conocido, tenía entrevistas con ella, aunque sabían todos, por otra parte, que la joven manifestaba profunda aversión a el herrero, cosa que atribulan a hipócrita disimulo desmentido por esas huellas acusadoras.
en cuanto a , madre de , ignoraba de todo punto, como es de suponer se, que su hija tuviese entrevista alguna con nadie, y aun el rumor acerca de las huellas de un caballo junto a el cercado de su huerta, le era totalmente desconocido.
así, bajo aquel secreto profundo, que nadie se hubiera atrevido a adivinar, salía a hablar con su amante con toda la frecuencia que permitían a éste sus arriesgadas excursiones de asalto y de pillaje. él parecía muy enamorado de la hermosa muchacha, pues apenas podía disponer de algunas horas, cuando las aprovechaba, a trueque de el reposo y de el sueño, para venir a conversar una hora con su amada, a quien prevenía regularmente por medio de los emisarios y cómplices que tenía en .
esta vez era esperado con más impaciencia que nunca por la joven, alarmada por los peligros que anunciaban para sus amores las resoluciones de la tarde.
— tenía yo miedo de que no vinieras esta noche y te esperaba ya con ansia — dijo , palpitante de pasión y de zozobra.
— pues por poco no vengo, mi vida — respondió el , arrimando se a la cerca y tomando entre las suyas las manos trémulas de la joven — hemos tenido pelea anoche; por poco me mata un gringo maldito, y apenas he tenido tiempo de pasar por , de remudar caballo, de tomar un bocado y un poco de café y he andado veinte leguas por ver te... ¿pero, qué tienes? ¡estás temblando! ¿por qué me esperabas con ansia?
— di me, ¿estuviste tú en lo ele ?
— sí, precisamente yo mandaba la fuerza. ¿por qué me preguntas eso? ¿cómo lo has sabido tan pronto?
— pues ahora verás: estuvo, como siempre, hoy en la tarde el fastidioso herrero, y él, diciendo le mi mamá que ya no veía la hora de salir de aquí para ir nos a , pero que no sabía cómo, porque mi tío no viene, le contó que una tropa de caballería de el gobierno había salido ayer de con dirección a , y que se había quedado a dormir en , pero que hoy por la mañana recibió orden violentamente para perseguir a una partida que había matado a unos extranjeros en , anoche, y que se fue para allá...
— ya lo sabíamos..., diz que nos van a cargar fuerzas..., figura te, ¡doscientos hombres a lo más! buen cuidado tendrán de no arrimar se por ..., allí estacarían el cuero... y ¿qué más?
— bueno, pues que siguió diciendo que esa caballería de el gobierno no cogerá a ninguno, y que volverá a tomar la dirección de para continuar su marcha. que entonces podíamos aprovechar la oportunidad para ir nos con la tropa.
— ¿ustedes?
— sí, nosotras, y mi madre dijo que le parecía buena la idea; que nos íbamos a disponer para ir nos, y aun encargó a el herrero que viniera mañana para traer le nuevas noticias y para dejar le sus encargos.
— ¡ah, caramba!, ¿de modo que es de veras?
— muy de veras, , muy de veras. tiene mi madre tal miedo, que, no lo dudes, va a aprovechar la ocasión, y ya me dijo que vayamos disponiendo nuestros baúles con lo más preciso; que irá mañana a pedir le a una persona el dinero que le tiene guardado, y nos vamos.
— ¡imposible! — exclamó el bandido con violencia —, ¡imposible! se irá ella, pero tú no; primero me matan.
— pero, ¿cómo hacemos entonces?
— niega te.
— ¡ah!, sería inútil, , tú no conoces a mi mamá; cuando dice una cosa, la cumple; cuando manda algo, no se le puede replicar. hartos disgustos tengo todos los días porque me quiere casar a fuerza con el indio, y por más que le manifiesto mi resolución de no unir me a ese hombre, por más que le hago desaires a éste, y que le he dicho en su cara muchas veces que no le tengo amor, mi madre sigue en su porfía, y el herrero sigue también viniendo, seguramente porque mi madre le da alas para que no deje su necedad. pero en esto puedo desobedecer porque alego mi falta de cariño, pero en lo de ir nos... ya tú ves que es imposible.
— pues, deja me pensar — dijo el poniendo se a reflexionar.
— di me — interrumpió —, ¿no sería posible que ustedes atacaran a la tropa de el gobierno en las o en otro paraje y que la derrotaran? ustedes son muchos.
— sí, mi alma; sería posible, y lo conseguiríamos, pero te diré francamente: los muchachos no se arriesgan a estas empresas, sino cuando esperan coger un buen botín o cuando se defienden y la ven irremediable. ¡pero aquí no habían de querer! dirán que atacando a esta tropa no van a recibir más que muchos balazos, y si la derrotan, cogerán cuando más unos cuantos caballos flacos, sillas viejas, uniformes hechos pedazos. ¡si los soldados de el gobierno parecen limosneros! además son cien hombres. tendríamos que cargar les lo menos quinientos, y ¿tú crees que habíamos de juntar los para eso nada más?
— ¡pero, bien — repuso la joven contrariada —, ya sabía yo que los plateados no atacaban sino a los indefensos!... eso dice mi madre.
— ¿a los indefensos? — dijo el , picado a su vez en lo más vivo —. ¿eso dice tu madre? pues se equivoca la buena señora; también sabemos atacar a la tropa, y cansados estamos de hacer lo y de triunfar... ¡indefensos! pues bueno fuera que hubiese visto la pelotera de anoche.
— ¡ay, , dicen que mataron a las mujeres y a los niños!
— ¿quién dijo eso?
— el herrero.
— ¡indio hablador!
— ¿no es cierto?
— ¿que se murieron? sí, se murieron, pero nosotros no los matamos, se murieron en la refriega. en fin, no hablemos de este asunto, , porque me estás lastimando.
— no, mi vida, no — replicó la joven, con voz de infinita ternura, y enlazada a el cuello de el bandido — ¿yo ofender te a ti, que eres todo mi querer?
— sí, — dijo desasiendo se de sus brazos —. todo eso que me estabas diciendo era porque tú me crees cobarde.
— ¿yo creer te cobarde, ? — dijo la joven echando se a llorar —. pero, ¿cómo has podido pensar eso? ¡si yo creo que tú eres el hombre más valiente de el mundo; si yo estoy loca de pasión por ti; si pienso que se me va a reventar el corazón de la pena que me causa tu ausencia, de el miedo que me dan los peligros que corres!... ¡si yo soy tuya enteramente... y hago lo que quieras!
— bueno — dijo dulcificando la voz el bandido y besando la con furia —; bueno, ya no llores, ya no estoy resentido..., pero no me vuelvas a decir esas palabras.
— ¡pero si yo te digo lo que cuentan; yo hago cóleras cuando lo escucho, y no tengo más consuelo que decir te lo! ahora, mi deseo de que atacaran a la tropa, de bes suponer que es causado por el amor mismo que te tengo, para que no nos separemos. si tienes otro medio..., el de casar nos, por ejemplo.
— ¿casar nos?
— sí, y ¿por qué no?
— ¿pero tú no piensas en que no podemos casar nos?
— ¿por qué, di me lo?
— por mil razones. llevando la vida que llevo, siendo como soy tan conocido, teniendo tantas causas pendientes en los juzgados, habiendo naturalmente orden de colgar me donde me cojan, ¿a dónde había yo de ir a presentar me para que nos casaran? ¡estás loca!
— pero ¿no podemos ir nos lejos de este rumbo, a , a el , a , a donde no te conozcan, para casar nos?
— pero para eso sería preciso que te sacara yo de aquí, que te robara yo, que te fueras conmigo a mientras... y después emprenderíamos el viaje a otra parte.
— pues bien — replicó la joven resueltamente, después de reflexionar un momento —, puesto que no queda más que ese remedio, saca me de aquí, me iré contigo a donde quieras.
— pero ¿te avendrás a la vida que llevo, siquiera por estos días? vamos a ; ya sabes quiénes son mis compañeros; es verdad que tienen ellos allí a sus muchachas, pero no son como tú: ellas están acostumbradas a pasar trabajos, montan a caballo, ayunan algunas veces, se desvelan, no se escandalizan por lo que pasa, porque pasan cosas un poco feas..., en fin, son como nosotros. tú eres una muchacha criada de otra manera..., tu mamá te quiere mucho... tengo miedo de que te enfades, de que llores, acordando te de tu mamá y de ..., de que me eches la culpa de tu desgracia, de que me aborrezcas.
— eso nunca, , nunca; yo pasaré cuantos trabajos vengan, yo también sé montar a caballo, y ayunaré y me desvelaré, y veré todo sin espantar me con tal de estar a tu lado. mira — añadió , con voz sorda y en el extravío de su pasión frenética —, yo quiero, en efecto, mucho a mi mamá, aunque de pocos días a esta parte me parezca que la quiero menos; sé que le voy a causar tal vez la muerte, pero te prometo no llorar cuando me acuerde de ella, con la condición de que tú estés conmigo, de que me quieras siempre, como yo te quiero, de que nos vayamos pronto de este rumbo.
el bandido la estrechó entre sus brazos y la devoró a besos, conmovido ante esta explosión de amor, tan apasionada, tan loca, tan sincera, que estaba tan cerca de el frenesí y que le entregaba enteramente a aquella joven tan bella, tan codiciada, tan soñada en sus horas de pasión y de deseos. porque el amaba también a , sólo que él la amaba de la única manera que podía amar un hombre encenagado en el crimen, un hombre para quien era extraña toda noción de bien, en cuya alma tenebrosa y pervertida sólo tenían cabida ya los goces de un sensualismo bestial y las infames emociones que pueden producir el robo y las matanzas. la amaba porque era linda, fresca, gallarda; porque su hermosura atractiva y voluptuosa, su opulencia de formas, su andar lánguido y provocador, sus ojos ardientes y negros, sus labios de granada, su acento armonioso y blando, todo ejercía un imperio terrible sobre sus sentidos, excitados día a día por el insomnio y la obsesión constante de aquella visión. aquél no era amor, en el sentido elevado de la palabra, era el deseo espoleado por la impaciencia y halagado por la vanidad, porque, efectivamente, el bandido debía creer se afortunado con merecer la preferencia de la mujer más bonita de la comarca.
así es que tan pronto como el estuvo seguro de que la joven se hallaba resuelta a arrostrar lo todo con tal de seguir lo, se sintió feliz, y toda la sangre de sus venas afluyó a su corazón en aquel instante supremo.
— bueno — dijo, separando se de los brazos de — entonces no hay más que hablar, te sales conmigo y nos vamos...
— ¿ahora? — preguntó ella con cierta indecisión.
— no, no ahora — contestó el bandido —; ahora es tarde y no podrías preparar te. mañana; vendré por ti a la misma hora, a las once. no des en qué sospechar para nada a tu madre; está te en el día, como si tal cosa, con mucho disimulo; no saques más ropa que la muy necesaria. allá tendrás toda la que quieras; pero saca tus alhajas y el dinero que te he dado; guardas todo eso aparte, ¿no es verdad?
— sí, lo tengo en un baulito, enterrado.
— pues bien: saca lo y me aguardas aquí mañana, sin falta.
— y ¿si por casualidad llegara la tropa de el gobierno? — preguntó con inquietud.
— no, no vendrá, está te segura. la tropa de el gobierno habrá andado todo el día de hoy buscando nos; luego, como tienen esos soldados una caballada tan flaca y tan miserable, descansarán todo el día de mañana, y a lo sumo volverán a pasado de cuatro días, es que tenemos tiempo. tú puedes alistar tus baúles con tu mamá como preparando te para el viaje a , y no dejas fuera más que la ropa que te has de traer. si por desgracia ocurriese alguna dificultad que te impida salir a ver me, me avisarás luego con la vieja, que me ha de aguardar donde sabe, para dar me aviso. pero si no hay nada, ni a ella le digas una palabra. toma — añadió, sacando de los bolsillos de su chaqueta unas cajitas y entregando se las a la joven.
— ¿qué es esto? — preguntó ella recibiendo las.
— ya las verás mañana y te gustarán... ¡son alhajas! guarda las con las otras — dijo el bandido abrazando la y besando la por último —. ahora me voy, porque ya es hora; apenas llegaré amaneciendo a ; hasta mañana, mi vida.
— hasta mañana — respondió ella —, no faltes...
— ¡mañana serás mía, enteramente!
— tuya para siempre — dijo , enviando le un beso, y quedando se un instante en la cerca para ver le partir.
el se alejó, como había venido, a el paso y recatadamente, y a poco se perdió en las tortuosidades de la callejuela apenas alumbrada por la luna.
tan pronto como la joven perdió de vista a su amante, se apresuró a bajar de el cercado por la escalinata natural que formaban las raíces de el zapote, y se encaminó apresuradamente hacia un sitio de la huerta, en que un grupo de arbustos y de matorrales formaban una especie de pequeño soto espeso y obscuro a orillas de un remanso que hacían allí las aguas tranquilas de el apantle. luego sacó de entre las plantas una linterna sorda y se dirigió en seguida, abriendo se paso por entre los arbustos, hasta el pie de una vieja y frondosa adelfa que, cubierta de flores aromáticas y venenosas, dominaba por su tamaño las pequeñas plantas de el soto. allí, en un montón de tierra cubierto de grama, la joven se sentó, y alumbrando se con la linterna, abrió con manos trémulas y palpitando de impaciencia las tres cajitas que acababa de regalar le el bandido.
— ¡ah, qué lindo! — exclamó con voz baja, a el ver un anillo de brillantes, cuyos fulgores la deslumbraron —. ¡eso debe valer un dineral! — añadió sacando el anillo y colocando lo sucesivamente en los dedos de su mano izquierda, y haciendo lo brillar a todos lados —. ¡si esto parece el sol!
luego, dejando se puesto el anillo, abrió la segunda caja y se quedó estupefacta. eran dos pulseras en forma de pequeñas serpientes, todas cuajadas de brillantes, y cuyos anillos de oro esmaltados de vivos colores les daban una apariencia fascinadora. las serpientes daban varías vueltas en la caja de raso y tardó un poco en desprender las; pero luego que terminó, se las puso en el puño, muy cerca de la mano, enroscando las cuidadosamente. y comenzó a alumbrar las en todos sentidos, poniendo las manos en diversas actitudes. luego, por un instante cerró los ojos, como si soñara, y los abrió en seguida, cruzando los puños junto a la luz y contemplando los largo rato.
— ¡dos víboras! — dijo frunciendo el ceño —, ¡qué idea!... en efecto, son dos víboras... ¡el robo! ¡pero bah! — añadió, sonriendo y guiñando los ojos, casi llenos con sus grandes y brillantes pupilas negras... — ¡qué me importa! ¡me las da el , y poco me interesa que vengan de donde vinieren!...
después abrió la tercera caja. ésta contenía dos pendientes, también de gruesos brillantes.
— ¡ah, qué hermosos aretes! — dijo —, ¡parecen de reina! —. y cuando los hubo contemplado en la caja, que no se veía con aquel haz de resplandores y de chispas, los sacó también y se los puso en las orejas, habiendo se quitado antes sus humildes zarcillos de oro.
pero a el guardar éstos, mientras, en la caja de los pendientes, reparó en una cosa que no había visto y que la hizo poner se lívida, como paralizada. acababa de ver dos gotas de sangre fresca que manchaban el raso blanco de la caja, y que debían haber salpicado también, los pendientes. además, la caja estaba descompuesta; no cerraba bien, y se conocía que había sido arrancada en una lucha a muerte.
permaneció muda y sombría durante algunos segundos; se hubiera dicho que en su alma se libraba un tremendo combate entre los últimos remordimientos de una conciencia ya pervertida, y los impulsos irresistibles de una codicia desenfrenada y avasalladora. triunfó ésta, como era de esperar se, y la joven, en cuyo hermoso semblante se retrataban entonces todos los signos de la vil pasión que ocupaba su espíritu, cerró, enarcando las cejas, la caja prontamente, la apartó con desdén, y no pensó más que en ver el efecto que hacían los ricos pendientes en sus orejas.
entonces tomó su linterna, y levantando se así adornada como estaba con su anillo, pulseras y aretes, se dirigió a la orilla de el remanso, y allí se inclinó, alumbrando se con la linterna el rostro, procurando sonreír, sin embargo, presentando en todas sus facciones la especie de dureza altanera que es como el reflejo de la codicia y de la vanidad, y que sería capaz de afear el rostro ideal de un ángel.
si en aquella noche silenciosa, en medio de aquella huerta obscura y solitaria, alguien, acostumbrado a leer en las fisonomías, hubiera contemplado a aquella linda joven, mirando se en las aguas negras y tranquilas de el remanso, alumbrando se el rostro con la luz opaca de una linterna sorda, y gesticulando para dar se los aires de una gran señora, a el ver aquella fisonomía pálida, con los ojos chispeantes de ambición y de codicia, con los cabellos desordenados, con la boca entreabierta, dejando ver una dentadura blanquísima y apretada, y haciendo balancear a derecha e izquierda los pendientes, cuyos fulgores la bañaban con una luz azulada, rojiza o verdosa, que se mezclaba a el chisporroteo de el mismo carácter que salía de la serpiente enlazada a el puño izquierdo, colocado junto a la barba, es seguro que habría encontrado en esa figura singular, algo de espantosamente siniestro y repulsivo, como una aparición satánica. no era la , de , mirando se en el espejo, con natural coquetería, adornada con las joyas de un desconocido, sino una ladrona de la peor especie, dando rienda suelta a su infame codicia delante de aquel estanque de aguas turbias y negras. no era la virtud próxima a sucumbir ante la dádiva, sino la perversidad contemplando se en el cieno.
, abandonada a sí misma en aquella hora y de aquel modo, dejaba conocer en su semblante todas las expresiones de su vil pasión, que no se detenía ante la vergüenza ni el remordimiento, pues bien sabía que aquellas alhajas eran el fruto de el crimen. así es que, sobre su cabeza radiante con los fulgores de los aretes robados, se veía en la sombra, no la cara burlona de , el demonio de la seducción, sino la máscara pavorosa de el verdugo, el demonio de la horca.
aún permaneció algunos momentos mirando se en el remanso y recatando se a cada ruido que hacía el viento entre los árboles, y luego volvió a el pie de la adelfa, se quitó sus joyas y las guardó cuidadosamente en sus cajas; hecho lo cual lanzó una mirada en torno suyo, y viendo que todo estaba tranquilo, sacó de entre las matas una pequeña tarecua, especie de pala de mango de madera y extremo anguloso de hierro con que en la tierra caliente se hacen los pozos, y removiendo con ella la tierra, en cierto sitio cubierto de musgo, puso a el descubierto un saco de cuero, que se apresuró a abrir con una llavecita que llevaba guardada. luego introdujo en la boca la linterna, para cerciorar se de si estaba allí su tesoro, que palpó un momento con extraña fruición. consistía en alhajas envueltas en papeles, y cintos de cuero llenos de onzas de oro y de pesos de plata.
después metió cuidadosamente en el saco las cajas que acababa de dar le el , y enterró de nuevo el tesoro, cubriendo lo con musgo y haciendo desaparecer toda señal de haber removido el suelo.
luego, como sintiendo abandonar aquella riqueza, alzó su linterna sorda y se dirigió de puntillas a la casa, entrando se en las habitaciones en que la pobre señora, a pesar de las inquietudes de el día, dormía con el tranquilo sueño de las conciencias honradas.
entretanto, y a la sazón que examinaba sus nuevas alhajas, el , después de haber dejado las orillas de , y de haber atravesado el río con la misma precaución que había tenido a el llegar, se dirigió por el amplio camino de la hacienda de a el montañoso donde había descendido y que conducía a .
era la media noche, y la luna, entre espesos nubarrones, dejaba envuelta la tierra en sombras. la calzada de estaba completamente solitaria, y los árboles que la flanqueaban por uno y otro lado, proyectaban una obscuridad siniestra y lúgubre, que hacían más densa los fugaces y pálidos arabescos que producían los cocuyos y las luciérnagas.
el bandido, conocedor de aquellos lugares, acostumbrado, como todos los hombres de su clase, a ver un poco en la obscuridad, y más que todo, fiado en la sensibilidad exquisita de su caballo, que a el menor ruido extraño aguzaba las orejas y se detenía para prevenir a su amo, marchaba paso a paso, pero con entera tranquilidad, pensando en la próxima dicha que le ofrecía la posesión de .
por fin, aquella hermosísima joven, cuya imagen había enardecido sus horas de insomnio durante tantos meses, cuyo amor había sido su constante preocupación, aun en medio de sus más sangrientas y arriesgadas aventuras, y cuya posesión le había parecido imposible cuando la vio por primera vez en y se enamoró de ella, iba a ser suya, enteramente suya, iba a compartir su suerte y a hacer le saborear los dulcísimos deleites de el amor, a él que no había conocido hasta allí verdaderamente más que las punzantes emociones de el robo y de el asesinato.
su organización grosera y sensual, acostumbrada desde su juventud a el vicio, conocía, es verdad, los goces de el amor material, comprados con el dinero de el juego o de el robo arrancado en medio de el terror de las víctimas, en una noche de asalto en las aldeas indefensas; pero el sentía que no había querido nunca ni había deseado a una mujer con aquella exaltación febril que experimentó desde que comenzó a ver a , asomada a su ventana, desde que la oyó hablar, y más todavía, desde que cruzó con ella las primeras palabras de amor.
jamás desde que siendo niño todavía, abandonó el hogar de su familia, había sentido la necesidad imperiosa de unir se a otro ser, como la sentía ahora de unir se a aquella mujer, tan bonita y tan apasionada, que encerraba para él un mundo de inesperadas dichas.
así repasando en su memoria todas las escenas de su niñez y de su juventud, encontraba que su carácter bravío y duro había rechazado siempre todo afecto, todo cariño, cualquiera que fuese, no habiendo cultivado sino aquéllos de que había sacado provecho. de honrados padres, trabajadores en aquella comarca, que habían querido hacer de él un hombre laborioso y útil, pronto se había fastidiado de el hogar doméstico, en que se le imponían tareas diarias o se le obligaba a ir a la escuela, y aprovechando se de la frecuente comunicación que tienen las poblaciones de aquel rumbo con las haciendas de caña de azúcar, se fugó, yendo a acomodar se a el servicio de el caballerango de una de ellas.
allí permaneció algún tiempo, logrando después, cuando ya estaba bastante diestro en la equitación y en el arte de cuidar los caballos, colocar se en varias haciendas, en las que duraba poco, a causa de su conducta desordenada, pues haragán por naturaleza y por afición, apenas era útil para esos trabajos serviles, consagrando sus largos ocios a el juego y a la holganza.
por lo demás, en todo ese tiempo no recordaba haber sentido ni simpatía ni adhesión a nadie, poco tiempo en cada lugar, sirviendo por pocos días en cada hacienda, y cultivando relaciones de caballeriza y de juego, que duraban un instante y que se alternaban con frecuentes riñas que las convertían en enemistades profundas, él verdaderamente no había tenido amigos, sino compañeros de placer y de vicio. a el contrario, en aquellos días su carácter se formó completamente, y ya no dio cabida en su corazón más que a las malas pasiones. así, la servidumbre consumó lo que había comenzado la holgazanería, y los instintos perversos, que no estaban equilibrados por ninguna noción de bien, acabaron por llenar aquella alma obscura, como las algas infectas de un pantano.
él no había amado a nadie, pero en cambio odiaba a todo el mundo: a el hacendado rico cuyos caballos ensillaba y adornaba con magníficos jaeces, a el obrero que recibía cada semana buenos salarios por su trabajo, a el labrador acomodado, que poseía fecundas tierras y buena casa, a los comerciantes de las poblaciones cercanas, que poseían tiendas bien abastecidas, y hasta a los criados, que tenían mejores sueldos que él. era la codicia, complicada con la envidia impotente y rastrera, la que producía este odio singular y esta ansia frenética de arrebatar aquellas cosas a toda costa.
naturalmente, los amores de los demás le causaban irritación, y aquellas muchachas que según su posición amaban a el rico, a el dependiente o a el jornalero, le inspiraban un deseo insensato de arrebatar las y de manchar las. no había entre todas una que hubiera fijado los ojos en él, porque él tampoco había procurado acercar se a ninguna de ellas con intenciones amorosas. las de su clase no eran de su gusto, y para las de rango superior a él estaba colocado en muy baja esfera, ¡un mozo de caballeriza!
él era joven, no tenía mala figura. su color blanco impuro, sus ojos de ese color azul claro que el vulgo llama zarco, sus cabellos de un rubio pálido y su cuerpo esbelto y vigoroso, le daban una apariencia ventajosa; pero su ceño adusto, su lenguaje agresivo y brutal, su risa aguda y forzada, tal vez le había hecho poco simpático a las mujeres. además, él no había encontrado una bastante hermosa a quien ser agradable.
por fin, cansado de aquella vida de servidumbre, de vicio y de miseria, el huyó de la hacienda en que estaba, llevando se algunos caballos para vender los en la tierra fría. como era de esperar se, fue perseguido; pero ya en este tiempo, a el favor de la guerra civil, se había desatado en la tierra fría cercana a una nube de bandidos que no tardó en invadir las ricas comarcas de la tierra caliente.
el se afilió en ella inmediatamente, y desde luego, y como si no hubiera esperado más que esa oportunidad para revelar se en toda la plenitud de su perversidad, comenzó a distinguir se entre aquellos facinerosos por su intrepidez, por su crueldad y por su insaciable sed de rapiña.
era el año de 1861, y organizados los bandoleros en grandes partidas, perseguidos a veces por las tropas de el gobierno, pero atraídos más bien por la riqueza de los distritos azucareros de el sur de y de , penetraron en ellos sembrando el terror en todas partes, como lo hemos visto.
el era uno de los jefes más renombrados, y las noticias de sus infames proezas, de sus horribles venganzas en las haciendas en que había servido, de su fría crueldad y de su valor temerario, le habían dado una fama espantosa.
obligadas las tropas liberales, por un error lamentable y vergonzoso, a aceptar la cooperación de estos bandidos en la persecución que hacían a el faccioso reaccionario en su travesía por la tierra caliente, algunas de aquellas partidas se presentaron formando cuerpos irregulares, pero numerosos, y uno de ellos estaba mandado por el . entonces, y durante los pocos días que permaneció en , fue cuando conoció a , que se había refugiado con su familia en esa ciudad. el bandido ostentaba entonces un carácter militar, sin dejar por eso los arreos vistosos que eran como característicos de los ladrones de aquella época y que les dieron el nombre de plateados, con el que fueron conocidos generalmente.
la hermosa joven, cuyo carácter parecía en armonía con el de el bandido, a el ver pasar frente a sus ventanas aquel cuerpo de gallardos jinetes, vistosos y brillantes, y a el frente de ellos, montado en soberbio caballo y cargado de plata hasta el exceso, a el joven y terrible bandido, cuyo nombre no había sonado en su oído sino con el acento de el terror, se sintió atraída hacia él por un afecto en que se mezclaban la simpatía, la codicia y la vanidad como un punzante y sabroso filtro.
así nació una especie de amor extraño en aquellas dos almas, hechas para comprender se. y en el poco tiempo que el permaneció en , logró poner se en comunicación con y establecer con ella relaciones amorosas, que no llegaron, sin embargo, por las circunstancias, a el grado de intimidad en que las vemos en .
el general , conociendo el grave error que había cometido dando cabida en sus tropas a varias partidas de plateados, que no hicieron más que asolar las poblaciones que atravesaba el ejército y desprestigiar lo, no tardó en perseguir las, fusilando a varios de sus jefes. para salvar se de semejante suerte, el se escapó una noche de con sus bandidos y se dirigió a el sur de , donde estuvo por algunos meses ejerciendo terribles depredaciones.
por fin, los plateados establecieron su guarida principal en , y el no tardó en saber que había vuelto a , donde residía con su familia. naturalmente, procuró desde luego reanudar sus relaciones apenas interrumpidas y pudo cerciorar se de que le amaba todavía.
desde entonces comenzó esa comunicación frecuente y nocturna con la joven, comunicación que no era peligrosa para él, dado el terror que infundía su nombre y dadas también las inteligencias que cultivaba en la población, donde los bandidos contaban con numerosos emisarios y espías.
entretanto, sus crímenes aumentaban de día en día; sus venganzas sobre sus antiguos enemigos de las haciendas eran espantosas y el pavor que inspiraba su nombre había acobardado a todos. los mismos hacendados, sus antiguos amos, habían venido temblando a su presencia a implorar su protección y se habían constituido en sus humildes y abyectos servidores, y no pocas veces, él, antiguo mozo de estribo, había visto tener la brida de su caballo a el arrogante señorón de la hacienda a quien antes había servido humilde y despreciado.
semejantes venganzas y humillaciones fueron harto frecuentes en esa época, gracias a la audacia y número de los bandidos, cuyo poder era ilimitado en aquella comarca infortunada, y gracias más que todo a la impotencia de el gobierno central, que, ocupado en combatir la guerra civil y en hacer frente a la intervención extranjera, no podía distraer a sus tropas para reprimir a los bandidos.
el se hallaba, pues, en la plenitud de su orgullo satisfecho. había realizado parte de sus aspiraciones. era temido, se había vengado; sus numerosísimos robos le habían producido un botín cuantioso; disponía a discreción de el bolsillo de los hacendados. cuando necesitaba una fuerte cantidad de dinero, se apoderaba de un cargamento de azúcar o de aguardiente o de un dependiente rico, y los ponía a rescate; cuando quería imponer contribución a una hacienda, quemaba un campo de cañas, y cuando quería infundir pavor a una población, asesinaba a el primer vecino infeliz a quien encontraba en sus orillas.
pero satisfecha su sed de sangre y de rapiña, sentía que aún le faltaba alguna cosa. eran los goces de el amor, pero no esos goces venales que le habían ofrecido las condescendencias pasajeras de las mujeres perdidas, sino los que podía prometer le la pasión de una mujer hermosa, joven, de una clase social superior a la suya, y que lo amara sin reserva y sin condición.
habría sido para él una mujer imposible cuando medio oculto en la comitiva servil de el rico hacendado atravesaba los domingos las calles de . entonces, era seguro que la linda hija de una familia acomodada, vestida con cierto lujo aldeano, y que recibía sonriendo en su ventana las galantes lisonjas de los ricos dueños de hacienda, de los gallardos dependientes que caracoleaban en briosos caballos, llenos de plata, para lucir se delante de ella, no se habría fijado ni un instante en aquel criado descolorido y triste, mal montado en una silla pobre y vieja, y en un caballo inferior, y que se escurría silenciosamente en pos de sus amos.
entonces, si él se hubiese acercado a hablar la, a ofrecer le una flor, a decir le que la amaba, era indudable que no habría tenido por respuesta más que un gesto desdeñoso o una risa de burla.
y ahora que él era guapo, que montaba los mejores caballos de el rumbo, que iba vestido de plata, que era temido, que veía a sus pies a los ricos de las haciendas; ahora que él podía regalar alhajas que valían un capital; ahora esa joven, la más hermosa de , lloraba por él, lo esperaba palpitante de amor todas las noches, iba a abandonar por él a su familia y a entregar se sin reserva; la iba a mostrara sus compañeros, a pasear la por todas partes a su lado y a humillar con ella a los antiguos dependientes. tal consideración daba a el amor que el sentía por un acre y voluptuoso sabor de venganza, sobre la misma joven y sobre los demás, juntamente con un carácter de vanidad insolente.
así pues, aquello que agitaba el corazón de el bandido no era verdaderamente amor en el concepto noble de la palabra, no era el sentimiento íntimo y sagrado que suele abrir se paso aun en las almas pervertidas e iluminar las a veces como ilumina un rayo de sol astros más obscuros e infectos, no: era un deseo sensual y salvaje, excitado hasta el frenesí por el encanto de la hermosura física y por los incentivos de la soberbia vencedora y de la vanidad vulgar.
si hubiese sido menos bella o más pobre, tal vez el no habría deseado su posesión con tanta fuerza, y poco le importara que hubiese sido virtuosa. él no buscaba el apoyo de la virtud en las penas de la vida, sino las emociones groseras de los sentidos para completar la fortuna de su situación presente. iba a poseer a la linda doncella para satisfacer la necesidad de su organización, ávida de sensaciones vanidosas, ya que había saboreado el placer inferior de poseer magníficos caballos y de amontonar onzas de oro y riquísimas alhajas.
pero después de saciado este deseo, el más acariciado de todos, ¿qué haría con la joven? se preguntaba él. ¿se casaría con ella? eso era imposible, y además, tener una esposa legítima no halagaba su vanidad. una querida como ella sí era un triunfo entre sus compañeros. ¿abandonaría aquel rumbo y aquella carrera de peligros para huir con ella, lejos, para gozar en un rincón cualquiera de una existencia obscura y tranquila? pero eso también era imposible para aquel facineroso, que había probado ya los embriagantes goces de el combate y de el robo. dejar aquella vida agitada, inquieta, sembrada de peligros, pero también de pingües recompensas, era resignar se a ser pobre, a ser pacífico; era exponer se a que un miserable alcalde de pueblo lo amarrase cualquier día y lo encerrase en la cárcel para ser juzgado por sus antiguas fechorías. podía convertir su botín, que era importante, en tierras de labor, en un rancho, en una tienda. pero él no sabía trabajar, y sobre todo, le repugnaba hondamente esa existencia de trabajo obscuro y humilde, monótona, sin peripecias, aburridora, expuesta siempre a el peligro de una denuncia, sin más afán que el de ocultar siempre el pasado de crimen, sin más entretenimiento que el cuidado de los hijos, sin más emociones que las de el terror. no; era pero preciso seguir así por ahora, que después ya habría tiempo de decidir se, según lo exigieran las circunstancias.
el llegaba aquí en sus cavilaciones cuando le detuvo sobresaltado el canto repentino y lúgubre de un búho, que salía de las ramas frondosas de un amate gigantesco, frente a el cual estaba pasando.
— ¡maldito tecolote! — exclamó en voz baja, sintiendo circular en sus venas un frío glacial — ¡siempre le ocurre cantar cuando yo paso! ¿qué significa esto? — añadió, con la preocupación que es tan común en las almas groseras y supersticiosas, y quedó sumergido un momento en negras reflexiones. pero repuesto a poco, espoleó su caballo, con ademán despreciativo:
— ¡bah! esto no le da miedo más que a los indios, como el herrero de ; yo soy blanco y güero...; a mí no me hace nada.
y se alejó a el trote para encumbrar la montaña.
a el día siguiente, , el herrero de , vino, como de costumbre, en la tarde, a hacer su visita a la madre de y la encontró preocupada y triste. la joven estaba durmiendo y la señora se hallaba sola en el pequeño patio en que la encontramos la tarde anterior...
— ¿hay alguna noticia nueva? — preguntó a el joven artesano.
— sí, señora — respondió éste —; parece que la caballería de el gobierno llegará, por fin, mañana. es preciso que estén ustedes dispuestas, porque sé que no permanecerá ni un día y que se va pasando para y de allí se dirige a .
— yo estoy lista ya enteramente — respondió —. todo el día nos hemos pasado arreglando los baúles y recogiendo mi poco dinero. además, he ido a ver a el juez para que me extendiera un poder, que voy a dejar a usted — añadió, tomando de su cesto de costura un papel que dio a —. usted se encargará, si me hace favor, de vender esta huerta, lo más pronto posible, o de arrendar la, pues según están las cosas, no podemos volver pronto y estoy aburrida de tanto sufrir aquí. si usted se va a , allá nos encontrará como siempre y quizás entonces se habrá cambiado el ánimo de .
— no lo creo, señora — se apresuró a responder —. yo he acabado por conocer que es imposible que me quiera. le causo una repugnancia que no está en su mano remediar. así es que me parece inútil pensar ya en eso. ¡cómo ha de ser! — añadió suspirando —, uno no puede disponer de su corazón. dicen que el trato engendra el cariño. ya ve usted que esto no es cierto, porque si de el trato dependiera, yo me he esmerado en ser agradable a la niña, pero mis esfuerzos siempre han encontrado por recompensa su frialdad, su alejamiento, casi su odio..., porque yo temo hasta que me aborrezca.
— no, , eso no; ¡aborrecer lo a usted! ¿por qué? ¿no ha sido usted nuestro protector desde que murió mi marido? ¿no nos ha colmado usted de favores y de servicios que jamás se olvidan? ¿por qué tan noble conducta había de producir el aborrecimiento en ? no: lo que sucede es que esta muchacha es tonta, es caprichosa; yo no sé a quién ha sacado, pero su carácter me parece extraño, particularmente desde hace algunos meses. no quiere hablar con nadie, cuando antes era tan parlanchina y tan alegre. no quiere rezar, cuando antes era tan piadosa; no quiere coser, cuando antes se pasaba los días discurriendo la manera de arreglar los vestidos o de hacer se nuevos; no quiere nada. hace tiempo que noto en ella no sé qué cosa tan extraña que me da en qué pensar. unos días está triste, pensativa, con ganas de llorar, tan pálida que parece enferma, tan perezosa que tengo que reñir la; otros, se despierta muy viva, pero colérica, por nada se enoja, regaña, me contradice, nada encuentra bueno en la casa, nuestra pobre comida le fastidia, el encierro en que estamos le aburre, quisiera que saliéramos a pasear, que montáramos a caballo, que fuéramos a visitar las haciendas; parece que no tiene miedo a los ladrones que nos rodean por todas partes, y viendo que yo me opongo a estas locuras, vuelve a caer en su abatimiento y se echa a dormir. hoy mismo ha pasado una cosa rara, luego que le anuncié que era necesario disponer los baúles para ir nos a ; tan pronto como vio que esto era de veras, que volví trayendo un dinerito y que comencé a arreglar todas mis cosas, primero se puso alegre y me abrazó diciendo me que era una dicha, que por fin iba a conocer a ; que había sido su sueño; que allí iba a estar alegre, pues que su tristeza tenía por causa la situación horrorosa que guardamos, hace tantos meses. como es natural, yo me había figurado lo mismo, y por eso no había hecho tanto reparo en el cambio de su carácter, pues era de suponer se que una muchacha como ella, que está en la edad de divertir se, de pasear, debía estar fastidiada de nuestro encierro. así que también yo me puse alegre de ver la contenta, pensando en el viaje. pero luego ha vuelto a su tristeza, y a el sentar nos a comer, observé que ya estaba de mal humor, que casi no quería probar bocado y que aun tenía deseos de llorar. luego, no he podido distraer la, y después de componer su ropa en un baúl, a el ir a ver la la encontré dormida en su cama. ¡ha visto usted cosa igual! pues si fuera porque nos vamos de , ¿por qué ha estado triste viviendo aquí?
— señora — preguntó , que había escuchado atento y reflexivo —, ¿no tendrá aquí algún amor?, ¿no dejará aquí alguna persona a quien haya querido o a quien quiera todavía, sin que se lo haya dicho a usted?
— esto me he preguntado algunas veces, pero no creo que haya nada de lo que usted dice. ¿qué amor pudiera haber tenido que yo no hubiera siquiera sospechado? es verdad que algunos dependientes gachupines de la tienda de la bóveda habían dado en decir le flores, en enviar le papelitos y recados, pero fue mucho antes de que fuéramos a vivir a . después de que regresamos, aquellos muchachos ya no estaban aquí, se habían ido a , y no ha vuelto a acordar se de ellos ni a nombrar los siquiera. algunos jóvenes de el pueblo suelen pasar por aquí y la ven con algún interés, pero ella les muestra mucho desprecio y cierra la ventana tan luego como los ha visto acercar se. no han vuelto ya. encuentra fastidiosos a los pocos que conoce. en fin, yo estoy segura de que no quiere a ninguno en el pueblo, y por eso a el principio de este año, cuando comenzó usted a visitar nos, creí que iba inclinando se a usted y que arreglaríamos fácilmente lo que teníamos pensado.
— pues ya ve usted, señora — contestó amargamente —, que no era cierto, y que me ha considerado más fastidioso que a los muchachos de . tanto que yo, teniendo le como le tengo tanto cariño y habiendo pensado tan seriamente en casar me con ella, porque creía con nuestro matrimonio labrar su felicidad y la mía, naturalmente, no he podido ser insensible a sus desprecios constantes y me resolví a alejar me para siempre de esta casa. pero la consideración de que usted me tiene un afecto, de que estoy seguro; las órdenes de mi madre de que yo vele por ustedes, hoy que tanto se necesita de el apoyo de un hombre en estos pueblos, me han hecho seguir importunando las con mi presencia, que de otro modo les habría evitado.
— ¿importunando me a mí? — preguntó conmovida y llorando .
— no, a usted no, señora; bien veo que usted me profesa amistad, que desearía usted mi bien y mi dicha, que si por usted fuera, yo sería el esposo de su hija. yo no soy ingrato, señora, y crea usted que mientras viva yo me portaré con usted como un hijo reconocido y cariñoso, sin interés de nada y siempre que no sirva de obstáculo a la felicidad de ; pero lo decía yo por esta niña. afortunadamente para ella, ustedes se van de aquí, de modo que no tendrá mortificación de verme y yo tendré la satisfacción de ser útil a usted desde lejos. haré todo lo que usted me encarga y le escribiré con frecuencia, dando le razón de la huerta y de el estado que guarda este rumbo. mañana, cuando venga la tropa de el gobierno, yo también vendré a ver qué se les ofrece a ustedes, y aun las acompañaré cuando se vayan, hasta o hasta más allá si es necesario.
— ¡ah, !, ¡qué bueno es usted y qué noble! — dijo la señora con ternura —; acepto todo lo que usted me ofrece, y a mi vez le aseguro que en mí tendrá siempre una segunda madre. cualquiera que sea la suerte que nos reserve a mí y a mi hija, crea usted que siempre recordaré su generosidad para con nosotras, y que nunca olvidaré que es usted el más noble y honrado joven que he conocido. lo espero a usted mañana, y si quiere acompañar nos, como me lo promete, yo tendré mucho gusto de contar con su compañía, que tanto necesito. pero tengo miedo de que suceda a usted algo a su regreso.
— no tema usted nada, señora — dijo , levantando se —; yo llevaré alguno de mis compañeros de taller, bien montados y armados, y no correremos ningún peligro.
— bueno — dijo , apretando la mano de el herrero con las dos suyas, cariñosamente, como lo haría una madre tierna con el hijo de su corazón.
luego, a el sentir que se alejaba, exclamó llorando.
— ¡oh! ¡qué desgraciada soy en no tener a este hombre por yerno!
se despertó cuando ya estaba anocheciendo, y a la luz de la bujía, observó que tenía los ojos encarnados...
— ¿estás mala, hija? — le preguntó afectuosamente.
— me duele mucho la cabeza, mamá — contestó la joven.
— es que estás amodorrada, y además, ¡has comido tan poco!
— no; me siento un poco mal.
— ¿tendrás calentura? — dijo la madre inquieta.
— no — replicó , tranquilizando la —; no es nada, me levanté esta mañana muy temprano y, en efecto, he comido poco. voy a tomar algo y volveré a acostar me, porque lo que siento es sueño; pero tengo apetito y esa es buena señal. ya sabe usted que siempre que madrugo me pasa esto. además, es preciso dormir, ahora que se puede, porque quién sabe si en el viaje podamos hacer lo con comodidad y en compañía de soldados — añadió sonriendo maliciosamente.
la pobre madre, ya muy tranquila, dispuso la cena, que tomó con alegría y apetito, después de lo cual rezaron las dos sus devociones, y tras de una larga conversación sobre sus arreglos de viaje y sus nuevas esperanzas, la señora se retiró a su cuarto, contiguo a el de y apenas dividido de éste por un tabique.
a la sazón caía un aguacero terrible, uno de esos aguaceros de las tierras calientes, mezclados de relámpagos y truenos, en que parece abrir el cielo todas sus cataratas e inundar con ellas el mundo. la lluvia producía un ruido espantoso en el tejado, y los árboles de las huerta, azotados por aquel torrente, parecían desgajar se.
en la calle el agua corría impetuosamente formando un río, y en el patio se había producido una inundación con el crecimiento de los apantles y con el chorro de los tejados.
, después de recomendar a que se abrigara mucho y que rezara, se durmió arrullada por el ruido monótono de el aguacero.
inútil es decir que la joven no cerró los ojos. aquella era la noche de la fuga concertada con el ; él debía venir infaliblemente y ella tenía que esperar lo ya lista con su ropa y el saco que contenía el tesoro, que era preciso ir a sacar a el pie de la adelfa. esta tempestad repentina contrariaba mucho a . si no cesaba antes de medianoche, iba a hacer un viaje molestísimo, y aun cesando a esa hora, iba a encontrar la huerta convertida en charco y a bañar se completamente debajo de los árboles. sin embargo, ¿qué no es capaz de soportar una mujer enamorada, con tal de realizar sus propósitos?
cuando ella conoció que era aproximadamente la hora señalada, se levantó de puntillas, con los pies desnudos, bien cubierta la cabeza y espaldas con un abrigo de lana, y así, alzando su enagua de muselina hasta la rodilla, abrió la puerta de su cuarto, quedito y se lanzó a el patio, alumbrando se con su linterna sorda, que cubría cuidadosamente.
era la última vez que salía de la casa materna, y apenas concedió un pensamiento a la pobre anciana que dormía descuidada y confiando en el amor de su hija querida.
por lo demás, , atenta sólo a realizar su fuga, no procuraba otra cosa que apresurar se, y si su corazón latía con violencia, era por el temor de ser oída y de malograr su empresa.
dichosamente para ella, el aguacero seguía en toda su fuerza, y nadie podría sospechar que ella saliese de su cuarto con aquel temporal; así es que atravesó rápidamente el patio, se internó entre la arboleda, pasó el apantle que rodeaba el soto de la adelfa, y allí, escarbando de prisa, sin preocupar se de la lluvia, que la había empapado completamente, y sólo cuidando de que la linterna no se apagase, extrajo el saco de el tesoro, lo envolvió en su rebozo y se dirigió a la cerca, trepando por las raíces de el amate hasta el lugar en que solía esperar a el .
apenas acababa de llegar, cuando oyó el leve silbido con que su amante se anunciaba, y a la luz de un relámpago pudo distinguir lo, envuelto en su negra capa de hule y arrimando se a el cercado.
pero no venía solo. le acompañaban otros tres jinetes, envueltos como él en sendas capas y armados hasta los dientes.
— ¡maldita noche! — dijo el , dirigiendo se a su amada — temí que no pudieras salir, mi vida, y que todo se malograra hoy.
— ¡cómo no, ! — respondió ella —; ya has visto siempre que cuando doy mi palabra, la cumplo. era imposible dejar esto para otra ocasión, pues mañana llega la tropa y tal vez tendríamos que salir inmediatamente.
— bueno, ¿ya traes todo?
— todo está aquí.
— pues ven; cubre te con esta capa — dijo el alargando una capa de hule a la joven.
— es inútil, estoy ya empapada y bien puedo seguir mojando me.
— no le hace, pon te la, y este sombrero... ¡valga me ! — dijo a el recibir la entre sus brazos — ¡pobrecita! ¡si estás hecha una sopa!
— vamos nos, vamos nos — dijo ella palpitante —, ¿quiénes son esos?
— son mis amigos, que han venido a acompañar me por lo que se ofreciera... vamos, pues; adelante, muchachos, y antes de que crezca el río — dijo el , picando su caballo, en cuya grupa había colocado, a el estilo de la tierra caliente, a la hermosa joven.
y el grupo de jinetes se dirigió apresurado a orillas de el pueblo, atravesó el río, que ya comenzaba a crecer, y se perdió entre las más espesas tinieblas.
si algún campesino supersticioso hubiese visto a la luz de los relámpagos pasar, como deslizando se entre los árboles azotados por la tempestad, aquel grupo compacto de jinetes envueltos en negras capas, a semejante hora y en semejante tiempo, de seguro habría creído que era una patrulla de espíritus infernales o almas en pena de bandidos, purgando sus culpas en noche tan espantosa.
había dormido mal. después de su primer sueño, que fue tranquilo y pesado, los múltiples ruidos de la borrasca acabaron por despertar la. agitada después por diversos pensamientos y preocupaciones a causa de su viaje próximo, comenzó a revolver se en su lecho, presa de el insomnio y de el malestar.
le parecía haber escuchado a través de los lejanos bramidos de el trueno, y de los ruidos de la lluvia y de el viento entre los árboles, algunos rumores extraños; pero atribuyó esto a aprensión suya. de buena gana se habría levantado para ir a el cuarto de a fin de conversar o rezar un momento en su compañía; pero temió interrumpir el sueño de la niña, a quien creía dormida profundamente y acalenturada desde el día anterior.
así es que, después de haber pasado largas horas en aquella situación penosísima, luchando con ideas funestas y atormentadoras, y con el calor sofocante que había en su cuarto y el que le producía la irritación de la vigilia; cuando oyó que el temporal cesaba, que los árboles parecían quedar se quietos, y que los gallos comenzaban a cantar, anunciando la madrugada y el buen tiempo, la pobre señora acabó por quedar se dormida de nuevo, para no despertar sino muy tarde y cuando los primeros rayos de el sol penetraron por las rendijas de el cuarto.
entonces se levantó apresuradamente y corrió a el cuarto de su hija.
no la encontró, vio la cama deshecha, pero supuso que se habría levantado mucho antes que ella y que estaría en el patio o en la cocina. la buscó allí, y no hallando la todavía, creyó que andaría recorriendo la huerta, examinando sus flores y viendo los estragos de el temporal, y aun se dijo que hacía mal en exponer se así a la humedad de la mañana, después de haber estado indispuesta el día anterior; que iba a empapar se con el agua de los árboles y a mojar se horriblemente los pies en el lodo de la huerta, que era un bosque espeso, cruzado de apantles por todas partes y que se llenaba de charcos con la menor lluvia.
efectivamente, los naranjos, los zapotes, los mangos y los bananos dejaban caer una cascada de agua a cada rozamiento de sus ramajes; la luz de el sol se reflejaba como en mil diamantes en las gotas de agua que pendían de las menudas hojas, y la grama de el suelo se hallaba sumergida en una enorme ciénaga.
hacía mal la muchacha en andar en la huerta de ese modo.
y la llamó entonces a gritos para reñir la.
pero habiendo esperado en vano para ver la aparecer, y no escuchando su respuesta, comenzó a alarmar se y corrió a buscar la en los lugares que solía frecuentar. tampoco estaba en ellos. entonces siguió buscando la y gritando le en todas direcciones, y habiendo le venido una idea repentina volvió a la casa para ver si la puerta de la calle estaba abierta; pero encontrando la perfectamente cerrada y atrancada, tornó a la huerta, llena de sobresalto, suponiendo que quizá su hija habría sido mordida por alguna serpiente y se habría desmayado o tal vez muerto en algún rincón de aquel bosque. la pobre anciana, pálida como la muerte, convulsa de terror y de angustia, se internó en lo más espeso de la huerta, sin cuidar se de el lodo ni de la maleza, ni de las espinas, registrando lo todo, llamando por todas partes a su hija con los epítetos más tiernos y más desesperados, con la garganta seca, con los ojos fuera de las órbitas, pudiendo apenas respirar, con el corazón saliendo se le de el pecho, loca de dolor y de susto.
pero nada, no aparecía.
— pero, mío, ¿qué es de mi hija? — exclamó, deteniendo se y apoyando se en un árbol, pues sentía que las piernas le flaqueaban. nadie le contestaba.
la naturaleza seguía indiferente su curso normal. el sol brillaba de lleno iluminando el cielo, limpio ya de nubes, en aquella hermosa mañana de estío, más sereno y más azul después de una noche de borrasca; los pájaros parloteaban alegremente en las arboledas, zumbaban los insectos entre las flores y todo parecía cobrar nueva vida en aquella tierra tropical y vigorosa.
sólo la pobre madre desfallecía, apoyada en los árboles, y sintiendo que el frío de la muerte helaba la sangre en sus venas. pasado un momento de angustiosa parálisis, hizo un esfuerzo desesperado y se arrastró hasta el centro de la huerta. allí tuvo otra idea; cruzando el apantle que rodeaba como un pozo el soto de la adelfa, que era como una rotonda de arbustos en medio de la cual descollaba la vieja y florida planta, se dirigió hacia ésta, y a el llegar a ella se detuvo sorprendida. allí, junto a el tronco, había un pozo que se había llenado de agua, y sobre la grama estaba tirada una tarecua, la pequeña tarecua con que solía cavar la tierra de su jardín.
luego observó que, a pesar de la lluvia, la maleza y los arbustos aún permanecían doblados, como si alguna persona se hubiese abierto paso por ellos.
miró con cuidado el suelo, y en la parte que no estaba cubierta por la grama, distinguió huellas de pisadas. siguió la dirección que ellas marcaban, lo cual era difícil en aquella capa de verdura espesa y áspera que cubría el suelo, y pudo reconocer la hasta el apantle. en los bordes cenagosos de éste y en la parte inundada por su crecimiento de la noche, la huella se marcaba mejor; era la huella de pies pequeños y desnudos que se habían enterrado profundamente en el cieno. ¿quién podía haber andado por ahí esa mañana, si no era ? ¿y quién podía tener esos pies pequeños, sino la joven? pero, ¿por qué había venido descalza, y habiendo tenido resfrío el día anterior?
la infeliz madre se perdía en conjeturas. luego, dando algunos pasos más allá de la faja inundada por el apantle, volvió a reconocer huellas de pisadas: eran las mismas de , que seguramente tomó la dirección de el cercado. en efecto, las huellas seguían hasta la cerca y se detenían junto a las viejas raíces de el zapote gigantesco. la anciana trepó con trabajo por ellas y como impulsada por un presentimiento terrible. sobre la cerca había también señales de haber pasado por ahí alguno. las plantas parecían haber sido holladas; los tallos de algunas estaban rotos. se asomó por aquel lugar y examinó atentamente la callejuela. vio entonces allí, precisamente a el pie de el lugar en que se hallaba, las huellas bien distintas de pezuñas de caballos, que parecían haber se detenido algún rato y que debieron haber sido varios, porque el lodo estaba señalado y removido por numerosas huellas repetidas y agrupadas.
la aguda y fría hoja de un puñal que hubiese atravesado su corazón, no habría producido a la desdichada madre la sensación de intenso dolor y de desfallecimiento que semejante vista le causó.
no comprendía nada, pero algo horroroso significaba aquello. ¡su hija, atravesando la huerta en aquella noche, dirigiendo se a la cerca, aquellos caballos deteniendo se allí, como para esperar la, porque era evidente que ningún hombre había andado con ella, todo esto encerraba un misterio inexplicable, pero pavoroso para la pobre señora! ¿había huido con algún hombre? ¿había sido robada? ¿quién podía ser el raptor?
apenas pudo dirigir se confusamente tales preguntas, en medio de su atonía y de su terror, porque se sentía aterrada, aniquilada, permaneciendo ahí como idiota, con los ojos clavados en el lado de la calle, los cabellos erizados, con el corazón palpitante hasta ahogar la, muda, sin lágrimas, sin fuerzas, viva imagen de la angustia y de el dolor.
pero una última esperanza pareció hacer la volver en sí. pensó que eso era imposible, que era un sueño todo lo que estaba mirando o que nada tenía que ver con su hija aquel conjunto de circunstancias; que debía haber vuelto a su cuarto, y que si se hubiera fugado, debía haber se llevado su ropa, sus alhajas, algo.
, bajando se precipitadamente de la cerca, se dirigió vacilando como una ebria, pero corriendo, hacia la casa y a el cuarto de ; estaba como antes, solitario, la cama deshecha, un baúl abierto. no cabía duda, la joven se había escapado; faltaba su mejor vestido, faltaban sus camisas bordadas, sus alhajas, su calzado nuevo de raso, sus rebozos. se había llevado lo que podía caber en una pequeña maleta.
entonces la infeliz anciana, convencida ya de su desdicha, cayó desplomada en el suelo y rompió a llorar, dando alaridos que hubieran conmovido a las piedras. pasado a el fin este arranque de dolor supremo, salió de la casa como una insensata, sin cuidar se de cerrar la, y se dirigió a la de su ahijada , que vivía por ahí cerca, en casa de unos tíos, porque era huérfana. apenas pudo hablar les unas cuantas palabras para explicar les que había desaparecido y para rogar les que fuesen con ella a su casa a fin de cerciorar se de el hecho.
la acompañaron, en efecto, sorprendidos y asustados también, especialmente la bella y dulce joven, que lo mismo que su madrina no comprendía nada de tal misterio.
el examen de la calle y de la huerta, hecho por los tíos de misma, no hicieron más que confirmar las sospechas de dolía . se había escapado en los brazos de un amante.
los tíos de encontraron a el pie de la cerca, y medio oculta entre la maleza y el lodo, la linterna sorda que había servido a la joven para alumbrar se y que arrojó allí a el huir.
quedaba ahora por averiguar quién o quiénes habían sido los raptores de la joven, y sobre este particular nadie se atrevía a aventurar una sola palabra, porque nadie tenía tampoco en qué fundar la menor conjetura.
la pobre madre, en el paroxismo de su dolor, se había atrevido a mencionar el nombre de el honrado herrero de ; pero en el instante, tanto ella como y sus tíos, hablan exclamado con admiración y sorpresa:
— ¡imposible!
— en efecto, ¡imposible! — decía —; ¿qué necesidad tenía de arrebatar a la muchacha cuando yo se la habría dado con todo mi corazón?... ¡soy una tonta, y sólo mi aflicción puede disculpar esta palabra imprudente! ¡que me la perdone! no me la perdonaría.
— además, madrina, no era querido, y usted lo sabe muy bien; no podía sufrir ni su presencia. habría sido preciso que tanto él como ella fingieran aborrecer se para que esto pudiera ser. pero, ¿para qué semejante disimulo?
— pues es claro — replicó — no, no hay que pensar en ello: pero entonces, ¿quién, mío?
— será preciso avisar a la autoridad — dijo el tío de .
en este momento entró en la casa un muchacho, un trabajadorcito de las cercanías, y dijo que unos hombres que iban a caballo con una señora lo habían encontrado muy de madrugada y lo habían detenido más allá de y a el empezar la cuesta de el monte, y que la señora, que era muchacha, le había dicho que viniera a a traer una carta a su mamá, dando le las señas de la casa.
abrió apresuradamente el papel, que estaba escrito con lápiz y que no contenía más que estas breves palabras:
«perdona me, pero era preciso que hiciera lo que he hecho. me voy con un hombre a quien quiero mucho, aunque no puedo casar me con él por ahora. no me llores porque soy feliz, y que no nos persigan, porque es inútil.
a el oír, estas palabras, todos se quedaron asombrados y mudos, pintando se en sus semblantes la sorpresa y el disgusto que semejante proceder de les causaba, habiendo sido hasta allí una buena hija. lo pobre madre dejó caer el papel de las manos y quedó un momento con la cabeza inclinada, fijos los ojos en tierra, abatida, silenciosa, sombría, como insensata, hasta que un rato después hizo estallar su dolor en terribles sollozos. acudieron a abrazar la y a consolar la su ahijada y los tíos, sin saber qué decir le, sin embargo, para calmar su pena.
— ¿y a quién quejar me ahora? — exclamó — aconsejen me ustedes — dijo —, ¿qué haré?
— veremos a el prefecto — respondió el tío de —. es necesario que la autoridad tome sus providencias.
— pero, ¡qué providencias! — repuso la anciana —, cuando ven ustedes que las autoridades mismas no se atreven a salir de la población ni tienen tropas ni manera de hacer se respetar... ¡si estamos abandonados de ! — añadió desesperada.
— pero, ¿quién podrá ser, pues, el hombre que se la ha llevado? — dijo —, porque yo no atino absolutamente y es preciso tener siquiera una sospecha que sirviera de indicación...
— ¡y estar yo sola, absolutamente sola! — exclamó , torciendo se las manos de dolor —. ¡ah! ¡cómo han abusado de una infeliz vieja, viuda y desamparada!
— no tan sola, madrina, no está usted tan sola — replicó vivamente ¿no cuenta usted con la amistad de ?
— es verdad, hija mía, lo había olvidado en mi desesperación. tengo a ese hombre generoso, que todavía ayer me decía que sin interés ninguno en , de quien estaba seguro que no le quería, podía yo contar enteramente con su apoyo. tienes razón, voy a escribir le a el momento.
— no es preciso — dijo el tío de —; yo voy a ensillar en un instante y corro a , para traer a . es necesario que nos ayude siquiera a indagar esto.
el anciano se levantaba para cumplir su oferta, cuando se oyó el ruido de un caballo en la calle y un hombre se apeó en la puerta de la casa.
era el herrero de . todos se levantaron para correr hacia él; se adelantó y apenas pudo tender le los brazos y decir le sollozando:
— ¡ , ha huido!
el joven se puso densamente pálido y murmuré tristemente, con un gesto de amargo desdén:
— ¡ah!, ¡sí, mis sospechas se confirman!
— ¿qué sospechas? — preguntaron todos.
— el herrero condujo a la señora a el cuarto y todavía de pie, dijo:
— esta mañana muy temprano un guardacampo vino a decir nos, a el administrador y a mí, que en la madrugada, recorriendo los campos que están a el pie de el monte, y cuando ya había cesado el aguacero, encontró en su casita, en la que no había dormido, a un grupo que se preparaba a salir y a montar a caballo, y que seguramente se había guarecido allí de el temporal; que recelando de que fuese gente mala, no se acercó por el camino, sino que se metió entre las cañas para observar lo bien. en efecto, eran plateados; cuatro hombres y una mujer joven, muy hermosa, que llevaba sombrero de alas angostas, muy lleno de plata, a el que estaba atando un pañuelo blanco, antes de montar. por esta detención pudo reconocer los bien. a la niña se figuró haber la visto algunas veces en esta población, y el hombre, que parecía jefe de los otros, era el .
— ¡el ! — exclamaron todos aterrados.
— ¡el mismo, el más temible y malvado de esos bandidos, que, según dicen, es joven y no mal parecido! éste fue quien abrazó a la joven para montar la y quien parece que la llevaba. en el acto emprendieron todos, y a gran prisa, el camino de la montaña, sin reparar en el guardacampo, que no los perdió de vista hasta que ellos encumbraron y se alejaron entre las breñas. entonces vino a dar parte. yo no sé qué terrible presentimiento tuve, y sin darme cuenta de por qué lo hacía, monté a caballo y vine a ver si había ocurrido aquí alguna novedad... así es — añadió con intensa amargura — que ya saben ustedes con quién se fue .
— ¡ah! ¡con razón dice que es inútil perseguir la! — exclamó colérica , mostrando a el papel, que él estuvo examinando con profunda atención.
— efectivamente — repuso el joven —, es perfectamente inútil. ¿quién iría a perseguir a ese bandido a su cuartel general, en que tiene más de quinientos hombres que lo defienden? y sobre todo, ¿para qué? ¿no se ha ido ella con toda su voluntad? cuando una mujer da ese paso, es porque está apasionada de el hombre con quien se va. perseguir la sería matar la también a ella.
— preferiría yo ver la muerta a saber que está en brazos de un ladrón y asesino como ése — dijo resuelta —. no es ahora sólo dolor lo que siento, es vergüenza, es rabia... quisiera ser hombre y fuerte, y les aseguro a ustedes que iría a buscar a esa desdichada aunque me mataran; ¡mejor para mí! ¡un plateado! ¡un plateado! — murmuró convulsa de ira.
— pues bien, señora, yo estoy dispuesto a hacer lo que usted quiera, por más que me parezca inútil la persecución, no tanto por la gente que acompaña a el , sino por la voluntad terminante con que le ha seguido. verdaderamente, no ha habido rapto.
— pero, ¿yo puedo consentir en que mi hija, por más loca de amor que esté, siga a un bandido? ¿y mis derechos de madre?
— sus derechos de usted como madre no pueden ser representados sino por la autoridad en este caso, careciendo usted de un pariente próximo — dijo el tío de —. nosotros ayudaremos a la autoridad, pero es necesario que ella sea quien ordene. ¿y cree usted que se atreverá con esos bandoleros, cuando apenas puede hacer se obedecer en la población?
— pero si quisiera...; hoy llega la caballería de el gobierno.
— veremos a el prefecto — replicó el anciano —, para decir le que hable a el jefe de esa fuerza; pero no olvide usted que esta fuerza no ha podido antier continuar la persecución de el , que fue quien cometió los asesinatos de , y eso que el gobierno de había recomendado con todo empeño la persecución.
— es inútil — exclamaron todos —, es imposible; ni el prefecto ni esos soldados han de querer.
en este momento se oyeron trompetas resonando en la plaza. la caballería de el gobierno entraba con toda solemnidad en la población.
, enloquecida de ira y de dolor, salió apresuradamente de la casa con la intención de hablar a el prefecto.
el pobre prefecto se hallaba en la casa de el , vestido con su traje dominguero para recibir a la tropa con los honores debidos, en el momento en que llegó , acompañada de el tío de y de , que la había seguido por deferencia, se entretenía en ver a aquella fuerza mal vestida y peor montada, que se forma en la placita para pasar lista. la mandaba un comandante de mala catadura, vestido de un manera singular, con uniforme militar desgarrado, y cubierto con un sombrero charro viejo y sucio.
luego que acabó de pesar su lista, el comandante vino a saludar a el prefecto y a manifestar le, lo que era de cajón entonces, que necesitaba raciones para sus soldados y forraje para su caballada, pues debía continuar su marcha esa tarde.
el prefecto dio las órdenes convenientes para facilitar esos elementos, imponiendo a los vecinos acomodados semejante carga, que ellos estaban ya acostumbrados a soportar hacía tiempo.
después la tropa se acuarteló y el comandante y algunos oficiales fueron invitados por el prefecto a tomar algunas copas y a comer en la .
tales eran los deberes que se imponía entonces la autoridad política de los pueblos para con esos militares, que ni defendían a la gente pacífica ni se atrevían a encarar se con los bandidos de que estaba llena la comarca.
— ¿qué tal, comandante — preguntó el prefecto —, ayer y antier han tenido ustedes una buena tarea con los plateados?
— fuerte, señor prefecto — respondió el comandante atusando se los bigotes —, muy fuerte; no hemos descansado ni de día ni de noche.
— ¿y lograron ustedes algo?
— ¡oh!, les dimos una correteada a los plateados, terrible. estoy seguro de que en muchos días no volverán a aparecer se en la cañada de . han quedado escarmentados.
— ¿cogieron ustedes algunos, eh?
— sí: y los hemos dejado colgados, por ahí, de los árboles, en donde se estarán campaneando... a esta hora.
— pero, ¿cayeron todos?
— todos, no, usted sabe que eso es difícil. esos cobardes no atacan más que a la gente indefensa, pero luego que ven tropa organizada, como la mía, corren, se dispersan.
— pero el ..., porque dicen que fue el el que mandaba la gavilla.
— sí, él fue, pero es el más correlón de todos. ni si quiera nos esperó, de modo que cuando nosotros llegamos a , ni su luz de el . en vano quisimos dar le alcance. luego que hizo su robo, apenas se detuvo a recoger a sus heridos y se largó precipitadamente, y no fue posible dar ni con su rastro. en ningún pueblo ni rancho de los que atravesamos en su persecución pudieron dar nos razón de él, sea que no hubiera pasado por allí o sea que tenga en todas partes cómplices, lo cual es más probable. el caso es que no pudimos continuar con mi caballería en aquellos montes tan escabrosos.
— pero, entonces, señor comandante — preguntó el prefecto con malignidad —, ¿a quién cogieron ustedes por fin, porque acaba usted de decir me que dejaron algunos colgados en los árboles?
— ¡oh, amigo prefecto — contestó el militar sin desconcertar se —, tomamos algunos sospechosos de quienes estoy seguro que eran sus cómplices; yo los conozco bien a estos pícaros, no pueden disimular su delito; corren de nosotros cuando nos divisan, se ponen descoloridos cuando les hablamos, y a la menor amenaza se hincan, pidiendo misericordia! ya usted ve que estas son pruebas, porque si no, ¿por qué habían de hacer todo eso? su delito los acusa, son los cómplices, los que avisan a los bandidos, los que ocultan su marcha y los que participan de el botín. a varios de esos, y según mi parecer, los más importantes, es a quienes he dejado dando vueltas en el aire... ¡servirá de ejemplar! ¿no le parece a usted?
de manera que el valiente militar había fusilado a algunos infelices campesinos y aldeanos, por simples sospechas, a fin de no presentar se ante su jefe, en , con las manos limpias de sangre. el prefecto lo comprendió así, y por tal motivo respondió insistiendo:
— sí, señor comandante, eso estuvo bueno siempre; pero, por fin, ¿y el ?
— el , señor prefecto, debe hallar se ahora muy lejos de aquí; tal vez en el distrito de o cerca de , para repartir se el robo con toda seguridad. ¡bonito él para haber se quedado en este rumbo!
— pero dicen — objetó el prefecto — que tiene su madriguera en , a pocas leguas de aquí, y que cuenta con más de quinientos hombres. a el menos es lo que se dice por aquí, y lo que sabemos, porque frecuentemente se desprenden de allí partidas para asaltar las haciendas y los pueblos. en esa madriguera es donde guardan sus robos, en donde tienen a los plagiados, sus caballos, sus municiones, en fin; parece, según noticias que recibimos diariamente, que allí viven como en una fortaleza, que tienen hasta piezas de artillería, hasta músicas y charangas que llevan algunas veces a sus expediciones, y que les sirven también para divertir se en sus bailes.
— ya sé, ya sé — replicó el comandante con cierto enfado —; pero usted conoce lo que son las exageraciones de el vulgo. todo eso son cuentos; habrán buscado allí refugio alguna vez, habrán permanecido allí dos o tres días, habrán hecho tocar dos o tres clarines, y el miedo de los pueblos ha inventado lo demás, porque no me negará usted, señor prefecto, que ustedes viven muertos de miedo y que ni parecen hombres los que habitan estas comarcas.
— pero, con razón, señor comandante — dijo el prefecto, picado en lo vivo —, con muchísima justicia; si todo eso que usted dice que son cuentos, nos parecen a nosotros realidades; si vemos atravesar por nuestros caminos partidas de cien y de doscientos hombres, bien armados y montados; si se llevan a el cerro todos los días a los vecinos de los pueblos y a los dependientes de las haciendas; si se meten donde quiera como en su casa, ¿cómo no hemos de creer?
— pues bien, y ustedes, ¿por qué no se defienden?, ¿por qué no se arman?
— porque no tenemos con qué; todos estamos desarmados.
— pero, ¿por qué?
— le diré a usted: teníamos armas para la defensa de las poblaciones, es decir, armas que pertenecían a las autoridades y armas que habían comprado los vecinos para su defensa personal. hasta los más pobres tenían sus escopetas, sus pistolas, sus machetes. pero pasó primero con los reaccionarios y quitó todas las armas y los caballos que pudo encontrar en la población. algunas armas se escaparon, sin embargo, y algunos caballos también, pero pasó después el general con las tropas liberales y mandó recoger todas esas armas y todos esos caballos que habían quedado, de manera que nos dejó con los brazos cruzados. luego, los bandidos apenas saben que alguno tiene un caballo regular, cuando en el acto se meten a coger lo. ¿quién quiere usted que compre ya ni armas, ni caballos?... además, aun cuando nos queden machetes y cuchillos, ¿cree usted que nos vamos a poner con quienes traen buenos mosquetes y rifles?
— pues, hombre — replicó el militar reflexionando —, eso sí está malísimo, porque así cualquiera puede burlar se de ustedes. ¿y qué hacen entonces?
— lo único que hacemos es huir o esconder nos. tenemos un vigilante en la torre, durante el día. cuando toca la campana, dando la alarma, las familias se esconden en el curato o donde pueden, en lo más oculto de las huertas; los hombres corren y las autoridades... nos sumimos — añadió el pobre prefecto, encogiendo se de hombros en ademán de vergüenza y de resignación.
— ¡caramba, hombre!, ¡eso es atroz! — exclamó el comandante sirviendo se una gran copa de coñac —. yo no sería autoridad aquí por nada de esta vida.
— pues yo he renunciado la prefectura cincuenta veces; pero no me admiten la renuncia, y como es lo mismo...
— ¿cómo es lo mismo?
— pues es claro; es lo mismo que haya prefecto como que no lo haya; dirán que tanto da que yo esté como que esté otro, y mientras, aquí me tiene usted limitando me a dar forraje y raciones a las tropas que pasan, sin poder hacer más, sin disponer de un solo guarda, de un solo soldado, de nadie... escondiendo me por la noche, porque de noche quedamos expuestos a todo, sin poder ejercer la vigilancia que tenemos de día, trabajando en nuestros quehaceres, siempre con sobresalto. de manera que no son cuentos los que le referimos a usted; no son invenciones de el miedo. son verdades, y se las referirán a ustedes todo el mundo.
en el instante en que el prefecto acababa de hablar, , cansada de esperar que concluyese la conversación, se hizo anunciar por conducto de el secretario de la oficina, diciendo que tenía un negocio muy urgente que comunicar, tanto a el prefecto como a el comandante.
— que entre — dijo el prefecto.
se presentó llorando y desesperada.
— ¿qué le pasa a usted, ? — preguntó el prefecto con interés.
— ¡qué me ha de pasar, señor prefecto, una gran desgracia!; que mi hija ha sido robada anoche.
— ¡su hija de usted! ¡ ! ¡la muchacha más linda de ! — dijo el prefecto, dirigiendo se a el comandante, que se volvió todo orejas.
— sí, señor, , ¡me la han robado!
— ¿y quién, vamos, diga usted?
— ¡el ! — exclamó furiosa —, ¡ese gran ladrón y asesino!
— ¿ya ve usted, señor comandante? — dijo el prefecto, sonriendo con malicia —. no anda tan lejos como usted creía; todavía está por aquí robando me muchachas, después de haber robado y asesinado en la .
— pero, ¿cómo ha sido eso?..., diga usted pronto, señora — dijo el militar levantando se.
refirió los hechos que ya conocemos. fue llamado a declarar lo que sabía, y no hubo ya duda de que, en efecto, el había sido el raptor.
— y bien, ¿qué quiere usted ahora que se haga?
— señor — respondió la anciana en actitud suplicante —, que usted haga perseguir a ese bandolero, que le quiten a mi hija, y yo daré lo poco que tengo si lo logran. que la traigan viva o muerta, pero ha de ser pronto, señor; pueden encontrar la muy cerca de aquí, en , que es donde el tiene su madriguera. ya sé, señor prefecto, que usted no tiene tropa, ni gente de quien disponer para eso; pero ahora que está aquí este señor militar con su tropa, puede prestar este servicio a la justicia y a la humanidad.
— ¿qué dice usted, comandante? — preguntó con sorna el prefecto.
— ¡imposible, señor prefecto, imposible! — repitió con resolución —; yo tengo orden de continuar mi marcha para , como que se trata de escoltar a un señor muy amigo de el señor presidente, , que tiene que ir a . ya usted comprenderá que cuando no he podido continuar la persecución de ese malvado ayer, y por causa de un robo y de asesinatos, menos he de poder entretener me en ir a buscar una muchacha por esos andurriales... ¡bah!... ¡bah...!, deje nos usted en paz, señora, ya se contentará la niña con el bandido ese, ¡no tiene remedio! ¡la tropa de el gobierno no puede perder el tiempo en andar rescatando muchachas bonitas! además, yo no conozco bien estos terrenos.
— pero yo sí los conozco — dijo —, y si el señor prefecto lo dispusiera, algunos amigos míos y yo acompañaríamos a la tropa de el gobierno para guiar la y ayudar la en sus pesquisas.
— pues si este muchacho tiene algunos amigos que lo acompañen, supongo que armados, ¿por qué no va él a hacer la persecución? — preguntó el comandante.
— porque sería lo mismo que sacrificar nos inútilmente — respondió —. mis amigos y yo seremos a todo rigor diez, y los bandidos a quienes podemos encontrar en pasan de quinientos o por lo menos son trescientos; ¿qué podríamos hacer diez contra trescientos? moriríamos estérilmente. no así yendo la tropa de el gobierno, porque tiene más de cien hombres, además los que iríamos de aquí, que estamos bien armados y que, apoyados por la tropa, serviríamos de algo. conocemos caminos por los que lograríamos sorprender a los plateados.
— pero, ¿toda esa pelotera y ese empeño por una muchacha? — dijo el comandante, que no se dejaba convencer.
— no, señor — repuso indignado —; no sería solamente por la muchacha, porque se lograrían otros fines que son de mayor importancia. se lograría acabar con esa guarida de malhechores que tiene azorado a el distrito; se lograría tal vez matar o coger a los asesinos a quienes persiguió el señor comandante ayer y antier inútilmente; se les quitaría el robo, se les quitarían los demás robos que tienen guardados allí, se libertaría a los hombres que tienen plagiados hace tiempo, y el señor comandante cumpliría con su deber, restableciendo la seguridad en todo este rumbo. yo creo que hasta el se lo agradecería.
— a mí nadie me enseña mis deberes como soldado — respondió el comandante con los ojos centelleantes de cólera, y comprendiendo que no podía contestar de otro modo a las razones de el joven — yo sé lo que debo hacer, y para eso tengo superiores que me ordenan lo que crean conveniente. ¿quién es usted, amigo, para venir aquí a imponer me leyes y a hablar me con ese tono?
— señor — dijo , encarando se con dignidad a el comandante —, yo soy un vecino honrado de el distrito; soy el encargado de la herrería de la hacienda de , y el señor prefecto sabe que he prestado no pocos servicios cuando la autoridad los ha necesitado de mí. además, soy un ciudadano que sabe perfectamente que usted es un jefe de seguridad pública, que la tropa que usted trae está pagada para proteger a los pueblos, porque no es tropa de línea consagrada exclusivamente a el servicio militar de la , sino que es fuerza de el , despachada para perseguir ladrones, y ahora precisamente le estamos proporcionando a usted la oportunidad de cumplir con su comisión.
— ¡usted qué sabe de eso, don cualquiera, ni qué tiene usted que gritar me aquí ni que leer me la cartilla, ni quién le ha dado a usted facultades para hablar me en ese tono! ¿quién es ese hombre, señor prefecto? — preguntó el comandante en el paroxismo de el furor, con los bigotes erizados y poniendo mano en el puño de su pistola , que llevaba ceñida a la cintura.
— este muchacho — respondió el prefecto palideciendo, porque temió algún desmán de el soldadote, que como todos los de su ralea era un gran insolente con los hombres honrados y pacíficos —, este señor es, en efecto, un vecino muy honrado y muy apreciable, que ha prestado muy buenos servicios a los pueblos y que es muy estimado de todos.
— pues no le valdrá todo eso de nada para evitar que yo lo fusile — dijo el comandante —; yo le enseñaré a faltar a el respeto a los militares.
se cruzó de manos impasible y contestó sin arrogancia, pero con su acento frío y altivo:
— haga usted lo que quiera, señor militar; usted tiene allí su fuerza armada. yo estoy solo, sin armas y delante de la autoridad de mi población. puede usted fusilar me, no lo temo y ya lo estaba yo esperando. era muy natural: no ha podido usted o no ha querido perseguir o fusilar a los bandidos a quienes era necesario combatir arriesgando algo, y le es a usted más fácil asesinar a un hombre honrado que le recuerda a usted sus deberes. es claro..., esto no será glorioso para usted, pero sí lo único que puede y sabe hacer.
— ¿de manera que usted cree que yo me valgo de la fuerza para castigar las insolencias de usted?
— así lo creo — respondió , siempre cruzado de brazos y con acento frío y seguro.
— pues se equivoca usted, amigo — gritó el comandante —. yo no necesito de la fuerza armada para castigar a los que me insultan. yo sé corregir los hombre a hombre.
— ¡sería de ver! — respondió , con una ligera sonrisa de desprecio. y precisamente — añadió —, por aquí cerca de hay algunos lugares bastante solitarios en que podía dar pruebas de valor. deje aquí a su tropa, montaremos a caballo los dos y nos iremos juntos a escoger el sitio a propósito.
— ¿sí, me desafía usted? — preguntó el militar, lívido de rabia.
— yo acepto, señor comandante. usted ha dicho que es muy capaz de castigar a los que le insultan hombre a hombre y sin valer se de la fuerza. yo acepto y estoy dispuesto, con iguales armas y donde a nadie favorezca más que su propio valor.
— bueno — dijo el comandante —, ahora verá usted si soy capaz.
y saliendo precipitadamente de la pieza, gritó a varios soldados que estaban por ahí:
— ¡hola, sargento, prenda me usted a ese pícaro y tenga lo en el cuartel con centinela de vista! si se mueve, maten lo.
— ¡bonita manera de arreglar las cosas hombre a hombre! — murmuró , mirando a el comandante con un gesto de profundísimo desdén.
— ¡ahora verá usted si me echa bravatas, insolente!
— pero, señor comandante — dijo el pobre prefecto, interponiendo se en actitud suplicante —, dispense usted a este muchacho; es un exaltado, pero es hombre de bien, incapaz de cometer el más mínimo delito.
— ¡calle se usted, señor prefecto de el demonio — replicó el militar, furioso como un energúmeno —, calle se usted o también me lo llevo! para eso nada más sirven ustedes las autoridades de aquí, para dar alas a los zaragates. ¡ya verá usted si hago otro ejemplar! lleven se lo, lleven se lo — dijo a los soldados que se apoderaron de , el cual no hizo ninguna resistencia, contentando se con decir a el prefecto:
— no ruegue usted, señor prefecto; deje usted que hagan lo que quieran, pero no humille usted su autoridad.
sin embargo, el prefecto comprendía que aquel militar fanfarrón y cobarde era capaz de cumplir sus amenazas.
por aquel tiempo y en aquellas comarcas, tales hechos no eran, por desgracia, sino muy frecuentes. los bandidos reinaban en paz, pero, en cambio, las tropas de el gobierno, en caso de matar, mataban a los hombres de bien, lo cual les era muy fácil y no corrían peligro por ello, estando el país de tal manera revuelto y las nociones de orden y moralidad de tal modo trastornadas, que nadie sabía ya a quién apelar en semejante situación.
las autoridades locales eran autoridades de burlas en las poblaciones, y cualquier militarcillo, por inferior que fuese, se atrevía a ultrajar las y a humillar las.
el infeliz magistrado de no pudo hacer otra cosa que reunir a el , que se reunió, en efecto, con gran temor, no sabiendo qué deliberar. además, el prefecto envió inmediatamente aviso a el administrador de la hacienda de , quien en el acto montó a caballo y se dirigió a galope a , acompañado de los dependientes principales de la hacienda, con el objeto de procurar la libertad de el honrado herrero.
en cuanto a , desde el principio de el altercado de con el comandante, viendo el giro que tomaba aquel asunto y comprendiendo, en fin que no tenía que esperar nada de las autoridades y que, por el contrario, se iba a cometer una gran injusticia y tal vez un crimen con su generoso defensor, había caído en un extremo tal de abatimiento que por un instante se la creyó enferma. pero nadie le hizo caso, estando todos atentos a el desenlace de aquella discusión.
cuando los soldados se llevaron a preso, la pobre señora ni aun fuerzas tuvo para levantar se y seguir lo, contentando se con gemir arrinconada y atónita en un banco de la .
por fin, cuando el prefecto salió, ella también, acompañada de el tío de y de varios vecinos, se dirigió a la casa, en donde la esperaban aquella joven, sus tíos y algunos vecinos y vecinas que se interesaban en su desgracia.
les refirió en pocas palabras lo que acababa de suceder, y agotadas sus fuerzas por tantos sufrimientos, débil, extenuada, pues no había tomado alimento alguno desde la mañana y se había empapado de agua en la huerta, a el hacer sus primeras pesquisas, se arrojó en la cama temblando de fiebre. su ahijada y aquellas gentes piadosas le prodigaron los primeros cuidados. pero la buena y bella joven, tan luego como aplicó las medicinas necesarias a su madrina, comenzó a ocupar se en otra cosa que la había conmovido hasta el fondo de el alma.
la noticia de la prisión de había sido para ella un rayo. se sintió trastornada, pero disimuló cuanto pudo su ansiedad y su congoja en presencia de sus tíos y de aquellas gentes extrañas, tomó su rebozo, y pretextando que iba a traer algunas medicinas, se lanzó a la calle.
¿adónde iba? ni ella misma lo sabía; pero sentía la necesidad de ver a , de hablar le, de ver a algunas personas, de procurar, en fin, salvar a aquel joven generoso que hacía mucho tiempo era el ídolo de su corazón, ídolo tanto más amado cuanto que había tenido que rendir le culto en silencio y en presencia de una rival muy querida de él y muy querida también de ella.
en otras circunstancias, ella, dulce, resignada por carácter, tímida y ruborosa, habría muerto antes que revelar el secreto que hacía a el mismo tiempo su delicia y el tormento de su corazón. pero en aquellos momentos, cuando la vida de el joven estaba peligrando y lo suponía desamparado de todos y entre las garras de aquellos militares arbitrar los y feroces, la buena y virtuosa joven no tuvo en cuenta su edad ni su sexo; no reparó en que su educación retraída había producido el aislamiento en torno suyo; no temió para nada el qué dirán de las gentes de su pueblo; no pensó más que en la salvación de , y por conseguir la salió de la casa de su madrina y se dirigió apresuradamente a el cuartel en que le habían dicho que acababan de poner incomunicado a el herrero.
éste no se hallaba encerrado en prisión alguna, porque aquel cuartel provisional estaba en una casa de la población que no tenía las condiciones requeridas. así es que había sido puesto en un portal que daba a la calle, y allí lo guardaban dos centinelas de vista y la guardia, que se hallaba alojada allí mismo. de modo que la joven pudo ver le desde luego, mezclando se a el grupo de gente que se había acercado a la casa por curiosidad.
pilar se salió de el grupo, y adelantando se hacia el prisionero, que reparó en ella en el instante, y que se levantó en ademán de recibir la, no pudo pronunciar más que esta palabra, entre ahogados sollozos:
— ¡ !
y cayó de rodillas en el suelo, muda de dolor y anegada en llanto.
iba a hablar la, pero el sargento de la guardia se interpuso, y algo compadecido de la joven, le dijo:
— separe se, señorita, porque el reo está incomunicado y no puede hablar le.
— ¡pero si es mi..., pero si es pariente mío! — dijo en ademán de súplica.
— no le hace — respondió el sargento —, no puede usted hablar le; lo siento mucho, pero es la orden.
— ¡una palabra nada más!, ¡por compasión, deje me usted hablar le una sola palabra!
— no se puede, niña — dijo el sargento —; retire se usted; si viene el comandante puede que la maltrate, y es mejor que se vaya...
— ¡qué me mate — dijo ella —, pero que se salve él! estas palabras, que llegaron a los oídos de , muy claras y perceptibles, le revelaron toda la verdad de lo que pasaba en el alma de la hermosa joven y fueron para él como una luz esplendorosa que iluminó las nubes sombrías en que naufragaba su espíritu. ¡pilar le amaba, y ella sí que sabía amar! de manera que él había estado embriagando se por mucho tiempo en el aroma letal de la flor venenosa, y había dejado indiferente a su lado a la flor modesta y que podía dar le la vida.
¡qué dicha la suya en saber lo!, pero ¡qué horrible desventura la de saber lo en aquel momento, tal vez el último de su existencia, porque no dudaba de que el comandante ejercería su venganza en el camino aquella misma tarde! había sido la humillación de el militar tan cruel y vergonzosa, que no podría perdonar la, con tanta más seguridad, cuanto que, en aquel tiempo, ningún temor podría contener le, siendo esta clase de arbitrariedades y crímenes el pan de cada día.
pasó por la cabeza de como un vértigo todo aquello; era superior a sus fuerzas, con ser ellas tantas, y con tener un carácter de bronce, como el suyo, fundido a el fuego de todos los sufrimientos. no quiso ver más; se cubrió el rostro con las manos, como para no dejar ver dos lágrimas que brotaron de sus ojos. pero pasado ese instante de crisis tremenda, se levantó de nuevo para ver a . ésta, empujada suavemente por el sargento, se alejaba de el cuerpo de guardia, pero volvía frecuentemente la cabeza buscando a . en una de esas veces, le dio las gracias poniendo la mano sobre su corazón y le hizo seña de que se alejara. ¡hubiera querido expresar la con el ademán cuánto gozaba sabiendo que era amado por ella, y asegurar la que, en aquel momento, un amor profundo y tierno acababa de germinar en su corazón sobre las cenizas de su amor malsano de las pasados días!
pero aquella gente curiosa, aquellos soldados le habían impedido tal expansión, y más que todo su sorpresa, su aturdimiento, casi podría decir se su felicidad. así, pues, volvió a caer desplomado en el banco de piedra en que le habían permitido sentar se y se abandonó a profundas y amargas reflexiones.
pilar, entretanto, no descansó un instante. fue a ver a el prefecto, a quien encontró precisamente con los regidores y alcaldes, y con los dependientes de la hacienda, que deliberan acerca de lo que debía hacer se para evitar que fuese llevado preso. la joven se presentó a ellos llorando, les suplicó que a toda costa no abandonasen a , y que si era posible le acompañaran en la marcha, porque tal vez eso evitaría que se cometiera un crimen en el camino, y no se retiró sino cuando todos le aseguraron que, si no conseguían libertar lo inmediatamente, acompañarían a la tropa.
después se volvió a su casa y preparó algún alimento que llevó a el prisionero ella misma, teniendo cuidado de confiar lo a el sargento que antes le había hablado, y a quien deslizó una moneda en la mano, rogando le que dijese a el preso que no tuviese cuidado, que velarían por él.
comprendió que la joven había hecho mil gestiones en su favor, pero ¿cuáles fueron esas gestiones, y de qué modo y quiénes velarían por él? eso no lo sabía, ni necesitaba saber lo. desde aquel momento, algo como la confianza de un ser divino se hizo lugar en su ánimo. había un ángel que le protegía y por más que el herrero supiese que era una niña obscura, débil, tímida, sin relaciones poderosas, algo le decía íntimamente que esa niña, inspirada por el amor, se había convertido en una mujer fuerte, atrevida y fecunda en recursos.
así pues, reanimado con aquella seguridad interior, ya no temió por su existencia y se abandonó a su muerte confiado y tranquilo.
apenas acababa de hacer estas reflexiones consoladoras y de tomar algún alimento, cuando se tocó en el cuartel la botasilla y la tropa se preparó a marchar.
un rato después trajeron a un caballo flaco y mal ensillado, y lo obligaron a montar en él y a colocar se entre filas. luego se formó la caballería, y el comandante, casi ebrio, y poniendo se a la cabeza de la tropa, salió de la población, mirando con ceño a los numerosos grupos de gente que se agolpaban en las calles para manifestar su interés en favor de el joven herrero, que marchaba tranquilo en medio de los dragones.
buscaba con anhelo entre aquellos grupos a la bella niña, y no encontrando la, su frente se nubló. pero a el llegar la tropa a la orilla de el pueblo, y entrando en el camino que conduce a por las haciendas, se encontró un gran grupo de gente a caballo, compuesto de el prefecto, de los regidores, de el administrador de , de sus dependientes y de otros particulares muy bien armados. junto a ellos y en la puerta de una cabaña, a el extremo de una gran huerta, se hallaba y sus tíos. la hermosa joven tenía los ojos encarnados, pero se mostraba tranquila y procuró sonreír a el descubrir a y a el decir le adiós, como diciendo le: hasta luego.
, a el ver la, ya no pensó más en su situación, sintió solamente el vértigo de el amor, el golpe de la sangre que afluía a su corazón, y que ofuscaba sus ojos con un dulce desvanecimiento. se puso encendido, saludó a con apasionado cariño, y volvió varias veces la vista para fijar en ella una mirada de adoración y de gratitud. la amaba ya profundamente; aquel amor acababa de germinar en su alma y habla echado ya hondas raíces en ella. en tres horas había vivido la vida de tres años, y había poblado aquella fantasía ardiente con todos los sueños de una dicha retrospectiva y malograda.
por su parte, no ocultaba ya sus sentimientos desde el instante que ellos estallaron con motivo de el terrible riesgo que estaba corriendo . salvar lo era ahora todo su objeto, y poco le importaba lo demás.
el famoso comandante, que según ha podido comprender se era demasiado receloso, se alarmó a el ver aquella cabalgata que parecía esperar lo en actitud amenazadora, y picando su caballo se dirigió a el prefecto.
— ¡hola, señor prefecto!, ¿qué hace tanta gente aquí?
— esperando lo a usted — respondió el funcionario.
— ¿a mí?; ¿y para qué?
— para acompañar lo, señor, hasta .
— ¿acompañar me?; ¿y con qué objeto?
— con el de responder de la conducta de ese muchacho a quien lleva usted preso, ante la autoridad a quien va usted a presentar lo.
— ¿y qué autoridad es ésa, señor prefecto?
— usted debe saber lo — respondió secamente el prefecto, que parecía más resuelto, apoyado como estaba por numerosos vecinos bien armados —. yo sólo sé que soy aquí la primera autoridad política de el distrito, y que no tengo superior en él en lo relativo a mis facultades. el señor juez de primera instancia es también la primera autoridad de el distrito en el ramo judicial; él está aquí, porque lo es actualmente el señor alcalde. así es que supuesto que usted se lleva preso a un ciudadano que de uno o de otro modo debería estar sometido a nuestra jurisdicción, claro es que va usted a presentar lo a alguna autoridad que sea superior a la nuestra, y nosotros vamos a presentar nos también a esa autoridad para informar le de todo y para lo que haya lugar.
— pero, ¿sabe usted que yo tengo facultades para hacer lo que hago? — dijo el militar, queriendo salir de el aprieto en que lo habían puesto las razones de el prefecto.
— no, no lo sé — contestó éste —, usted no ha tenido la bondad de enseñar me la orden que así lo diga, ni a mí se me ha comunicado nada por el gobierno de el , que es mi superior. si usted trae la orden... puede enseñar me la.
— yo no tengo que enseñar le a usted órdenes ningunas — respondió el militar con altanería —. yo no recibo órdenes más que de mis jefes, ni tengo que dar cuenta de mi conducta más que a ellos.
— por eso vamos a ver a esos jefes de usted — replicó el prefecto con decisión.
— pues entonces es inútil que ustedes me acompañen, porque mis jefes no están en , sino en .
— pues iremos a — insistió el prefecto, secundado por el administrador de , que también repitió: — ¡sí, señor, iremos a !
— y ¿si yo no lo permito?
— usted no puede impedir que sigamos a la tropa de usted. yo soy el prefecto de , conmigo vienen el y varios vecinos honrados y pacíficos; ¿con qué derecho nos podría usted evitar que fuésemos adonde usted va?
— pero ¿saben ustedes que ya me está fastidiando esta farsa y que puedo hacer que se concluya?
— haga usted lo que guste; nosotros haremos entonces lo que debemos.
el comandante estaba furioso. mandó hacer alto a su caballería y conferenció un momento con sus capitanes. tal vez hubiera querido cometer una arbitrariedad, pero no era fácil que ella quedara impune. el prefecto estaba allí acompañado de el , de los dependientes de la hacienda de y de numerosos vecinos bien montados y armados. en un momento podían reunir se otros vecinos, aunque sin armas, y tomar aquello un aspecto formidable.
el comandante decidió, pues, soportar aquella afrenta, pero no soltar a . volvió hacia el grupo en que se hallaba el prefecto, y le dijo:
— ¿de manera que ustedes han salido para quitar me a el reo, a el hombre?
— no señor — replicó el prefecto —; ya hemos dicho a usted que nuestro objeto es seguir hasta o hasta , y no podrá usted acusar nos de agresión alguna.
— ¡era bueno que ustedes mostraran esta resistencia contra los bandidos, como la muestran contra las tropas de el gobierno!
— sí, la mostraríamos — replicó indignado el prefecto —, si las tropas de el gobierno en lugar de perseguir a esos bandidos, pues para eso se les paga, no se emplearan en perseguir a los hombres de bien. se le ha ofrecido a usted el auxilio de hombres de aquí para perseguir a los plateados y usted no ha querido, y precisamente ése es el delito por el que lleva usted preso a ese honrado sujeto.
— bueno, bueno — dijo el comandante —, pues ya veremos quién tiene razón; sigan me ustedes adonde quieran, que lo mismo me da...
y mandó continuar la marcha.
el prefecto siguió a el lado de la columna de caballería, pero pudo ya estar seguro de que nada le sucedería.
así caminaron toda la tarde, y ya bien entrada la noche llegaron a , en donde el prefecto de fue a hablar a su colega de el distrito de de lograr la libertad de el herrero.
el comandante puso un extraordinario a , acusando a el joven como hombre peligroso para la tranquilidad pública, presentando lo acaecido en como una rebelión y dando se aires de salvador y enérgico, pero el prefecto de y el , así como las autoridades de , se dirigieron a el gobernador de el y a el gobierno federal, y el administrador de , a el dueño de la hacienda y a sus amigos en , relatando lo ocurrido. se cruzaron numerosos oficios, informes, recomendaciones, y se gastó tinta y dinero para aclarar aquel asunto. permaneció preso en el cuartel de aquella tropa, que aún esperaba órdenes para escoltar a el amigo de el presidente. pero a el tercer día llegó una directa de el para poner en libertad a el joven herrero, mandando que el comandante se presentase en a responder de su conducta.
todo este embrollo y esta irregularidad eran cosas frecuentes en aquella época de guerra civil y de confusión.
así, pues, de el rapto cometido por el , sólo habían resultado la grave enfermedad de la pobre madre y la prisión de el herrero de , la conmoción de la autoridad de , muchas comunicaciones, muchos pasos, muchas lágrimas, pero el delito había quedado impune.
es que también había resultado la dicha de dos corazones buenos; éste era el único rayo de sol que iluminaba aquel cuadro de desorden, de vicio y de miseria.
, apenas libre, voló a . ¿qué había pasado allí durante su corta ausencia? ¡temblaba de pensar en ello! incomunicado rigurosamente desde que salió de aquella población hasta que fue puesto en libertad, nada había podido saber acerca de la suerte de , ni de ; pero apenas pudo comunicar se con algunos vecinos de , que habían acudido a hablar le, cuando supo que la infeliz madre de , demasiado débil para resistir tantos golpes, había caído en cama, atacada de un violento acceso de fiebre cerebral. era muy posible que la pobre señora hubiese sucumbido. ¿y ? indudablemente la buena y bella joven habría prodigado toda especie de cuidados a su madrina; era seguro que no se habría separado un solo instante de el lecho de la enferma que, abandonada tan miserablemente por su hija, se encontraba, sin embargo, rodeada de gentes bondadosas y caritativas, pero sobre todo de aquel ángel, que más que su ahijada, parecía ser su verdadera hija, heredera de su virtud, de su sensatez y de su noble carácter.
pero en el seno de aquella familia improvisada por la desgracia, junto a el lecho de aquella anciana moribunda, hacía falta un hombre, un apoyo, una fuerza que infundiera aliento a los demás y proveyese a las necesidades que siempre aumenta el desamparo. y ese hombro, ¿quién podía ser sino él, , el hombre a quien aquella virtuosa señora había escogido para su yerno, y había amado como a un hijo suyo, el que, a su vez huérfano desde su infancia, había concentrado en ella todo su afecto filial? ¡cómo le habría buscado la enferma en su delirio! ¡cómo habría también invocado su nombre en silencio, deseando ver le a su lado, en aquellos momentos de horrorosa angustia! este último pensamiento era, en medio de su ansiedad, como una gota de néctar que caía en su corazón, que rebosaba amargura.
desde su salida de , preso y amenazado de muerte por aquel militar insolente y arbitrario, no había hecho más que pensar en aquellos dos objetos de su cariño: doña y , y su espíritu agitado pasaba sin cesar de el infortunio de la desdichada señora, a el amor de la hermosa joven, amor tanto más grato, cuanto que se había revelado de súbito, y justamente cuando se habían obscurecido para él todos los horizontes de la vida.
así es que aquel enamorado joven, en los días precedentes, apenas había concedido su atención a el estado que guardaba, a la incomunicación en que se le mantenía, a las mil incomodidades de su prisión, a el peligro mismo de una resolución desfavorable a las gestiones que se hacían para libertar le, a todo.
y eran su preocupación única, y no ver a estas dos personas, que para él encerraban el mundo entero, causaba su impaciencia, una impaciencia que llegaba a la desesperación.
en cuanto a ... se había desvanecido completamente en su memoria. el herrero, como todos los hombres de gran carácter, era orgulloso, y si en los últimos días aún había manifestado algún afecto a la desdeñosa joven, si en su corazón aún no parecía haber se extinguido el fuego de otros tiempos, había sido solamente porque animaba constantemente con el soplo de sus esperanzas aquella hoguera, casi convertida en cenizas.
pero había acabado por comprender, desde hacía muchos meses, que era un hombre imposible en el corazón de . más aún; con su perspicacia natural, con esa facilidad de percepción que tienen los enamorados humildes, había adivinado analizando detalle por detalle, a el regresar tristemente de todas las noches, sus estériles y cada vez más heladas entrevistas con la joven, que ésta no sólo sentía despego hacia él, sino repugnancia. ahora bien: a la expresión de este sentimiento, que aun en un semblante hermoso es dura y desagradable, no podía resistir un alma altiva como la de . si él hubiera sido uno de esos muchachos tontos y fatuos que interpretan siempre el gesto y las palabras de las mujeres que aman, en el sentido menos desfavorable para ellos; si hubiese sido uno de esos hombres vengativos y tenaces que hacen de el sufrimiento un medio de triunfar y de vengar se; si por último, hubiese sido uno de esos viejos libertinos para quienes el deseo es una coraza que los hace invulnerables, y para quienes la posesión a toda costa es ya el único objeto de su amor sensual, habría permanecido firme en su intento, sostenido por el apoyo de la madre, gran apoyo junto a una hija, por contraria que ésta se muestre.
pero era un hombre de otra especie. indio, humilde obrero, él tenía, sin embargo, la conciencia de su dignidad y de su fuerza. él sabía bien que valía, como hombre y como pretendiente, lo bastante para ser amado de . su honradez inmaculada le daba un título; su posición, aunque mediana, pero independiente y obtenida merced a su trabajo personal, lo ennoblecía a sus ojos; su amor sincero, puro, que aspiraba a la dignidad conyugal y no a goces pasajeros de el deseo material, le hacían valorizar lo y estimar lo, corno un tesoro que debía guardar se intacto.
en suma, él amaba tiernamente, con sumisión, pero con decoro, con pasión tal vez, pero con dignidad, y comprometer este decoro y esta dignidad en algún acto de humillación le habría parecido degradar su carácter y arrastrar por el suelo aquel sentimiento que llevaba tan alto.
así pues, tan luego como , enamorada como estaba de otro hombre, creyó conveniente quitar se el velo de el disimulo y comenzó a mostrar a un desabrimiento que éste conoció a el instante, que fue aumentando se de día en día, y que acabó por convertir se en marcado gesto de repugnancia. comenzó por sentir se lastimado profundamente en su orgullo de hombre y de amante, y acabó por experimentar la insoportable amargura de la humillación. su amor, ya bastante desarraigado por los desaires anteriores, no pudo resistir a la última prueba, y fue desvaneciendo se a gran prisa en su corazón. el efecto de , un vislumbre de esperanza y cierto hábito contraído de ver a la joven todos los días, aún lo retenía débilmente, como lo hemos visto; pero a el saber que aquella mujer a quien había creído insensible para él, pero honrada, había huido con el odioso bandido, cuyo nombre era espantoso de aquella comarca, una sorpresa dolorosa primero, y un sentimiento de desprecio después, se apoderaron de su alma.