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como desde el primer momento se había propuesto dar con el asesino a toda costa, aquella misma noche mandó tapar con un cajón el pedazo de vereda donde indicó que había estado parado el asesino, poniendo allí un centinela para que no dejara tocar el referido cajón.
era aquel pedazo de vereda que, según su plan, debía dar las mejores señas de el hombre que quería agarrar.
por eso es que había mandado buscar a , el más famoso rastreador de , gaucho capaz de encontrar el rastro que buscaba, aun sobre la piedra más tosca.
, hijo de rastreador, desde criatura había practicado aquel arte asombroso en todos los ejércitos que se habían movido por aquellos parajes.
había servido con el mismo, con y aun con el cura , conociendo todos aquellos parajes, como a su propio individuo.
pero no había nunca querido servir contra , ni prestar se a ninguna rastreada que pudiera perjudicar a el caudillo riojano, por quien tenía profundo cariño.
esto fue causa de que una vez lo prendieran por negar se a seguir el rastro de los montoneros, y que lo condenaran a las estacas, lo que quería decir a muerte, pues ya se sabe que estacas se aplicaban hasta que la víctima hubiera muerto.
, que una vez había recibido un servicio de el padre de el joven rastreador, vino entonces en su ayuda de la manera más eficaz y oportuna.
siendo el cuartel de el 1º, donde se le mandó estaquear, puso en las estacas uno de los tantos cadáveres que entre ellas quedaban, y mandó decir a el coronel que el individuo había muerto.
lo había mandado estaquear sin conocer su nombre, y aun sin haber lo visto.
le habían dicho que se acababa de tomar un gran rastreador que se negaba a seguir los rastros de el , y él lo había mandado estaquear sin más averiguación.
podía pues salvar lo sin el menor compromiso, desde que no lo conocía y su fisonomía se había borrado de la memoria de los mismos que lo prendieron.
dio a su mejor caballo para que huyera y se ocultara, haciendo el aparato que ya hemos referido.
y la operación no tuvo la menor consecuencia; se creyó lo que había dicho , pues nadie tenía por qué dudar lo, y nadie volvió a hablar de aquello.
un muerto en las estacas era cosa harto frecuente para que ninguno se preocupara de un suceso tan familiar.
, por su parte, a el recibir el caballo de manos de , le había guiado una lealtad eterna.
— el día que me necesite — le había dicho —, busque me, sea para lo que sea, que siempre estaré dispuesto a servir lo de todas maneras.
nada hay imposible para mí, y por hacer lo quedar bien, soy capaz de hallar el rastro de el mismo diablo, si el diablo ha pasado por .
por esto es que tenía la mayor seguridad de dar con el asesino; y por esto, desde el primer momento, había mandado tapar la parte de vereda donde estuvo parado, para conservar su rastro y hacer lo examinar por , a quien mandó buscar, según hemos dicho.
y cuando el rastreador vino a buscar lo, le manifestó que lo había hecho llamar porque quería que lo ayudara en un empeño.
— ya sabe — respondió —, que puede contar conmigo para todo: no tiene más que ordenar.
— la otra noche han dado una puñalada a el coronel — dijo , tratando de penetrar todo el pensamiento de el paisano, en el juego de su fisonomía.
— ya lo sé, porque todo lo sabe, y a usted, que es mi amigo, con quien puedo hablar francamente, le diré que me alegro mucho y que lo único que siento es que no lo hayan muerto.
— ¿y sabes quién lo ha herido? mira que yo te necesito para que me ayudes a encontrar el asesino.
— siento mucho, no porque no pueda servir le, sino porque quisiera que ese hombre se salvara, pues muy justos motivos habrá tenido para hacer lo que hizo.
yo no le puedo negar nada, mi jefe: ha hecho bien en contar conmigo, aunque lo voy a servir contra todo mi deseo; pero poniendo todo lo que esté en mi mano para hacer lo quedar bien.
si el asesino está en este mundo, daremos con él, no tenga duda, porque soy yo quien lo busca — dijo el gaucho con acento triste —; pero lo siento con toda mi alma, y desde ya le pido que haga por salvar lo todo cuanto esté en su mano.
para no hubo ya duda de que procedía en entera buena fe.
— no tengas cuidado — le dijo —: ese hombre ha tratado de matar por encargo y lo que yo quiero saber es quién le encargó el crimen.
yo te garanto que a él no se le hará nada y que a este respecto puedes estar tranquilo.
— estoy contento — respondió —, porque ahora a el entregar le el hombre que busca, no tendré remordimiento puesto que a él nada han de hacer le.
— bueno, como tú andas en todas partes, entre toda clase de gente, tú has de saber quién lo ha herido a el coronel, o por lo menos has de sospechar lo.
— juro que no tengo la menor idea de quien haya sido: lo que me parece es que no debe ser de , porque ya se habría dicho.
es más fácil que haya sido algún forastero que ha estado oculto hasta el momento de dar el golpe, pues nadie sospecha siquiera quién pueda haber sido.
pero para nosotros esto no importa nada, mi jefe: venga el rastro que lo demás es cuenta mía.
fue con hasta el pedazo de vereda que conocemos, y destapando lo le mostró la huella impresa sobre la tierra y el ladrillo; huella en que un profano habría podido ver la marca dejada por un pie humano.
— este no es un gaucho — dijo después de un ligero examen —: este hombre está calzado con botas de las que se venden en y : este calzado es demasiado fino para un gaucho.
y con una atención creciente siguió examinando el rastro de aquellos dos pies y en seguida los alrededores.
— aquí ha estado parado antes — dijo llegando a el hueco de la puerta donde vio primero el bulto —: de aquí ha pasado a los ladrillos y de los ladrillos ha disparado hacia el .
tenemos el hombre, mi jefe: yo le juro por mi fe que daremos con él, si es que no ha pasado a , donde lo encontraremos de la misma manera si me lo dejan buscar.
— pues manos a la obra entonces: yo te daré los elementos que necesites y a no parar hasta no traer me lo aquí.
preparó a una escolta mandada por el más práctico de todos sus oficiales y le entregó víveres y dinero suficientes para que no carecieran de nada.
después de haber oído a el rastreador, no abrigó la menor duda de que daría con el asesino.
se puso en campaña sobre tablas, dando principio a la rastreada más hábil y más interesante que haya tenido lugar jamás.
la vereda de la siguiente cuadra era de piedra, y sobre ella marchó el rastreador finísimo, sin levantar la vista de el suelo y diciendo:
— es extraño, yo no puedo equivocar me en el rumbo que ha tomado mi hombre ¡y nada más dicen las piedras de la vereda!
es verdad que han pasado días y que el rastro puede haber se borrado; pero no todas las pisadas han de haber desaparecido, algunas han de haber quedado.
de pronto, y a el concluir la cuadra, se detuvo, sonriendo con inmensa satisfacción.
acababa de ver una pisada que seguía siempre la misma dirección de .
— aquí va — exclamó —: si era imposible que yo me hubiera equivocado en el rumbo: no hubiera tenido perdón.
dos cuadras más adelante, el rastreador halló tres pisadas más, que declaró ser de el perseguido y que seguía siempre la misma dirección.
aquello era extraño, muy extraño para .
¿cómo es que las pisadas sólo aparecían a tan largas distancias y en tan escaso número?
sonrió enseguida como quien da en la explicación de algo difícil, y dijo a el oficial que lo acompañaba:
— el hombre que perseguimos es un rastreador también y un rastreador que no se mama el dedo.
el presume que pueden seguir lo, que puedo ser yo quien lo siga, y trata de despistar me con todo empeño.
la cuestión es que yo tampoco me mamo el dedo y ya sé lo que tengo entre manos; vamos a ver si a se le hace perder un rastro que ha tomado con empeño.
el amor propio de el rastreador empezaba a interesar se con las dificultades que preveía, porque iba a dar la mayor prueba de todo lo que valía en su asombroso arte.
sonrió de una manera más poderosa que las anteriores y retrocedió hasta el principio de aquella última cuadra, donde estaba la primera pisada, e hizo notar a el oficial lo siguiente:
— el fugitivo — le dijo —, cuando hay ventanas, se toma de las rejas y camina entonces sobre el cordón de los pisos: aquí está el rastro.
sólo cuando las rejas se acaban, se baja a la vereda y marcha a grandes saltos hasta encontrar otras.
esto sólo lo hace un rastreador, y un rastreador que sabe que yo estoy en , porque con esta táctica se enredaría y perdería un tiempo precioso el mejor rastreador.
y como el oficial se mostrara asombrado de su penetración, agregó:
— esto no es nada, el hombre es hábil y nos ha de poner en dificultades mayores y más interesantes: ya lo verá.
y siguió andando siempre con la vista fija en la vereda y sin borrar de sus labios la sonrisa impresa en ellos.
a el poco tiempo de marcha, se detuvo y enseñó a el oficial un sitio en el cordón de la vereda: allí los yuyos que se crían entre los ladrillos y piedras estaban aplastados, indicando que un gran peso había reposado allí.
— aquí mi hombre se ha sentado — dijo —; pero esto importa muy poco: lo que es necesario saber es por qué se ha sentado.
caminó solo más de veinte varas y regresó enseguida donde habían quedado los compañeros, a quienes dijo:
— mi hombre no tiene un pelo de zonzo; ha estado aquí sentado pensando la manera de despistar me hasta que cree haber la hallado, y la ha puesto en práctica enseguida.
sentado aquí, se ha sacado la bota de el pie derecho, porque aquí hay un rastro tan liviano y poco marcado que no puede ser sino causado por la presión de una bota vacía.
enseguida el hombre se ha arrastrado, en la misma posición, apoyando en el suelo las manos, que se ven claramente marcadas en el suelo, y recién a las diez varas se ha puesto de pie: aquí está marcado.
y , mientras hablaba, había seguido caminando y mostrando en el suelo la comprobación de lo que iba diciendo.
— ¿por qué se había sacado la bota de el pie derecho? ¿por qué le incomodaba algo en el pie?
esto lo habría pensado cualquiera, pero yo veo aquí la verdadera razón.
el fugitivo se ha sacado la bota para atar se el pie con un gran pañuelo y cambiar el rastro, de manera que nadie supiera a qué clase de animal pertenecía semejante rastro.
y ha seguido saltando, por aquí, en un solo pie, para mejor disimular el rastro y hacer lo buscar en otra dirección.
está mala la cosa — añadió —, pero para otro que no sea yo, porque ya estoy en el golpe y no suelto la pista.
toda aquella demostración la hacía sobre el terreno y mientras seguía andando; y era asombrosa la seguridad absoluta con que hablaba: parecía que iba refiriendo algo que había visto hasta en su menor detalle.
dobló de pronto hacia el oeste y siguió el rastro de el pie atado, unas cuantas cuadras más.
de pronto llegaron a un potrero sembrado de maíz, donde indudablemente había entrado el hombre que venían persiguiendo.
la pesquisa empezaba a ser verdaderamente difícil, y pronto iba a tener que declarar se vencido, o llegaría a el colmo de la habilidad.
miró un momento las plantas de maíz, bastante altas ya, y sin vacilar un momento, con la seguridad más pasmosa, entró a el potrero atravesando lo por el mismo centro.
allí las plantas impedían completamente ver el rastro de el suelo, pero no lo seguía ya allí.
se guiaba sólo por la inclinación de las cañas de maíz, que le iban indicando por donde había pasado el hombre.
el oficial y los soldados que lo acompañaban iban maravillados de aquella seguridad, a el extremo que creían que había perdido ya la pista, y sólo trataba de salir de el sembrado para buscar la nuevamente.
pero bien sabía lo que hacía: para él era indudable que marchaba sobre la pista de el fugitivo y no tenía por qué vacilar.
pero a el salir de el sembrado, tropezó con una dificultad ante la cual se hubiera dado por vencido cualquier otro.
de el lado de el potrero por donde salían, corría una acequia bastante caudalosa, en la que había entrado el hombre con el propósito de caminar entre el agua, no dejando el menor rastro visible.
el camino que había seguido aquel hombre parecía estudiado, sabiendo que llegaría a la acequia donde haría perder todo rastro.
y efectivamente, ¿cómo podrían saber, los que lo seguían, en qué sentido había caminado?
aquí estaba pues la gran dificultad.
se detuvo a orillas de la acequia y tendió su vista por el campo, en todas direcciones.
parecía buscar algo que le indicara la dirección que aquél podía haber seguido.
el oficial y los soldados miraban a , sonriendo ante la dificultad que parecía insuperable y como si quisieran decir le: ¡aquí quiero ver te, maula!
— esperen me un momento — les dijo, y se lanzó por un flanco de la acequia, a favor de la corriente y a toda carrera.
poco después regresaba convencido de que no podía ser aquella la dirección seguida por el asesino.
en el sentido opuesto se divisaba una tapia como de dos varas de alto y a unas cuatro cuadras de allí.
— como lo natural es examinar a favor de la corriente — dijo —, es justo que el que huye lo haya hecho contra aquella tapia que es la que me va a sacar de duda: allí voy yo a saber yo si mi hombre ha caminado a favor o en contra de la corriente.
todos marcharon hacia la tapia atravesando la acequia, y allí se detuvo mirando no tanto el suelo como la pared.
en el suelo no se veía el más leve rastro, ni trató él de buscar lo.
— si yo fuera el que huía — dijo —, para salir de la acequia y saltar la pared, habría puesto mi poncho doblado en el suelo para pisar encima, y habría atado una punta a el tobillo para alzar el poncho para cuando me alzara yo mismo a fuerza de puño.
quiero suponer que el amigo es tan ladino como yo mismo y que había hecho esta operación, que me parece ver marcada aquí.
es pues la tapia la que va a decir me si me he engañado o no.
y con la agilidad de un gato subió a la tapia por uno de sus extremos, asegurando que, según la señal de el poncho impresa en la tierra húmeda, el hombre había subido por el medio.
una vez arriba de la tapia, dio un gran grito y un puñetazo sobre los adobes.
— ya te tengo, mi alma — dijo —: si era imposible que te me escaparas. aquí ha estado el amigo — agregó, dirigiendo se a el oficial y a los soldados que lo acompañaban.
aquí se ha desatado recién el pañuelo de el pie derecho y se ha sacado la bota de el pie izquierdo.
aquí está la señal de la bota, y aquí la de el poncho.
podía haber descansado un poco aquí, y seguido por entre el agua hasta perder su pista, pero sin duda el hombre va a camino fijo, porque se ha dejado caer de este otro lado y ha seguido campo afuera.
se dejó caer de la tapia por donde calculaba lo había hecho el asesino, y su ojo inteligente se clavó en el suelo con una insistencia particular.
— aquí va mi hombre — dijo, señalando el rastro indudable de dos pies humanos, cuyos dedos no estaban acusados, aunque había asegurado que iba descalzo.
— ¿y por qué, si va descalzo, no se ven los dedos de el pie? — preguntó el oficial, para ver hasta dónde llegaba la seguridad de .
— por dos razones — respondió éste sin vacilar —: primero, porque camina asentando el pie hacia el talón, y segundo porque va en medias.
ya dije yo desde el principio que este hombre no era cualquier cosa; ya ven ustedes que usa medias, lo que no se puede negar por el rastro, como no se puede negar tampoco que la media de el pie izquierdo está rota en el talón.
por eso es que va dejando esta media luna en todas las pisadas.
como se ve, la habilidad de aquel hombre llegaba a su colmo.
luchaba indudablemente con un hombre sumamente hábil y, sin embargo, no había vacilado un momento, ni se había equivocado en lo más mínimo desde que tomó el rastro.
y como mayores dificultades que aquellas parecía imposible que hallase, era indudable que no tardarían en dar con el prójimo.
el rastreador caminaba, según él, como si fuera siguiendo a el individuo.
el rastro ahora, sobre terreno blando, quedaba perfectamente marcado.
de pronto el rastro de los pies descalzos concluyó, no hallando se una sola pisada más.
pero , sin vacilar un segundo y como si fuera aquello cosa por él prevista, siguió los rastros de alguien calzado con botas que por allí había pasado.
— pero este no es el rastro que vamos siguiendo — observó el oficial sorprendido —: este es un rastro distinto.
sonrió, y dijo a el oficial que aquel era el rastro de el asesino.
— es el mismo rastro de las primeras pisadas en la vereda — agregó —: lo que hay es que hoy lo seguíamos descalzo y ahora lo vemos calzado.
aquí ha estado sentado — añadió mostrando le el pasto aplastado en un paraje cercano, donde terminaba el rastro descalzo —: se ha sentado alzando las piernas en el aire y se ha puesto las botas, sin tomar otra precaución, lo que prueba que creía haber borrado todo rastro anterior.
y sigue ahora calzado y rápidamente, como si se aproximara a el fin de la jornada.
por aquí está la guarida de el hombre, porque de otro modo no se apresuraría tanto.
estas pisadas son además muy frescas, me parece que de ayer, así que creo que no podemos tardar en caer le encima.
aunque la noche se vino encima, siguió rastreando; sin que las sombras fueran para él un inconveniente.
de cuando en cuando se detenía, se agachaba y seguía andando con perfecta seguridad.
a el amanecer de el siguiente día, divisaron una tropa de carretas mendocinas cargadas con artículos de comercio, acampada allí.
miró sonriendo a el oficial, y le dijo:
— no es difícil que allí encontremos a nuestro hombre: de aquí sin duda ha ido a cometer un asesinato, y ha regresado después de dar el golpe, en la seguridad de que nadie ha de venir a buscar lo por aquí, porque él ha huido con el mayor cuidado de no dejar detrás rastro alguno.
se acercó a la tropa, pero unas diez varas antes de llegar allí se detuvo sorprendido.
los rastros que venía siguiendo se confundían allí con otros rastros de un hombre que parecía haber estado parado y los de dos caballos: allí se perdían los rastros de el asesino y los de los que lo había esperado.
— muy bien — dijo —: parece que recién empieza nuestra jornada.
aquí han estado esperando a el hombre con caballo pronto: ha montado y empieza entonces el verdadero viaje.
nada se ha perdido, pues tengo perfecta seguridad en lo que digo; pero si aquí ha montado a caballo es porque encuentra que la jornada va a ser larga.
cortó mucho a el norte, pues allí las pisadas de los caballos se confundían con otras mil, y como a unas seis cuadras más adelante, volvió a hallar solas y bien marcadas las que él buscaba.
— huyen hacia el norte — dijo —, y huyen a todo lo que dan los caballos, por lo que se ve que quieren ganar tiempo.
como en alguna o en algunas partes se han de detener, allí los alcanzaremos.
aunque yo tengo plena seguridad en lo que he dicho, no está de más que ustedes también la tengan: los troperos han de haber visto a nuestros jinetes: vamos a ver si lo que ellos dicen es lo mismo que he dicho yo, o si yo me he equivocado.
todos se acercaron a la tropa y hablaron con su capataz, un mendocino viejo, que a el ver soldados se pegó un susto de todos los diablos, figurando se sin duda que venían a saquear le las carretas.
en cuanto le hizo las primeras preguntas, el viejo mendocino se sonrió, y mirando a sus peones les dijo:
— bien les dije yo que aquel hombre no me parecía muy trigo limpio y que venía huyendo: ¡si tenía cara de haber hecho una mala acción!
cuando llegamos ayer a la madrugada — siguió el paisano, dirigiendo se a —, había allí un jinete con un magnífico caballo ensillado de el cabestro.
aquel caballo no podía ser de tiro, porque estaba demasiado bien empilchado: parecía más bien que estaría esperando a alguna persona.
a el cabo de un rato largo llegó un hombre con quien se abrazaron, y estuvieron conversando mucho y en voz baja, puesto que no les alcanzamos a oír ni una palabra.
después el que había llegado montó en el caballo con que el otro lo esperaba, y salieron a el gran galope en dirección a el norte.
yo les dije a mis compañeros que sería capaz de apostar mi cabeza a que ese hombre había hecho algo malo y venía huyendo, y ahora veo que no me he equivocado, porque ustedes vienen persiguiendo lo.
— esta es la verdad — dijo —: mucho trabajo me ha costado seguir le el rastro desde el corazón de la ciudad de , pero ya lo tenemos y ahora es difícil que se nos escape.
— ¡quién sabe! — dijo el paisano —, y tal vez se les escape si logra llegar adonde quiere.
el caballo que lo esperaba estaba ensillado a la chilena y el hombre que lo montó me pareció que tenía facha de chileno también.
si a esto se agrega que el rumbo que llevaron es rumbo a , me parece que si no se apuran, antes que los alcancen habrán pasado la frontera.
el oficial tenía suma desconfianza de el tal capataz y quería prender lo para obligar lo a que confesara lo que sabía.
— no se puede tener desconfianza de este hombre — observaba —, porque él es indudablemente el capataz de esa tropa, y nadie viene a ser cómplice de un crimen a tan larga distancia, y con tropa cargada.
si él no formara parte de la tropa, si viniera así nomás, de agregado o de acompañante, no digo que no; pero como viene o como habla, no puede ser cómplice de la cosa.
— ¿y cómo sabe que es chileno y que se escapa para ?
— porque el hombre es observador y nada más: ¿cómo he colegido yo tanta cosa para no equivocar me en la rastreada que acabamos de hacer?
no está la monta en rastrear en el suelo siguiendo una pisada que nos enseña el rumbo que debemos seguir.
es preciso rastrear también en la mirada, rastrear en la intención de los hombres sobre todo y así nunca habrá peligro de equivocar se.
yo le garanto que ese hombre es tan cómplice en el asesinato, como nosotros mismos: he leído en el modo de presentar se y hablar de el hombre, todo lo que nos ha dicho y nada más.
crea me lo que digo, mi oficial, y no hagamos barbaridades.
vamos a mandar avisar a lo que sucede, por medio de un chasque, para que determine lo que se ha de hacer.
los hombres se dirigen a , no hay la menor duda, por el rumbo que llevan, y entonces es menos el peligro de caer en manos de el o alguna de sus partidas.
yo he prometido lo que voy cumpliendo, tomar a el asesino; pero no quiero que si nos sucede una desgracia que yo no pueda prever vayan a echar me la culpa: eso sí que no.
saliendo de aquí vamos a entrar en los dominios de el , sembrados todos de sus partidas, no siendo nada difícil que caigamos en poder de una de ellas.
— cuatro leguas más adelante — dijo el paisano capataz —, había cuando yo pasé una partida de quinientos hombres que nos detuvo y nos tomó un poco de azúcar; no será muy difícil que todavía estén allí.
la cosa, pues, merecía la pena de meditar se.
no sería extraño que el asesinato hubiera partido de entre las mismas filas de el y que el asesino hubiera vuelto a ellas a dar cuenta de el desempeño de su triste cometido.
entonces todo sería inútil, puesto que una vez entre los montoneros, nadie lo sacaría de ahí.
— yo tengo una deuda con — dijo —, que no puedo pagar con nada: yo le he prometido dar con el asesino y daré con él, meta se donde se meta.
una vez que lo encuentre, y sepa quién es, estoy satisfecho y él tendrá que estar lo también.
bueno: si ustedes no pueden seguir adelante porque anda por aquí, a mí no me sucede lo mismo.
yo puedo andar por donde quiera, sin que tenga nada que temer a nadie.
yo voy pues a seguir el rastro de mi hombre hasta dar con él y saber cómo se llama, y enseguida vengo a avisar a lo que haya averiguado y lo que se pueda hacer para tomar lo.
ustedes vuelvan a y cuenten le lo que hemos hecho: digan le que no se aflija y que esté tranquilo que yo daré con él, esté donde esté, para contar le el fin de mi jornada.
el oficial, que sabía por podía tener en una confianza sin límites, no puso el menor inconveniente en hacer lo que éste le decía, más, desde que era una cosa perfectamente razonable y bien tramada.
leal a toda prueba, sólo se ocuparía en su pesquisa, y conforme la terminara regresaría a dar cuenta de ella.
internar se con él en la provincia de , era exponer a su gente a caer prisionera de el , sin el menor resultado práctico, exponiendo se a la más severa condenación de su jefe.
el oficial convino en un todo con y pasaron juntos el resto de aquel día y toda la noche.
y como la tropa de carretas iba para , el oficial tomó de ésta cuanto podía necesitar, con compromiso de pagar lo en la ciudad, pasando la noche tan alegremente como les fue posible.
el mismo capataz de la tropa quedó lo más contento, pues teniendo que andar el mismo camino, aquel piquete le servía de escolta y no tenían que temer un mal encuentro.
— lo que es por mi parte — decía —, nada tengo que temer de nadie, porque todos me conocen y hasta los indios me quieren.
la única persona cuya presencia no afrontaría es el coronel , y éste por desgracia para los suyos, está bastante mal.
allí se separaron los milicos y : éstos para regresar a con la tropa de carretas y aquél para seguir el rastro de el asesino.
no pudo menos que aprobar cuanto se había hecho, asombrado, como todos, ante la habilidad estupenda de .
— el me buscará dentro de poco — decía —, y estoy seguro de que me traerá el nombre de el asesino y el paraje donde se halla.
está comprometida en ella su amistad, agradecida para conmigo y sobre todo su amor propio de el mejor rastreador conocido.
si no da con él es porque no se halla en territorio argentino.
y como es asesino indudablemente no ha obrado por su cuenta, nos ha de traer el detalle hasta de la persona que ha encargado y pagado aquella terrible puñalada que sólo el cuerpo de ha podido resistir.
¡oh! la mano que la ha inferido es práctica y segura: cierto estoy de que el que la ha dado va a garantir la vida de la víctima; ése no ha pegado por vez primera, es un asesino demasiado práctico.
la noticia de el asesinato de , que se corrió en con una rapidez increíble, circuló en el acto por todas las provincias de el norte.
cada cual daba la opinión que le parecía, diciendo unos que el asesinato había sido mandado hacer por , otros que era la venganza personal de un paisano y otros que era un soldado mismo de sus fuerzas, que había desertado esa noche.
este último rumor estaba destruido, porque no había desertado ninguno aquellas noches, no porque le faltaran ganas, sino porque, dada la vigilancia que se tenía en la tropa, toda deserción era imposible.
en empezó a circular un rumor que era mucho más verosímil, pues él coincidía perfectamente con las sospechas tenidas por .
se decía que días antes de el asesinato había llegado a un mozo chileno, conocido por algunos como el chileno , que nadie sabía donde se había alojado ni cuando había salido de la provincia.
este tal chileno , según los que lo conocían, porque no era la primera vez que andaba por allí, era un jugador de profesión, mozo muy valiente y decidido, capaz de cualquier atrocidad.
en algunas jugadas, donde habían tenido sus cuestiones, el chileno había apagado los fuegos a los hombres más temidos, mostrando lo que era capaz de hacer en una o dos peleas que tuvo, en las que recibió muchas heridas, pero en las que a el fin salió vencedor.
era un mozo que vestía con mucho esmero y lujo, según decían, usando siempre botas finas, de unas conocidas por chilenas y que se vendían en la ciudad de .
— es el único hombre capaz de haber se puesto delante de el coronel — agregaban; hecho sólo que importa un valor personal a toda prueba, pues a el coronel , ni aun dormido, se animaría a herir lo el más gaucho, temiendo que, si erraba el golpe, no contaría más el cuento.
según aquellos rumores, que venían a coincidir con todas las sospechas de , parecía indudable que el asesino de no fuera otro que el chileno .
ahora quedaba la otra cuestión: es decir, quién había encargado el asesinato.
el chileno no tenía ningún resentimiento con , pues nunca había estado ni siquiera cerca de el campamento.
no podía pues tener ningún motivo de venganza contra él, y entonces el asesinato había sido cometido por comisión.
¿quién le habrá pagado? ¿quién lo habrá encargado?
esto es lo que más se necesita saber, y esto se sabría a la vuelta de : tenía en ello plena confianza.
la noticia se había recibido en todas partes, levantando un sentimiento de alegría, que se trataba de disimular todo lo posible porque no podía ocultar se.
el coronel era muy poco simpático en aquellas provincias, que arrojaban sobre él toda la responsabilidad de los actos más o menos crueles cometidos en el ejército.
y todos se alegraban de el hecho, creyendo que, desapareciendo , desaparecerían hasta las causas de aquella guerra cruda y sin cuartel que sobre ellos se llevaba.
el único que desaprobaba el asesinato, cualquier que fuera su autor, era .
— lo siento y lo lamento — decía —, porque me van a echar de esto la culpa, y yo sentiré con toda mi alma que se me vaya a creer capaz de cometer un asesinato, o de mandar lo hacer.
la salud de el coronel , entretanto, imponía muy serios temores a los médicos que lo asistían.
a pesar de su constitución de bronce, a pesar de aquella carnadura excepcional, a pesar de la prolija asistencia médica que se le hacía, la herida cicatrizaba, pero en malas condiciones.
aquella astilla de hueso dejada por el boticario, cuando curó la herida que empezó a cicatrizar con aquel hueso clavado, había producido un tumor que podría tener muy bien un desenlace fatal.
se había prescripto a una inmovilidad absoluta como el mejor sistema curativo, y esto precisamente era lo más difícil de conseguir.
porque , a pesar de todo, se sentía fuerte: no creía en la gravedad de la herida que veía cicatrizar en excelentes condiciones y no se resolvía a guardar cama, pretendiendo montar a caballo y regresar a a tomar nuevamente el mando de las fuerzas y seguir las operaciones de guerra.
— es necesario cuidar se, amigo mío — le decía el médico —, y cuidar se mucho: usted vive por un milagro y es una tontera que por una imprudencia se eche a perder todo cuanto se ha ganado.
creía que aquellas eran exageraciones y temores de el médico, mal fundados; pero se resolvía a obedecer sus prescripciones, para que no le dijeran que era un terco a quien no había medio de reducir a la razón.
la guerra con el tomaba así proporciones alarmantes que nunca se sospechó el gobierno general, viendo se obligado a poner en juego todos sus elementos para terminar la cuanto antes, pues aquello era para él una venganza triste.
¿qué podrá esperar se de un gobierno que, con todos los elementos de la , no podía con un caudillo, sin más recursos que su prestigio, ni más elementos que sus armas ridículas, que no se concebía cómo con ellas podía presentar se en un campo de batalla?
los caudillitos de el , que no tenían prestigio ni capacidad, que no podían obrar por cuenta propia, empezaron a plegar se le, para merodear a su sombra y protección, cometiendo todo género de desmanes y robos.
así, a la sombra de el que los amparaba con su prestigio y su ejército, ellos también alzaron el poncho y fueron a engrosar sus filas haciendo causa común.
de modo que las tropas de el gobierno tenían que maniobrar y mover se entre mil partidas enemigas que los acosaban por todos lados, no dejando les un solo momento de reposo, ni ofreciendo les la menor ocasión de un combate con todas las ventajas que su superioridad podía dar les.
viendo que era necesario a toda costa una batalla que pusiera fin a aquel triste estado, el ejército se lanzó de lleno a buscarla, poniendo los medios imaginables para dar con el y obligar lo a una batalla definitiva.
de cada monte, de cada barranca, de cada quebrada, salía un grupo de montoneros que daban un golpe de mano y se retiraban en seguida, porque aquel había sido su único objeto.
el gobierno general tenía fuerzas en todas partes, a el mando de jefes experimentados en aquel género de guerra; pero ninguno podía alcanzar sobre los montoneros la menor ventaja.
en , en , en , en y en , había diversas divisiones: pero que nada podían hacer, porque el enemigo no se presentaba sino cuando todas las ventajas estaban de su parte y cuando podía hacer lo de sorpresa.
viendo que el médico no le daba de alta, se dio de alta él mismo, se declaró en estado de poder montar a caballo y seguir aquella cruenta campaña.
no se había preocupado un momento de averiguar quién había sido su asesino.
¿de qué le servía saber lo si no lo tenía a mano para hacer le expiar su falta?
pero no desmayaba en su esperanza: sabía que le traería los datos que necesitaba y quería, y no se preocupaba más de el asunto.
llamado por el coronel a , marchó de con su regimiento, dejando aviso a para que, así que regresara, fuera a buscar lo.
pero sin necesidad de regresar a , el rastreador llegó a , satisfecho de su pesquisa, porque había cumplido su palabra, averiguando todo aquello referente a el asesinato.
bien montado, desde que se separó de el campamento y de la tropa de carretas, había seguido el rastro de aquellos dos caballos, uno de los cuales pertenecía a el asesino.
los fugitivos, que no pensaban seguramente en que pudiera alguien haber se puesto tras de su rastro, no tomaban ya ningún género de precaución y seguían francamente el camino de .
lo único que temía era un posible accidente, que lo pondría en un verdadero conflicto, caso que se realizara.
si aquellos dos jinetes se separaban, no sabiendo él cuál era el caballo montado por el asesino, no sabía cuál de los dos rastros tenía que seguir.
necesitaba saber qué caballo montaba cada uno, y esta era la mayor dificultad.
a la siesta, llegó a una población miserable de el camino, donde los fugitivos se habían detenido, dejando, para un rastreador como , todas las señales de haber mudado caballo.
aquí el hábil rastreador podía conocer, con un poco de experiencia, qué caballo montaba cada uno de lo dos fugitivos, entregando se a este trabajo primero que a nada.
siguió el rastro de el asesino hasta que éste se detuvo delante de el rastro de un caballo que allí había estado parado.
y, como allí desaparecía su pisada por completo, era indudable que en aquel caballo había montado, siendo por consiguiente aquel el rastro que tendría que seguir en adelante.
estudió bien aquel rastro, y sintió su espíritu aliviado de el peso que había traído hasta entonces.
ahora, aunque se separaran los jinetes, ya sabía él a cuál caballo debía seguir, sin la menor vacilación.
los dos jinetes se dirigían a , dejando, en los parajes que mudaban, los caballos que habían llevado hasta allí.
estos caballos, todos ellos magníficos y bien cuidados, corroboraron a en la idea que tuvo desde que vio el primer rastro de el asesino.
aquel no era hombre que había obrado por su cuenta, sino por encargo, y quien le había pagado el asesinato era persona pudiente, porque solamente así se explicaba que se hubiera tenido mudas en todas partes, y mudas tan de primer orden como aquellas.
fingiendo que él era peón de el hombre a quien rastreaba, iba mudando de los mismos caballos que aquel dejaba, y viajando con una comodidad que jamás soñó.
llegado a la ciudad de , , que tenía allí infinidad de amigos, soltó el caballo que había llevado hasta allí y entró a casa de un amigo con el recado a el hombro: aseguró que venía huyendo de las tropas nacionales y que se iba a fijar en hasta que cambiaran los tiempos.
allí descansó el resto de aquel día y toda la noche.
y a la madrugada salió con pretexto de ir a pedir recursos a otro amigo rico: se fue a tomar el rastro abandonado el día anterior, siguiendo el cual llegó a la casa de un caballero muy conocido en y que no nos consideramos con derecho a nombrar.
allí había entrado el asesino; pero por el examen de el rastro había vuelto a salir también.
se decidió a hablar con el dueño de casa, para averiguar el nombre que tanto deseaba conocer.
si el asesino estaba allí, se haría su amigo, con el pretexto de participar le que no había muerto.
y si no estaba, entonces conseguía más fácilmente su objeto.
el dueño de la casa lo hizo entrar a su presencia preguntando le lo que deseaba.
— en realidad yo no lo busco a usted sino a la persona que ha venido de mudando caballos en tal y cual paraje.
— ¿y para qué quieres ver lo? — preguntó algo alarmado aquel caballero.
— eso no lo puedo decir, sino a él mismo: no es que yo desconfíe de usted; pero la cabeza de un amigo bien vale la pena de andar con pies de plomo.
— te digo que es lo mismo — replicó el hombre cada vez más alarmado —: di me cómo se llama la persona que buscas, para ver si puedo tener confianza en ti.
— eso sería lo mismo que vender lo: diga me usted cómo se llama la persona que yo busco y el nombre de quien ha recibido algo de su mano, y yo veré entonces si debo o no franquear me con usted.
el hombre aquel reflexionó un momento; reflexionó que, solamente sabiendo lo que pasaba, aquel paisano podía haber venido a su casa, y le dijo solamente:
— el chileno .
— ¿y el otro?
— el coronel .
— superior: ¿por cuenta de quién?
aquí el hombre reflexionó mucho más, pero ya aquel paisano sabía todo, según parecía, y era inútil ocultar le nada.
así es que resolviendo se rápidamente, le agregó:
— por cuenta mía. ¿estás satisfecho ahora?
— ¡cómo no!: ahora veo que se puede tener confianza en usted y creer le sobre su palabra lo que diga.
— bueno, ahora vas a decir me a qué has venido, porque tú no has venido a esto nomás.
— no, señor; yo he venido aquí buscando a el chileno para decir le cosas muy graves, como que tiene que salir de inmediatamente porque está descubierto.
— ¿pero cómo y por quién va a estar descubierto, cuando él me ha dicho que ni el infierno daría con él porque, si el diablo mismo se ponía a rastrear lo, perdería el rastro porque él lo había borrado con mucha habilidad?
el chileno es un rastreador de primera fuerza — agregó —, y él me ha referido cómo se había atado los pies y caminado entre el agua y hecho otras cosas que haría perder su rastro a el más pintado.
— todo eso es cierto — contestaba sonriendo a el ver que no se había equivocado en el menor detalle —; pero es cierto también que tal rastreador le soltaron atrás, que no sólo no perdió el rastro, sino que muy pronto declaró que, el asesino de el coronel, no podía ser otro que el chileno .
— cuando el chileno aseguraba que había destruido su rastro, yo creí que nadie daría con él: ahora veo que hay rastreadores que lo aventajan.
— tan cierto es esto, como que andan comisiones por todas partes en busca de el chileno.
bueno, como él es mi amigo, yo he querido prevenir le el peligro que corre y por eso me he costeado hasta aquí.
el no me ha contado nada, yo sé la cosa porque sí, porque para mí no hay nada que se pueda ocultar, y quiero prestar le este servicio, porque él, confiando en que nadie sabe lo que ha sucedido, podría volver a o a y ser preso, y sabe qué más.
porque hay una cosa que ni él ni usted saben ni imaginan, y es que el coronel está tan vivo como nosotros mismos.
grande fue la sorpresa y el espanto que demostró aquel hombre a el oír tan inesperada noticia.
— ¿cómo vivo? — exclamó —; el chileno me dijo que , después de herido, había seguido hasta el cuartel porque es un hombre de .
pero no tenga cuidado, agregó, que con la puñalada que yo le he dado no puede vivir más que hasta el día siguiente, y eso, porque es él, que otro habría muerto en el acto.
le ha quedado medio cuchillo dentro de la herida, y además un pedazo de la costilla rota por el mismo golpe.
con semejante herida, concluyó, no hay nadie que viva más de una noche, aunque lo curara el diablo mismo.
— pues el coronel vive, se ha curado y se prepara a limpiar se, en primera oportunidad, a el que le infirió la tal herida.
es preciso convencer se de que para matar a el coronel es preciso cortar le la cabeza, y esto mientras se la tire bien lejos para no pueda pegar se la otra vez.
ese hombre no es de carne y hueso como los demás: es hecho de una pasta endiablada, y, si se descuida, no será difícil que sea él quien muera a las manos de .
el hombre aquel quedó triste y pensativo, pues no sólo se había malogrado toda su empresa, sino que él mismo quedaba expuesto a un serio peligro.
conforme habían descubierto a , podían descubrir lo a él mismo y entonces ya podía hacer su testamento.
había concluido, por su parte, la misión que lo llevó a : podía dar a los datos que aquél necesitaba, demostrando le así que realmente era un amigo leal sobre quien podía contar con entera seguridad.
ahora, como nada tenía él que ver ni nada había ofrecido respecto a la persona que había mandado hacer el asesinato, tuvo lástima de aquel hombre a quien con tanta habilidad había arrancado su secreto, y le dijo:
— ahora yo me voy, pues ya nada tengo que hacer aquí.
solamente, antes de ir me, quiero dejar le un buen recuerdo mío y este buen recuerdo será un consejo, que tal vez valga la vida.
— venga el consejo: no sé por qué tengo una gran confianza en él, y en quien me lo da, así es que lo acepto apresuradamente y prometo seguir lo a el pie de la letra.
— el consejo es éste, y su importancia no va usted a tardar en reconocer; yo no sabía que hubiera venido a esta casa, ni tenía la más remota idea que pudiera hacer lo.
sin embargo, sin vacilar un momento, he venido hasta aquí en la seguridad de que lo encontraría.
— ¿y cómo pudiste tener esa seguridad si no sabías que había venido aquí?
— no lo sabía cuando llegué a , ni lo supe hasta que no llegué a esta casa.
— ¿quién te lo dijo entonces?
— nadie más que el rastro de , perfectamente marcado hasta aquí, rastro que, así como lo he seguido yo, puede seguir lo cualquiera.
ahora, para que nadie pueda seguir lo y descubrir un secreto que puede muy bien costar le la cabeza, conviene borrar ese rastro, y éste es el consejo que yo le doy.
esta noche, y sin que nadie pueda apercibir se de ello, mande usted a alguien que borre ese rastro desde aquí hasta su entrada en , y desde aquí por el paraje donde ha salido, unas diez cuadras adelante.
el consejo no podía ser más sabio y aquel hombre lo aceptó en el acto.
— sólo una dificultad me ocurre, y es ésta:
es preciso que quien vaya a borrar el rastro sea una persona inteligente en estas cosas, y esto ya importaría poner lo sobre la pista que quiero destruir.
— no se aflija por esto — contestó —, que yo le prestaré el servicio por completo borrando yo mismo el rastro.
el hombre aquel se mostró agradecidísimo a todo cuanto aquel desconocido había hecho por él y quiso salir a mostrar le por donde había salido el chileno para facilitar le la operación.
— es inútil — dijo —; si yo no fuera capaz de ver a momento por donde ha salido no merecería que nadie tuviera confianza en mí.
espere me un momento que ya vuelvo: voy a dar le una muestra de lo que son mis ojos.
salió, dio la vuelta alrededor de la casa, naturalmente y sin detener se en paraje alguno, caminó en seguida hasta la esquina, y volvió a entrar, diciendo a el hombre que había salido con él hasta la puerta y que lo miraba asombrado:
— el chileno ha salido por los fondos de la casa, saltando la pared de la izquierda, ha caminado hasta la esquina y allí ha montado a caballo, tomando la dirección de .
borrando su rastro, hasta el de el caballo, no hay necesidad de más, porque el que no haya visto el rastro de el pie, no podrá saber a quien pertenece el caballo.
ahora es preciso empezar por destruir el de la casa y para que usted vea como es fácil seguir un rastro, no me digo usted ni una palabra, yo voy a seguir sobre el rastro y usted verá como no me he equivocado.
volvió a la pieza donde había estado antes seguido siempre de el dueño de casa, que sonreía asombrado ante tanta habilidad, y parando se en un sitio hacia la izquierda, le dijo: " aquí ha estado parado el chileno ".
y siguió caminando mientras decía: " de aquí ha pasado a esta otra pieza por donde ha salido a el patio, parando se aquí un momento a conversar ".
bueno, aquí se ha acercado a la pared y ha seguido arrimado a ella como buscando el paraje más a propósito para saltar.
por aquí ha querido subir, pero no le ha parecido bien sin duda y ha preferido saltar por acá: aquí están los dos pies sobre la pared, y subiendo por allí mismo, continuó, y aquí se ha montado a caballo, dejando se caer a la calle en seguida.
empezamos entonces por aquí, agregó, y borró de sobre la pared la huella de el chileno y la suya misma.
y retrocedió todo el camino andando hasta la puerta de la calle, borrando una huella que para cualquier otro hubiera pasado desapercibida.
no se había equivocado en el más mínimo detalle.
— parece imposible — murmuró la persona aquella, que no podemos nombrar —: yo que sé lo que es un rastreador, no creí nunca que un arte pudiera llevar se hasta este extremo, pero usted será una excepción.
— no confíe en esto, si quiere vivir seguro, pues así como he rastreado yo, puede rastrear algún otro; hasta no destruir la pista no esté tranquilo; yo se la borraré esta noche.
efectivamente, aquella noche y a la luz de la luna, borró hasta el más leve rastro de el chileno, asegurando a el hombre que ahora podía dormir tranquilo.
el mejor rastreador perdería el rastro de el chileno a la entrada de , sin poder hallar lo más.
el hombre aquel, que algún dinero había gastado en el asesinato, quiso compensar a con una fuerte suma los servicios que acababa de prestar le, pero aquél no quiso aceptar le ni un real.
— yo lo he servido — dijo —, porque así soy yo, y si aceptara paga vendería el gusto que tengo de haber hecho una buena obra.
no me quite ese gusto y si alguna vez me necesita para algo, busque me en que allí dará conmigo, preguntando por .
— no quiero que vayas sin un recuerdo mío que te puede servir de algo alguna vez — dijo el hombre —, y, sacando de sus botas un par de espléndidas espuelas, las entregó a el rastreador, para que con ellas pudiera salvar su primer apuro.
se despidió de aquel hombre, satisfecho con su proceder, y a el otro día salió de en busca de , para darle cuenta de el desempeño de su comisión.
en el camino supo que había marchado para y allí se largó en su busca.
el coronel , que no había dudado un momento de , y que lo esperaba todos los días, tuvo un verdadero alegrón cuando lo vio llegar.
— te has tardado — le dijo —, pero no importa, pues por eso mismo sé que has de traer me buenas noticias.
— así es mi jefe — repuso satisfecho el rastreador —: he cumplido su encargo.
— ¿quién es el asesino y dónde está?
— sí, mi jefe: el asesino es el chileno : pero se halla en mal paraje para tomar lo, porque ha pasado a , atravesando la misma ciudad de .
— pero en se había detenido en alguna parte y allá estarían sus cómplices.
— sin duda ha sabido o ha presumido que lo seguían y ha tomado sus medidas.
después de entrar en ha desmontado solo para mudar caballo, y esto en el paraje más solitario.
había allí cerca una casita, pero de ella nada han tenido que ver con el fugitivo a quien allí mismo esperaba el caballo.
ha montado y ha seguido a el galope largo: ha vuelto a mudar caballo en y ha seguido viaje a donde se ha internado.
sus cómplices, porque siempre pensé que el chileno no había obrado por cuenta propia, lo habían estado esperando allí, temerosos de ser descubiertos.
ahora, y ya que se sabe quién es el asesino, no hay más que tener paciencia y esperar lo.
el no puede sospechar de manera alguna que se le ha seguido paso a paso, y que se sabe ya quién es.
en cuanto pase un poco de tiempo él ha de volver a sus negocios y sus jugadas, y entonces se le echa el guante.
por lo mismo que él es rastreador, y de los buenos, cree haber borrado perfectamente su rastro, aún para los ojos más experimentados.
es imposible entonces que piense que alguien lo ha seguido sobre su misma pista, si alguien se lo dijera, seguramente no creería.
quiso hacer a un regalo en compensación de su trabajo, coronado de tan buenos resultados, pero el rastreador no quiso admitir le nada.
— demasiado le debo todavía, para tomar le nada.
todo lo que yo soy, puedo y valgo hasta la vida misma — le dijo —, puede usted disponer de ello.
yo le debo más que la vida, pues usted me salvó no sólo de la muerte sino de el martirio.
por usted mis hijos tienen padre y no llevan la vida miserable de el huérfano hambriento, y por usted mi vieja madre y mi mujer tienen todavía quien les lleve un pedazo de carne.
en nombre de todo eso que yo le debo, puede usted mandar de la manera que quiera y siempre me encontrará pronto a servir lo.
el servicio, que le he hecho ahora, en nada disminuye mi deuda, porque él no vale nada.
si aquel asesinato hubiera sido el acto de una venganza, yo hubiera hecho una violencia terrible en descubrir a su autor.
el que mata por venganza de ofensas como las que es capaz de hacer el coronel ; el que mata arrastrado por una pasión capaz de arrastrar el corazón de un hombre hasta el crimen, es digno de respeto, digno de lástima y amparo.
pero el que mata por encargo, el que pone precio a la puñalada, que va tal vez a arrojar una familia inocente en la orfandad y la miseria, ése no es digno de lástima: ése es un miserable que ha procedido con toda cobardía, sin el menor impulso de corazón que pueda servir le para atenuar su infamia.
por eso, desde que vi que se trataba de un asesinato encargado y pagado, porque nadie asesina de balde, seguí la huella de el asesino sin el menor escrúpulo, sin el menor remordimiento de conciencia: aquel hombre no había levantado su brazo, ni siquiera en nombre de el partidario chachista: él no tenía más razón ni más motivo, que el precio fijado a su puñalada.
es pues una pesquisa que he hecho con cierto gusto, y por la que usted nada me debe, mi jefe.
dio un abrazo a y se fue a llevar la noticia a su amigo .
— a el fin me salí con la mía — dijo —, porque descubrí quién había sido su asesino.
— ¿y quién ha sido ese bellaco? — preguntó con cierta curiosidad —; ¿qué motivo ha tenido para cometer semejante bribonada? estoy seguro de que será alguna hazaña de el .
— no, parece que esta es alguna venganza personal mandada ejecutar por encargo.
el que le ha herido es un chileno , muy conocido como pájaro de cuenta.
— ¿el chileno rastreador? — preguntó con marcada sorpresa —; ¡parece increíble!
el chileno es el único hombre que debía estar me agradecido, si es que algo debe agradecer se en esta vida; no sé por qué me había dado por proteger a ese hombre, y más de una vez lo he sacado de apuros dando le dinero y prestando le servicios de aquellos que un perro no olvida nunca.
efectivamente, había cobrado amistad a el chileno por algunos caballos que éste le había adiestrado con todo esmero y con todo desinterés.
no sólo le había ayudado con dinero, sino que le había amparado en una pillería que cometió una noche; pillería que se la hubieran hecho pagar de una manera bastante cara.
y era aquel hombre quien había vendido su brazo para herir lo y que no lo había muerto, no porque en ello no hubiera puesto todo empeño y todo cuidado.
— está bien — concluyó el coronel, después de agradecer efusivamente a su amigo aquella verdadera muestra de cariño —: puede que el chileno caiga algún día en nuestras manos: ya verá qué castillos los que he de hacer yo con él.
— un único servicio quiero pedir le con este motivo — dijo a su vez .
ya . sabe que es un rastreador consumado: a el huir, lo ha hecho borrando toda pista y disimulando y cambiando aquellas que no ha podido borrar, con una habilidad asombrosa, pues ha llegado hasta andar buscando las acequias para caminar entre el agua y no dejar así el menor rastro.
la persona que yo le he soltado atrás, a pesar de todo esto y a fuerza de constancia, ha sabido hallar a el asesino, siguiendo lo hasta , donde se ha internado.
es un hombre bueno y honrado.
yo le pido entonces toda la consideración a que es acreedor, el día que necesite nuestro amparo.
ofreció a lo que éste le pedía, y de esta manera quedó garantido: para lo sucesivo, no tendría ya nada que temer.
aquel estado de cosas no podía durar más sin grave perjuicio y trastorno de la entera.
el gobierno general se veía obligado a mantener en pie de guerra un fuerte ejército y las provincias todas, a consecuencia de aquella guerra, pasaban por una situación miserable e insostenible.
reducir a el por medio de las armas, obligar lo a el combate de una manera decisiva, era un sueño, como sería también un sueño querer quitar le sus mil recursos de montonero.
era preciso buscar un arreglo que salvara la grave situación, sin menoscabo de el gobierno general.
era preciso ver las pretensiones de el , estudiar lo que exigía y enviar un comisionado que tratara con él un arreglo honorable y equitativo.
de otra manera, y con el sistema de combatir de el , la guerra podía durar dos años más, o sabe cuánto tiempo, destruyendo se las provincias que servirían de teatro a los beligerantes.
se pensó entonces en el doctor , sacerdote de gran prestigio y que tenía un fuerte ascendiente sobre .
el doctor , hombre ejemplar y de una abnegación sin límites, aceptó la delicada misión que se le confiaba y marchó en el acto a entender se con y tratar de reducir lo a el camino de la paz que importaría la tranquilidad de toda la y de misma que tanto amaba.
el doctor fue a ver a , emprendiendo se entonces por parte de el ejército todo género de hostilidades.
a cualquiera le hubiera sido imposible dar con el y poder hablar con él.
para el doctor esta imposibilidad desaparecía porque conocía el hábito de los montoneros y de el mismo.
así es que él fue directamente a la ciudad y manifestó públicamente que iba a conversar con sobre asuntos de el mayor interés.
sabía que de esta manera no tardaría en recibir la noticia y venir a buscar lo: mientras que si él salía en busca de no daría con él en mucho tiempo.
era un hombre querido y respetado como sacerdote: todos sabían que no era capaz de cometer una infamia y mucho menos de tender un lazo a .
así es que, en cuanto supieron el objeto de la venida de , ocho o diez gauchos baquea nos, que sabían donde andaba , más o menos, se soltaron en su busca para llevar le la noticia.
estaba acampado cerca de organizando un golpe de mano a un convoy de la proveeduría, que había salido de , cuando tuvo la noticia de el doctor .
— es extraño — pensaba —, ¿qué puede querer conmigo aquel hombre tan leal y bondadoso?
lo mejor es ir a ver lo, para saber qué quiere, y para complacer lo en lo que nos sea posible.
y dando instrucciones a sus jefes para que el ejército no se moviera de aquel punto, sino en caso de ser atacado, se vino a acompañado de su mujer y de dos de los jefes de su mayor confianza.
de modo que dos días después de haber llegado a , el doctor recibía la visita de el , concibiendo, por la manera como acudía, el mejor resultado en el desempeño de su misión.
— yo soy un enviado de la paz — dijo después de los primeros saludos, y entrando de lleno en la cuestión —: es preciso terminar con esta guerra desastrosa y poner un punto final a este eterno derramamiento de sangre que a nada conduce y con el que no se obtiene ningún resultado práctico.
— no es a mí entonces a quien hay que dirigir se, sino a ellos — respondió bondadosamente —: a ellos que están ensangrentando el suelo de la patria, no sólo en los combates que tienen lugar, sino en la matanza bárbara de montoneros, que llevan a cabo por el menor motivo y con el pretexto más estúpido.
es a ellos a quienes hay que acudir, pues son ellos quienes nos atacan, obligando nos a la defensa más legítima y más desesperada.
porque nosotros no peleamos por defender a el país de la ambición de aquellos bárbaros: peleamos en la defensa de el hogar, de el honor de nuestras mujeres y de nuestras hijas, porque para semejante enemigo nada hay sagrado ni digno de respeto.
nos tratan como a animales feroces y quieren exterminar nos a toda costa.
nosotros defendemos así lo más querido que puede tener un hombre sobre la tierra, y no dejaremos las armas mientras ellos las estén esgrimiendo de un modo tan miserable.
— ellos se quejan de ustedes, diciendo que no hacen más que tomar una justa represalia de todo lo que se les hace; pero no se trata ahora de discutir quién tiene y quién no tiene razón, sino de terminar esta guerra por medio de una paz honrosa y equitativa.
— pues acuda a ellos, señor, que si ellos dejan de agredir, nosotros dejaremos de defender nos, y todo habrá concluido.
— yo voy hacer algo más importante — dijo entonces el —, porque yo vengo en nombre de el gobierno de la , de cuyo leal proceder me ofrezco como la mejor garantía.
el gobierno quiere hacer la paz, pero no así de palabra, para que el ejército cese de atacar y ustedes de defender se.
el gobierno quiere una paz sólida y duradera, por medio de un tratado serio, cuyos puntos sean religiosamente cumplidos y terminen con estas guerras vergonzosas entre hermanos, que debían unir se y formar entre todos la gran .
— pero cuando esos hermanos son y — respondió , a quien el cura había enseñado aquellas historias religiosas —, no hay paz posible: siempre habrá uno que mate y otro que no se resuelva a ser muerto impunemente y se defienda como pueda.
ellos nos tratan a filo de espada y punta de lanza: ellos matan a los hermanos indefensos que logran tomar y entran a nuestros pueblos como si fueran tolderías de indios.
que no autorice el gobierno semejantes iniquidades, y nosotros nunca tomaremos contra él las armas.
— el gobierno ignora todas esas pequeñeces que, si las conociera, las castigaría, no tenga duda, amigo mío, porque es un gobierno de principios y de orden.
esas son licencias que se toman los jefes, y que nunca llegan a conocimiento de el gobierno.
— ¡caramba! — exclamó el , sonriendo con una ironía fina, pero agudísima —; yo soy un gaucho salvaje y miserable, según dicen: yo soy un bandolero infame que capitaneo grupos de asesinos.
sin embargo, en mi ejército no se comete la menor iniquidad ni se hace nada de que yo no tenga conocimiento, por más lejos que me halle de el teatro de los sucesos.
— es que el gobierno está mucho más lejos de su ejército. está muy lejos, y las noticias llegan allí de una manera bien distinta a lo que sucede.
— bueno, a pesar de todo — exclamó —, a pesar de todo, yo estoy dispuesto a celebrar cualquier tratado de paz, porque es usted quien me lo viene a pedir y porque es usted quien va a llevarlo a cabo y no ha de prestar se a ninguna perfidia.
pronto conocerá usted a los hombres con quienes se han metido, y verá qué clase de bandidos y qué clase de criminales son.
— esas son exageraciones muy disculpables, y que se explican muy fácilmente — respondió .
aquel es un ejército regular mandado por jefes de orden y de principios, incapaces de cometer las acciones de que se los acusa.
— usted será el testigo y el juez — respondió —: usted verá por propios ojos de lo que aquella gente es capaz, y se convencerá de que en lo que yo he asegurado no hay la menor exageración.
siempre que usted nos garante la buena fe de el gobierno y que hará cumplir a el pie de la letra lo que se pacte, yo estoy dispuesto a hacer la paz, y a licenciar el ejército el mismo día que se firmen los tratados, previa salida de toda tropa de el territorio riojano.
el doctor quedó nuevamente complacido con la disposición de espíritu con que hallaba a .
creía que efectivamente había gran exageración en lo dicho, pues no podía creer que los jefes nacionales cometieran las monstruosidades de que se les acusaba.
y desde aquel momento empezó a discutir con el las bases de un tratado de paz firme y duradera.
a aquella conferencia y a pedido de el asistió a el gobernador de y aquellas personas en cuyo talento y buen juicio tenía plena confianza el caudillo.
y como permitía todo género de garantías, no hubo desde el principio el menor inconveniente, desde que las partes pactantes obraran con entera buena fe.
no hubo mucho que discutir ni mucho que modificar.
obrando con entera buena fe y con perfecta equidad, el doctor proponía el artículo, que ampliaban o discutían ligeramente los hombres llevados por : éste se limitaba a aceptar lo pactado, diciendo solamente: si no se cumple, quiere decir que vendré a tener razón una vez más.
tres días duraron aquellas conferencias, a el fin de los cuales vino a quedar terminado el tratado que se firmaría por el gobierno de , , los jefes nacionales y el doctor a nombre de el gobierno nacional.
desde aquel momento se suspendía todo acto hostil por una y otra parte.
los jefes de los ejércitos se encontrarían cinco días después, en el lugar llamado , acompañados de sus estados mayores y de los prisioneros de guerra, pues según un artículo de el tratado cada cual debía hacer entrega a el enemigo de los prisioneros que de él tuviera, como la expresión de la buena armonía que reinaría desde entonces entre los que habían sido enemigos encarnizados.
no conservaba en las filas de su ejército ni un solo prisionero.
todos los que había tomado vivían libremente en sin que nadie los molestara.
como sobre ellos no se ejercía la menor vigilancia, podían haber se ido cuando lo hubieran hallado conveniente; pero la mayor parte permaneció en puesto que allí a nada se le obligaba y su estadía significaba un largo descanso; descanso que perdería seguramente en cuanto se reincorporaron a el ejército.
le hizo avisar que había hecho la paz, que se iba a canjear prisioneros y que era necesario que se reunieran todos para asistir con él a aquella verdadera solemnidad.
muchos de aquellos prisioneros recibieron con la mayor tristeza aquella noticia, sobre todo aquellos que eran simples soldados.
volver a el ejército significaba para ellos volver a la vida tremenda de los cuerpos de línea, abandonando una existencia pobre y aún miserable para muchos, pero tranquila y relativamente feliz.
y de tal manera preferían algunos la condición de prisioneros de el , que se ocultaron negando se a ser entregados.
y esto se explicaba con facilidad: muchos de ellos eran soldados destinados y recargados en el servicio, convencidos de que nunca conseguirían su baja, y estaban cansados de sufrir.
se encontraban libres y considerados; en sus cuerpos habrían sido dados la baja por muertos y no querían volver a la espantosa vida de la tropa de línea.
y unos se ocultaban mientras otros suplicaban a no los devolviera y los dejaran vivir entre ellos.
— de mil amores — contestaba el —: yo quisiera dejar los a todos, pero si no los presento, para disculpar los asesinatos, van a decir que yo los he asesinado también, y yo no quiero que, ni aparentemente, puedan hacer me una inculpación semejante.
yo haré entrega de ustedes, y después que ellos los hayan recibido y visto que aquí no se asesina a nadie, ustedes pueden entonces desertar y volver entre nosotros, en la seguridad de que serán siempre bien recibidos como amigos y como hermanos.
pero muchos milicos, desconfiando poder desertar y no queriendo volver a lo que ellos llamaban la cárcel de línea, se escondieron el día de la marcha y se quedaron en , ocultos en las casas donde los habían recibido con cariño verdaderamente fraternal.
el día fijado por el doctor se encontraban en , el general , acompañado de su estado mayor y de un gran grupo de individuos que, por el uniforme que aún conservaban, debían ser prisioneros de guerra.
acompañaban además a muchas personas caracterizadas de , que rodeaban a el gobernador, allí presente también.
por parte de el gobierno, estaban el coronel con su estado mayor, algunos otros jefes nacionales y el doctor , satisfechos de haber acercado de aquella manera a tan irreconciliables enemigos.
todos desmontaron y se pusieron a hablar amigablemente.
pero se veía que tenía algo que lo mortificaba íntimamente y que no acertaban en lo que podría ser.
¿por qué , tan alegre habitualmente, estaba triste cuando más alegre debía mostrar se?
no iban a tardar en saber el motivo, motivo poderoso, capaz de entristecer, de conmover, diremos mejor, a el espíritu más indiferente.
el doctor , colocado en el centro de todos, leyó las bases de el convenio celebrado que todos escucharon atentamente.
era lo pactado y no había la menor cosa que observar.
— hay una cláusula que no va a poder cumplir se por parte de el gobierno — dijo con la mayor solemnidad —: pero que no obstará para que la paz se lleve adelante porque yo no tengo más que una palabra, y esa la he empeñado ya, a pesar de que conocía ya esa imposibilidad.
— ¿cuál es ella? — preguntó el doctor con extrañeza —, ¿qué base hay que no pueda ser cumplida por el gobierno?
— no es el momento de decidir lo — contestó el con profunda melancolía —: cuando llegue el momento de cumplir todo lo que ahí se ha escrito, se verá que responderá a todo lo que ha firmado y que el gobierno no podrá hacer otro tanto.
— ¿hay algún inconveniente, coronel ? — preguntó a éste, después de leer nuevamente las bases de el convenio.
— yo no encuentro ninguno — respondió —, y creo que el gobierno puede cumplir todo cuanto quiere.
a pesar de esta seguridad, sonrió con profunda melancolía y pudo ver se que el jefe nacional esquivaba la mirada franca y valiente de el caudillo.
¿comprendía lo que éste quería decir y sabía que no le faltaba razón?
no tardaría en saber se.
el tratado fue firmado allí mismo por todos, proponiendo que se separaran, porque se hacía tarde y cada cual estaba lejos de sus tropas.
— mañana tendremos la segunda conferencia — dijo —, que puede tener lugar en misma, puesto que ya somos amigos, y allí se firmará la otra copia de el convenio, puesto que una debe quedar aquí y otra llevar se a .
— desde que somos amigos y nada hay que temer ya — contestó —, los ejércitos pueden quedar en donde están, y seguir todos nosotros a , desde ahora mismo; yo creo que nadie tiene motivo para dudar de mí; sin embargo, si alguno lo tuviera, el señor doctor puede salir me de fiador.
— efectivamente yo respondo de el — dijo éste —; yo respondo de su lealtad, como le respondo a él de la lealtad de el gobierno.
este tratado será cumplido en todas sus bases: de otra manera no le hubiese puesto yo mi firma.
el volvió a sonreír con melancólica fruición, como si tuviese la certeza de que el gobierno no podría cumplir aquel tratado.
manifestó que él, como jefe superior, tenía que regresar a el ejército, para tomar infinidad de medidas referentes a el cumplimiento de el trabajo mismo, y que dentro de breves días iría a reunir se le en .
— ¿y no puede mandar sus órdenes con algún ayudante o uno de los jefes de el ?
— imposible, debo hacer lo personalmente, porque son cosas delicadas que debo ver ejecutar yo mismo para tener la más absoluta seguridad de que se han cumplido.
todos se preparaban a separar se cuando se aproximó a el doctor y le dijo de manera que todos pudieran oír lo:
— antes de separar nos, hay una cláusula que debe cumplir se aquí mismo según lo entiendo, y tan lo entiendo así, que he venido preparado a cumplir la por mi parte.
— no recuerdo que haya cláusula de inmediato cumplimiento — repuso el doctor —; sin embargo, usted dirá cuál es.
— cómo no: según el tratado, se establece que, todos los prisioneros hechos por ambas partes, serán canjeados inmediatamente de firmar se el tratado, como la mejor prenda de amistad.
aquí están, siguió, señalando el grupo de los que había llevado — todos los prisioneros que yo he tomado a el coronel .
faltan unos pocos, es verdad, pero éstos son los que no han querido venir porque se encuentran demasiado bien en , donde gozan de completa libertad y consideración por parte de mis paisanos; ellos podrán corroborar, a su tiempo, la afirmación que aquí hago.
aunque no los veo — concluyó sonriendo —, siempre supongo que estarán cerca de aquí los prisioneros que se me han hecho a mí.
los jefes nacionales guardaron silencio mostrando se visiblemente confundidos.
— ¿qué no tienen ningún prisionero mío? — continuó , con voz trémula — ¿ni uno solo ha escapado a la matanza, ni uno solo se ha salvado de el general degüello?
me lo habían dicho, pero no lo había querido creer.
el ejército nacional está mandado por hombres civilizados, por jefes de orden, respondía, y respetarán mis prisioneros, aunque fusilen uno cuantos por razones especiales que tengan.
ni uno solo escapa, me decían: prisionero que agarran lo degüellan o lancean.
ahora veo que todo es verdad; el ejército de orden y de principios, los jefes que vienen a pelear en nombre de la civilización y de el derecho, no respetan a los prisioneros de guerra y hacen con ellos lo que no hacen las tribus de indios.
sin embargo, yo, el gaucho salvaje, yo el montonero feroz y asesino, yo, el bandido miserable, he conservado sin faltar uno solo, los prisioneros de un enemigo que degollaba los míos.
digan ellos si tienen un reproche que dirigir me, digan si les falta un botón de el uniforme y sin han oído en nuestros labios la menor injuria.
hizo aproximar a los prisioneros y les reiteró aquellas preguntas.
— nos han tratado como hermanos — dijo el oficial más caracterizado —; para nosotros no han sido enemigos sino protectores.
los demás prisioneros prorrumpieron en un entusiasta y prolongado viva a el general , significando así todo cuanto le debían.
— aquí están, pues, mis prisioneros, los que devuelvo, muchos de ellos aún contra su misma voluntad.
por los míos ya no preguntaré más, pues harto significativo es el silencio que ustedes guardan.
así responde el a los cargos de bandido, de montonero asesino y ladrón que se le hacen, por los hombres de orden y de principios, que ni siquiera son capaces de respetar la vida de prisioneros rendidos o indefensos.
si yo, obrando como lo hago, soy un bandido y un salteador, ¿qué son ustedes entonces, señores jefes nacionales?
¿qué voy yo ahora a contestar a las viudas y los huérfanos de los prisioneros que ustedes debían entregar me en cambio de los que les dejo?
¿que éste es el enemigo con quien he firmado un tratado de paz que cumplirá hasta donde le convenga?
esta es, señor , la cláusula que yo decía a usted que no podría cumplir el enemigo, pero que no por esto hará que yo pueda echar me atrás: la paz está hecha y no seré yo quien falte a lo convenido.
el doctor estaba conmovido y avergonzado antes los terribles reproches dirigidos por a los jefes nacionales; reproches que éstos no habían levantado, ni intentado siquiera levantar, porque todo lo dicho por era la más estricta verdad.
todos los prisioneros hechos a habían sido muertos de las maneras más feroces que hemos indicado ya.
— yo empeño mi palabra de honor — dijo entonces —, que le serán devueltos todos los prisioneros suyos que se hallen destinados en las filas de el ejército nacional.