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el « », de la compañía « », acababa de fondear frente a con cargamento general de mercaderías humanas procedentes de el y escalas de el .
lotes de pueblo vasco, hacienda cerril atracada por montones, en tropa, a el muelle de pasajeros de , diez o quince años antes, con un atado de trapos de coco azul sobre los hombros y zapatos de herraduras en los pies.
lecheros, horneros y ovejeros trasformados con la vuelta de los tiempos y la ayuda paciente y resignada de una labor bestial, en caballeros capitalistas que se vuelven a su tierra pagando se pasajes de primera para ellos y sus crías, pero siempre tan groseros y tan bárbaros como los echó a el mundo.
surtido de portugueses y brasileros alzados en , y . blandujas y fofas como la lengua que hablan.
pasan su vida abordo descuajados sobre asientos de paja, comiendo y vomitando mangos y, aunque entre ellos suele haber uno que otro que medio pasa, en cambio, la casi totalidad enferma es vulgar, dejada y sucia.
cuestión de sangre y cuestión de temperatura.
tenderos franceses y almaceneros españoles en busca de sus respectivas pacotillas.
media docena de arrastradas, albañales de détritus humanos.
y, por último, uno que otro particular decente que, solo o con su familia, viaja por quehacer o diversión.
toda esta masa híbrida de el gusano-rey se agita, se codea, se empuja y se agolpa confundida por entre altos de baúles y maletas, en una atmósfera de entrepuente, amasada con peste de bodega, aceite rancio de máquina y agrio de sudor.
es que acaba de oír se el silbato de la lancha a que van a ser pasados para llegar a y nadie quiere quedar se atrás, lo que no importa, por supuesto, que nadie llegue primero.
entre los presentes estoy yo y está el héroe de mi cuento.
¿qué es?
en globo, uno que va a liquidar sus capitales ese mercado gigantesco de carne viva que se llama .
en detalle, un hombre nacido en ; ha heredado de sus padres veinte mil duros de renta y de la suerte, un alma adocenada y un físico atrayente.
en buenas manos, habría tenido, acaso, nociones de generosidad y de nobleza, talentos posibles a veinticinco años, sobre todo cuando se nace de pie, se va viviendo sin la lucha por la vida y se aprende honradez y dignidad como un adorno, como se aprende equitación o esgrima, sin que cueste.
mezcla de criolla con sangre pura bretón, el cruzamiento había dado un ejemplar mestizo notable por la belleza robusta de las formas de el norte bronceadas a el fuego de el mediodía.
podía, en suma, llegar a ser lo que se llama en el argot de los bajos fondos mundanos donde iba a zambullir se de cabeza, un tipo a toquades.
nos trasbordamos:
— venga a almorzar conmigo, le dijo.
— ¿adónde?
— abajo.
— ¡ !... me parece más prudente esperar a que lleguemos a .
— no tenga miedo; en , hasta los zonzos saben comer.
— es que yo quisiera ver esto, insistió, señalando las costas de el río.
— lo que esto tiene que ver es el vino que produce y el vino se ve en la mesa.
en cuanto a el río, proseguí, es un pedazo de el , angosto y con agua sucia.
se diría que necesitando tierra, aquí donde no caben, le hubieran revuelto el fondo a el apretar lo.
desprendidos de el trasatlántico, habíamos andado apenas pocas millas, cuando un chaparrón como baño de lluvia, de esos que se desgajan de golpe, puso en derrota a la distinguida concurrencia, precipitando la puente abajo hasta el trou disfrazado con el pomposo nombre de cámara donde y yo nos encontrábamos y, donde con aquella invasión de bárbaros, vinimos a quedar como unos encima de otros.
— sabe, me decía mi compañero entre una docena de ostras y una botella de que nos vimos obligados a tragar de perfil, no pudiendo hacer lo de frente, que el vehículo este estaría bueno, cuando más, para las alturas de o la , pero que no se explica entre gente que tiene fama de entender la biblia!
— precisamente porque estos la entienden mejor que nadie y son muy prácticos, mi querido señor, es que no nos tratan como a cristianos, sino que nos echan a tierra en cuenta de bestias, metidos en una especie de chiquero viejo.
hace veinticinco años que experimenté por primera vez el sistema y debo declarar en honor a la verdad que han tenido el talento de conservar lo religiosamente intacto.
ni una silla en que poder sentar se, ni una lona sobre cubierta, ni un palmo de aire potable en esta cueva infecta y sofocada.
pero, ¿qué se le importa a la empresa de el pasajero con quien trafica y de sus anchas, si no le han de pagar un medio más, ni ha de recibir por eso un medio menos?
llega ., tenga lo entendido y no lo olvide para su gobierno, a la tierra donde los hombres andan a la cabeza de los demás; donde, desde el lujo que halaga la vanidad, hasta el agua que apaga la sed, todo en el comercio de la vida, reduce a un problema de aritmética cuya más simple expresión es la siguiente: sacar el quilo a el prójimo, esquilmar lo, explotar lo, quitar le hasta la camisa, si es posible, con esta a limitación: guardar las formas, es decir, manejar se de manera que no tenga derecho a terciar la policía, deslinde de la honradez individual; donde los más nobles impulsos, las necesidades más íntimas de el corazón y de el alma, el hogar, la familia, se convierten en un asunto de plata que irrita; donde se llega hasta decir: ha hecho un magnífico negocio, se ha casado con tantas mil libras de renta, aunque esas tantas mil libras de renta vengan a ser el precio de su porvenir y de su vida indecentemente vendidos a un ser enfermizo y ruin y, de ese pacto monstruoso, salgan hijos escrofulosos y raquíticos.
., en suma, la latitud de el globo, donde más echada a perder está la cría.
¿por qué, tiene acaso ella la culpa, lleva en sí, más que otra cualquiera, el germen de el vicio, causa de su propia corrupción?
no, sin duda.
es un fenómeno perfectamente natural y perfectamente lógico.
la población se amontona hasta estorbar se; el exceso mismo de el progreso trae aparejada la más cruel dificultad en los medios de existencia — solo el lazzarone y el paria se conforman con vestir se de andrajos y alimentar se de cáscaras — aferrado a la vida por instinto y a la vida sin privaciones ni miserias, pedir, entonces, a el hombre que viva para los demás es un absurdo. — ¡feliz cuando consigue a duras penas vivir para él mismo!
de ahí que no dé nada, si nada le dan a él y que, dando uno, quiera agarrar se mil; de ahí el imperio de un egoísmo absoluto; de ahí la relajación moral; de ahí la degradación de la especie, tanto más grande y más completa, cuanto mayor es el grado de civilización que se alcanza.
ahora, reproche le, si se atreve, a el pueblo francés ser el primer pueblo de el mundo...
, dije después de un silencio, mirando afuera por el tragaluz que tenía en frente.
nos faltan diez minutos de camino. subamos si quiere ver la entrada de el puerto y el aspecto de la ciudad.
esa misma tarde tomé el rápido y, después de zangolotear me infamemente toda la noche sin conseguir pegar los ojos, acaso porque alquilé un sleeping-car, o sea, carro a el uso personal de los que quieren dormir, llegué a las cinco de la mañana a .
pocos días después, recibí la visita de :
— vine anoche, me dijo y mi primera salida ha sido para .
el deseo de saludar lo, primero y, luego, no se lo quiero ocultar, me trae también un sentimiento mezquino de egoísmo.
ando literalmente boleado. el ruido, la confusión, la gente, el tumultuoso vaivén de este maremágnum, me han aturdido hasta azonzarme. — no sé que rumbo agarrar y tengo miedo de enderezar por donde no es comida.
estoy, en una palabra, hecho un bodoque arribeño que sueltan, como nuevo en .
en tan fieros aprietos, vengo a pedir a ., hombre práctico, que me tienda una mano protectora, que me haga el servicio de indilgarme en este infierno.
— es decir que pretende . poner a contribución mis conocimientos en el ramo, no es así, quiere que lo ciceronee?
no veo en ello inconveniente. y para probar le toda mi buena voluntad, entro inmediatamente en funciones.
desde luego, mi buen señor, tiene . una figura imposible: zapatería de , sastrería de , sombrerería de , agregué, hurgando lo de la cabeza a los pies.
muy correcto en ; pero aquí, donde uno es siempre lo que parece, no cuela, raya con eso!... y si pretende hacer camino, es de necesidad urgentísima que se mande cambiar de forro cuanto antes.
— ya está; dé me las señas y me largo instantáneamente.
— largue se enhorabuena, primero, a lo de , avenida de la . le harán pagar más caro que en cualquiera otra parte, pero, en cambio, después de probar le la ropa diez veces, le vestirán peor.
— si es así, no veo que valga la pena...
— a el contrario, vale la pena y mucho.
sobre el mérito de el artículo, está el nombre de la casa y la réclame consiguiente. es de rigor.
vaya, luego, a lo de , calle de la ; se encontrará con un camisero conveniente. en seguida, a lo de , sombrerero y, por último, llegue se por la zapatería de , boulevard des . le fabricarán unas chatas blindadas de cuatro suelas y varias toneladas de porte, sistema inglés. calce se las aunque le queden nadando. entre esta gente es de muy buen tono ser patón porque el príncipe de es patón.
ponga se, como quien dice, en compostura y después vuelva a ver me que yo me encargo de el resto.
¡ah! me olvidaba decir le que trate un coupé y alquile un appartement. en el boulevard , a la altura de la , los hay habitables por mil francos mensuales, más o menos.
no se lo hizo decir dos veces. así que hubo salido de manos de los referidos industriales, el joven se me presentó pelechado.
su individuo trasudaba, es cierto, un quién sabe qué a flamante, un falso aire de tienda de tapicero o casa recién puesta. dorados y barnices que están diciendo a gritos: aquí hay plata, pero falta el roce de el uso que deslustra, las arrugas de la costumbre que quitan el olor a parvenu.
la verdad, no obstante, sin pretender pedir peras a el olmo, es que estaba confesable:
— ¿por dónde empezamos?
— por esto.
y tomando una pluma, escribí:
« :» te mando un coupon de avant-scène para esta noche en el .» lleva contigo a , p. ej.» a mi vez, estaré yo en la orquesta con uno de mis paisanos.» iremos después a el cabaret, etc.» tuyo».
, puse en el sobre, rue , 4.
el teatro empezaba de despertar de su sueño de veinte horas en un ambiente mohoso de encerrado, para presenciar por la centésima vez la representación de la misma farsa.
la vieja araña colgada de el cielo raso, con sus picos a media fuerza y sus facetas de vidrio pardo, lo bañaba en una semiluz polvorienta y avara que blasfemaba con el oro de un decorado de cargazón.
las capas de arriba se hallaban repletas ya de blusas y de cofias, público de franco y medio que, por no perder una coma de lo que empieza a ver se a las ocho, hace cola en la calle desde las cuatro. grupos de hombres y mujeres entraban, a su vez y ocupaban sus asientos en la platea, balcones y palcos, mientras los de la orquesta, con sus caras demacradas de abrutis, templaban el instrumento, compañero de miserias, ganapán de el oficio, para una de esas musiquitas canallas como la índole de el espectáculo a que sirven de preludio.
— no comprendo, exclamaba mirando de arriba abajo, como estos teatros tan chicos llegan a costear se pagando artistas de primer orden.
— es, sin embargo, bien fácil de comprender.
¿cuántas personas cree . que caben aquí?
— quinientas, cuando más.
— se equivoca: mil.
— mil, ¿dónde, cómo?
— de una manera muy sencilla: metiendo dos donde apenas hay lugar para uno.
. se ahoga, le falta el resuello, no puede ni rascar se, tiene que pasar se lo en cuclillas y tieso como palo a pique para no invadir a el vecino sometido a el mismo régimen disciplinario.
pero eso no importa un zorro; es fuerza que los dos quepan y caben.
el lado higiénico y moral de la cuestión?
saque el cuadrado y el cubo. divida, luego, entre el número de presentes y le resultará esto: alrededor de media vara de aire por cabeza, es decir, lo suficiente para que uno reviente como en camareta.
pero, se le ocurrirá decir a ., aquí, entonces, no hay policía ni un demonio, cada cual hace lo que se le antoja?
¿ ? si señor que la hay, y la mejor policía de el mundo, s'il vous plaît. solo que, arriba de la policía, de la higiene, de la salud y de todo, está la explotación de marras.
es un rasgo de el carácter nacional, voilà tout.
no vaya a figurar se, por otra parte, que los elencos cuestan un negro con pito y todo, ni que se va a encontrar . con cómicos de talla.
hago, bien entendido, excepción de dos o tres escenas, de la , sobre todo, templo consagrado a el arte.
aquello ya no es farsa, es verdad. allí no se miente, se siente. no es la inteligencia que produce, confiada a la inteligencia que traduce. no es en manos de ; no es el personaje de la comedia, obra fecunda de la fantasía. cito a el acaso: es el hermano de la , es el que agarra una botella vacía que está llena, va bebiendo hasta vaciar la y acaba por emborrachar se y por dormir la borrachera con la plácida beatitud de los borrachos.
no es en boca de que recita el . es la encarnación misma de abatida por la pena la que se irgue terrible a el oír el nombre aborrecido de y, loca de dolor por la muerte de su amante, lanza contra su patria la tremenda imprecación.
se ve, se oye, se palpa, se siente vivir de veras y queda en el alma, sacudida hasta adentro por la fuerza de la emoción, la impresión profunda que solo es capaz de grabar en ella el sello imponente de la verdad.
no hablo, pues, de la casa de , donde, para entrar, me saco el sombrero. me refiero a los teatros llamados de genre.
aparte media docena de routiers, especialistas de el ramo que divierten porque sí, los otros no pasan de ser unos farsantuelos minúsculos, unos tristes cabotins.
el personal femenino tampoco vale caro, que digamos.
para esas señoras, el arte no es una carrera, sino un medio de hacer carrera; el teatro una feria y el proscenio una barraca de saltimbanquis, un mostrador donde exhiben desnuda su mercancía que venden a la mejor postura y dinero de contado.
rodeadas de el prestigio de la escena, poudre aux yeux à l'adresse de novicios y mentecatos, atmósfera de artificio donde el gas y la pintura tapan hasta los hoyos de las viruelas, vienen aquí a buscar hombres, como las otras de su misma estofa, tan degradadas como ellas, pero más feas, más brutas, o más sin suerte, tienen su mercado en los veredones de el boulevard o en los fondos de barro de los lupanares, donde bajan en procura de una pieza de cinco francos.
sí señor, esa es la escala y, repito, salvas pequeñas excepciones, unas pocas mujeres de corazón y de talento, en los teatros de no hay artistas sino plumas.
entre tanto había subido el telón y empezaba la pieza, o sea ( el fraile ) que así también llaman en el brasero con que calientan las camas.
incompatibilidad de humor entro un marido y su mujer, reyertas diarias por quita me allá esas pajas, pleito en separación y, de ahí, una carga grotesca, sin chispa, sin gracia, sin espíritu, salpicada de propósitos sucios.
la mujer quería, a toda fuerza dormir con un fraile. el marido, por su parte, no podía soportar la vecindad de los frailes y, naturalmente, se apresuraba a protestar indignado.
bastante caliente era él de por sí, sin necesidad de un fraile en la cama para calentar lo...
ese era el tono, el calibre de aquella turpitud, sin que, para remachar el clavo, faltara tampoco la sal de cocina de las pantomimas inglesas, las payasadas de circo, empujones, sombreros abollados y ropa revolcada.
una ordure, en fin, a el paladar de cierto público parisiense pur sang, que es el público más badaud y, agrego, más francamente idiota de todos los públicos conocidos.
el palmoteo de la claque, esa otra maldición de los teatros franceses, cargante como el repiqueteo de las matracas, se mezclaba a los
oh! ¡oh!
drle!
! de los ramollis de la orquesta y a las risotadas de el público saboreando unas de las escenas más cochinas de el repertorio, cuando entraron tres mujeres a el primer avant-scène bajo de nuestra derecha.
— ¿las conoce? — me preguntó —.
— sí. una de ellas, la de atrás, esa con la cabeza blanca de canas, peinada en bucles a la antigua usanza, vestida de ropas sombrías, el aspecto severo, el aire reservado y digno, cuya figura se destaca apenas entro la luz borrada de el fondo de el palco, donde acaba de sentar se, parece, de lejos, cosa que vale, ¿no es cierto?
se diría una reliquia de la vieja raza francesa, noble esa y pura, en medio de sus preocupaciones necias de sangre.
ni tal. acerque se la con el anteojo. entre una espesa capa de magnesia y colorete que esconde las grietas de un pellejo entumecido por el vicio, verá dos ojos abotagados y turbios como clara de huevo clueco y una boca cuyos dientes de fuina y cuyos labios amoratados y trompudos, están revelando toda la grosería, carnal de la bestia envejecida en cuarenta años de orgías.
en sus buenos tiempos, la llamaban ; hoy se deja decir la señora de .
— ¿madre de la de la carta?
— postiza. en el hecho, su comodín.
algunas gastan ese lujo, ese género de parentela a el servicio de los recién llegados.
alquilan una madre como se alquila un mueble, una yunta de caballos y la muestran a la distancia, desde el coupé en el bosque, desde la baignoire en el teatro.
es una manera como otra de faire l'article. eso les da cierto cachet, las po se en hijas de familia y el truc produce diez o veinte luises más.
recursos de mise en scène, cábulas de el oficio.
entre las otras dos, elija.
la negra circula con el nombre de y es hija de el azar.
un antojo a la llama de el gas en el entresuelo de restaurant, o un instante de abandono a ojos cerrados, rápido como la dicha que se roba, en la sombra voluptuosa de la alcoba.
instrumentos de placer, títeres de cuerda, muñecas vivas, las hace y las rompe.
brotan de el callejón o la bohardilla como esos pastos que crecen entre los adoquines de el empedrado, sin que nadie sepa de donde ha caído la semilla. son un aceroc de flirtation y pasan por la vida sin hacer surco, dejando apenas, en pos de ellas el recuerdo que deja una hora de locura.
maciza y tosca, vaciada en el molde de el que el sacó sus , la rubia ha sido engendrada entre dos besos a boca llena, groseros como un pellizco, de esos que no se dan o, mejor, que no se pegan sino en el estrujón casto y brutal de la cama de aldea después de la bendición de el cura.
destinada por a cuidar gansos, un buen día, el diablo la tienta. tira los suecos, echa a el hombro el lío, deserta el corral y se larga a hacer fortuna a donde empieza su carrera de criada con el nombre de que le dieron en la pila y treinta francos a el mes, la sigue de cocotte, con diez o quince mil, llamando se d'armagnac — es mucho más chic — y acaba por morir se averiada y sin un medio en el hospital, o por ser un ejemplar de «la ».
he ahí el sempiterno fin de la sempiterna historia.
ahora que . se las sabe tanto o más que yo, vamos a hablar las y a concertar con ellas el programa de la fiesta.
concluido el teatro y suprimida, por supuesto, la señora mayor a quien aventamos en un sapin diciendo le: , allez vous coucher! nos metimos los cuatro en un coupé de dos asientos.
— , mandé a el cochero.
pocos momentos después, entrábamos a un cabinet de dicha casa por un pasadizo angosto oliendo a recalentado.
la alfombra era de . los muros, el techo y los muebles, entre los que figuraba una otomana ancha y blanda, tapizados de lampás.
en un tiempo, todo aquello debió haber sido muy bonito. pero las manchas pardas de vino y de comida de que se hallaba cubierto el suelo, salpicadas las paredes y chorreados los asientos; el negro de humo de las bujías pegado a los tejidos y a el dorado de la madera; el cristal de los espejos rayado a sortija, un je t'aime entre una fecha, una y una insolencia; el défrachi de treinta años de servicios escabrosos, en una palabra, imprimía a el interior aquel, algo de el aspecto de el coche de alquiler mugriento donde uno entra mirando con recelo y levantando se los faldones para sentar se.
lo que no impide que se creyera trasportado a un cuento de hadas.
quien en la edad loca de las ilusiones, deslumbrado por el resplandor fosfórico de el mundo, ofuscado por sus fuegos fatuos, no ha pasado por ahí...
fiebre de vida, hambre de gozar, he ahí lo que se siente; mujeres que la aplaquen, de ahí lo que se busca; impúdicas que la harten, he ahí lo que se prefiere.
es que, a el lado de la voz imperiosa de el instinto, está el grito destemplado y chillón de la vanidad.
es que el brillo de la impura que se vende, su teatro, su alcoba, su orgía, pueden más en una cabeza de veinte años, que la posesión arrobadora, pero ignorada y oscura, de la virgen o de la matrona que se da toda entera en un abrazo, pero que se da solo envuelta entre las sombras de el silencio.
se sueña con la heroína cuyo nombre, prestigiado por el velo de la mentira en las páginas de la crónica o de la novela, suena en nuestros oídos como la promesa de un mundo de delicias.
se anhela ir a ella, penetrar en el misterio de su vida, compartir sus horas de extravío, vivir envuelto en el torbellino que la arrastra, ver la, querer la, dominar la y tener la hoy, para dejar la mañana y agregar en seguida otra a la lista y otra después y otras más.
llega entretanto un día en que el sueño se realiza, en que un puñado de oro abre, como por encanto, las puertas de el amoroso santuario donde la diosa palpitante y desnuda se muestra encendiendo toda la brutal avidez de los sentidos.
entonces, se arroja uno jadeante sobre eso que llaman la copa de el placer, la agarra y bebe, pero bebe con grosería, empinando la a dos manos y derramando a chorros por entre el borde y los labios lo que no se alcanza a tragar.
y, en el afán de secar la hasta la borra, se cree que la embriaguez que nos embarga, ese marasmo libidinoso de el alma, esa bacanal de la carne, áspera, amarga y deliciosa a la vez, se prolonga eternamente, que el tiempo no trascurre, que aquello no tiene fin.
qué poco dura, sin embargo, y qué caro cuesta...
el espíritu se embota, el corazón se gasta, el cuerpo se cansa, un negro desencanto se apodera de nosotros y, cuando la reflexión o el destino no nos llevan hacia atrás, no nos vuelven a el pasado buscando otra vida en otra fuente, la postración mortal en que caemos, para no levantar nos ya, llega hasta traducir se en el desprecio más profundo por todo lo que es humano, en el más inaguantable hastío de la existencia...
empezaba, apenas. lo que quiere decir que no habría dado su noche por un imperio.
un hombre vestido de rigorosa etiqueta, afeitado, lustroso, limpio y tieso, a el través de cuyo aire ceremonioso y glacial asomaba una punta de el más refinado cinismo, atributo inseparable de el empleo, se presentó tras de nosotros. era el matre d'htel.
— ¿que debo servir a los señores?, preguntó desde la puerta.
, frente a un espejo, ocupada en tironearse la bata de un vestido a media espalda con un gesto rabioso de mal humor porque la cruche de su costurera, decía, la había fagotée de una manera absurda, como si ella tuviera algo que tapar, a el oír lo, dio vuelta de pronto y, arrebatando de manos de el solemne personaje el catálogo impreso de los trescientos setenta y tantos platos de que se compone el repertorio francés:
— lo que le mande yo, exclamó con énfasis. me regarde.
traiga usted ostras para empezar, ostras verdes; luego, un moc-tortue de el verdadero, se entiende; unas écrevisses bordelaises; pollo trufado; camembert, frutas y, como vino, desde el principio hasta el fin.
— ¿qué, no se te ocurre otra cosa?, pregunte le tranquilamente, mirando la de soslayo.
— tout.
— y, sin embargo, te has olvidado de el postre.
¡ , pólvora! dije después con toda calma. así estamos seguros de reventar.
honores fueron hechos por los otros a las ostras y a la sopa en el silencio de el primer momento de mesa. silencio laborioso consagrado a el pienso de la bestia; interrumpido solo por el choque de una cuchara contra un plato, el rechine de el cuchillo que lo rasca, el crujir de el pan bajo los dientes y algún sorbo plebeyo, acaso, sonando con un ruido gordo de sumidero.
por lo que respecta a mí, gato escaldado, me abstuve, como siempre, limitando me a presenciar las escenas de la noche en una cauta actitud de pasiva prescindencia.
obedecía a la regla inquebrantable de conducta que me he impuesto.
hace fecha que no agarro. pour cause.
alzar las, aun bautizadas de artistas a la salida traviesa de un teatro, escalera de servicio, débouché de basuras, cloaca por donde corren las inmundicias de el lugar, bajar las en las tabernas y harto, a el fin, concluir la noche en sus brazos, aspirar jadeando otros alientos, miasmas de cuerpos ajenos en una atmósfera saturada de corrupción, ni preso.
conozco el juego, sé lo que cuesta y, con la experiencia que tengo, me doy por satisfecho y me atengo a lo que sé.
entretanto, pasaron los cangrejos y tocó el turno a el pollo.
aquí, nos tenía preparada una sorpresa, un párrafo de sentimiento, una escena preñada de afecto y de ternura.
empujó el plato que acababa yo de poner le por delante, reculó la silla, se ladeó, se encogió, llevó el pañuelo a los ojos y empezó a enjugar amargo y silencioso llanto.
— ¿qué tienes?, le preguntamos sorprendidos.
— nada.
— ¿y por qué lloras, entonces?
— por nada.
— ¿cómo por nada?, insistí. no se llora sin razón.
veamos, te duele la barriga, te hemos pisado un callo sin querer, te has ofendido porque te he servido mucho capón y crees que he querido con esto llamar te comilona y grosera, te ha saltado a los ojos algún grano de pimienta, o es la mostaza de los cangrejos la que se te ha subido a la nariz?
a todo lo que se sacudía como diciendo: no, mientras acosada a preguntas, concluyó por reventar llorando como un ternero:
— ¡son las trufas que me hacen acordar a mamá!
— acabáramos, exclamé, altro que trufas, es el champagne que se te anda paseando por el cuerpo!
— ¡pobre madre querida, pobre víctima! gimoteaba, entretanto, abismada en su dolor y acompañando la exhalación de sus lamentos con unos ¡hiiiiii! ¡hiiii!... chillones y babosos, que iban poniendo se cargantes más de lo necesario.
— ¿pero, qué diablos tiene que hacer tu madre mártir con el relleno de el pollo?, díjele, a el fin, impacientado.
— ¡y, sin embargo, no las podía pasar ni pintadas; fue por dar gusto a papá!
hasta que, a la larga, creyendo comprender:
— ¡ya caigo!, exclamé.
tu padre indujo a tu madre a que comiera trufas, tu madre tuvo un empacho, y un cólico, seco probablemente, la llevó a la sepultura en pocas horas, ¿no es eso?
— sí, dijo haciendo un puchero y suspirando.
— pero, por qué, qué se proponía ese marido infame, ese hombre ?
— ¡oh! ¡no lo hacía por maldad, el pobre!
era porque decía que mamá se ponía muy amable con él cuando había comido trufas.
un salop seco, largado por con una mueca de repugnancia, vino, como bofetón en cara hinchada, a inflamar más aún la ya irritada sensibilidad de la otra.
viendo lo cual y queriendo, por mi parte, evitar un lance desagradable:
— ¡eh! ¡que te estás haciendo la pulcra tú también como si no te conociéramos! — dije a aquella —. calla te la boca y no seas farsante; respeta su dolor, el culto de la familia, ese sentimiento de las almas nobles.
— sí — rugió engreída con mis palabras y emballée de nuevo en los vapores de el vino, pero agarrando esta vez por otro lado —. ¡quiero que me respeten, que respeten a mi familia, porque tengo una familia yo, una familia honorable, porque no soy de esas que no se sabe de donde caen, ni qué madre las ha parido!
estos cariños, por supuesto, a l'adresse de , la que saltó como si un bicho malo la hubiera picado.
— ¡eh! ¡là bas! si es a mí que viene dirigido ese envoltorio, no te voy a hacer esperar por el vuelto, vale más no tener padre ni madre, que tener por padre a un...
¡che! ¡che! ¡che! pensé apurado como pajero que va llegando segundo, aquí se está por armar la grande, intervengamos o nos lleva el diablo!
y no acabó, porque poniendo le como tapón la mano sobre la boca:
— silencio, si no quieren que llame a un guardia y las haga flanquer au violon para que se refresquen las dos y se les pase el entusiasmo! grité a mi vez, haciendo me yo también el malo y el caliente.
de lo que me habría guardado muy bien. a el revés, fue precisamente para evitar que a el ruido metiera las narices algún hombre de la policía y nos trajera un mal rato, cuentos y enredos con la justicia, caso nada improbable dado el giro que iban tomando los acontecimientos.
sin embargo, a tan soberano golpe de autoridad, siguió un instante solemne de silencio.
dos miradas terribles se cruzaron, ásperas como dos arañazos, lustrosas y afiladas como dos chuzas y resollando fuerte y resongando como perros desapartados, las dos señoras arrugaron el entrecejo, agacharon la cabeza y se sentaron empacadas.
ahora, tengamos las un rato en penitencia, me dije tranquilo ya, demos les tiempo a que se les pase la rabia y amiguemos las después y acabe la fiesta en paz.
como si tal cosa, pues, seguí conversando con que, en medio de todo aquello, se había quedado poniendo cara de zonzo.
y una vez sucedida la calma a la tormenta, serenado el mar de las pasiones, iluminado el horizonte con los colores de el arco:
— ¿se proponen . pasar se lo poniendo trompa y tan divertidas como a el presente? — dije.
sirvan se avisar lo con tiempo. así verán si somos más bizarros de atrás que de adelante.
bonito ejemplo de francesas me han hecho dar a el señor. han estado . espumantes de espíritu y chisporroteantes de sal. palabra de honor; si siguen haciendo nos cosquillas en la bosse de la alegría, son capaces de hacer nos estallar.
fue la primera en amujar. — como caballo de negro, en cuanto las castigaron, mosqueó; naturaleza de esas prontas a vaciar se como bolsa de jugador, a el primer envide dijo quiero y soltó el rollo.
ahora podía mostrar se a el revés; no le quedaba nada adentro.
debía, acaso, haber se preocupado de la cosa, haber tomado a lo serio todas las balivernes con que esa grosse dinde nos había estado rompiendo el tímpano?
donc! aquello era idiota, no tenía sentido común, y, en prueba de ello, estaba dispuesta a en finir.
, por su parte, ne demandait pas mieux. solo que, la había herido profundamente eso de que quisieran insultar a su familia que era una familia de las más decentes.
y en las tinieblas pulposas de su encéfalo atascado por el vino, volvía a la carga con su madre, víctima de el atracón de trufas, agregando que razón tenía para desesperar se y llorar, que, a no ser por esa desgracia horrible, no sería ella lo que era, ni estaría donde estaba.
— claro, apoyé, te quedaste sin la brújula de tu madre y agarraste mal rumbo y te perdiste.
— sí, quedé huérfana a trece años, exclamó en tono conmovido y lastimero.
mi padre loco de dolor, con el corazón despedazado por la muerte de su compañera, no tardó en buscar en los excesos más groseros el olvido de sus penas.
me dejaba sola siempre, sufriendo el hambre y el frío, mientras él pasaba su vida en las tabernas, entregado a la bebida y a el juego, con los otros holgazanes de el lugar.
muchas veces, después de haber estado ausente todo el día, llegaba a casa de noche y con la cabeza perdida, ebrio, sin saber lo que se hacía, me maltrataba cruelmente porque no encontraba su cena pronta, porque todo en la casa andaba mal, porque era una inútil, decía, diente de y brazo de algodón, una sin vergüenza, una haragana, olvidando el pobre hombre que no me daba ni cómo comprar un pedazo de pan, y que niña todavía, no tenía ni juicio, ni fuerzas bastantes para poder trabajar y reemplazar a mi madre.
y passa. los ahorros, primero, fruto de largos años de trabajo y privaciones, los muebles, después, uno a uno empeñados o vendidos y la casa y el pedazo de tierra, por último, que mi madre había llevado en dote a el matrimonio.
fue entonces que, en la pendiente fatal que lo arrastraba, más y más necesitado de dinero con que poder costear sus vicios vergonzosos, contrajo segundas nupcias con la dueña de el molino, una mujer rica y perversa.
y fue entonces, también, que empeoró mi triste suerte.
maltratada sin razón, encerrada, estropeada, con el cuerpo lacerado por los bárbaros castigos que sufría, era mi vida una cadena de horribles sufrimientos.
un día, — lo recuerdo como si fuera ahora — jugando en la cocina dejé derramar, distraída, la leche que mi madrastra me había mandado hervir.
, entonces, agarró el asador colgado sobre el fogón y, después de dejar me tendida a golpes en el suelo, desmayada y bañada en sangre, no contenta todavía, no satisfecha su crueldad, echó mano, como de un instrumento de suplicio, de uno de esos largos alfileres que usan en la cabeza las mujeres de mi país.
aún me parece que la veo, a el recobrar, después de un rato, los sentidos, agachada sobre mí, lívida, fula, con los ojos inflamados por la rabia:
— «para que vuelvas en ti», decía, pinchando me atrozmente las manos y la cara; «yo te he de dar; para que vuelvas en ti, sin vergüenza, ¡vaurien!» repetía y, encarnizada, furiosa, me hundía y volvía a hundir me el alfiler en las carnes!
¡ah! desde aquel momento terrible que conservaré grabado siempre en la memoria, una idea única me persiguió, fija, exclusiva, persistente con la tenacidad de una manía: huir.
¿cómo?, ¿con quién? no lo sabía; lo que quería era abandonar a todo trance aquella casa maldita.
cruzó en esos días por el pueblo una tropa de cómicos ambulantes que andaba recorriendo las ferias de la provincia.
el azar se encargaba de proteger me.
me escapé de casa sin ser vista, los alcancé a corta distancia y resuelta, armando me de todo mi coraje, me ofrecí a formar parte de la banda.
fui recibida, primero, con risotadas y burlas groseras. ¿me figuraba, acaso, que estaban ellos dispuestos a mantener bocas inútiles, a echar se un estorbo a el hombro?
y, llenando me de improperios y de insultos, me intimaron bruscamente que volviera a casa de mis padres, amenazando me, sino, con entregar me a la policía en el primer pueblo a que llegaran.
humillada ante el rechazo que acababa de sufrir, llena de vergüenza y confusión, iba a volver me ya, resignada a esperar una ocasión más propicia, cuando el jefe de la banda, un viejo cínico, con la cara abotagada y la voz ronca:
— «aguarda un momento; acerca te», me dijo, tomando me de la barba y clavando en mí, sus ojos torpes.
« ! vista de cerca no está tan mala la chica; ¡eh! ¡eh! ¡tal vez no fuera difícil que nos entendiéramos!» veamos, ¿para qué diablos podrías servir nos tú?»
y levantando me el vestido:
«¿a ver esas pantorrillas? gordas y duras», prosiguió, agarrando me las piernas.
« , desde que la garce de nos dejó plantados, hace falta en la compañía un brazo para el bombo y unas piernas para el público. la muchacha esta es rolliza, tiene el físico de el empleo; con un poco de amor a el arte y unas medias color carne, podría llenar la vacante.
— ¿está . en su juicio, père , objetó uno de entre ellos, qué no ve que es una mocosa, y si nos meten a la cárcel? ! nada menos que un détournement de menor!... mal negocio; la justicia no entiende de chicas a el respecto».
el père , se enojó:
— «mete te la lengua donde no te la vean, tú, y deja te de fastidiar nos con tus miedos y tu justicia, collon!» ¿quién quieres que se ocupe de semejante andrajo, sus padres?» ¡bonitos han de ser sus padres cuando la tienen así!» — ¡oh! yo no tengo padres o, más bien, es como si no los tuviera».
y dije toda la verdad: la conducta de mi padre, la maldad de mi madrastra, la vida que llevaba, los martirios que sufría.
esto acabó de resolver los, y fui admitida sin más obstáculos a formar parte de entre ellos.
pero hallaba me lejos de tocar a el término de mis males. con mi nueva vida debía empezar un nuevo género de torturas.
cuando no me hallaba expuesta a la vergüenza pública, mostrando hasta las nalgas a los badauds que me rodeaban, tenía que soportar la sociedad de mis compañeros, la vida en común con ellos y, entonces, era mil veces peor: manoseada, besoteada, estrujada con dichos y gestos torpes, arrojada como pelota, de uno a otro, entre aquella chusma soez.
el viejo, sobre todo, me perseguía con un ahínco brutal, acompañando el hato de obscenidades a favor de las que esperaba contagiar me y subyugar mi voluntad, con un juego de movimientos y visajes asquerosos, que lastimaban todas mis delicadezas de virgen ofendida.
hubo momento en que llegué hasta bendecir los azotes de mi madrastra y el pan y el agua de mis encierros, tal fue el odio que me inspiró aquella vida entre crápulas!
una vez, de noche, habíamos llegado a una posada después de largas horas de camino, con todo nuestro miserable tren de saltimbanquis: tres carretones tirados por caballos macilentos y cargados de lienzos y trapos viejos.
sabiendo lo que me esperaba, como siempre, luego que los efectos de el vino empezaran a hacer se sentir, dejé a mis compañeros bebiendo y blasfemando alrededor de una mesa, bajé, sin ser sentida a la caballeriza y, en un rincón, sobre un montón de paja, caí postrada por la fatiga.
allí, por lo menos, en compañía de los brutos, preferible para mí a la de los hombres, esperaba poder dormir tranquila.
¡en vano!
de pronto, un tumulto me despertó sobrecogida, tumulto de voces roncas, rajadas por el alcohol, un enredo de carcajadas, juramentos y maldiciones.
eran los otros que, echando menos mi presencia, habían revuelto la casa, hasta que, a el fin, daban conmigo.
fue una fiesta.
sonando en las tablas de la caballeriza con un ruido de caballos que se empujan para llegar más pronto a el pesebre, todos se vinieron de golpe sobre mí.
rodeada, acosada, acorralada, como la cierva por la jauría, cansada, a el fin, loca de resistir, una desesperación, una rabia, un furor de turpitud me acometió de pronto, una fiebre de arrojar me a las barbas de aquellos hombres.
yo les voy a dar... ¿quieren? vengan, tomen, harten se.
y me entregué abriendo me toda entera a sus caricias salvajes, y todos pasaron en tropel sobre mi cuerpo, bañada en llanto, jadeante, desgarrada, hecho pedazos mi pudor!...
durante el curso de esta lamentable historia, había estado haciendo una fuerza de changador por sujetar se. a el fin, ya no podía con el genio:
— , ça y est! la orfandad, la madrastra, las sevicias, la fuga, la lucha, la caída, el llanto, la desgracia y la perdición, con más una punta, por supuesto, de indispensable fatalidad escondida entro telones, sopando en la salsa, manejando los títeres de atrás como la mano de el bonho me de metamorfoseada en o .
.
nada falta, nada ha sido olvidado; ni tampoco los clásicos saltimbanquis, la punta de charlatanes encargados de hacer su parte, de representar, ellos también, su correspondiente papel de infames!
esta última palabra fue exclamada con cuatro acentos circunflejos y una cargazón francesa de traidor de melodrama.
quiso protestar. el pobre, movido a lástima, hondamente impresionado por la narración de , inclino se a mí:
— imposible, esta mujer no inventa. hay en su acento un sello profundo de verdad, no le parece?
qué me ha de parecer, hombre, no sea . infeliz. lo que me parece es que miente con toda desvergüenza, de una manera escandalosa; que lo que nos ha estado encajando es un cuento tártaro a el uso de los novicios como ., un atajo de mentiras aprendidas de memoria y repetidas cien veces en presencia de la clientela extranjera para hacer se la interesante y la exquisita, para echar la de mártir inocente, de víctima de el destino guadañada como pasto tierno por la herramienta de la adversidad.
se trata, mi querido amigo, de un jueguito muy conocido en la cancha. es una letanía muy vieja y muy sabida. vaya aprendiendo, pues, a no ser zurdo y a no dejar se cazar como un pichón en trampas tan groseras.
mientras tanto, había mordido y no quería soltar. seguía impertérrita:
a mí me sublevan estas cosas, estas farsas, esta falta de sinceridad y de franqueza.
¿por qué no tener el coraje de lo que una hace, por qué no decir pura y simplemente la verdad?
— ¿la verdad? a ver, di la tú, repuse.
— ¡oh! no es difícil, ni me ha de dar trabajo.
somos lo que somos, porque el terciopelo y la seda cuestan menos que el percal, porque es más barato vivir en un hôtel que en las bohardillas, porque, para pagar tres sueldos en la imperial de un ómnibus, tiene una que comer lo que los otros tiran, quemando se las pestañas sin perjuicio de quedar se ciega o tísica, mientras que, para arrastrar coche y caballos, basta abrir la boca y decir sí, y, últimamente, porque, para eso hemos nacido y esa es nuestra inclinación.
. si no les gusta, sigan de largo; c'est à prendre ou à laisser.
y, en un revuelo de sus cascos a la gineta, aleteó y vino a asentar se en :
— oh! qu'il est dró le!
en efecto, los cangrejos, la emoción de el début, los treinta grados de calor, el vino, el olor a mujer sahumada, la desnudez cruda de las carnes, toda la mezcla aquella, había mareado el seso a mi incauto compañero, acabando por determinar en él una especie de delirium tremens de la fruta prohibida.
inquieto, alterado, calenturiento, los ojos y los colores se le iban y se le venían; un deseo loco se mostraba pintado en él.
drôle et avec ça, gentil tout plein, palabra de honor, mucho más gentil que ! repetía, entretanto, la otra con sus dos ojos dormidos sobre en una mirada golosa de concupiscencia.
y, diciendo y haciendo, se levantó de pronto, se fue sobre él francamente, le agarró la cabeza con las dos manos, se la apretó contra los senos y le dio un beso largo y mojado en la frente.
a propósito, ¿qué se ha hecho ?, saltó, después, volviendo a su lugar como si nada fuera.
— poco a poco. ante todo, quién es y por qué lo traes a colación? repuse.
¿por qué? da me! porque hemos sido muy buenos amigos con y porque . deben conocer lo desde que es americano como .; ¿sabes? de la .
¡ah! pero, permita me ., observó honradamente , es que la está en los y nosotros somos de la , est-ce que je sais, moi! para nosotros, todo eso es la misma cosa.
¡pues! me apresuré a intervenir poco dispuesto, como estaba, a asistir a una conferencia geográfica y sin dar tiempo a que perdiera su tiempo zonzamente, practicando con el rebaño aquel las máximas de el evangelio. desde que es americano de la y nosotros americanos de la , claro es que estamos en el deber de conocer nos. y tan es así, que somos como hermanos con y que puedo, si . me lo piden, contar les su historia, una historia de el otro mundo.
— ¡sí, sí, veamos la historia!
— pues señor, , después de haber se dejado devorar un costado en por los afilados dientes de las señoras y comparsa, antes que lo encentaran el otro, juzgó prudente agarrar un vapor de la carrera y largar se a sembrar papas, o a freír buñuelos. hay sus opiniones a el respecto y la verdad es que, fijamente, nunca se ha podido saber a qué.
el silencio de las soledades, ese silencio augusto, padre de la meditación que engendra los grandes pensamientos, hizo germinar en su cabeza un vasto plan llamado a abrir nuevos y dilatados horizontes, trasformando, por completo, la faz de el orbe y el aspecto humano.
hastiado de los hombres, desencantado de las mujeres, con el alma llena de agrio y el corazón de desengaños, nuevo redentor, ha consagrado su existencia a la regeneración de la abyecta grey en selvas salvajes de vírgenes comarcas.
¿cómo?
fundando una república universal.
a el efecto, se ha puesto de acuerdo con una tropa de monas de su relación, se ha constituido un harem, se ha formado una familia y, en estos momentos, ocupa se muy activamente de echar con ellas los cimientos de el nuevo edificio social.
— blague! dijo con sorna que no tenía un pelo de tonta.
, a el contrario, espíritu empastado, romo, redondo como su cuerpo, no alcanzando a darse cuenta exacta de la cosa:
— y, ¿para qué le sirven las monas?
— ¡cómo para qué! para tener hijos.
— ¿con quién?
— ¡con quién ha de ser, con él!
— pas possible! exclamó en el colmo de el asombro. ¿cómo es que un hombre puede hacer el amor con bestias?
— ¿ ?
en primer lugar, eso está por averiguar.
hay quien pretende que los monos son los padres de la humanidad. luego, si los monos son los padres de la humanidad, los monos son humanos y no bestias, a no ser que la humanidad sea una humanidad de bestias.
no hay vuelta que dar le.
es inútil, por lo demás, que te quedes abriendo la boca.
en todo país de monos, suele suceder que las monas, las monas grandes, unas que hay muy parecidas a ., tengan trato con hombres, así como existen mujeres afectas a monos.
— mujeres negras, será.
— negras y blancas.
— ¡qué cochinas!
— ¿de dónde te figuras, sino, que salen los mulatos?
— he oído decir siempre que los mulatos son hijos de blanco y negra.
— algunos sí, los lampiños, pero no los mulatos barbudos. estos provienen comúnmente de la cruza de blanco o blanca con mona o mono.
¿no siendo así, cómo te explicas que tengan barba, cuando los negros no la tienen?
— también es cierto.
— claro, pues; la barba les viene de los monos que son, de suyo, muy vellosos.
— ¡curioso! ¿no?
— no tanto como pudiera parecer te.
yo mismo, sin ir más lejos, he conocido a una troglodita, preciosa criatura, en su género, que se enamoró locamente de un blanco, un francés, un compatriota tuyo, por más señas.
el francés se alzó con ella, se la quitó a la familia, la tuvo un tiempo y, cuando se cansó de tener la, hizo la infamia de dejar la en estado interesante y con una mano adelante y una atrás.
otras, naturalmente, han sido más felices, han dado con hombres más decentes que el francés y, esposas fieles y madres cariñosas, han vivido con ellos largos años en paz y gracia de , ofreciendo así un ejemplo que, de diez veces, dos, no son capaces de ofrecer las mujeres: el de virtud conyugal.
la idea de , pues, no es nueva; lejos de eso.
un señor que . no conocen ni de vista, cuenta que, andando por hace como tres mil años, encontró a unas mujeres peludas que respondían a el nombre de gorillas y que tenían sus historias con los naturales de el país, cuya versión ha venido a ser plenamente confirmada por los javaneses y otros caballeros que aseguran que el oran es una mezcla de mono ordinario y de mujer india.
pero, todos los susodichos ejemplos, todo lo que se ha intentado hasta ahora, no pasa de experimentos aislados, de ensayos individuales que, si bien prueban la posibilidad de el encaste, no han tenido una mayor influencia en la práctica, mientras que lo que quiere, inspirado en un sentimiento altamente moral y filosófico, es aplicar el sistema en grande escala, plantear lo por mayor, hacer un injerto a la mata humana, inocular le nueva savia, como si dijéramos, jeringar nos un chorro de sangre fresca, porque opina y con razón, que la que se nos anda yendo y viniendo por el cuerpo está podrida.
¿conseguirá su objeto?
he ahí el negocio.
por lo pronto, lo que puedo asegurar a . es que el éxito más completo empieza a coronar su gigantesco esfuerzo.
a estar a las últimas noticias recibidas, pasan de...
e interrumpiendo, de pronto, tamaño atajo de disparates:
¿cuánto tiempo hace que conociste a ? pregunté a su amiga.
— dos años.
— ¿dos años? justo, esa es la cuenta.... pasan de seiscientos, amén de los que están por reventar, proseguí muy serio, los retoños que ha echado a el cabo de año y dos meses.
amacando se en la silla, el seno arqueado, los pies cruzados sobre el filo de la mesa, un cigarrillo en la boca, una copa de vino en la mano y todo el aire de quien dice: ¡no sea zonzo! mi interlocutora, mirando los arabescos de el techo, se puso a tararear por la nariz, mientras , tomando, por supuesto, la cosa a lo serio y lejos ya de su madre y de las trufas, empezó, muy sí señor, a discutir la conmigo:
— ¡imposible! repetía, diez, quince, veinte, no digo que no.
pero, seiscientos en catorce meses, eso no, no puede ser, no tiene tiempo.
— no, no lo habría tenido, si la gestación de las monas fuera de nueve meses como la de las mujeres; pero lo que tú ignoras, es que las primeras son muy sietemesinas; conciben y salen de cuidado entre los doscientos diez y los doscientos quince días, por punto general, estando, además, dotadas de una facultad reproductora de tal fuerza, que muchas de ellas dan a luz dos y hasta tres criaturas a un tiempo.
olvidas, además, que dispone de un serrallo, lo que es esencialísimo.
ahora, echen . sus cuentas y se convencerán de que no miento cuando les hablo de seiscientos, y ya verán como es la cosa más natural de el mundo que el hombre haya tenido, en corto tiempo, una familia relativamente numerosa, dada la exuberante fertilidad de sus señoras.
, a todo esto, seguía contentando se con encoger se de hombros.
, sin hacer alto en mi historia, la devoraba con los ojos bebiendo copa tras copa, a dos mil leguas de contentar se con eso.
en cuanto a , toute à son affaire, contaba y recontaba con los dedos: tantas monas, tantos días, tantos hijos, hasta que medio convencida ya, pero no queriendo dar aún su brazo a torcer:
— seiscientos hijos en catorce meses, c'est égal, acabó por exclamar entusiasmada, es necesario que ese sea un rude gaillard, tout de même!
— ¡que no comprendes, imbécil, que se está riendo de ti! le gritó la otra exasperada de ver la tan zanguanga.
— ¡alto ahí! yo no me río de ella ni de nadie; lo que cuento es rigorosamente histórico.
— !
— ¿y por qué no? ma chère; quién sabe, los hombres son capaces de todo! soltó sentenciosamente .
pero lo que no me explico bien, agregó después de meditar lo un momento, es esto: ¿qué podrá venir a resultar, serán monas o mujeres?
— las dos cosas y ninguna de las dos.
rubias o morenas, según se parezcan a el padre o la madre, ñatas, de ojos vivarachos y redondos, boca risueña y dientes blancos, es probable que el cuerpo deje algo que desear porque en su plan de reformas ha suprimido el corsé.
aparecerán, por lo mismo, menos pechonas y menos barrigonas que ., los brazos serán finos y delgados, las manos aristocráticas y si las piernas flacas y los pies chatos y largos, llegarán a descubrir un flanco a la crítica, en cambio sus propietarias tendrán la inmensa ventaja de no saber hablar y de querer mucho a sus hijos.
— ¿y los machos?
— como físico, harán juego con las hembras.
como moral, cuenta con que no serán egoístas, interesados, mezquinos, hipócritos, infieles ni ruines.
y me entré por un camino y me salí por otro, y ahí tienen . una historia en pago de las historias de .
las tres de la mañana, dije después poniendo me de pie y sacudiendo me las migas. basta de matemáticas.
declaro que empiezo a estar hasta los ojos de la amable sociedad de . y de esta interesante fiesta de familia.
me voy a dormir.
se levantó, a su vez, no sin algún trabajo. bastante cargado de la cabeza, el pobre; las piernas se le doblaban, tenía los ojos idos, el resuello pesado y la lengua considerablemente trabada.
siguiendo una vía que no fue, por cierto, la distancia más corta de un punto a otro, consiguió llegar hasta mí:
— ¿con cuál me quedo yo?
— con las tres.
— ¿con las tres, dice?
y haciendo por dar vuelta y por buscar:
¡oh! ¡y cuando son tres! agregó. aquí yo no veo más que dos.
— ¿no ve más que dos? con las dos, entonces.
— no; a mí me gusta la negra.
— pues con la negra, si le gusta.
— bueno, pero y, diga me, ¿cómo hago?
— de una manera muy sencilla: va y se acuesta con ella.
se me acercó, ella también:
¿el señor se lleva a ?
así parece.
¿quiere decir que . me acompaña a mí, entonces?
— ¡solamente que me hubiera vuelto loco!
¿qué, no sabes para lo que has venido aquí, no te lo ha dicho?
como figuranta, hija, como comparsa, cuestión de simetría, de que no «faltara un turco».
pero, ahora que la función ha concluido y van a apagar las velas, tu bulto no es necesario ya. puedes retirar te a descansar, le dije, sacando dos dedos de el bolsillo de el chaleco y llevando se los a la palma de la mano.
señoras, en route!
y los cuatro marchamos de a dos en fondo; las mujeres adelante, atrás empeñado en tropezar y yo en servir le de puntal.
el pasadizo angosto oliendo a recalentado nos llevó a la puerta de calle; esta se abrió y salimos.
fue como uno de los últimos bostezos de la casa rendida por el sueño.
, a el día siguiente, vino a que le hiciera el gusto de acompañar lo a el bosque.
¿por tener el de ir conmigo?
que no; por hablar me de su noche y trasmitir me sus impresiones.
cuando la vanidad vive en el fondo, el silencio es un caroso atravesado en la garganta; hay que arrojar lo.
¿se ha saciado el apetito, se ha llenado el deseo, se ha pagado el capricho, se ha desfogado la pasión? no basta; es necesario que se sepa, que se diga, que se cuente, si no en público, en privado, a un amigo, a un conocido en su defecto y, naturalmente, en un rincón y a el oído, con todas las reservas y precauciones de el caso, pero sin perjuicio de repetir lo a un tercero, así que la ocasión se presente.
se anda como con zancos, se ve a los otros enanos, se les mira por encima de el hombro. claro, ellos no se han sungado a los cuernos de la luna.
¡y qué cuernos, a veces, y qué luna, eterno! una luna de telón de « !»
y, como siempre la vanidad vive en el fondo, para estorbar que alce el grito, fuerza es que medie una razón de estado: o que hablar importe una infamia, si es que no ha nacido uno de el todo feo, o que, hablando, se exponga a que le rompan el alma, ejemplo mucho más práctico.
¡pobre humanidad, siempre así, siempre chiquita!
y yo rodábamos, pues, por la avenida de los , en dirección a el bosque de :
— ¿y, no me dice nada, empecé, buscando le la boca como a los muchachos, qué tal le ha ido con su conquista?
— ¡calle se, si estoy loco de gusto! ¡esto es vivir, qué noche la que he pasado, me parece un sueño, qué mujer, amigo, qué trato, qué cosa!
— qué cosa, ¿eh? ¡qué trato!
— ¡ah! sí, indudablemente, las damas estas tienen muy buen trato y, eso, que todavía no ha visto nada. ya sabrá, después, lo que es bueno cuando las cale a fondo y esté en situación de apreciar las. ¡un trato de no te muevas!
— lo que le sé decir es que ésta es una mujer riquísima, llena de gracia y de encantos, . convendrá conmigo.
— ¡cómo no!
— es necesario ver cómo lo recibe a uno; el tono, la riqueza de aquella casa; ¡qué , ni qué lo de , ni qué nada!
yo no entiendo de la misa la media en estas cosas pero creo no equivocar me si le digo que esa mujer tiene una fortuna nada más que en muebles y chucherías.
¡qué! si parece que anda uno caminando sobre un colchón y no sobre alfombras. se hunde en aquellos muebles como si se sentara sobre agua. los cuartos están todos forrados de géneros de seda y de tapicerías. cuatro o cinco salas, una amarilla, otra colorada, otra verde, ¡qué sé yo!
y, luego, en objetos de arte, eso tiene que ver: bronces de cuerpo entero, mármoles, alabastros, cuadros de , de , de , ¡el demonio!
en fin, mi amigo, lo que le puedo asegurar es que me he quedado con la boca abierta y que nunca me figuré que, a excepción de las testas coronadas y de algún ricacho como , se pudiera vivir con ese lujo.
— y lacayos de calzón corto, y cinco carruajes en las cocheras, y diez puros en las caballerizas, y veinticinco mil francos a el mes. conozco la boutique.
el todo, honradamente ganado con el sudor de los otros. cada cual ha metido un poco de hombro, ha pegado su poussée; grandes y chicos, han llevado su grano de arena a aquel montón; gavilanes y pichones han dejado allí una pluma. tenga cuidado, ande con tiento, no sea cosa que vaya . a dejar un plumero; mire que esas sanguijuelas son herejes; una vez que se prenden, no sueltan a el paciente, sino enjuto.
lo noto muy entusiasmado y, como me ha hecho el honor de poner se bajo mi ala protectora, creo de el caso dar le un consejo con una comparación.
las mujeres, mi querido señor , son el coche de los hombres. vivir sin ellas es andar a pie. a lo mejor, se cansa uno, se sienta, se aplasta y se tiende a la bartola. por eso es que más jugo da un cascote, como dicen, que un solterón.
son la manga de agua que nos baña, el chorro que nos hace producir.
sin su riego, nos secamos como árboles envueltos en matas trepadoras. aquí, la picardía, la yedra, tienen nombre hastío, descreimiento, egoísmo.
las yerbas esas nos invaden poco a poco por el tronco, se nos adhieren, se nos pegan, van creciendo, se entretejen, se enredan, se enmarañan y acaban por subir se a la corona y por desparramar se en la copa chupando nos toda la savia.
cada vientito que pasa nos voltea una hoja, cada ventarrón que sopla nos rompe un gajo, hasta que, a el fin, nos quedamos hechos unos palos viejos, caídos entre los yuyos, descascarados, comidos por la polilla y llenos de hongos.
consecuencia: si quiere servir para algo en este mundo, el hombre ha de vivir con mujer.
pero, hay mujeres y mujeres, como hay coches y coches. las mujeres públicas, como los coches de plaza, tienen un movimiento infame, son unos potros. cuando mucho, debe uno servir se de ellos a guisa de digestivo para hacer bajar la comida: alquilar los, sacudir se un rato, pagar les la hora y despachar los.
emprender un viaje largo en esa clase de vehículo es correr el riesgo de poner se lo de sombrero a el primer barquinazo fuerte que pegue.
para eso, se va a una casa de confianza y se compra un mueble decente, nuevo o de ocasión por muerte de su propietario, si es que se prefiere usado.
no quiero decir le, en absoluto, que con esto se ve . libre de que le metan gato por liebre; no, de fijo: ¡está tan degradado el comercio por los tiempos que corremos!
pero, en fin, el nombre de la casa, mal que mal, es una garantía y, así, por lo menos, si da . un vuelco en el camino y queda patas arriba, no tendrá nada que reprochar se y estará siempre en tiempo de achacar le la culpa a el diablo, lo que no deja de ser un consuelo.
en cuanto a su amiga , no olvide que es camelo te. si le raspa un poco la pintura, va a encontrar se con pino y fundido.
trate la, pues, como a coche de alquiler y agradezca me el consejo.
— se lo agradezco, pero le prevengo que es inútil. no crea que soy tan nene que me chupo el dedo, ni que voy a dejar me embaucar como un tilingo.
me he propuesto gozar y divertir me y bien sé yo que eso no se hace de balde. ahora, de ahí a tomar la cosa a lo serio, va largo.
aunque no pretendo haber inventado la pólvora, ni he vivido, ni tengo experiencia, me figuro lo que puede uno esperar de esta laya de mujeres; pero lo que es a mí, se lo repito, no me han de hacer comulgar con ruedas de carreta, esté tranquilo.
¡no faltaba más sino que un argentino, un porteño viniera aquí a sentar plaza de zonzo!
— sí, somos muy diablos nosotros los porteños, muy pillitos; lo que no impide que, más de uno, pueda decir le hasta qué color tienen por dentro las paredes de , tal ha andado de divertido en la fiesta.
ese orgullo necio de nacionalidad, patrimonio de guarangos, se deja con el muelle de pasajeros a el poner el pie en el bote, bajo pena de andar haciendo mal papel, señor .
los hombres, cualquiera que sea el trou de donde salen, más o menos, son iguales.
porteño y todo, lo han de poner overo, si se descuida.
— trataré de no descuidar me, entonces.
— hará bien.
sobre todo, saque le el cuerpo a el collage o, cuando menos, mire con quien se cuela; no hay nada más tremendo.
esta es la historia; escuche la.
empieza uno por dar se patente de mozo vivo y por declarar, como declara ., que no se chupa el dedo y que no lo han de embaucar así no más, a dos tirones.
naturalmente, los casos de conocidos que han pisado el palito se le vienen, de suyo, a la memoria: el pobre diablo fulano, el desgraciado sutano que cayó con la última de las últimas y que hoy se encuentra clavado.
el prurito hijo de la petateria humana, ese prurito que estriba en reputar se uno siempre mejor que los demás, lo lleva entonces infaliblemente a exclamar: sí, pero yo, es otra cosa, no he de ser zonzo como ellos, ni me he de dejar parar de punta!
pregunte por qué no ha de dejar se parar... ¿por qué? porque no, porque . es peine, no tiene otra razón que dar se. propio, viento que lo hincha, pas plus.
hueco, pues, con la idea de lo que vale, aunque no valga y caliente, además, con el lueguito que le está mojando la oreja, comienza, en tono de chacota, con la firme intención de no seguir.
la cosa le gusta y lo divierte, sin embargo; por eso vuelve, cuando había resuelto no volver. vuelve hoy, vuelve mañana, vuelve siempre.
poco a poco y sin sentir, el uso va cambiando se en abuso, lo accesorio en necesario, el accidente en costumbre.
y cuando, después de su brava campaña diaria, en sus ratos de repliegue, mano a mano con el otro yo que tiene adentro, oye su voz que suena como rasqueta en la conciencia y que le dice: «eh! là-bas! no era eso lo convenido, nos vamos enterrando hasta la maza sin sentir», contesta . con circunstancias atenuantes, recurre a transacciones vergonzosas: cierto que sí, pero la pobre es tan buena, una infeliz! ahora que la conoce bien puede apreciar la. hay en ella un fondo innegable de honradez, había nacido para ser otra cosa, a no dudar lo, solo que...
solo que, como quinientas veces los hechos están mostrando que miente, como se está estrellando . de hocicos contra la evidencia, a falta de algo preciso, de algo positivo y sólido que importe una justificación, una escusa, siquiera, vous pataugez dans le vague: la suerte, la fatalidad, el destino, ese cúmulo de circunstancias y combinaciones adversas, ajenas a la voluntad, que muchas veces determinan y precipitan los sucesos.
luego — llegamos aquí a la razón de estado, a el gran secreto, a el cómo las mujeres nos cortan el ombligo y nos ganan el lado de las casas — luego, ¡lo quiero tanto!
se lo dice y se lo prueba. no ha roto con tirios y troyanos para entregar se a ., para vivir exclusivamente en . y por .?
¡qué más!
¿puede, entonces, abandonar la sin ser un canalla?
evidentemente, no; su deber de caballero se lo impide.
la cadena no le pesa, por otra parte. lejos de los otros, solo con ella que lo consiente y lo mima, las horas vuelan, el tiempo se le pasa sin pensar. feliz, de soberano desprecio por las censuras sociales, de indiferencia absoluta por lo que viene después. feliz, uno lo cree, por lo menos, cierra los ojos y se deja andar.
el día menos pensado, entretanto, no son . dos, sino tres.
alguien que no pide permiso para entrar, abre de par en par las puertas y se le mete hasta el tercer patio en el corazón.
¡un hijo!... ¿sabe lo que liga ese bichito los sentimientos que despierta, los horizontes que descubre, las obligaciones que crea, las responsabilidades que impone?
solo, esterilice su espíritu, destruya su salud, tire su fortuna, derroche su existencia; es cuestión entre su conciencia y .
, esa criaturita inocente le pide cuenta estrecha de su vida; ¿qué ha hecho, qué hace, qué piensa hacer por ella?
y en una sonrisa que embelesa, en un balbuceo que encanta, en una caricia que arroba, mira . a el más severo juez de su conducta.
le coup, ha fondeado a dos amarras, mi pobre amigo, sobre un fondo de arena en que las anclas se le hunden enteritas y con una carga encima que, ni puede, ni quiere echar a el agua.
lo que tanto significa en criollo como que . el diablo, el mozo vivo, el peine, el que no se había de dejar enredar en las cuartas ni llevar en la armada, se ve en definitiva miserablemente cazado.
figure se un torito arisco en el campo. no bien le hacen una atropellada, sale muriendo; es un bólido, una luz. pero como no tiene sino el arranque, ahí no más se echa, se deja alcanzar, poner el lazo y, aunque cabecea y porfía en los primeros tirones, acaba por agarrar el trote cabestrando a el corral con una cuarta de lengua afuera y por sufrir que le hachen las púas y le asienten la marca.
un poco de huella y de picana y adiós bríos! sufre el yugo con la paciencia proverbial de el buey.
menos mal cuando, mortal afortunado, acierta a dar con un ser fiel que realmente lo quiere por . y no por su ropaje, con una mujer cuyo amor resucita en amistad.
o amistad, el vínculo de la afección, en resumidas cuentas, es tan puro y tan sagrado como cualquier otro. la virtud consiste, no solo en no caer, sino también y más aún, en levantar se de la caída. la honradez no está sujeta a ritos ni contratos; es posible que la encuentre en la querida; cuantas veces pierde su tiempo buscando la en la casada, por más que esta ande con pasaporte y muestre sus papeles en regla!
¡pero, figure se, qué embarrada si no echa suerte!
engañado, befado, ridiculizado, explotado, haz me reír de los otros, mantenedor de zanguangos, criador de hijos ajenos y tragando se todo eso sin saber, como el patrón que come los guisos escupidos por la cocinera.
hablemos ahora de cuando el hombre baja hasta asentir.
— ¡oh! ¡pero no embro me, eso es lo último!
— pero eso se ve con frecuencia.
se asiente y se tolera por amor, por odio, porque ni se ama ni se odia, por egoísmo, de miedo y por costumbre.
suele uno querer hasta el punto de no poder estar sin la mujer que quiere.
de la categoría de ente que piensa, se pasa, entonces, a la de ser que siente. toda noción de dignidad se pierde; todo lo que constituye a el hombre muere. queda solo el animal hambriento, el perro que se conforma con los zoquetes que le tiran aunque le den de puntapiés y le griten: ¡fuera! cuando llega gente.
se odia, a el revés, se aborrece, la mujer es un objeto de repulsión, un bicho antipático cuyo contacto enferma o bien, sin ir tan lejos, ¿se le da a . tanto de ella como de la primera camisa que se puso?
¿qué remedio, largar la? ¡la facilidad lo encargo! veinte arretrancas se lo impiden.
¿huir le, entonces, disparar le? claro, pues, y si la ocasión ha hecho de ella una ladrona y si lo pone a la miseria y si lo llena de ridículo, . se contenta con alzar se de hombros siempre que lo deje en paz y con tal de no ver la ni pintada.
otros, y de estos sabemos no pocos, apetecen y estiman, ante todo y por sobre todo, la tranquilidad, el reposo y la fruición personales.
lo demás es música celestial.
algo se ha dicho o se ha oído, por ahí, que importa un indicio vehemente, acaso una prueba. bastaría sacudir un poco la pachorra para saber a qué atener se, tomar se la molestia de dar vuelta y de mirar para que la verdad saltara clara como la luz.
¿a asunto de qué, qué se va a ganar con eso, disgustos, sinsabores, quebraderos de cabeza, amargar se uno la vida? ¡bah! mejor es hacer se la chancha renga y no meneallo, cerrar los ojos y no ver.
¿nombre, dignidad, vergüenza? ¡qué importan esas pavadas con tal de que la bestia gorda y bien mantenida, se quede quieta en su concha y siga funcionando con la perfección deseada!
o, si es . un collon, anda que trina y que se muerde los codos de coraje.
todo es bueno, desde la hidalga espada hasta el garrote.
las maquinaciones más negras, los planes más siniestros hierven a montones en el horno de su cabeza. , sangue, vendetta, vendetta! como dicen los coros de el « », ¡y ay! de la infiel, ¡ay! ¡de el culpable!
por suerte para los referidos delincuentes, todo ese tremendo ventarrón sopla solo en el frasco tapado de su rabia. otra cosa es con guitarra: el león se vuelve carnero, los barrotes de el miedo lo mantienen encerrado en la jaula. de que le adjudiquen a él el lote que destina a los otros, miedo de andar moviendo aquello y de que apeste más, miedo, en fin, de todo lo que da miedo a los cobardes.
sexto y último: acontece también que uno se enoja y rompe los platos cuando le hacen una mala pasada y que lo agarran mansito y se tira a muerto y no rompe nada, cuando le hacen dos o diez.
¿por qué?
porque «en una seca larga, no hay matrero que no caiga»; porque no existe demoledor más formidable de la osamenta animal que la costumbre.
es el caso de esos caballos viejos que sufren un rebencazo con la misma estoica indiferencia con que se dejan palmear el anca o el cogote.
el hombre, como el caballo, acaba por estar curtido.
¡mandrias y bellacos todos los que tal hacen, dirá ., una y mil veces, mandrias y bellacos!
mandrias y bellacos, tanto cuanto quiera; pero mandrias y bellacos de carne y hueso, con los que andamos cansados de codear nos en el vaivén de la vida.
crea me, saque le el cuerpo a el collage o, cuando menos, mire con quién se cuela. no hay nada más tremendo.
y seguimos hablando de otras cosas.
las visitas de mi amigo empezaron a hacer se muy escasas; se me fue yendo, poco a poco, hasta que lo perdí de vista.
cuando algo se debe a el prójimo, un consejo fue no se sigue, un servicio que se paga mal o plata que no se paga, es de humana ley sacar le el cuerpo como a las escondidas, no acordar se uno ya de dónde vive, doblar a la derecha cuando se le divisa a la izquierda, bajar los ojos y hacer se el replegado para que pase de largo o abrir os tamaños con una mueca hipócrita de gusto, si es que, de manos a boca, tropieza uno con él y no hay más camino que amujar.
dos palabras, entonces, fuera de el tiesto, para salir de apuros, un pretexto idiota, un «¡bueno, que le vaya bien!» y un reniego, en seguida, de dos cuadras contra la suerte canalla.
eso sucede.
en cuanto a , me debía un consejo. ¿era un ejemplo a el caso?
sí; lo supe después.
entretanto, el invierno se había venido en cueros; un frío varón de cero abajo.
cada puerta abierta era un cañón apuntando a los pulmones; cada ráfaga de viento, un sablazo en la nariz. la sangre se endurecía, los tuétanos dolían.
, el ogro enorme, seguía impasible en su afán de devorar vidas y haciendas.
sobre una naturaleza muerta, un foco vivo; en el hielo un brasero: .
, un mundo de pasiones disputando se a el hombre. bajas, apetitos glotones.
es el imán de la criolla cuyo contacto abraza y cuya posesión consume.
por eso en la hoguera está ardiendo un enjambre humano atraído por el calor y la luz, como esos bichos que salen de el pajal para morir quemados en el fogón de el rancho...
pero cada puerta abierta era un cañón apuntando a los pulmones; cada ráfaga de viento un sablazo en la nariz.
a el sur, a el sol, me dije y disparé.
el lomo de los se corta a pique.
parece que una pala inmensa movida por algún brazo de cíclope, ha sacado una tajada a la montaña y la ha tirado lejos a el mar.
en aquel rincón dejado de el hombre ha creado un edén.
desde la tierra donde echan raíces y crecen confundidos el cedro, la magnolia, el naranjo y la araucaria, hasta las flechas que rematan la construcción soberbia de el casino, todo le pertenece, todo ha sido puesto allí por arte de hombro y de trabajo.
era un hueco de piedra solitario y árido. hoy es un nido de verdura, un lugar encantador, el pedazo de país más lindo, el cuadro más adorable que me haya sido dado mirar jamás.