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muchas veces madama suspendía la tarea y quedaba parada y cabizbaja. era madama la planchadora de fino, que en el portal de aquella casa vieja de la calle de , poco antes de llegar a la plaza de el , se anunciaba con negro escudo de hoja de lata, en el que una plancha malamente pintada y unas letras peor agrupadas decían a los que sabían leer y a los analfabetos: planchadora francesa, dejando, si acaso, a éstos en la ignorancia de la nacionalidad, pero bien enterados de el oficio por el plomizo y orondo utensilio allí plantado... el progreso no sufre piedra sobre piedra, fea, inútil o ruinosa, en la gran ciudad bonaerense, y hace muchos años dio en tierra con esta casona baja, edificando otra en su lugar con trazas de palacio; pero, lo menos hasta el ochenta y tantos se mantuvo tal cual, y era de las mejores de el barrio, con sus tres patios enlosados, huerta, corral, aljibe y pozo, y aire y luz, de quienes el susodicho progreso parece enemigo por lo mucho que les persigue y ahuyenta.
decía, pues, que muchas veces madama ( según la llamaban los vecinos, españolizando el tratamiento ) muchas veces dejaba de mano la pesada tarea, abandonando el abrasado hierro sobre el cacho de piedra, y mientras con una muñeca de lino humedecida en el bórax disuelto y preparado a su alcance, pulcramente repasaba la pechera de la camisola, daba suelta a la imaginación y le permitía correr, volar y atravesar los mares, hasta que llegaba a su playa normanda, penetraba en la aldea y en la casita junto a la iglesia sorprendía a la abuela y a el hermano ...
entonces abandonaba también la muñeca dentro de la palangana, sobre la mesa los desnudos y hermosos brazos y a riesgo de que se pasaran las planchas, quedaba absorta en la visión de su amada . en la pieza enjalbegada y limpita, obrador defendido de moscas y chiquillos por una persiana verde que cerraba la puerta de el patio, nadie podía distraer la: su marido, , aserraba madera en el corralón vecino; de los , honradísima familia gaditana, la mujer, , andaba en sus trajines domésticos, lo mismo que la hija, , y ni una ni otra acostumbraban a meter la nariz en el obrador como vieran caída la persiana; pasearía por esas calles con su tenderete, o pacotilla de buhonero, y el chiquillo, , también, con su cajón de limpiabotas a el hombro, la boina pringosa, las rodillas a el aire y las manos más negras que un deshollinador; en cuanto a , el alemán seriote, el cachorro de , que decía burlonamente , ese, lo mismo ausente que presente, pasaba sin que se le notara: así era de callado y respetuoso; y la dueña de la casa, misia , para no turbar el estudio de su marido, el catedrático, y la propia tranquilidad en que se complacía, carácter grave a pesar de su juventud, no consentía ruidos ni jaleos en los dos patios principales.
no porque la rubicunda y bien sazonada madama , pesadilla de los pollos de el barrio, fuera dada a melancolías, embelesamientos y perezosas distracciones, suspendía el trabajo y caía en estas románticas ausencias; sino que la playa, la aldea, la abuela y el hermano, la solicitaban con la fuerza de los afectos lejanos.
la distancia, el tiempo transcurrido, la decisión inquebrantable de no volver... ¡volver! ¿para qué? ¡si con el ahorro y el tesón, mes a mes veían aumentar su tesoro, y después de cada arqueo de la preciosa gaveta, uno y otro daban gracias a de haber les sugerido la idea de aquel viaje! ¡eso no, en la aldea no se morían de hambre, ni andaban zarrapastrosos como los mendigos! , pan y vestidos tenían a placer, pero encerrados entre las rocas y el mar, el porvenir y el horizonte resultaban estrechos para las ambiciones de : cultivar la huerta, ordeñar la vaca, sembrar y recoger el trigo; los veranos, gracias a los bañistas forasteros, ganar también alguna cosilla, ¡pero el invierno, el duro e implacable invierno...!
cuando casó con , él tenía veintidós años y ella veinte; eran primos, y en el contrato de boda figuraron más esperanzas que realidades. así, , que soñaba con ser rico y que a pesar de su edad no se contentaba con los gajes de el amor, amasaba el atrevido proyecto de ir por esos mundos a buscar el vellocino de su fantasía; pero tenía un miedo atroz de aquel mar, cuyos furores contemplara a menudo desde los umbrales de su puerta, y decía que nones; también su abuela, la viejecita , movía la cabeza blanca y dejaba caer lágrimas sobre su rueca, siempre que oía a hablar de aquella misteriosa.
a ellas se les antojaba tierra de salvajes y serpientes de cascabel, donde se andaba con taparrabos, y los extranjeros que no morían de el vómito, de una picadura o de un flechazo, eran devorados crudos y sin sal por los caníbales; dos veces soñó que un barbaro te de estos le hincaba los incisivos en un muslo y se despertó dando gritos. la abuela se estremecía sólo de pensar que su adorada nieta pudiera servir de desayuno a un americano de aquellos, y trataba de disuadir a . pero , terco que tereo. hasta llegaba a burlar se de los sueños y temores de las dos mujeres... ¡bah! ¡si no era eso! ¡qué antropófagos, ni qué diablos! unas ciudades tan grandes, tan grandes como , y un ganar dinero... ¿no habían oído hablar jamás de el ? ¡de la ! ¡qué nombre más generoso, atrayente y sugestivo!
quien arrimó leña a la hoguera fue un tal que vino de el , tripulante de un barco mercante y antiguo vecino de la aldehuela normanda. ¡ , y qué maravillas contó en la taberna, de aquellas tierras ultramarinas, de aquel encantado , donde los perros se ataban con longaniza! ¡ , y cómo puso la cabeza de y de cuantos le oyeron! nada, que aquella misma tarde decidió liar los petates y largar se en el barco mercante.
recordaba la inutilidad de su desesperada protesta, el llanto de la mère y el azoramiento de , la despedida conmovedora en el límite de el pueblo; cerraba los ojos y veía a la pobre abuela sollozando abrazada a el nietecito que la dejaban, y hasta sentía el rodar de la tartana en la carretera y el acompasado trotar de el caballejo.
se embarcaron, ¡y hala! mar adentro, revuelto el estómago y el corazón hecho un nudo. ¡ay! la no era un trasatlántico de estos gigantescos de ahora, donde se va tan ricamente y en quince días atraviesan el océano, sino un endeble barco de vela, que el viento y las olas, durante setenta y cinco días, zarandearon a su gusto; cuando no se entretenían en no dejar lo avanzar, le desviaban de su derrotero y le obligaban a sestear bajo el sol de los trópicos. ¡setenta y cinco días comiendo galleta y carne salada...!
a el fin llegaron sanos y salvos, y fue lo mismo que si llegaran a el paraíso, tan maltrechos venían, y tal les pareció la ciudad, con ser aquel el de el 68, bien distinto, por cierto, de el de hoy. les condujo el amigo de la a un parador de su conocimiento, cuya dueña era de allá, de , y les recibieron con mucho contento y agasajo; les hartaron de carne fresca y de pan tierno, les dieron cama blanda, vino superior, datos, informes, consejos y recomendaciones, cuanto necesitaban para alivio de los azares de la travesía y orientación de el nuevo mundo en que entraban con los ojos cerrados. no quisieron acoger se a los beneficios que generosamente otorga el a los emigrantes, ni marchar a provincias, sino quedar se en la ciudad y valer se de los propios recursos para conservar mejor la independencia: tenían cincuenta y cinco francos; y con cincuenta y cinco francos, honradez, buenos puños y talento práctico, se puede intentar la conquista de .
porque ni ni su mujer habían venido a estar se mano sobre mano, confiados en que los pesos caen sobre la palma de el que la extiende, sin mayor fatiga ni discernimiento. ¡digo! él era un mocetón robusto, muy basto, con unas piernas y unos músculos... ¿y ella? moza más garrida y sanota no la había en todo el contorno. así, uno y otro se arremangaron los brazos, diciendo:
— ¿no estamos aquí para trabajar? ¡pues a el trabajo!
se puso él de peón en una alfarería y ella de planchadora, oficio en que se daba mucha maña, tan contentos y animosos, que a el volver la a la patria, llevaba para la madre una carta en que la nieta la tranquilizaba de sus temores, contando la cómo la habían recibido los salvajes, qué ciudad más hermosa tenían, y cuánto ganaban ella y de salario: el trabajo estaba tan bien recompensado, que seguramente harían fortuna en breve tiempo...
empezó para ellos el proceso de la asimilación, y, gotas de agua que la tierra sedienta absorbe y purifica, poco a poco, sin esfuerzo ni violencia, se amoldaban a las costumbres, desaparecían las obscuridades de el idioma, la gratitud hacia el país hospitalario germinaba en sus corazones y ambos se despabilaban asombrosamente; que en esto los aires americanos ejercen influjo maravilloso.
pusieron el obrador en aquella casa de la calle de , donde alquilaron dos piezas muy modestas, una dedicada a el planchado y la otra a alcoba conyugal, ambas alhajadas decentemente y con aseo esmeradísimo.
era el propietario de la casa el doctor , catedrático de la , y tenido por un herejo te muy atroz; el sujeto más dulce e inofensivo, a pesar de sus narices y de su carátula, el cual, reservando para él y su mujer la parte de el primer patio, alquilaba las habitaciones interiores, a fin de sobrellevar holgadamente el presupuesto mensual, que su escaso sueldo no alcanzaba a cubrir. a el principio, la pareja normanda fue sola inquilina, luego vinieron los , y más tarde, el alemán dependiente de comercio... suerte grandísima cupo a en venir a parar en esta casa de la calle de , porque el doctor le protegió, le colocó en el aserradero de maderas de su vecino y pariente mister , donde ganaba más que en la alfarería, y misia , su mujer, cobró grande afición a la normanda y la proporcionó una clientela numerosa: así, todo marchó muy guapamente, y cada carta para la madre era una glosa de esta frase, que juzgo innecesario traducir: — mère, je suis dans le paradis!
¡ciertamente, en el paraíso! con el alba se levantaba y así como el sol, a el asomar, luce ya compuesto y hermoso, salía a el patio más limpia y prendida, peinada de sortijillas y rodete, en invierno con chaqueta de paño entallada, en verano con chambra de muselina, y encendía la lumbre en el brasero, junto a la puerta, calentaba el agua, preparaba el café para ... luego de el desayuno, ponía las planchas y a trabajar hasta medio día, detrás de la persiana verde; sobre el anafre roncaba el orondo puchero, en cuyas profundidades cocía buen trozo de carne, una lonja de tocino y variadas legumbres, y a la hora en punto la joven levantaba la persiana y hacía una seña a el marido, que, por la pared medianera, encaramado sobre una montaña de tablones, en el corralón vecino, se le veía da le que le das a el enorme y desapacible serrucho. los días de entrega de ropa salía la normanda, por la tarde, con la cesta deslumbrante de blancura, oliendo a limpieza, y se llevaba de calle a todo el barrio. ¡qué andares los suyos, qué colores, y qué carnes! ¡y qué días dichosos aquellos! ¡ay! no les faltaba más que una cosa: ¡un niño! pero éste lo tenían allá, en la aldea, y les preocupaba tanto como si fuera hijo propio: que la esterilidad lleva siempre consigo exuberancia de afectos, los que, desviados de su corriente natural, en el fruto de amores ajenos se concentran, si acaso en seres inferiores, cuando la edad y el aislamiento han endurecido el corazón.
aquel , el de la aldea, era la causa mayor de las cavilaciones de madama . las primeras cartas de la abuela decían que estaba tan sano te, tan comilón y , que le había puesto en la escuela, que pasó el sarampión sin mayor peligro... con la mesada última se reparó el tejado de la casita, compró traje nuevo a el chico, que andaba muy majo y era la envidia de el pueblo, y sobró también para adquirir un cochinillo. el reumatismo la tenía a ella muchos días sin menear se de la cama y la obligaba a desatender su parroquia de ; en estas ocasiones iba con la cesta de los huevos y las aves, porque sino, ¿cómo subvenir a todos los gastos? ¡cuánto bien a su salud la harían esos buenos aires de ! porque si no había tales indiazos y el clima era tan dulce... no fuera largo el viaje, y se marchaba, ¡vaya! luego llegaron otras cartas en que las noticias escaseaban, se notaban ciertas reticencias, se adivinaban cosas graves tal vez, misteriosas por lo menos, y la madre parecía embrollar se en su deseo de ocultar las y su deber de dar cuenta de los hechos de el rapazuelo. de pronto, se interrumpió la correspondencia y pasó una larga temporada sin escribir: el reuma quizá, algo peor... a el fin, se aclaró el misterio de el silencio y las vaguedades últimamente apuntadas. crecía en edad y en malos vicios: desobedecía a la abuela, detestaba el estudio, a la pesca de mariscos dedicado el santo día, no se conseguía dar le palmada, y... esto era lo gordo, lo gravísimo: ¡el producto de la venta de pollos de un domingo lo hurtó, alegando que las aves se le escaparon en el camino! a causa de el disgusto, la abuela enfermó gravemente, asustada de la responsabilidad que la incumbía si no podía dominar los instintos rebeldes de el muchacho. ¿por qué no se le llevaban a ? ¡ es también tierra de redención!
¡traer le! ¿quién le traía? cavilaba, cavilaba. roto el dique de la franqueza, las cartas de la madre fueron, a el cabo, relación desnuda de las trapisondas de : el chico la faltaba, el chico la robaba los sous de el portamonedas, no parecía por casa en quince días, le habían cogido los gendarmes como vagabundo... y así, de mal en peor, cuanto más grande, más pillo e incorregible.
¡traer le! ¿quién le traía? siquiera el patrón de la viniera por estos mundos... pero la , ya muy cascada, no se atrevía a cruzar el como antes.
acaso pensando en la probable venida de el indómito, alquilaron una pieza más, contigua a el obrador, y la llenó de chismes de carpintería para aprovechar las horas de descanso en el corralón, y las fiestas, en fabricar cajas de embalaje, que le producían nuevo jornal y no escasas ganancias.
así, él con el serrucho y ella con la plancha, sobrios e incansables, amasando iban la fortuna soñada, tan aclimatados ya como si hubieran nacido en el mismo país: llegó a gustar mucho de el mate, y madama aprendió a cebar lo a la perfección. luego, en este pequeño falansterio de la calle , donde cada familia parecía de laboriosas abejas, se mostraba un espíritu de solidaridad admirable, que la de era la primera en fomentar; todos los menudos servicios de la buena vecindad, tanto entre los y los , como entre éstos y el apático , se prestaban con franqueza generosa; y aunque de el catedrático dijeran las malas lenguas que no creía en y profesaba otras ideas absurdas, le tenían sus inquilinos por el hombre más cabal de el mundo, y sus consejos, en dos o tres ocasiones, fueron de oro para .
en esto, de el lado de allá sonaron los clarines siniestros de la guerra. escuchó el grito de la patria herida, y el alejamiento que le impedía prestar la su brazo, le pesó sobre la conciencia como un crimen. se puso exaltadísimo: no dormía por sorber se todas las noticias que su periódico favorito, , desparramaba; le encolerizaba, le confundía y le sacaba de quicio cada revés, y él, tan pacífico, el día que estalló la pavorosa nueva de , se trabó de palabras en el patio con el pobrete de , el alemán cachazudo y manso, llamando le y otras picardías. pasado el turbión, la tristeza de el vencimiento fue para él acicate mayor en el trabajo, y todas sus excelentes cualidades, de obrero honrado y sin vicios, dijera se que se afirmaron y abrillantaron.
la misma , su mujer, le daba de mano en lo de el madrugar, vestir se con aseo, cultivar el ahorro y guardar la casa. los domingos había que echar le fuera para que tomara el aire, y como gustaba poco de reunir se en la vecina taberna rendez — vous des con los compañeros franceses, iba algunas veces a el círculo de socorros mutuos , de que era socio activo, a encerrar se en la biblioteca; pero con más frecuencia a el campo, en compañía de su mujer, a pasear los bonitos alrededores de la ciudad, recordando sus excursiones de novios allá en la aldea. en el corralón tenía aumento de salario cada año, y con el roce de unos y otros y su facultad de adquisividad poderosamente desarrollada, la simiente que trajo y depositado había en el surco, aquellos cincuenta y cinco francos se multiplicaban con eficacia extraordinaria.
así corrieron los años de el 71 a el 73 sin variación notable. pero en el 73 ocurrió un suceso digno de tomar se en cuenta que merece ser contado por menudo.
las cartas de la madre no habían discrepado unas de otras, durante tan larga temporada, en la monótona relación de los milagros de y de sus propios temores y miserias; a el contrario, parecía que, ya cansada de apuntar idénticas fechorías, siempre impunes, se limitaba a decir: — lo mismo... como si en esto diera a entender que estaba más descarriado que antes. hubo anunciando: — de no sé nada... que era lo más grave que de su conducta pudiera comunicar se; y a el fin, los repetidos ataques de reuma y los disgustos quitaron a la abuela el humor de escribir, y no lo hizo ya sino una vez cada seis meses para repetir: — si estáis tan bien, ¿por qué no os lleváis este perdido de y le hacéis hombre...? no era que ellos no quisieran traer le, sino que no hallaban medio; consejos, súplicas y giros frecuentes se enviaban para conjurar el peligro, pero la abuela seguía en sus trece: — ¿por qué no os le lleváis? autorizad me y le hago embarcar en el primer buque que salga de el ... esto de embarcar, así como un fardo, a un niño de corta edad, se les hacía muy cuesta arriba a los .
por último, la abuela no escribió más. seis, siete, ocho, nueve meses pasaron, y sin noticias de la abuela. ¿habría muerto? cavilando acerca de esto, madama abrasó muchas camisolas. diez, once meses pasaron sin noticias, hasta que llegó una misiva de le comunicando la muerte de la madre y la desaparición de ...
parece que las malas nuevas perdieran con la distancia y el tiempo algo de su eficacia, y fueran así como balas frías que golpean y no hieren; y digo esto, no porque madama no se hartara de llorar y diera otras muestras, como , de dolor y pesadumbre, sino porque ambos, con serenidad mayor que si estuvieran presentes en la aldea, y acabara de ocurrir la desgracia, examinaron, discutieron y resolvieron el caso, poniendo a el punto por obra lo que más acertado les pareció, y fue: que, careciendo de parientes y amigos de confianza, se escribiera a le y a el notario para sacar a subasta la casita, con los muebles, único lazo material que les ligaba a la patria, recomendando les a la par comunicaran cualquier noticia que a el chico se refiriese; y si daban con él, cosa no difícil, le embarcaran en un trasatlántico, bajo la segura custodia de el capitán, «que aquí, decía la normanda, o se hace hombre, o le rompo la cara».
con estas intenciones y estos sinsabores, no es extraño que madama suspendiera la tarea muchas veces, y quedara parada y cabizbaja, y menos extraño parecerá que, una tarde de noviembre de aquel año 73, atropellando se le las lágrimas y soltando las sin reparo, no hubieran menester de más rocío las prendas que estiraba sobre la mesa, blancas como la misma espuma...
encendió el quinqué, y después de tender en las cuerdas la ropa planchada, enrolló en apretados paquetes lo que aún faltaba por planchar, sepultando la en un cesto y cubriendo la con una sábana muy limpia; luego se sentó, recostando sobre la mano robusta su cabeza, aquella cabeza de diosa de , de cabello azafranado, carrillos de manzana, nariz audaz, labios picarescos y cuello de sonrosado mármol.
aunque no atendía la normanda sino a el propio rebullir de el pensamiento, oyó que sonaba el llamador de la calle, que salía la criadita de , y en la cancela se armaba desusado cuchicheo; en seguida pasos en el primer patio, los que se encaminaban a su puerta, seguramente, porque cesaron de golpe delante de la persiana verde; antes de alzar se ésta y aparecer el visitante, ya madama había pasado en revista todos los que podían ser: recadista de parroquiano o parroquiano en persona, porque ni su marido, ni los vecinos tenían costumbre de tocar el llamador para entrar...
se alzó, pues, la persiana, y no llegó a entrar, sino que quedó pegado a el quicio, entre cohibido y avergonzado, un muchacho que apenas alcanzaría a los catorce años, con señales evidentes de el mal vivir en cara y traje, muy derrotado, sucio y flaco; no traía camisa, y se anudaba a el cuello una chalina de lana negra, y en las manos, escamosas de la mucha porquería, volteaba una gorra, negra también y reluciente de grasa.
seis años hacía que no le veía la hermana, y a pesar de la transformación propia de la edad, le reconoció sin titubear; asustada, dio un grito y dijo:
— ¡ !
luego se abalanzó a él, y antes airada que tierna, juez inflexible que castiga una falta por largo tiempo pendiente de ejecución, hizo ademán de propinar a el muchacho un sopapo a guisa de bienvenida... y le atrajo después, le abrazó, mezclando recriminaciones y mimos en el dulce patois de la aldea.
el pequeño, azorado, temiendo que llovieran cachetes, esquivaba las caricias y toda respuesta, enfurruñado y hoscoso; pero el juez era mujer, era hermana, era madre, y había olvidado ya los agravios de el mequetrefe: le achuchaba cariñosamente y repetía:
— ¡ ! ¡pobrecito ! cuenta me, a ver, ¿quién te ha traído? ¡bonito vienes! estás hecho una lástima.
y el otro, sin soltar palabra, erizando se, como animal salvaje a quien hostigan dentro de la jaula. entró de repente y hubiera escapado si no le agarran por las muñecas y le calman, porque a el reconocer le el obrero, en la actitud y los gestos de la hermana más que en la desconocida facha, levantó los musculosos brazos y, fingiendo se airado, preludió tan contundente caricia que el pequeño puso el grito en el cielo...
— ¡no, , deja le! — intercedió madama .
a fin de calmar la completamente, le trajo la normanda un bien servido plato de sopa, le hizo sentar delante de la mesa y le invitó a comer; él miraba desconfiado a todos lados, y le asustaba tanto el ceño de como la sonrisa de madama ; por último comió a grandes sorbos, sin dejar de espiar los ademanes de los dos parientes, pronto a saltar de la silla y a defender se si le atacaban.
— pero ¿quién diablos te ha traído? — dijo ablandando se —. ¿cuándo has llegado? ¿de dónde vienes?... ¡no, si no voy a pegar te, aunque buena paliza te mereces, gandulón!
— si le gritas así — intervino de nuevo madama en el chapurrado español que había aprendido — no le sacaremos una palabra de el cuerpo.
le dejaron en paz que se hartara a su sabor, pasmados de lo crecido que estaba, de su grosería y suciedad; y cuando el salvaje se convenció de que las manos se mantenían quietas y no amagaban mojicones, confortado el estómago y repuesto de la ingrata sorpresa, rompió a hablar diciendo en su lengua:
— pues yo he venido solo...
— ¡solo! ¿cómo? a ver...
poco a poco, espontáneamente unas veces, y otras con el tirabuzón de oportunas preguntas, confesó toda la serie de sus últimos milagros. la abuela había muerto allá por el mes de julio; él quería mucho a la abuelita, pero la abuelita se empeñaba en que tenía que estudiar y, la verdad, a él no le gustaban los libros: su deseo era ganar mucho dinero, venir se a , donde lo hay a paletadas, y agachar se y coger un puñado, y volver a agachar se y llenar los bolsillos y llenar unas arcas que traería... quería hacer lo que el cuñado, en vez de destripar terrones en la aldea. luego, la abuelita no le daba nunca sous, y la única manera de obtener los era hurtar se los de la gaveta o sisar los en el precio de las aves que llevaba a vender a cuando la abuela se ponía mala. el día que murió la abuela, él no estaba en la casa, estaba en la playa pescando camaroncitos, y llegó a alejar se tanto, que se le hizo de noche fuera de la aldea y durmió en una cueva, y cuando volvió halló muerta a la abuelita... ¡ay! él la quería mucho, sí, sí, pero la abuela no le daba sous y le hacía estudiar a la fuerza.
después que enterraron a la abuelita, él decidió venir se a , que se le antojaba tan cerca... ¡decidió venir se a pie, si no le dejaban embarcar! y madame pretendían llevar le consigo y poner le a guardar gansos en la granja, pero él rehusó; ¡guardar gansos, cuando tenía unos hermanos millonarios en ! y registra por aquí, registra por allá, encontró en la casita hasta noventa y tres francos, y con ellos y lo puesto se escapó de el pueblo, marchó a y tomó alegremente el camino de el . temía que le cogieran los gendarmes, como la otra vez, y no le dejaran embarcar; pero él hubiera peleado contra la gendarmería entera, decidido como estaba a embarcar se, quieras que no. anda, anda, anda, llegó a el y se fue derechito a el puerto: pregunta, averigua... y cata te que a la mañana siguiente salía un buque muy grande, de estos que andan solos sin ayuda de velas, y un familión que embarcaba en el dicho buque se interesa por el joven viajero y le protege, haciendo le pasar por sobrino, para que los empleados de la agencia no le pusieran impedimento. ¡ay, qué gusto! paga su medio billete de tercera y a el vapor. que le busquen ahora los gendarmes y monsieur y madame ...
y así se vino, ni más ni menos. si él supiera antes que era cosa tan fácil, antes lleva a cabo su proyecto, porque de muy atrás pensaba en la escapatoria y el viaje de ocultis; pero tenía miedo de la abuelita y también de el mar... ¡era cosa fácil, pero muy desagradable! había venido mal, revuelto con otros, hacinados todos como sardinas; luego, se mareó lastimosamente; así, veintidós días. cuando llegó, como traía en un papel apuntadas las señas, un compañero de viaje, francés, peluquero, se prestó a acompañar le y le dejó en la misma puerta...
, enternecida, lloraba, repitiendo:
— ¡ ! ¡pobrecito !
y a le pareció la ocasión excelente para echar le un sermoncito a el estilo suyo, es decir, sin finuras ni comedimiento, cual se merecía el mozalbete:
— bueno, ¡ya estás aquí! y me alegro, pues te habíamos mandado a buscar: muerta la pobre madre , no íbamos a dejar te ganduleando, librado a tus malos instintos. pero, si vienes creyendo que aquí vas a estar de canónigo y tus hermanos te van a llenar la tripa sin trabajar, buen chasco te llevas. , desengaña te: ni tienen tus hermanos tales millones, ni el oro de se ha hecho para los haraganes: aquí, el que no trabaja no come, y todos comen, porque para todos hay trabajo. ¿entiendes? bueno, así no te llamarás a engaño. mira esta habitación: no es la de ningún palacio, ¿verdad? pues en ella tiene tu hermana su obrador de plancha, y planchando el día entero se gana su buen jornal. ¿no has reparado que sus manos no son las de una duquesa? pues, ¿y yo? ven acá, bribonazo, acerca te, levanta la persiana... acerca te, que no voy a cascar te... mira por encima de la pared medianera. ¿ves? ese es el depósito de maderas donde tu hermano, aserrando, se pasa de la mañana a la tarde. ¿ves las vigas, los tablones? ¿no has reparado tampoco que llevo blusa y que mis manos están callosas, tanto como en la aldea? ¡ah! ¡ah! ¡millones! los tendremos, sí, como a ésta y a mí nos conserve la salud, que lo que es ánimos de trabajar y trabajo abundante y bien retribuido no nos falta. conque, ya lo sabes: a trabajar, o tendrás poco pan y mucho palo.
más efecto que los ofrecidos sopapos de bienvenida, hicieron estas palabras durísimas en el atónito ; ya él había husmeado algo de la verdad, inspeccionando con disimulo la habitación y las trazas de sus hermanos: no, allí no aparecía indicio siquiera de el lujo soñado, y estas que en su imaginación se forjara, acababan de convertir se le en prisión odiosa de galeotes. ¡vamos! ¿no valía más guardar los gansos de madama en la libre campiña y asoleada, frente a aquel mar de la aldea, compañero de sus juegos infantiles?
oyó que su hermana decía muy seria: — sí, sí, , es preciso; tiene razón; ¿qué te figurabas entonces?... y él se puso enfurruñado de nuevo; porque precisamente él se figuraba que ellos estaban de señores y él estaría de señorito, y que no era lo que parecía, sino otra cosa muy distinta.
entretanto, madama , contenta como unas , preparó la mesa para la cena, vistiendo la con un mantelillo blanquísimo, adornando la con un jarro cuajado de flores y distribuyendo los platos de loza y los cubiertos de metal; trajo el puchero, el pan, el vino y sirvió... después una fuente de lentejas, y también fresas espolvoreadas de azúcar. pero no quiso catar nada, y no soltó ya una respuesta. le preguntaban de la madre , de los vecinos, de la casa, de el pasado, de el viaje, y él gruñía, incomodado, como un perro a quien tiran de el rabo.
— ¡ ! — exclamó la hermana — ¡y cómo te has puesto, ! tan grandullón y pareces un salvajo te. aquí tendremos que lavar te bien primero y cepillar te, para que te civilices; después a estudiar y aprender un oficio. a ver, ¿qué te gusta más, carpintero, sastre, albañil?... ¿no? un poquito más arriba entonces: ¿arquitecto, ingeniero?...
— nada — resolló con la boca llena —; millonario por herencia, mujer, que es lo más cómodo y descansado... ¡valiente pillo! mira, como no cambies...
le pareció a madama que lo mejor era llevar se a el mostrenco a descansar, no fuera el diablo a armar un zipizape, y se le llevó, empujando le, pues él no quería menear se de la silla. en la habitación contigua, llena de trastos, maderos, virutas y útiles de carpintería, arrimado había un catre, que en un periquete abrió madama y aderezó con sábanas de lienzo, un almohadón y una manta, mientras iba diciendo:
— ¿ves como te esperábamos? hoy no, pero habíamos escrito para que vinieras... ¡ay, ! cuánto nos tienes hecho sufrir con tus chiquilladas. ¡más ganas de asentar te la mano encima, que de ver te nos pasaban! porque mira que... en fin, a dormir ahora y mañana a tomar un baño y a cambiar de ropa... claro, ya empiezan los gastos contigo: hay que vestir te de pies a cabeza; con que salgas desagradecido y te emperres en no corregir te, buena la hemos hecho. ¿te dejo la luz? frío no le hay, pues aquí estamos en primavera; pero si quieres otra manta...
contestaba dando cabezadas de mal humor; y a el fin madama le dejó, recomendando le que rezara para conseguir de el perdón y el propósito de la enmienda.
lo primero que hizo el muchacho, a el quedar solo, fue dar se en la cara dos puñadas coléricas, mesar se los pelos y llorar de rabia. pero, señor, ¿estaba en ? ¿era aquel el palacio encantado de sus hermanos? ¿aquella la alcoba suntuosa y aquel el lecho con que soñara? ¿y aquel programa de vida, despóticamente trazado, era el que se arreglara a el partir de la aldea, tan orgulloso y campante? ¡qué caída y qué batacazo más dolorosos! a la luz de la bujía, la habitación le pareció más miserable y la realidad doblemente ingrata; y porque se borrara de su vista, sopló en la luz, y a obscuras, tropezando aquí con un madero y allá con una caja, sin desnudar se, se arrojó sobre el catre, que le recibió gruñendo desagradablemente. ¡bueno, bueno estaba todo! ¡y qué bien empleado, pero qué bien empleado!
lloraba en silencio. a el lado, se mezclaban las voces de los hermanos y el repicar de los cubiertos; y de repente, afuera sonó una guitarra, un rasgueo lánguido, monótono ejercicio de la mano, que dejaba de tocar y empezaba de nuevo, indecisa o recelosa. crujió el catre, como si fuera a desvencijar se, y saltó a el suelo, se escurrió a tientas, golpeando se las canillas en los condenados maderos; el rumor de la guitarra y el reflejo que atravesaba los resquicios, le guiaron hasta la puerta, uno de cuyos postigos abrió con mucho sigilo... ¡ah! ¡qué hermosa luna hacía y cómo brillaban las estrellas! en el patio, que era el último de la casa y cubría un parral centenario, formaban rueda varias personas y en medio de el círculo bailaba una petenera , la chiquilla gaditana, con tanto salero, que era cosa de embobar se, viendo la cómo se revolvía, hacía serpentear los brazos, balanceaba la cabeza y zapateaba graciosamente, a el son de la guitarra y de las palmadas.
más guapita era que si los mismos ángeles con nieve, rosas e hilo de oro, perlas, corales y zafiros, hubieran modelado su cara remonísima; la falda de percal, de el mucho uso, parecía desteñida, y las botas, demasiado grandes, mostraban remiendos y rozaduras; pero, asimismo, a la luz de la luna, que amorosamente la bañaba toda entera, apareció a como una ninfa vestida de plata, la diosa en persona, que él entrevió allá en la aldea.
cantaba la guitarra, chasqueaban las palmas, danzaba la mocita; bajo el emparrado la brisa agitaba las hojas y sobre las paredes marcaba la luna desmesuradas siluetas, y apenas se movía, boquiabierto; trajo un banco para disfrutar con más comodidad de el espectáculo, y el cansancio y las diversas emociones, que hondamente le embargaban, le vencieron a el fin y le dejaron dormido, pegado a el cristal... ¡aquella noche soñó que , la danzarina, le llevaba de la mano por un rayo de luna a mostrar le el sitio donde guarda sus tesoros!
cuando esta familia de vino a ocupar las dos habitaciones de el último patio, muy poco tiempo después de los , pareció a todos tan miserable, que el mismo doctor , a quien sus intrincados libros de texto, sus endiabladas filosofías y sus discípulos dejaban apenas espacio para observar las cosas menudas, tembló por los alquileres... no trajo más ajuar que una cama y un catre, dos colchones malísimos, tres sillas perniquebradas, un anafre, cuatro cacerolas, un lío enorme de pingos, mantas y otras prendas, y una guitarra con vistosa moña de cintas rojas y amarillas; restos ¡ay! de pasada opulencia, porque, si hemos de creer a , en su casa de ( de donde eran oriundos ) vivían en la abundancia y el regalo, y si vinieron a menos fue por las razones que ella daba con empalagoso ceceo y el escamoteo de finales correspondiente:
— cuando pienso que mi madre me crió entre holandas...; que en mi casa de hemos comido en vajilla fina...; que teníamos tres criados y cuatro doncellas...; que a mi niña la puse institutriz inglesa y todo... pero la culpa la tuvo , un hermano de , que por librar le de quintas primero y pagar le las trampas después, hubimos de hipotecar la casa y las tierras; eche usted, además, impuestos y cargas de todo linaje... mi cuñado vino a probar fortuna, y se volvió diciendo que esto no valía un pepino, y que para morir se de hambre no era menester atravesar tanta agua; pero yo le dije a mi marido: mira, eso es que éste fue creyendo que se lo iban a dar todo hecho, y le han dado un puntapié, porque allá los haraganes no deben de prosperar. ¿por qué no se lo dimos también nosotros a el gandulazo? nada, que nos partió por la mitad, nos arruinó, y el mismo hubo de decir: pues ¿qué hacemos? vamos nos a . ¡claro! no era cosa de poner nos a trabajar en la localidad, donde todos nos conocían... y nos embarcamos, yo encinta de esta alhajita que ustedes ven, porque es argentino, sí, señor, nació aquí el mismo día que entraron las tropas victoriosas de el : por cierto que le envolví en un lienzo viejo y un refajo, porque no tenía pañales... ¡ay, qué vueltas da el mundo!
no pongamos en duda, piadosamente, lo que asegura , y achaquemos a el gandulazo de el cuñado toda la culpa de que familia de tanto viso en emprendiera el doloroso éxodo a sin lastre en los bolsillos y en el estómago; pero, diga se para gloria de los gaditanos: la ley de el déspota mayor que hay en el mundo, les sometió sin protesta, y como si en su vida no hubieran hecho otra cosa ( con perdón de ) se echó el a vender baratijas por las calles; cosieron y fregaron en casa la madre y , y cuando el niño tuvo edad de ganar algo le colgaron un cajoncito a el hombro, le dieron dos cepillos, una caja de betún, una gruesa oblea de cera y un retal de paño negro y le mandaron a lustrar las botas de los transeúntes... ¡un , y de ! ¡felizmente, estaban en !
que no les iba mal, lo prueba que algún tiempo después de instalar el fementido menaje apuntado en la casa de , compraron una cama nueva, y, poco a poco, una máquina de coser, una cómoda, una consola, cuatro butacas de yute, y se permitieron el lujo de velar los cristales de las puertas con visillos muy bonitos, de poner a la consola un paño de crochet, y colchas de cretona a las camas, y hasta llegaron a adquirir un reloj de cuco, precioso. un poquitín más, y era la casa de pintiparada; aunque dijera, ceceando siempre:
— ¡si vieran ustedes mi casa de ! aquello sí que dejaba ciego y daba el opio a cualquiera. mire usted, teníamos un sofá de brocatel, en la sala, rameado de amarillo y con copete de talla dorada... y de estos espejos caprichosos que llaman no sé si cornipoquias o cornucopias... ¡y qué cama la nuestra!, todita de palosanto, torneada, con un dosel de damasco que ni la de el . así era la guerra que me daban los criados, porque para librar tanta preciosidad de un plumerazo torpe, no me bastaban cien ojos...
poseía , y esto prestaba algo de verosimilitud a la relación de sus anteriores grandezas, una figura delicada y casi aristocrática, manos muy finas, pie minúsculo, y si las escaseces empañaron su rostro, pelaron sus ojos azules y entretejieron canas en su crespa cabellera, usurpando la ingrata prerrogativa de afear que a la edad incumbe, pues era joven aún, se advertía que debió de tener muy lozanos abriles; vistiera sedas y terciopelos, y los llevaría con la misma dignidad que el percalito barato o la sencilla estameña. ya lavara en la huerta, debajo de la higuera que a servía de recreo gimnástico, ya fregara cacerolas o se ocupara en el avío doméstico, funciones todas reñidas con la coquetería y el buen ver, aparecía con la cara dada de almidón abundantemente; porque, eso sí, podía ella olvidar ciertos preceptos de la higiene en punto a abluciones matutinas, pero dejar de enharinar se, jamás.
en cambio, , de apellido y lampiño de cara, no tenía trazas siquiera de haber llevado levita en su vida, como aseguraba , rememorando los esplendores de . hombre burdo, zancajoso y de mediana estampa, en él lo que valía no se mostraba a primera vista, y eran sus excelentes prendas morales, aquilatadas en todas las ocasiones de su aperreada vida, tan excelentes, que su propia mujer le había inscrito en el santoral de los maridos, y por manso y honradísimo le tenían cuantos le trataran de cerca. desgraciadamente, las vanidosas exageraciones de me impiden decir toda la verdad acerca de lo que el hiciera o dejara de hacer allá en su tierra; porque, como mis informes están en desacuerdo con los de esta digna señora, no quiero yo disputar ni atraer me malevolencias femeninas, de las que me libre; pero sí diré, y en esto creo no faltar a , que parece ( ya ven ustedes que no lo aseguro ) fue músico de regimiento... nada de particular tiene, y el orgullo de los no puede sufrir rozadura alguna porque tocara el clarinete en un cuartel. y si no, venga acá la señora y diga me en confianza: ¿es cierto o no es cierto que uno de los objetos empeñados para pagar el viaje fue el clarinete de ? ¿y de dónde le venían entonces sus aficiones musicales, la destreza suya en rasguear la guitarra y el baúl aquél atestado de partituras? tampoco me negará usted, señora mía, que traía él la idea de meter se a maestro de piano, y que le salieron mal los ensayos, y por consejo de un compatriota, el cual le dijo: — mira, , yo sé lo que me pesco; deja te de arte, y pon te a mercachifle... — , dócil siempre a los buenos consejos, careciendo de capital y de influencia para obtener lo, se proveyó de una tienda portátil, la llenó de chucherías, de objetos de mercería y de escritorio, y se puso de buhonero.
y ¡chitón! que si está conforme, y hasta orgullosa, en que cada cual se gane en el pan como pueda, no consiente que se dude ni tanto así de que en arrastraron carretela y eran los el cogollito de la aristocracia. de todos modos, poco nos debe importar, y a fuer de galantes, la creemos a usted, señora, la creemos a usted con los ojos cerrados, como hay que creer todo lo que suscita duda...
la prueba de que , intransigente cuando de se trataba, se sintiera o no lastimada de ver reducida su familia a estado modestísimo, no tenía pizca de escrúpulo para el trabajo, está en que no hizo ascos a la resolución de el marido ni opuso peros a que cosiera camisas a la máquina y saliera a la calle a lo que ustedes saben; y si ella misma no se metió a servir, fue porque, recaudando los otros buen jornal para comer, y aun para guardar, no era de absoluta necesidad, y también por aquello de «no sirvas a quien sirvió, ni mandes a quien mandó»... que repetía a menudo. mas si ella no los opuso, llegó a oponer los muy formales el señor doctor , en lo que a se refiere, prendado de el despierto rapaz, de aquel angelote rubio y hermoso, que lavado a medias y apenas vestido, cruzaba alegre por la mañanita el patio con el cajón a la espalda, y volvía entre dos luces, cansado y soñoliento, a entregar la ganancia de el día y dormir se, muchas veces, sobre el mismo cajón, mientras se preparaba la cena, muertecitos los pies de andar y las manos de restregar el cepillo y de tamborilear con él, enronquecido de tanto vocear:
— ¡lustrar, señores, charol, charol!
sentía el señor catedrático, sin duda, que chico tan listo no cultivara su inteligencia y pudiera corromper se en el malsano callejeo de todos los días, y con este fin humanitario enderezó algunas comedidas reflexiones a sus inquilinos, las que fueron contestadas por la propia con media docenita de verdades, a este tenor:
— señor catedrático, eso estará bueno para quien no ha menester de trabajar; no he de tener le yo de señorito, mientras nosotros echamos los bofes: así aprenderá a hacer se hombre, a apreciar el dinero en lo que vale ( pues el que no sabe ganar, no sabe guardar ) y la vida en lo que da de sí. tenga él buenas inclinaciones, sea cristiano y respete a sus padres, y andará sin manchar se entre el fango. y si sale inteligente, mañana que estemos más desahogados, le pondremos a estudiar y se hará catedrático si quiere; pero, por ahora, que se contente con la cartilla que yo le enseño: que, crea lo usted, no hay mejor curso para salir hombres hechos y derechos que este de la pobreza...
hubo de dar se a partido el amo, y lo único que se consiguió fue que dos horas, por lo menos, en la tarde, asistiera el chiquillo a la próxima escuela municipal para aprender el a, b, c, y a perfilar palotes; y aunque el mismo doctor bondadosamente le solicitó para dar le algunas lecioncitas de favor, se negó con terminantes razones, expresadas sin ambages, de manera que hizo sonreír a el filósofo. ¡muchísimas gracias! ella que era católica, apostólica y romana, no podía permitir que enseñara a el chico esas pícaras ideas que dicen practicaba el señor catedrático, y aunque la prometiera no tocar a los misterios de nuestra santa religión, ¿quién la garantizaba que soplase el diablo y quisiera hacer de un hereje? ¡nunca, jamás, amén!
dicho en verdad, y aún siendo la gracia en persona, merecía pasar por la flor y la nata de los , como pasaba. ¡qué pasta de niño aquel, y qué manera de enseñorear se de los corazones! a el redoble de su cepillo sobre el cajón, salían a el patio, ya la hermosa misia , ya madama ... y hasta , interrumpiendo la consulta de sus perversos librotes... quién le tiraba cariñosamente de las orejas, quién le daba una golosina o le ofrecía un juguete o le hacía un cumplido. era él tan formalito y respetuoso, que había que reír; y no se le comían a besos, porque el betún le ensuciaba lastimosamente la cara de querubín.
no parecía niño, sino que un espíritu de hombre grave se hubiese albergado en aquel cuerpecito endeble, pues ni era glotón ni perezoso, ni desvergonzado como estos titíes que hoy se educan y presumen; pero tampoco era un niño viejo, tímido u oprimido. bien que se refocilaba en la huerta, hacía volatines sobre la higuera, se ponía a caballo sobre la pared a oír la música de el serrucho de y ver el trajín de los mozos en el corralón... pero tales expansiones tenían que ser breves; en primer lugar, por sus quehaceres callejeros, luego por sus estudios, y porque no le daba paz llamando le, ordenando le y pidiendo le. así se rendía a el sueño por las noches, los bracitos sobre el cajón a guisa de almohada. le querían todos, en la calle como en casa, le buscaban y le obsequiaban, a el niño rubio, a el limpiabotas monísimo, que el doctor , recordando el mote hiperbólico con que honra la historia a su homónimo, el romano emperador, solía llamar delicia de el género humano, mientras le palmeaba los puercos carrillos.
, el joven alemán que ocupaba la última pieza de el fondo, la más menguada de la casa, deponía también, en obsequio de el chicuelo, toda su gravedad germánica. el que economizaba las palabras como si fueran monedas de oro y cuya exagerada discreción parecía haber le cosido los labios y regulado todos los movimientos y todas las acciones, reloj humano, muñeco de resorte sin sangre, ni nervios, ni nada... este , de piedra berroqueña, adquiría sensibilidad aparente a el escuchar el cepillo de en el patio. le distraía, le hacía enseñar los dientes más desmesurados y blancos que en boca alguna se han visto, le revolvía los trebejos de la mezquina habitación y le sonsacaba sus secretos. ¡y qué secretos los de para guardados bajo siete llaves! que sueña en ser mariposa y se somete dócilmente a las necesidades de la metamorfosis, como los , los y casi todos los que, arrojados por la miseria, la escasez o el genio aventurero, pisan las playas americanas...
por cierto que la llegada de aquel diablejo de los , trajo una gran desazón a , alarmó a y trastornó el orden conventual de el caserón; la fama de sus milagros y su apicarada traza infundieron temores, no confesados por el afectuoso respeto que y madama merecían; pero se curó en salud echando la llave a cierto álbum de sellos, que solía hojear con deleite, y la de se hizo un de vigilante, y no veía asomar a rozando la pared como una raposa, sin armar se de la escoba. la alarma cedió un tanto, cuando se supo que habían zampado de cabeza a el pillete en una escuela, y allí le tenían sujeto sin dejar le salir más que los domingos; asimismo, desaparecieron el álbum de sellos y un alfiletero de , y no sé qué baratijas de el escaparate portátil de ; y tales fueron las faltas, que hubo cisco en la casa: doña y el germano llevaron sus quejas a el obrador de plancha, sacaron los colores a la cara de la infeliz madama , y dieron motivo para que el brazo airado de se ejercitase sobre las desnudas posaderas de el ladronzuelo. a este correctivo siguió la clausura absoluta, y la paz reinó de nuevo.
duró poco, sin embargo, porque ocurrió que, como estos pajarracos de mala índole que en la jaula se enrabian, apesadumbran y se dejan morir de inanición, a los ocho meses enfermó, y hubieron de sacar le de el duro pupilaje; felizmente, no le dejaron suelto cuando se puso bueno, sino que se le llevó consigo a el aserradero, y allí, guantazo viene y cachete va, le tenía condenado a trabajos forzados, tan hosco, torvo y desconfiado como el primer día, por la pesadumbre de la cadena, la vergüenza de el sometimiento y la conciencia de las propias faltas.
y aunque ya parecía no haber urraca en la casa, ni los ni mostraban mayor seguridad en la curación de el cleptómano vecinito, y echaban llaves y atrancaban puertas, precaución saludable que traducía con esta frasecita reticente:
— no sea cosa...
pero el chico, como si no tuviera ya uñas en las manos. cuando volvió el buen tiempo, los domingos, en que forzosamente había huelga, iba a la huerta y se echaba a el pie de la higuera, con un libro; la primera vez que le vio , que tendía ropa a el sol, precipitadamente arrambló las prendas mojadas, encerrando se en su habitación, y él se corrió mucho de esto y hasta lloró de dolor; asimismo esperaba con ansia los domingos y tornaba a la huerta, esquivando saludos desdeñosos... porque allí, desde el pie de la higuera, donde fingía leer, veía a cosiendo a la máquina, y la veía como la noche de su llegada, a el través de sus lágrimas de despecho, vestida de plata, danzando en un rayo de luna.
era lo único que dejaba sin encerrar, a la puerta de la habitación, bajo la sombra protectora de el parral, expuesta a las miradas de el criminoso mequetrefe. él no leía, ni hacía otra cosa que mirar la. se oía el triquitraque vertiginoso de la máquina; apoyados en los pedales, los piececitos, que calzaban tan feas botas de deshecho, imprimían acompasado movimiento a la rueda: volteaba ésta, daba saltitos el tornillo de montera, sendos pinchazos la aguja, bailaba el carrete, y la rubia cabeza se inclinaba vigilante, mientras las manos, dos manecitas que debieron ser blancas y estaban ya percudidas, aderezaban la tela y dirigían hábilmente la costura. así, horas y horas, él mirando la, y ella cosiendo.
pensaba que era mucho trabajar aquel, y que debía él hacer otro tanto, si quería merecer la estimación que ella parecía demostrar le.
porque nunca le puso mala cara, ni le dijo cosas feas como los otros, ni le dio motivo de soflamas como los otros, ni pruebas de menosprecio jamás. hasta le había hablado alguna vez en aquella hermosa lengua española, que a el principio era griego para él, y con este motivo recordaba que la chiquilla, como él no la entendiera, se echó a reír y dijo con picardía: ¿no, no comprar pan?... traducción burlona de la frase ne comprend pas, que por la relativa similitud de pronunciación comprendió él inmediatamente, contestando que no, que no la compraba. ¡ay, cuánto tiempo estuvo el muy borrico te sin comprar le pan a ! su mayor deseo en el colegio fue aprender el idioma, y cuando le pudo chapurrar y logró hacer se entender de la niña, le pareció más llevadera su prisión y menos doloroso el desengaño. ¿qué le importaba que la madre, y , y el hombre de piedra, y la señora de , y el señor catedrático y hasta la criadita , le trataran con despego y se espeluznaran a su paso, como gatos que se ponen en guardia ante el enemigo? ¿qué le importaban los sermones de madama y las bofetadas de el cuñado? siempre que le hablara...
un día le había dicho: pero, ¡ , qué mala costumbre tienes! ¿sabes que por eso se va a la cárcel?... y esto le produjo mayor impresión que muchos sermones y golpes de los hermanos. ¿cómo incurrir en faltas que a ella, su amiguita benévola, podían desagradar? viendo la delante de su máquina de coser, sentía extraños impulsos de hacer se bueno y digno de el aprecio general y de la indulgencia de , como le recomendaban la pobrecita abuela y diariamente sus hermanos: empresa tan difícil cuando el deber quiere a dura fuerza imponer se, y tan fácil cuando el cariño lo implora dulcemente. ¡qué bueno sería él a la vera siempre de !
tan sólo una vez la vio enfadada... pero fue porque él y se pegaron, por querer subir a la higuera y él por no dejar le, de puro malo y testarudo: vencido el chiquillo, en venganza, hizo con la mano un ademán que, en el lenguaje de la mímica, expresa la acción de robar, y le dio un soplamocos y le llamó lustrrrra — bo — tas, con todas las erres de que disponía.
afortunadamente no estaba , y calmó los lloros y apagó el escándalo, con una mirada tan dura para el grandullón y una palabra tan seca, que le escocieron atrozmente, por ser ella quien le dijera: ¡malo!... y le enrostrara su injusto proceder; y de tal manera le escocieron, que, lejos de revolver se airado, se humilló, pidió disculpa, abrazó a y lloró él también, implorando el perdón de los ojos azules. aquella tarde sí que charlaron todos tres, hechas las paces y más amigos que nunca...
charlaron entre carcajadas y bromas, por el afrancesado pronunciar de y sus continuos tropezones en las jotas y demás obstáculos de la lengua castellana; hasta el gallo de el corral se alborotó y reunió a las asustadas hembras en torno suyo, bajo la égida de sus espolones.
¡qué reir se los tres! y gracias que la ausencia de les dejaba entera libertad para lozanear a sus anchas. ceñida una toalla y encogida dejando arrastrar la falda, se paseaban ambos con mucha prosopopeya, y les saludaba a el paso con gravedad, y decía :
— mira, yo seré presidente de la ... saldré con mi banda y mi bastón y llevaré escolta y tendré ministros que me sirvan...
— pues yo — añadía muy seria, haciendo se aire con la mano cual si manejara el más precioso abanico — seré gran señora y no me pondré sino vestidos de seda...
— y yo — saltaba — haré mucho dinero y seré millonario...
¿por qué no, a el cabo, estando en el país de las transformaciones maravillosas? recordaba la historia, que oyó contar a su madre, de la fidelera italiana de enfrente, «que vino descalza y llevaba ahora diamantes en las orejas, gordos como nueces», y la de el inglés de el aserradero, el patrón de , «con tantos miles como pelos en la cabeza», un pobrecito emigrante que, andando el tiempo, hasta casó con la hermana de la señora ...
— ¿ves tú? — decía la chiquilla —. aquí te acuestas mendigo y te despiertas ricachón, como en los cuentos; pero, no creas que va algún genio a poner te lo en la boca: te lo buscas tú antes y lo sudas. no más tarde que mañana por la mañanita he de lucir yo unos diamantes, que ni los de la fidelera.
ya no reían, absortos en aquellas cosas magníficas que se realizarían «cuando ellos fueran grandes». le parecía a que se transfiguraba y se convertía en una princesa muy orgullosa... ¡tarde serena de encantadores recuerdos! la señora princesa, a fin de representar más a lo vivo su papel, con una cinta desteñida había anudado sus trenzas, y de tanto zarandear se, la dejó caer, sintiendo a el punto el extraño cosquilleo en las yemas de los dedos que le producía su olvidada manía, cada vez que le despertaba la vista de un objeto ajeno; y por coger la cinta, pasó grandes angustias, luchó, y vencido, se bajó a coger la... ¡sería la última, la última vez!
desgraciadamente, no siempre disponía de espacio y de ocasión para estas expansiones. a el mismo , muy aficionado a la , le prohibía severamente buscar sabandijas en la huerta siempre que estuviera el perdido de los , y estaba condenado a distraer sólo su melancolía, mirando de lejos coser a , labrar sus diamantes de futura princesa... como el mal, lo bueno también se contagia, aunque sea de más difícil incubación y requiera mayor solicitud y cuidado: así, , con el ejemplo de y de , poco a poco iba perdiendo sus asperezas de muchacho bravío, sus instintos desordenados se calmaban y se despertaba en él la emulación, el noble deseo de llegar por el camino recto de el deber a los soñados alcázares de la fortuna. compró una hucha, y cada domingo guardaba el deleznable papelito que o madama le regalaban, pensando que en breve tiempo tendría dinero suficiente para engarzar en diamantes a ...
para este saludable contagio de el bien, la casa entera se prestaba admirablemente; porque, así como la peste se desarrolla y cunde entre la suciedad, la ignorancia o la miseria, en el ambiente honrado y tranquilo florecen las buenas ideas, adquieren vigor y hondas raíces. no habían de florecer, pues, en el caserón de , y especialmente en aquel patio tercero, cultivadas por las manos señoriles de la almidonada ! francamente, si en dieron todo el tiempo a ocioso vagar, como es de regla y buen tono en las gentes aristocráticas, parece me más digna de admirar esta contracción a el trabajo de la familia gaditana, hormiguitas que en llenar el granero se ocupaban todo el día, bien repleto ya a juzgar por las transformaciones que se notaban en el menaje, gracias a la máquina de , a el charolado de , a el comercio de y a la economía y excelente administración de .
el , cada noche, a el descolgar de el hombro la correa de el mostrador, decía soltando a el mismo tiempo un ¡uf! de cansancio:
— ¡buen día!, hija, ¡buen día! pero traigo los pies desollados.
y mientras dona , ayudada de , mangoneaba a su gusto, espumando el cocido, aviando la mesa o preparando el plato a el estilo de su tierra, estiraba las cansadas piernas, pensativo.
— ¿y yo, padre? — rezongaba desde su rincón, adormilado sobre la caja de lustrar —, yo también tengo hinchados los pies y estoy ronco de tanto gritar.
— mire usted mis manos, — decía mostrando las — lo menos una docena de pinchazos he sufrido hoy y me apunta un uñero en este dedo... pero, ¡me he cosido tres camisas!
probaba la salsa, suspirando. ¡oh! cruel destino, que así les humillaba y ponía a prueba. se volvía a el marido, y le exhortaba blandamente:
— ¡paciencia, hijo! ¿qué le hemos de hacer? siempre que nuestro sacrificio sea con fruto... a ver si logras establecer te pronto: así el niño podrá comenzar seriamente sus estudios y ésta no enfermará de el pecho de tanto coser. mira, me ha dicho madama , que con el producto de la venta de su finquita y los ahorros reunidos, el inglés de el aserradero, mister , ha admitido a de socio, y ahí le tienes ya de patrón a el que entró de mísero jornalero. ¿por qué el patrón de el , en cuya casa compras tus géneros, no te habilita? tienta lo y no te apoques. ¿no dicen también que aquí los tienen sus cajas abiertas para el comercio honrado? pide un préstamo como los demás, que si te dan, bueno, y si no te dan llamas a otra puerta.
no echaba en saco roto estas indicaciones . rascando las peladas mejillas, rumiaba la mejor manera de obtener lo que necesitaba para plantar su tienda, aquella fábrica de guantes soñada, con sus lucidos escaparates de felpa grana y cristales enteros resplandecientes. el patrón de era un alemán tan meticuloso y cachazudo como su dependiente, y en las diversas ocasiones que le habló de el negocito, se esponjó para soltar entre sus bigotes color de limón el nain más seco de su repertorio; pero no cejaba y le ayudaba decididamente... a el fin y a la postre, era un hombre honrado a machamartillo, parecía listo en esto de mercar, y como él consiguiera su propósito, no habría manita ni manaza bonaerenses que no se dejaran calzar con las finísimas pieles de , las de cabrito y otras menos estimadas, porque la sonrisa de y de su hija detrás de el mostrador, sería miel para moscas y liga para tontos.
cuantas veces el nain de desahucio sonó bajo los bigotes color de limón, volvió a casa pensativo, y pasó la velada rascando se la mejilla pelona, manera suya de espolear a la imaginación en sus correrías por los intrincados campos de la hipótesis. para era cuestión de amor propio el poner la fábrica de guantes, porque lo tenía anunciado en la casa como el más grande y transcendental acontecimiento que había de contribuir a resucitar los buenos tiempos pasados; así, cuando en el zaguán tropezó con la rubicunda madama , que salía llevando su cesta de ropa blanca, y la oyó chapurrar aquello de la venta de la finquita y de mister y de la sociedad de en el aserradero, tan gozosa, que los ojos violados centelleaban de alegría purísima, la de sintió celos, y eso que no era ella envidiosa ni mujer a quien molestase el bienestar ajeno.
— pues nosotros — dijo tristemente —, estamos en lo mismo, buscando el capital para la fábrica. no nos faltan, pero con promesas no se hacen guantes, ¿verdad, vecina? en fin, aquí estamos para medrar, y medraremos, mediante. que sea enhorabuena, madama, y por muchos años.
tanto rascar se y tanto gastar saliva , con el tiempo llegaron a vencer la teutónica resistencia de los bigotes color de limón; y fue de manera que no salieran de su bolsillo los dineros, sino que el , aquel coloso bienhechor de propios y extraños, augusto padrino de el progreso y de la prosperidad de la , muerto a manos de expoliadores y políticos perversos, otorgara a un préstamo de 20.000 pesos, bajo la formal garantía de el patrón de ; sobre esta base se formaba la triple alianza comercial de , de , que ponía sus ahorros y su persona, y de el indicado patrón, que a más de su firma se decidió a arriesgar una bicoca en la empresa.
el día que ocurrió todo esto, a le faltó poco para desmayar se, y fue a el cuarto de los a dar la grata nueva, golpeando en la persiana de el obrador:
— vecina, ¿sabe usted? aquello, aquello... pues ya lo hemos conseguido y tenemos seguro lo de la fábrica.
¡ ! ¡qué alborotar el de ! hubo su guitarreo en el tercer patio y su miajita de peteneras, que ensayó el pelele germánico, haciendo desternillar de risa a los mirones. luego, y , éste con los tres pelos clásicos empinados en mitad de la calva prematura, y las cejas más alborotadas que nunca sobre los avejigados párpados, discutieron gravemente todos los puntos que a la se referían, anudaron los cabos sueltos y redondearon el negocio cumplidamente. lo menos hasta las doce se estuvieron de conferencia, entre los ronquidos de y el triquitraque de la máquina de , y cuando el alemán se marchó, dio suelta a los efusivos sentimientos que la embargaban, metiendo su cucharada de esta manera:
— ¡ay! , estoy con todos los nervios de punta... ¡para que el gandul de tu hermano venga después a decir que ésta es tierra de miseria y de hambre! ¿a dónde ha visto él prestar así, de bóbilis bóbilis, veinte mil pesos a un desconocido? ¡y te los prestan, , te los prestan! ¡bendita sea la !... mira, has hecho bien en hablar le claro a el : él es muy formal, y será un socio a pedir de boca; pero en esto de los negocios, las cuentas muy limpitas. ¡quién nos lo dijera, , a el salir de con lo puesto!
por primera vez, con las glorias se le iban a las memorias; pero como estaban solos, holgaban las comiquerías y los desplantes aristocráticos. el mismo sacó a relucir la historia verídica de el clarinete pignorado, y plegaba las manos delgadas, suspirando:
— ¡sí, me acuerdo, !
lo cierto es que ahora iban a estar de señores. pero nada más que nominalmente, porque si bien tomarían una criada para aliviar el peso doméstico, mientras los dineros prestados no volvieran a la caja de el y marchara la fábrica con desembarazo, la situación no cambiaría, sino que se hacía más grave, por la pesadumbre de el compromiso. entre proyectos y comentarios, el cuco les anunció las dos de la madrugada. se había quedado dormida sobre la máquina, y tal vez soñaba que eran suyos los diamantes de la fidelera...
por supuesto, la fábrica no se puso así, en un dos por tres. hubo más idas y venidas, y más vueltas y revueltas, que si el asunto anduviera en manos de ministros y fuera cosa de ; entre los bigotes color de limón, los tres pelos bismarckianos y el lampiño todo era tirar y aflojar, ajustar este tornillo, meter aquella escarpia y asegurar el contrato de la manera más sólida posible. luego de cobrado el préstamo, se buscó local, se compraron máquinas y materiales... entre tanto, forzosamente abandonó la venta callejera; asimismo, cada noche llegaba más derrengado que antes, pero con el ánimo tan entero. ¡era la fábrica de su fortuna que levantaba, arrimando piedra sobre piedra, abriendo el hondo surco de los cimientos en la tierra hospitalaria, noble hija de su amada !
ni a los socios principales ni a el comanditario les pareció prudente hacer despilfarros y gastar en lujos lo que acaso necesitaran más tarde para los apurillos, que la nueva industria podía traer; y así, se prescindió de muestras aparatosas, de vidrieras y de cortinajes, y se puso un comercio modesto, con mostrador y alhacenas de pino pintado, dos sofás de pana y alguna silla volante; un escaparate estrecho, alumbrado por un solo pico de gas; sobre la puerta un letrero, que decía: a la ciudad de , y colgando una manaza roja, de latón. la trastienda era espaciosa, y cabían en ella holgadamente hasta cuatro oficialas; luego había tres habitaciones, empapeladas, un patio interior, que daba luz y ventilación a la casa; un sotabanco y azotea, con bonitas pilastras de yeso: lo suficiente para que los se instalaran a sus anchas, si creían conveniente dejar el caserón de y trasladar se a el local de la fábrica. estaba situada ésta en la calle de las , en la propia acera de ; el barrio gustaba mucho a , y se decidió a mudar se en cuanto las ruedas de la máquina, tan pacienzuda y cuidadosamente montada, echaran a andar.
mientras llegaba el ansiado momento de ver se detrás de el mostrador recortando cabritilla, en lo que era una verdadera maestra gracias a el largo aprendizaje de sus juveniles años... usted dispense, mi señora , pero forzoso me parece declarar que, según mis noticias, allá por los años de el cincuenta y nueve a sesenta y tantos, en una guantería muy conocida de ... pero ¡chitón! no enredemos la madeja y sea motivo el alabar de la habilidad de , para incurrir en su enojo, y sigamos diciendo que, mientras aquel ansiado momento llegaba, no se la cocía el pan a la de , y con el aplomo de su experiencia y la viveza de su deseo ayudaba a el marido, calentaba la fría iniciativa de , y repartía sabios consejos y advertencias, que concluían siempre con aquella reticente y profunda frasecita suya:
— no sea cosa...
el probable cambio de fortuna la había esponjado mucho, de manera que sin la sobra de almidón que empalidecía sus mejillas, diera mayores muestras de salud rebosante, nunca más decidora, gozosa y ágil. por ser aquella tornadiza y pensar juiciosamente que la carga de el préstamo parecía de doble peso y dificultad para sobrellevar que la miseria con tanta resignación soportada, creyeron y su mujer que no debían variar el programa diario de trabajo; y en esto imitaban el buen ejemplo de sus vecinos, los , que ahora como antes dejaban oír los ecos de la plancha y el serrucho, y vestía la misma blusa, y madama el mismo delantal, y acaso ahora más que antes aplicaban sus esfuerzos a la faena común.
por lo tanto, si no hizo ya de buhonero, continuó sacando lustre a las botas, y cosiendo camisas la chiquilla. habría, cuando se establecieran definitivamente en la calle de las , para el apetecido señorío y la relativa holganza. entonces , bien lavado, sin remiendos ni pringue, acudiría a la escuela municipal, y emplearía todas las horas de reglamento en perfeccionar sus estudios y aptitudes de futuro, y , emperegilada como ya lo demandaban sus doce años y lo exigiría la clientela, entretendría sus castigados dedos en pespuntear guantes, que es tarea más fácil que la de armar pecheras.
en poco estuvo que estos hermosos proyectos se evaporaran y cayeran a el suelo las paredes de la insegura fábrica; porque los bigotes color de limón, tan suspicaces como los de gato escaldado, provocaron en hora menguada no sé qué dificultades sobre la manera de interpretar una cláusula de el contrato, y hubo nuevas discusiones, la sangre de perdió tantos grados de calórico como adquirió la bulliciosa de , y se arañó la cara a fuerza de cavilar. pero mediando consultas de abogado, suficientes para iluminar el mismo caos, la germánica intransigencia se atemperó, y a el fin, preparada la casa, instalados los materiales, ajustadas dos oficialas inteligentes, todo listo y a punto, anunció que ya podían mudar se.
sin embargo, no se decidía a mover los bártulos aún; miraba a la imagen de su patrona la , que sobre la cómoda, entre dos candeleros de cobre y un florero vacío plácidamente sonreía, y murmuraba pensativa:
— no sea cosa...
duerme el eterno sueño en esas librerías, como todo lo que por aquí se escribe, olvidado y polvoriento, un folleto con este título: corona fúnebre de el doctor ..., publicación destinada, según reza una advertencia puesta a el pie, a aumentar los fondos que para erigir le la estatua discernida por sus amigos, se solicitan y recaudan en toda la . no vayan ustedes a creer, por esto de la estatua y de el folleto, que era el doctor hombre superior, porque no hay muerto en estos mundos sin estatua, sin folleto y sin discursos. afortunadamente, en la mayoría de los casos, la estatua queda en proyecto, y hasta ahora la de el doctor no se ha levantado, que yo sepa, ni permita que se levante, pues se me antoja insolente pretensión de la amistad la de dictar fallos y acordar honores que sólo a la posteridad incumbe resolver.
si era el doctor hombre superior y digno de vivir en mármoles y bronces, van ustedes a juzgar lo pronto... pero el doctor que voy a presentar no es el contrahecho y mentiroso de el citado folleto, el sabio catedrático de la en muertas, y , sino el casero, tal vez más simpático de bata y zapatillas que adornado con todas las excelencias hiperbólicas que su apologista le presta; y aunque no sea tan fácil escudriñar el forro de la conciencia, algo sacaremos en limpio respecto de quien su propia mujer, misia , decía melancólicamente: — ¡es un santo, que no irá cielo!
tengo para mí que no pasaba en un principio de medianejo discípulo de ; fue perezoso en escribir, según afirma el panegírico, y no dejó más obras que condensaran sus altas ideas y su ponderado talento, que articulillos sueltos en revistuchas sietemesinas, y unos breves apuntes taquigráficos de sus oraciones en la cátedra, «dechado de profundo saber — dice la referida —, de corrección clásica y de sana filosofía»... declaro francamente que yo no he encontrado tantas cosas juntas en las reducidas lucubraciones que nos legó la pícara pereza de el doctor , y sí en muchos artículos suyos rasgos, sentencias y párrafos intercalados de el maestro de , a la manera de lucecillas que alumbraran un pasadizo largo y obscuro, donde la razón anduviera a tientas y la lógica extraviada; así, por ejemplo, en los apuntes hay buenas dosis de la de la razón pura y de la otra crítica, la de el juicio, y un artículo, de los seis u ocho que se conservan, es una glosa descarnada de religión considerada en los límites de la razón. en los últimos, ésta se obscurece por completo, y todo se vuelve palos de ciego y disparatar a trochemoche. filósofo adocenado, pues, y sin pizca de grandeza o de novedad, ante su obra fragmentaria e insubstancial hay que encoger se de hombros y renegar de las fúnebres y de los amigos entusiastas.
no sé qué demonches ocurre con estos grandes hombres de lance, que no dejan a la crítica desapasionada prueba alguna para poder establecer la legitimidad o la usurpación de su fama, y a gracias que el tiempo se encarga de borrar los nombres escritos con tiza, y aun los esculpidos en piedra, censor y juez supremo de ambiciones y vanidades... dicen ( y a falta de otras pruebas recogeremos los díceres para modelar la andillesca figura ) que poseía un pico de oro maravilloso, y ya explicara en la cátedra las luchas de y , las teorías de y de o las arideces lexicográficas, encantaba a discípulos y oyentes, distribuyendo hábilmente en el discurso ciencia, amenidad y gracejo, «de manera que — agrega la tantas veces citada — sabía despertar la admiración, conmover el ánimo, desatar la risa, irritar la curiosidad y asegurar la simpatía». de aquella publicación suya, recogida discretamente por razones ignoradas, que le valió una tunda estrepitosa de parte de un fulano disidente con el libelo anónimo, doctor y la lógica, o sea demencias y majaderías andillescas, no dice nada el folleto apologético, y es lástima, porque como no queda un ejemplar para un remedio, acaso veríamos explicada la tendencia a el ateísmo de el filósofo en sus últimos tiempos, y nos diera alguna luz para orientar nos, ya que el tiempo y el espacio me faltan para estudiar a fondo su curiosa fisonomía.
sin más documentos a la vista que los referidos, falsos todos o exagerados, no es posible establecer con precisión el cómo y el por qué de la influencia que el doctor ejerció sobre la juventud de su época. tal vez esté en lo cierto el fulano enemigo suyo, a el asegurar que todo era efecto reflejo de la simpatía personal, causa única de muchos encumbramientos increíbles. sí, sí; el doctor era simpático, y esto le ganó el aprecio de aquel veterano coronel , que le acogió en su casa y le ayudó con sus consejos y su bolsa; y le valió también la conquista de sus tres cátedras, de la voluntad de todos sus discípulos, de el corazón de su mujer y de el afecto general... tan simpático, que hacía olvidar su nariz de gancho, su boca desmesurada, sus dientes largos, el pelo escaso, la barba amarillenta, la corcova de la espalda, el desgaire de la figura y la torpeza de el andar.
de esta cualidad peculiar suya y el dejo insinuante de su palabra fácil, provenían indudablemente sus triunfos en la vida pública. pero está visto que ni en la cátedra, ni en sus obras, ni en la fúnebre, hemos de encontrar a el verdadero doctor , y el verdadero, ateo, racionalista o lo que fuera, estaba en su casa, y era tal cual su mejor biógrafo, misia , nos lo ha pintado: un santo, en lo relativo a el estricto cumplimiento de sus deberes para con los semejantes; un santo laico, diré, si es que las dos palabras pueden andar juntas y una a la otra no se molestan...
se creería a padre de su mujer, más porque había que atribuir les un parentesco apropiado en disculpa de la comunidad de hogar, que porque hubiera entre ambos sombra de semejanza. lo menos de veinte años mayor que misia , y si decimos que era ésta una morena muy guapa y católica, dueña de el caserón en condominio con su hermana , la de , y que , sobre ser viejo y feo, no tenía más pasar que el sueldo, ni más porvenir que una mezquina cesantía, y asimismo adoraba misia a , y nunca le dio motivo de queja, duda o sospecha, ¿se explicará cualquiera el fenómeno, si no es por la dominación sugestiva de aquel pico de oro tan ensalzado, la influencia poderosa de la bondad, y acaso motivos de gratitud profundísimos?
cuando vino de , su provincia, huérfano y pobre, a estudiar leyes, y alquiló a el padre de misia , ya viudo y no muy sobrado de dineros, aquella pieza de el fondo que años más tarde tocó en turno a , cautivó a la familia por su modestia, su timidez, su laboriosidad y lo hábil que parecía para echar remiendos y disimular sietes y rozaduras en botas y pantalones. y , dos chiquillas entonces, se reían de su facha y le corrían a saetazos de burla... pero de tanto comer se los libros, le vinieron unas calenturas malignas, que dieron lugar a que el papá le probara, con sus cuidados, el mucho afecto despertado; y todos los pelos de su cabeza, y todas las ilusiones de su corazón, emigraron juntamente, porque a el mirar se en un cacho de espejo, se halló más feo que nunca y juzgó sueño imposible el que una sanjuanina, su prima y amor primero, le quisiera ya para marido.
imposible fue, en efecto, pues le dieron en su pueblo, a donde marchó a convalecer, unas soberanas calabazas, y se volvió aporreado, a ensayar pomadas y tratar de alcanzar en breve tiempo la borla de doctor, que le abriría puertas y corazones. la alcanzó sin fatiga, y puso seguidamente su bufete de abogado. ya entonces tenía una reputación envidiable, nacida y cultivada en las aulas, y a pesar de ella, los asuntos no marchaban, corrían estérilmente los años, y se hubiera muerto de hambre si no le dan una cátedra para ir tirando. el no querer mezclar se en política, fue la causa de que no adelantara ni adquiriera mayor relieve su figura, pues con las cualidades que él se traía, escrúpulos que perdiera y desvergüenza prestada, no pasa las penurias que pasó.
tantas, que llegó a deber cuatro meses de alquileres a el papá de ; de el bufete casi le arrojaron por igual motivo, y su levita enseñó la trama por los codos, con mayor claridad que su dueño las declinaciones latinas en la cátedra. felizmente, obtuvo dos clases más, la de filosofía y la de historia, y murió el papá de , militar retirado... digo felizmente, salvando los naturales sentimientos de caridad y afecto, en muy sinceros, hacia su viejo amigo, porque la verdad es que de aquel mal vino el bien y la dicha para el hombre ya maduro, sin blanca y sin esperanzas.
huérfanas las dos chicas, fue su consejero, su campeón en la curia, quien les arregló la testamentaría y cuantos extremos con su desgraciada situación se relacionaban, y ¡claro está! lo que en vida de el padre, si acaso tímidamente lo pensara, no se atrevió a pretender lo, el retraimiento y las circunstancias le dieron pie para indicar lo, no sé cómo, tal vez más colorado que un estudiante primerizo; indicación audaz enderezada a , la mayor, y recibida entre promesas vagas y ligera amenaza de repulsa. pero, , más razonable que lo suelen ser las muchachas de su edad, comprendía que había menester de un marido que le diera lado y la defendiera de murmuraciones y sospechas, ¿y qué mejor marido podía encontrar se, tan serio y reposado como , a quien conocía de tanto tiempo y era considerado como de la familia? sus mismas ideas religiosas, de las que la muchacha no se espantaba, porque educada en un ambiente liberal, había aprendido que el pensar mal es pecado que juzga sólo y la conciencia sagrario donde nadie debe penetrar, nunca fueran obstáculo, más bien incentivo para ensayar de convertir le y salvar le.
en suma, que se casaron, y si no logró catequizar a el hereje, tal vez por carecer de el calor que da la fe y hace el apóstol, fue con él muy feliz, como sin duda no lo fuera con un barbilindo inexperto. respetando sus creencias y sus gustos, disimulaba los propios, hasta el punto que por los dedos podían contar se las ocasiones en que, delante de ella, soltara alguna de esas enormidades provocadoras de el cariñoso récipe de la esposa, humildemente soportado y con excusas de no incurrir en nueva falta.
ella oía misa todos los domingos y fiestas de guardar, confesaba y comulgaba cada mes, practicaba a su modo, sin alardes de santurronería ni de chocante hostilidad.
acaso no se vio jamás unión más estrecha entre elementos tan desacordes. cogidos de la mano iban ambos por distintos caminos, pero cercanos y paralelos, sin estorbar se, gracias a las mutuas concesiones, a la recíproca tolerancia, base y fundamento de el matrimonio. vivían modestamente, concurrían poco a las reuniones, y a el teatro lo necesario para que la natural coquetería de la joven tuviera algún esparcimiento, no incompatible con la seriedad de la esposa honesta.
el casamiento de , la menor, fue piedra que, a el caer en el lago tranquilo, altera momentáneamente su serenidad. porque para decidir la a que diera su mano a el rico vecino , un inglesón protestante, también de colmillo retorcido, quien abatió a los pies de la encantadora porteña, todas sus ínfulas británicas, hubo menester que el mismo la exhortase y la suplicara misia , provocando súplicas y exhortaciones más lágrimas y protestas, que si la dieran castigo.
a punto fijo no se sabía quién era este : cuando aún vivía el coronel , había puesto su establecimiento de corte de maderas y venta de ladrillos, cal, tierra romana, etc., el , y sólo medió el saludo de buenos vecinos entre uno y otro. el inglés vivía solo en el barracón y se mostraba poco. pero, allá en el fondo, el inquilino más pobre, el futuro catedrático, elaboraba, como araña en su rincón, la tela de su porvenir, y mientras se quemaba las cejas estudiando, por la ventana de su chiribitil distinguía a el inglés con sus cuatro obreros, en un principio, con ocho luego, con veinte más tarde, siguiendo el progreso constante de su tesonuda faena: le veía presidiendo la operación de aserrar el duro ñandubay, o blanqueado de cal, llevando el apunte de las bolsas en los carros atestados; muchas veces echaba fuera de la ventana la cabeza y le saludaba con un good morning de simpatía, única frase que el vecino contestaba, porque no parecía amigo de conversaciones. no pasó de aquí la relación, y en esto quedara, si a el viejo coronel no se le ocurre morir se, y su muerte, así como arregló bonitamente las cosas de , dio motivo a la primera visita de el vecino, de puro cumplido, muy corta y seca. pero lo que en tantos años de aperreado trabajar no echó de ver el británico, le saltó a los ojos de pronto: que era muy linda , y con la toca negra y la falda de merino estaba para comer se la; y también de pronto perdió su gravedad y la cabeza, y dio en la chiquillada de pasear se por su azotea para mirar a el patio contiguo, arrojar más tarde ramitos de flores por la pared, con otras demostraciones tan ridículas como estas.
mas, como no produjeran los resultados inmediatos que él apetecía, se fue derecho a el bulto y comunicó sus honestas intenciones a aquel antiguo vecino de el fondo, ya trasplantado a las habitaciones principales. , conceptuando inmejorable a el candidato, se puso de su parte, le dio esperanzas y habló en su favor con el entusiasmo que merecía la laboriosidad de mister , de que durante tanto tiempo era testigo: la hermana mayor dijo que sí; pero la interesada, , dijo que no y que no... ella tenía novio, la pobrecilla, un oficialito que le arrastraba la espada; dijo que no, haciendo pucheros y aspavientos, asustada de las narices, de la facha y de los cuarenta años de el nuevo pretendiente.
se resignó a esperar, con la promesa de que no se había de consentir en las relaciones de el oficialito. entre tanto, redoblaron los consejos, los paseos de azotea y la lluvia de flores; desertó el oficialito, trasladado de oficio y acaso aburrido de el plantón; se ablandó la desengañada , se derritió su resistencia, a el fin, y dio el sí a quien tan bien supo conquistar lo.
jamás tuvo por qué arrepentir se de haber lo dado. era hombre manso, e hizo un marido a pedir de boca; tan modesto, que él mismo no tenía empacho en referir su historia de esta manera:
— yo ser de el país de , hijo de el pastor de mi aldea: morir mi padre, morir mi madre, yo resolver emigrar por ganar me la vida; llegar aquí, con mucho hambre, y ensayar muchos clases de trabajo: yo descargar fardos en el muelle, yo llevar cuentas en un almacén, yo salir a el campo por cuidar una majada, yo encontrar una idea buena, en fin, y poner este corralón para cortar madera. en seguida, ayudar me , y arriba, siempre arriba, siempre arriba. un día ver a , mi vecina, y yo enamorar de ella locamente. y ella querer me también, y casar nos, y ser mucho, mucho felices...
y tanto, más todavía que los de , porque les sobraba el dinero. tuvo coche, un chalet en el , para pasar los veranos; casa en la ciudad, de grande lujo; de joyas y vestidos cuanto la moda y el capricho dispusieron, y dos angelitos rubios, todo lo cual contribuía a que no viera la caraza encendida, la figura vulgar y la ordinariez de su marido. porque, afortunadamente para sus respectivos , y eran personas de estas que, por la sencillez de sus gustos, la nonada de sus ambiciones y el equilibrio de su temperamento, llaman en el mundo infelices o tontas de capirote, siempre esclavas de su deber, sin flaqueza, indecisión ni aturdimiento recorriendo el sendero marcado, así pisen flores u hollen espinas.
imitando la de a su hermana mayor, dejó en paz la conciencia de su herejo te, y educó a sus hijos en el catolicismo, diciendo le en criollo con mucha monería:
— , gringo; vos podés creer todos los disparates que querás, y hasta negá la luz de el sol, como el cuñado, pero en estas cabecitas no pretendás sembrar malas ideas. a el infierno te hemos de dejar ir solito, si te empeñás en ir...
no adoleciera ella de aquel exceso de pasividad, pereza de el ánimo o de timidez para inmiscuir se en otros asuntos que los domésticos, y hubiera librado de las llamas a , sin más que tirar le de los faldones; porque lo que en era obra de las argucias y sofisterías de su mal cultivado talento, en no pasaba de heredada y nunca discutida costumbre. un día la sorprendió con la carta de naturalización, orgulloso de llamar se ciudadano de el país donde había fundado su hogar y su fortuna, rasgo que le aseguró la simpatía de , a quien la poca cultura de el pariente vedaba todo comercio intelectual, simplificando su conversación a el arrastrado comentario de hechos locales y notas mercantiles. tenía un respeto grandísimo, especie de culto por el grande hombre de la familia; y lo que en él admiraba más era la dignidad de su pobreza, el que nunca le pidiese dinero, ni le contara lástimas para sonsacar le, y si alguna vez las tuvo, las callara estoicamente. adorando se, como se adoraban, y , tampoco admitía la mayor regalos que oler pudieran a limosna, y en ciertas ocasiones de obligado visiteo aceptaba el coche con remilgos.
a el fin y a el cabo, la de no poseía más que la casa, y de el producto de alquileres tenía que dar la mitad a . sobre esto hubo muchos dimes y diretes amistosos entre las dos familias, la de por no querer recibir la, y la de por insistir en la entrega, y a la postre cedieron los , disgustadísimos. así, cada vez que llegaba a el escritorio a entregar la cantidad mensual, los ojos saltones de se humedecían, y en poco estaba que reanudaran la generosa disputa.
— pero, mi querido doctor, yo decir a usted... yo no poder...
— vamos, cuente usted — respondía impaciente el catedrático — son las ocho y media, mi clase empieza a las nueve y la está lejos.
si se atrasaba algún inquilino, de su sueldo ponía lo que faltaba. y como era tan buen administrador, no tenía vicios, ni chicos ni grandes, y era tanta la parsimonia de su mujer en toda clase de gastos, y su laboriosidad ayudando en la alcoba y en la cocina a la pequeña , única criada que les servía, el mes no concluiría con superávit, pero tampoco con déficit.
tanto como en casa de los el excesivo lujo deslumbraba, en la de la modestia parecía rayana de la pobreza. de las cuatro habitaciones que formaban el primer patio y reservaban para su uso personal, la que daba a la calle, sala y biblioteca, tenía aspecto menos mezquino: por la estantería cargada de libros, los robustos muebles de caoba, las cortinas de damasco verde un poco desvaído, el óleo de el testero principal, retrato mediano de el coronel , las dos coronas de laurel ensartadas en el bonito copete de el marco dorado; tres cuadros de fotografías diminutas, de cabezas adolescentes, con la dedicatoria: los alumnos de filosofía a su distinguido catedrático, doctor , en homenaje de gratitud... o alumnos de primer año de latín, etc., etc., y también los bustos de , y dos más narigudos, de peluquín, hechos con simple escayola bronceada, y que semejaran de el bronce más rico, si el plumero de no hubiese arañado la nariz de uno de los personajes, y descubierto la superchería, blanqueando la. sobre los estantes había algunos bichos empajados: un mirasol, un flamenco y dos papagayos, un mapamundi en un rincón y filas de librotes, que por su tamaño no cogían dentro; los dos papagayos parecerían modelo representativo de la facundia de el filósofo, si en la mesa no luciera un busto de , de bronce verdadero, obsequio de los alumnos de segundo año de filosofía en un fin de curso, y entregado a el querido maestro con grande solemnidad y derroche de elocuencia.
era en esta biblioteca, «nido de víboras y diablos», como decía riendo la burlona , donde se enfrascaba en sus estudios y comentarios satánicos, que su alma negrísima confundían y extraviaban. y gracias que el retrato de papá velaba detrás de él, porque los ángeles rebeldes no se le llevaran a la rastra, y muy cerca, en la alcoba matrimonial, las vírgenes y los santos de las paredes, el rosario enroscado en el boliche de la cama, y el agua bendita de la pila, donde una preciosa madona de porcelana pisaba la cabeza de el culebrón, eran eficaz preservativo de las asechanzas de el enemigo malo.
el que fue pobrete estudiantillo, y muchas noches de invierno pasó sin fuego en el cuarto de el fondo, y largos años, hecho hombre y abogado, tantas fatigas, altibajos y sinsabores, hasta que pescó la cátedra y con ella la mano de la que conoció niña de cinco años y vio crecer, formar se y en hermosa mujer convertir se, no podía olvidar fácilmente sus buenas costumbres de antaño, y con el mimo y el regalo volver se, a su edad, sibarita o perezoso. se levantaba, salía, entraba, comía, estudiaba y se acostaba a la hora que su método había marcado en el reloj; pero hogaño tenía a su lado blancas manos que se lo daban todo arregladito: la comida a punto, la ropa limpia, los botones bien sujetos, la levita sin manchas ni pelusa, el sombrero de felpa peinado, y cuando por las noches, junto a la lámpara de pantalla verde, preparaba su lección de el día siguiente, le echaban una manta a los pies, mientras la voz juvenil de su mujer le recomendaba:
— que no se te pase la hora; yo estaré alerta y te avisaré.
el doctor la miraba paternalmente, y solía decir la:
— sí, hija, cuida con abnegación y amor a éste que tu alma cándida ha de figurar se esclavo de el demonio. esclavo soy, pero tuyo, mujer prudentísima, diosa en persona. a veces me pregunto por qué ha merecido este viejo ( que si no soy un carcamal inservible, y ni reumas ni goteras de otro género me invalidan, tengo veinte años más que tú, , y te he visto correr por ese patio y trepar a la parra como un pájaro... ) me pregunto a veces por qué he merecido tu cariño; mis triunfos en la cátedra son indiferentes; lo que escribo no lo lees, porque no te interesa; ensayaste mi conversión y no lo conseguiste... si yo creyera lo que tú crees, , o tú compartieras mis dudas, acaso no formáramos los buenos casados que hacemos; acaso tampoco si los veinte años de más, los tuviera de menos, y fuéramos de la misma edad los dos. ¿y sabes por qué? porque lo que sólo puede unir de por vida a hombre y mujer, no es el amor violento, ni el interés común, ni creencias idénticas, sino el perdón mutuo de las flaquezas, la caritativa tolerancia de el uno hacia el otro. lazo que así se anuda, es más fuerte que el caprichosamente contraído ante la ley y la religión. tú respetas lo que llamas mis errores, yo respeto lo que yo llamo los tuyos, y en vez de devorar nos, nos amamos... ¡ah! ¡mujer prudentísima, diosa en persona!
cuando por este tenor se entregaba desarmado, misia , recordando sus tímidas tentativas de conversión en los primeros tiempos de casados, dejaba caer a el descuido frases como estas:
— yo no sé discutir contigo, ; si te diera el vuelto y me metiera en dibujos, a el momento me disparabas el cañonazo de tu ciencia y me tapabas la boca. soy una ignorante, no sé sino sentir... pero, muchas veces, te digo que quisiera poder arrancar te esa duda tan fea... ¡qué hombre podías ser, , si creyeras!... ¡eres un santo y tienes el cielo cerrado!... pero yo no te discuto, te dejo, te respeto... ¡ojalá algún día te toque en el corazón! tú me haces feliz, es cierto; ¡cuánto más feliz sería si conmigo rezaras el , !
hojeando sus libros él callaba, sumergido en pavorosas meditaciones. la diosa se escurríavémoslave silenciosa, y meses enteros se pasaban sin que hablara a el incrédulo de asunto semejante...
los domingos se reunía la familia en la biblioteca, objeto alguna vez de las bromas de , a quien la maternidad, la dicha y el buen vivir habían redondeado más de lo regular, y que entrando decía, tapando la respingada naricilla:
— ¡huele aquí a azufre! alcancen ustedes un hisopo, para espantar los malos espíritus.
muchas veces la tertulia dominguera dejaba de ser exclusivamente familiar, porque venían compañeros de la , discípulos de éstos que, haciendo la rueda a el profesor, creen sacar mayor clasificación en el examen, y amigos de logia, admiradores todos de el que tanta fama conquistara en cuatro lustros de brillante magisterio. entonces se escabullían las mujeres, y a los niños se les relegaba a la huerta, con la expresa prohibición de que hicieran ruido.
por cierto que el ruido lo hacían los señores mayores en la biblioteca, y hasta los cristales temblaban con las voces y las risas. pero nunca lo había mayor que, cuando en completa libertad, los dos nenes disputaban para alcanzar los tiesos bicharracos, admiraban las gloriosas charreteras de papá y saqueaban los estantes en busca de láminas. la algazara de la traviesa chiquillería, antes que molestar, era música grata para el matrimonio estéril y sin esperanzas de sucesión. las dos hermanas, tan semejantes la una a la otra, como gemelas que eran, las dos morenas, las dos de negros ojos y de pelo negro, en todo el esplendor de la treintena, aunque algo más gruesa que misia , se referían delante de la ventana las mil cosillas domésticas, tan interesantes en labios femeninos, mientras y el doctor hablaban gravemente, las respectivas calvas desnudas, ambos vivaces siempre, a pesar de arrugas y de canas.
un día cogió el mapa de la y lo extendió sobre la mesa, bajo las arreboladas narices de el británico, y señalando con el dedo los contornos de la soberbia lonja de tierra anaranjada, decía, como si estuviera en la cátedra:
— mire usted, , mire usted: 55.239 millas geográficas, o sea, 3.027.088 kilómetros cuadrados. ¿tenemos territorio de sobra? superior en extensión diez veces a el de , otras diez veces a el de , seis veces a el de , casi seis veces a el de y otras tantas a el de ... de sobra para cien millones más, para doscientos millones más de habitantes, con los privilegios de todos los climas, con la protección de todas las libertades, abierto a todas las naciones, brindando trabajo y hospitalidad a todos los hombres honrados. y cuando digo yo libertad, no se entienda licencia, anarquía o desorden, y mucho menos persecución a determinada clase; porque medrados andarían los que, alardeando de liberales, pretendieran intervenir en la conciencia ajena. no, , la nación es católica: prescripto está en la , y el sostiene el culto católico; pero usted, luterano, puede ir libremente a el templo evangélico, y el judío a la sinagoga, y el griego a su iglesia, y el que no tiene credo ninguno no tener le. ¡santa y bendecida libertad, que permite, además, a el extranjero gozar de todos los derechos civiles de el ciudadano, ejercer su industria o profesión, poseer bienes raíces y adquirir la carta de ciudadanía, si le conviene, después de los años de residencia constante en la ! así se identifica con el espíritu de el país, se le ata con los lazos poderosos de la propiedad y de la familia, se le funde, por decirlo así, en la masa común, y coadyuvando a su prosperidad se forma la prosperidad de la patria. ¿sabe usted cuál será el argentino de el porvenir?
poner en una caldera, a el fuego lento de los años, un español, un francés, un inglés, un alemán, un ruso, un dinamarqués, un portugués, un italiano, un noruego, representantes todos de la raza caucásica... de ahí saldrá el arquetipo de el argentino futuro. por eso, y entre tanto esta evolución magna se efectúa, las costumbres varían, los gustos se modifican y hasta el lenguaje, la hermosa lengua de la madre , se corrompe y anarquiza. por eso, y no por otra causa, sólo prosperan el comercio y las industrias, y el arte languidece, falto de el alma que le dará vida. deje usted que la indicada evolución se realice, tratemos de salvar el idioma, distintivo de nuestro glorioso origen; ¡qué nación, , qué nación ésta, que yo me atrevería a llamar la hija mayor de ! este territorio inmenso, hoy casi desierto si se atiende a los millones que aún puede contener, formará una de las más poderosas de el globo y de las más ricas. necesitamos muchos , muchos , muchos , muchos , muchos que vengan a transfundir en las venas de la su sangre generosa. ¡vengan, vengan pues, que nosotros les daremos en cambio la fortuna y la felicidad!
— ¡oh! yes ¡oh! yes — repetía , mirando tiernamente a .
los chiquillos, atraídos por el discurso de , se habían acercado a la mesa y escuchaban, tan formalitos y atentos, como si entendieran. aplaudió, diciendo risueña:
— bonito tenía para una conferencia: ¡venid aquí vosotros todos los que padecéis hambre!
— ¡y los que sufrís mal de amores! — agregó , soltando la risa.
— pues sí, señoras mías — repuso el doctor , amainando un poco la entonación —; muchas veces me ha ocurrido la idea de ir me por esas tierras europeas, con este mapa bajo el brazo, a catequizar emigrantes, a salvar de la miseria y de el delito, a abrir los horizontes de la esperanza a tantos infelices que en aquellas repletas ciudades mueren de asfixia. ¿y qué? ¿no sería ésta una misión benéfica? si aquí todo nos sobra, , empezando por el territorio, que nos viene demasiado grande. ¡tenemos un clima!... ¡tenemos un cielo!... ¿y la tierra? negra, jugosa, llena de savia; tierra virgen, donde no cae semilla que no germine. ¡qué país! ¡qué país! aquí todos comen y respiran aire libre, y van medrando, y este se hace propietario, el otro, pobre bracero en su aldea, se convierte en señor de coche y palco...
— como los — interrumpió —, como los . ¿te acuerdas, ? ahí enfrente, donde han edificado hoy su casa magnífica, pusieron una fidelería y almacén de comestibles de mala muerte: ella, , despachaba en el mostrador; ¡parece que la estoy viendo!, con su cara de luna, el rodete sostenido por dos pinchos de cobre, los brazos arremangados, diciendo: — ¿cosa volete? , due pesi... ¡ay! ¡qué gringa más ordinaria! el marido, , era un verdadero tomazo, por lo gordo: andaba en un carrito, repartiendo a domicilio los encargos... tenían también una hija, ... ¿te acuerdas, , que cuando íbamos con la mucama nos daban siempre llapa, nueces, pasas, almendras? ¡pobre !
— ¿pobre? — rectificó —. ¿pobre con las casas que tiene y los campos y los ganados; cuando casó a la con un señor doctor, que luego fue diputado y ministro, y hoy es abuela de dos señoritas encantadoras, cuyos nombres figuran en eso que llaman la high life? ¡famosa pobreza la suya!
— ¡calla, calla! — saltó misma — ahí llegan en el landó las cuatro: doña , y las niñas.
alborotaron se los chicos, y los dos corrieron a levantar el visillo; las damas se asomaron también para curiosear el color y la forma de trajes y sombreros.
— ya ve usted, mi amigo — continuó tranquilamente — si llevo razón...
¡vaya si la llevaba a el afirmar que es obra de caridad y obra de patriotismo fomentar esta corriente humana, válvula de escape para , que se desprende de lo que le molesta, precioso abono para la tierra americana! como aquí todo abunda, y el estómago y el ánimo hallan completa satisfacción, no podía existir esa cuestión social, úlcera de la sociedad europea, ni se encontrarán tampoco aquí los estados morbosos, ese endiablado nervosismo que a la patología moderna trae confundida: órganos que funcionan bien y a sus anchas, ¿qué trastornos fisiológicos han de producir? claro está que no había de proclamar se que en la todos se vuelven y por arte de birli — birloque; ¡buenos estaríamos entonces! ¡y qué poco trabajo costaría lograr lo! hay muchos que se ahogan también por inepcia o mala suerte, pero son los menos...
quiso suspirar y dio un resoplido.
— yo asegurar a usted, señor doctor, que un día estar yo con muchas ganas de marchar me, yo triste, yo desengañado, yo mucho desesperado; yo decir: ¡mío ! ¿no ser mejor volver se a casa suya y comer pedazo de pan en la patria? pero resistir mal momento, y ayudar me. ¡hoy ser tanto feliz!
con una cabezada y un expresivo manotón sobre la pintada tela, asintió . ¡claro, clarísimo! esa es la eterna historia de el trabajador: tantear, ensayar, adelantar un paso, tropezar, caer, levantar se, afirmar los pies, marchar desembarazadamente... y llegar a la meta o rodar a el abismo. pero donde la riquísima tierra ofrece sus tesoros, la azada espera, el alojamiento está preparado, y ni el idioma es un obstáculo, porque otros paisanos se adelantaron y nos llaman, ni el clima es un peligro, ni la religión una rémora, ni la ley despotismo, ni la competencia dificultad, ¿qué mucho que el obligado batallar sea grata faena y provechosa?
, señaló , en una hoja de estadística una cifra, y se entusiasmaba, gritaba:
— lea usted, : 5.677 emigrantes en enero, 6.322 en febrero, en marzo 6.550... ¡a el año 775.000! setenta y cinco mil, que mañana serán cien y pasado doscientos mil, a quienes recibimos en nuestro hogar, sentamos en nuestra mesa, admitimos en nuestra familia, les hacemos nuestros, les argentinizamos pian piano y sin esfuerzo. ¡esta es la riqueza, , este el porvenir de nuestra patria!
— de nuestra patria ¡oh! yes — afirmó el británico mirando de nuevo tiernamente a el grupo de cabecitas rubias, agolpadas curiosamente en la ventana, y a la vivaracha y graciosa de su mujer, que se volvió para sonreír le y decir le con su voz chillona:
— ¡ay, gringo, si parece mentira! ¡quién las reconocería, vestidas de seda y arrastrando coche! ¡ se ha hermoseado con el cosmético de los pesos, y , , aquella chica tan sucia y mocosa siempre...!
el hijo de hizo una pirueta y se plantó delante de . y ¿quién le reconocería a él, a el rico , refinado y educado en lo que cabe, de levita y sombrero de copa, corbata a la moda y cuello tieso, desembarcado ayer de un buque mercante, sin botas, sin camisa y sin dinero? ¿quién que le vio de faquín en el muelle, y de mozo de almacén y de puestero en el campo? con hambre nunca, eso nunca, pero con necesidades muchas, con esperanzas pocas, con fatigas diarias. ¡ah, ah! ese coche, esa seda, ese palacio, ese cambio extraordinario, sabía él mejor que nadie lo que costaba! costaba sudores de papá , tesón y economía de y , sudores y tesón y economía de años, de largos, larguísimos años.
— sí, sí — intervino con mucho fuego el catedrático — pero ¿acaso no consuela y conforta el ánimo ver coronada la obra, asistir a el espectáculo de el propio triunfo? ¡no a todos les está concedido tan singular favor, ! ¡y qué placer más dulce que el contemplar lo hecho por el solo esfuerzo de la inteligencia, la conquista de la tierra prometida, que no pudo realizar! ¡cuántos, como el patriarca hebreo, sólo la divisan desde la cumbre de sus sueños!
resonó el llamador de el portal, y en el zaguán se oyeron pasos como de varias personas que entraban. eran visitantes de , y las señoras escaparon empujando a los rebeldes chiquillos. trajo una lámpara, y relucieron las calvas de y de , la mofletuda caraza de un señorón barbicano, el alfiler de corbata de un jovencito lampiño, y el historiado marco de el coronel .
en el patio, con los gritos de la alborotada chiquillería, se mezclaban los planchazos de madama y el triquitraque de la máquina de , compases de el himno a el porvenir que el doctor acababa de entonar...
repiqueteó con el cepillo sobre el cajón, y salió por el patio adelante, tocando una marcha. eran las ocho de una mañanita de mayo, bastante fresca, y ya las puertas de todos los vecinos se hallaban de par en par; humeaban los anafres sobre los umbrales; relucían las cafeteras de el ya apurado desayuno; se oían los escobazos de y las voces de ; y , restregando se las manos, de placer o de frío, se marchaban a sus quehaceres, y la pelirroja madama se asomaba a la puerta de el obrador, les daba los buenos días mientras limpiaba las planchas con un guiñapo chamuscado, llamaba luego a y le encargaba ir por a el aserradero...
— ¿a el asegadego? — dijo de burlas el chicuelo, para imitar la afrancesada pronunciación de la normanda —; sí, madama, con mucho gusto. para — pam — param — pam — pam...
— le dices que venga enseguidita, ¿eh? ¡ay! no golpees más, que aturdes.
— no golpearé más, madama... pero, ¿a que no sabe usted por qué voy tocando yo esta alegre marcha? pam — param — pam — pam... ¡pues, porque hoy nos mudamos!
¿no acababa de ver pasar a el padre y a el ? es que se iban a la otra casa, en la calle de las , donde ese día se abría a el público la tienda de guantes más hermosa que se vio jamás. estaban ya prontas miles de docenas de guantes de todos colores y de todos tamaños: los había para hombres, los había para señoras, los había para niños, más pequeñines, más pequeñines... dos oficialas españolas se pasaron la semana entera tijereteando cabritilla. — param — pam — pam... cuando él fuera , echaría un decreto que dijera, sobre poco más o menos: artículo 1.º — ordeno y mando que todos los ciudadanos anden con guantes. artículo 2.º — a todo ciudadano que contravenga a lo mandado, se le cortarán las manos... — pam. ¿no sería esto proteger a la industria nacional, y a el mismo tiempo velar por la corrección social de las gentes? vamos a ver, si no, ¿qué se harían sus papás con tanto género, si por acaso no podían dar le salida? aquella noche no se había dormido, llenando baúles, haciendo paquetes, preparando todo para la mudanza; él iba ahora, por la última vez, a dar lustre brillante y barato, porque la madre le dijo:
— anda, y ve si te ganas siquiera para pagar los mozos. después te lavas bien y quemas el cajón, si quieres.
¡quemar le! no le quemaría, no. de sus correrías, auxiliar de sus necesidades, almohada suya, blanda para su sueño de niño, le guardaría como un tesoro, y en los futuros días de grandeza le enseñaría sucio, astillado, la correa grasienta, los clavos torcidos, tal cual era el escabel de su fortuna, le enseñaría con orgullo. — pam — param — pam — pam.
le empujó, reiterando el encargo; y el chico se fue marcialmente, haciendo sonar el improvisado tambor con más brío; sacó la lengua, a el pasar, a , que le presentó la escoba, muerta de risa, y entró en el aserradero en busca de .
el empedrado patio merecía los honores de plazuela por lo grande: grande era también el portalón, y las dependencias, bajas, mezquinas y sin revoque; los montones simétricos de ñandubay, quebracho, pino de tea y otras maderas de la rica variedad que ofrecen los bosques argentinos, se agrupaban en el fondo: tablones y vigas enormes, piras soberbias que se diría preparadas para el sacrificio a el dios ; y a el amparo de un cobertizo, blancos montículos de cal, de amarillosa tierra romana, de coloradas tejas y vistosos baldosines, de los obscuros y rosados mármoles que a el dan fama. bregando unos con la pala para llenar las hambrientas bolsas; aquéllos con el fardo repleto a cuestas; estotro erguido sobre el carro, pronto a recibir le; más allá, en hilera, robustos gañanes moviendo acompasadamente los brazos de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, pasando de mano en mano la pareja de ladrillos, que cuenta en alta voz y apunta un mozalbete, el enjambre de obreros se agita sin reposo, bajo la tibia caricia de el sol otoñal. rechina el serrucho, vocean los mozos, las aburridas caballerías golpean con el casco, cruje el látigo a intervalos y sale atropelladamente un carro, azuzado el incierto delantero con soeces juramentos, y se renueva la procesión de encorvados trabajadores, y otra vez palas y bolsas, brazos y ladrillos, se mueven, se hartan y dan volteretas en el aire. dos espetados avestruces pasean filosóficamente entre el bullicio y con el pico hurgando van en el fino serrín que cubre el suelo...
no veía a quien buscaba, y preguntó a el de el serrucho qué era de el hermano de el ; pero el tal por respuesta le dio la espalda, y el chico, una a una, se asomó a la puerta de cada habitación de el barracón, fisgoneando con descaro: en la primera, a la derecha, conforme se entra de la calle, había dos empleados que escribían; en la otra muchos sacos amontonados y una báscula; una cama revuelta y un lavabo servido en la siguiente; tres empleados en una más pequeña; en la más grande estaban mister y revisando papeles... , muy cortésmente, se quitó la boina y pidiendo disculpa por atrever se a interrumpir les, preguntó si sabía el señor ...
— mira — dijo , saliendo a la puerta y señalando el cobertizo —, ¿ves? pues, allí está; supongo que no será para jugar que le buscas.
— — contestó el niño, herido en su amor propio —, le busco porque madama me lo ha encargado.
cuando lleva esto a cuestas ( golpeando con el cepillo sobre el cajón ), no juega.
¡ — pam — param — pam — pam! y se dirigió a el sitio que le indicaron, muy quemado de la insinuación de el francés y de el dúo de risas que en la pieza grande provocó su altiva salida. encontró a perdido de cal, contando bolsas muy atento; el tamborilear de el pequeño alegró mucho a el otro y le hizo suspender la tarea, para hacer preguntas y soltar tristes quejas de prisionero.
— bueno, voy en seguida; espera, que iré contigo. ¡ya ves, , ya ves cómo estoy! ¡qué manos estas y qué facha la mía! ¡siempre cubierto de basura! ¡así hasta el anochecer!
— pues, ¿y yo? — exclamó el despierto —. ¿habrá oficio más puerco? tú estás blanco de cal, y yo negro de betún; tú de aquí no te mueves, y yo me desuello los pies correteando por esas calles... afortunadamente, hoy es el último día.
— sí, ya sé que dejan ustedes la casa...
murmuró esto y se le humedecieron los ojos. porque no le descubriera , se dio a limpiar su ropa con manotadas, recogió de un clavo la gorra, y dijo que estaba pronto; salían de el corralón, y el esfuerzo para retener las lágrimas no era bastante a impedir que saltaran, y sobre las solapas de la chaqueta, espolvoreadas de cal, temblando, quedasen prendidas. sí, sabía que dejaban la casa... ¡ah! ¡cómo les iba a extrañar! ¡no jugarían ya en la huerta, no oiría ya el alegre triquitraque de la máquina de , que le despertaba por la mañana y le arrullaba por la noche! desde que la señora habló de mudanza de casa y de situación, él se puso muy triste, muy triste, y pasó sin dormir dando vueltas a la idea que si iba camino de princesa, él nada ganaba con quedar se en el aserradero, y debía buscar el medio más rápido de llegar a millonario. pues ese medio le había hallado, y no era ningún disparate, sino algo tan razonable, que sus mismos hermanos lo aprobaban.
se detuvo en el portalón, miró a su compañero, y redoblando sobre la caja, le preguntó:
— ¿y qué es eso? ¿te marchas también?
— espera — dijo —, voy y vuelvo. ya te contaré.
desapareció por la puerta de , y se sentó en el borde de la acera. ¡ — param — pam — pam! ¡lustrar, lustrar! ¡ , charol, charol! los escasos transeúntes que pasaban, no mostraban deseos de asear sus botas, o porque ya las llevaran limpias, o porque el cacareado charol les tuviera sin cuidado, y , aburrido, sacó de la honda faltriquera porción de objetos revueltos: tres naipes, un trompo, una cuerda, un coscorrón de pan, un extraño rosario de insectos disecados, dos estampitas, un trozo de tiza, huesos de albaricoque... contó los huesos, puso en fila los naipes y las estampas, dibujó sobre la losa un perfil narigudo, escribió letras y números, mordió el mendrugo, desganado... cada vez que se acercaba un transeúnte, tamborileaba con el cepillo, gritando:
— ¡ ! lustrar, señores, lustrar.
¡ — param — pam! le miraba alejar se, distraído, y volvía a alinear sus figuritas, gravemente. en esto salió , con una bandeja de mimbre, llena de blanca ropa planchada, bien defendida por un vaporoso linón, e instó a el niño a que le siguiera hasta la esquina misma de , donde debía entregar aquellas prendas, en mala hora confiadas a su diligencia; a el mismo tiempo, de el corralón, con desaforado estrépito, desembocaba un carromato, y saltó prontamente, recogió sus chucherías y se puso a el lado de el francesito, muy gustoso de acompañar le, siempre que no le hiciera perder el tiempo...
¡ — param — pam! andando, nuevas lágrimas desbordaron de los ojos de , y las vio cómo quedaban prendidas en la solapa, espolvoreada de cal. ¡caramba! ¡tan grandullón y llorando! ¿por qué? ¿algún sopapo de madama ?
— no, no es eso — contestó , colérico porque el forzado equilibrio en que llevaba la bandeja sobre la cabeza le impedía ocultar las muestras de su sensiblería —; es que...
¡es que él se iba también! pero allá, muy lejos, a una colonia de la provincia de , que llamaban, creo, la ... abrió la boca. ¡a ! ¿solo? sí, solo; a hacer de agricultor, a labrar la tierra y su porvenir; y se iba contento, porque estaba seguro de volver algún día rico, muy rico. esta idea le consolaba de la separación de seres tan queridos... como... como...
— como tus hermanos — apuntó el pequeño , convencido.
— eso — repitió , suspirando —; como mis hermanos.
dando zancadas para alcanzar le, se asombraba. ¡a , a la colonia ! debía de ser muy hermosa esa colonia... ¡bah! pues si decía el señor , un monsieur secretario de la sociedad , que era un pedazo de paraíso, con unas praderas y unos ganados y unas cosechas de bendición: allí todo lo daban, la tierra, los instrumentos de labranza, la semilla, y el agricultor no ponía más que sus brazos y su inteligencia. coger el arado, abrir el surco, echar la semilla... y hasta dos veces en el año brindaba la cosecha; por poco que se ahorrara, en corto tiempo y pagando descansadas anualidades se hacía uno dueño de las hectáreas que podía acaparar, y dueño ya de la tierra, la casa rústica se levantaba por encanto, los ganados se multiplicaban, y el bienestar y la prosperidad reinaban en el contorno, lluvia benéfica que la derrama generosamente. desde el día que oyó estas cosas a el señor secretario, no se apartaron de su imaginación la casita rústica, los campos cultivados, los graneros repletos, el espectáculo de el soñado panorama, que cada cual forja a el antojo de sus aficiones, y que en él, por ser hijo de aldea y de sencillos gustos, era tal y como el entusiasta monsieur lo había trazado; y le parecía que no haría cosa mejor que dejar el aserradero, donde le faltaba el aire, y marchar se a esa bendita colonia. ¡quién sabe! ¡aquellas arcas rellenas, que imaginara infantilmente cargar en cuanto que desembarcase, las hallaría tal vez cavando la tierra feraz santafecina, y fueran los granos de maíz de sus cosechas de oro purísimo, y cada panocha le valiera un dineral, y un fortunón el poderoso esfuerzo de su trabajo! consultado el caso con la hermana, soltó ésta muchas lágrimas y endebles argumentos para convencer le que más puesto en razón era quedar se en el aserradero de , donde podría adelantar fácilmente gracias a la ayuda de , y por tener le cerca, la vigilancia de su conducta y de su salud resultaba más severa; pero el cuñado aprobó su decisión, porque «ya había sentado bastante la cabeza», y para hacer se hombre «el calorcito de el hogar perjudica, y es esta la mejor receta: expatriación y pan duro». así, pues, se marchaba a el día siguiente con el señor ... de todos modos, no habría él quedado en la casa de después que... después que...
en poco estuvo que la bandeja cayera a el suelo, a causa de el sollozo convulsivo que agitó el pecho de el rapaz; asimismo se escurrió un paquete de almidonados cuellos, liado primorosamente con una cinta azul, y fue a rodar a el arroyo, donde las sucias manos de , por recoger le, acabaron de poner le de perlas. iba saltando sobre el empedrado, junto a la acera, y evitaba los coches y caballos con tal destreza, que no había peligro de que muriera aplastado: se apartaba un punto de y seguidamente se ponía a su lado, pasmado de oír le, el cepillo mudo, repitiendo: — ¡caramba, carambita!... expresión decente con que él disfrazaba la descarada y usual que en muchas bocas traduce todos los afectos de el ánimo.
— ¡ ! pues vas a estar muy requetebién, y sólo con cuatro cosechas de esas que dices, tendrás para dar y prestar. ese musiú secretario debe de ser buena persona. si no fuera porque yo he de seguir carrera, me iba contigo, a sembrar y recoger a manos llenas... pero mi madre dice siempre: «tú estás llamado a altos destinos...» y ya ves que no he de ir a buscar altos destinos cavando la tierra, sino comiendo me los libros, como el señor catedrático. escribirás, ¿verdad, ? y yo te iré a visitar, y hemos de pasear por tus campos a caballo. ¡ay, tanto que a mí me gusta montar a caballo! mira, cuando vaya te llevaré un bonito par de guantes de nuestra tienda, sí, sí, y nos vamos a divertir, ¡cuánto, cuánto, carambita!...
llegaban a la esquina de , y en un portal de opulenta casa entró a cumplir su encargo; se acordó de el suyo , y repiqueteó sobre el cajón, pregonó su charol, corrió de una acera a la otra... ¡ — pam — pampam! esta vez mi caballero se detuvo y le presentó el pie, mal calzado y cubierto de barro. se arrodilló, afirmó el pie de el parroquiano sobre la caja, dobló el borde de el pantalón, rascó hábilmente el lodo seco, frotó con un cepillo, le dio de betún y vuelta a frotar muy deprisa, frota, frota, encorvado, echando calientes bocanadas para que el cuero reluciera más. frota, frota. listo un pie, a el otro de seguida, y venga rascar el barro, dar betún y soplar y frotar. frota, frota. concluyó a el fin, dejando las como espejo, guardó el papelucho que le dieron y repiqueteó nuevamente: ¡ — pam — param! el que ahora se acercó, traía botas charoladas; el chico restregó el retal de paño con la oblea de cera, que a recaudo tenía, y cogiendo los dos cabos frotó a viva fuerza: frotaba y soplaba, muy encarnado, brotando le el sudor bajo la boina pringosa... frota y frota, sopla y suda, cobra y guarda. ¡ — parampam — pam! luego betún para otro par de botas de becerro. frota, frota. ¡ — pam — param — pam! que le dieran la pata pocos más, y tendría de sobra para llevar a la madre.
¡ , pam! salió, con la bandeja vacía, y le dijo de seguir le hasta la vecina plaza de el , «porque era muy temprano para volver a casa». movió la cabeza. ¿qué quería? ¿jugar? él no estaba para juegos: tenía que marchar por la calle , ir a la en busca de parroquianos.
— mi madre me espera, ¿sabes?, y no está bien eso.
— tienes — insistió .
le cogió de el brazo, y él cedió, protestando, acaso con la idea que bien podía hallar en la plaza quien quisiera asear se las extremidades. se sentaron en un banco, en la descuidada calleja de los eucaliptus, y el apacible silencio de el jardín les impuso misteriosamente: por la estrecha garganta de la calle , pasadizo de el lujo y de la aristocracia bonaerenses, algunos carruajes desembocaban con estrepitoso rodar y desaparecían calle arriba, perseguidos por la mirada pensativa de ambos rapaces, quienes, sin chistar, veían el aparatoso desfile, redoblando maquinalmente con el cepillo y apoyado sobre la bandeja de mimbre, fruncido el labio de adolescente, que ya sombreaba dorada pelusilla, las bien trazadas cejas reunidas por el plieguecito de la reflexión. el diablo que averigüe qué pensares le entristecían, y por qué callaban los dos, hasta que , el primero, soltó el trapo de esta guisa:
— me acuerdo que el día de mi llegada, en este mismo banco me senté con el paisano que me acompañaba, y yo miraba a ese palacio y a el otro, y decía: ¿será el de mis hermanos? ¿será aquel de las torrecillas, o este de las vidrieras de colores? ¡buen palacio nos dé , y qué porrazo me di! pues desde entonces tengo aquí dentro, y lo habito, como si fuera de verdad, el que yo he soñado... a ti te pasará que cuando ves un coche de lujo sientes algo, que no es envidia, sino deseo de procurar te otro igual, para que te arrastren y dar te el aire de satisfacción que llevan los que van dentro.
— ¡anda! que ese deseo se me figura de envidioso — contestó el , muy serio —; a mí no me pasa eso; como que el mío le tengo seguro: es ese azul, forrado de blanco y adornado de plata, que habrás visto sacar en las fiestas. ¡ ! qué bien debe de ir se sobre esos almohadones...
hizo como que reía; pero parpadeó a el mismo tiempo, sin duda porque los tristes pensamientos que le andaban por el majín querían salir se le fuera, en forma de indiscretas lágrimas.
— mañana, a estas horas, , ya no estaré aquí! — murmuró.
— ¡ah! es cierto que te marchas a esa colonia... di me, ¿se va por el río? ¡mira le cómo le brillan las escamas y qué reflejos más bonitos hace el sol en el agua!
— yo no sé por dónde se va — dijo sombríamente —; me parece que será por un camino empinado, lleno de pinchos y de piedras, tan difícil de subir como de bajar...
sintieron crujir la arena de la calleja, se interrumpió el discreteo de los pájaros en el amarillento follaje, y notaron que un señorón se acercaba, tardo de pies y encorvado de espaldas; y así que le conocieron, susurró , señalando le con el mismo respeto que las gentes de se mostraban a el :
— ¡es el patrón!
sí, era , que si tornase fe alguna excursión a los abismos infernales no trajera más demudado el semblante, ni pesadamente arrastrara el cuerpo, las piernas temblonas y vacilantes, pues aunque nunca mostró gallardía, la enérgica viveza de el rostro daba vida y calor a todos sus movimientos, y el de ahora, de tal manera parecía cambiado, que ambos chicos se asustaron, y corrió a su encuentro, saludando le muy respetuosamente con la boina.
— tito — dijo una voz extraña, semejante a la de el doctor —, ¡feliz hallazgo, hijo! acerca te, da me la mano, ayuda me a sentar me en aquel banco... me sentí enfermo, y pensé que respirando el aire de la plaza...
se había levantado también, y entre los dos le sentaron, y muy turbados, se miraban sin saber qué hacer, tartamudeando preguntas baldías, que el señor catedrático no contestaba, cada vez con mayor congoja y extraviado el sentido; se le aflojaron de pronto los resortes de el cuerpo, la cabeza se ladeó y despidió el sombrero, le acometió un terrible estertor, que hacía castañetear sus dientes y mascar sílabas indescifrables, como si fuera llegada su última hora; el quería ir por la , pero dijo que lo primero y más urgente era llevar le a su casa, y buscó un coche, le trajo, ayudados de varios transeúntes caritativos cargaron el desmayado cuerpo de , y le metieron dentro y con él; porque , luego de contar rápidamente la ganancia de el día, manifestó a su compañero que no tenía bastante y se marchaba a buscar lo, alejando se hacia la calle , ¡pam — pam — param — pampam!, mientras, a el galope de los maltratados caballejos, enfilaba el coche la calle de , dando furiosos trallazos el auriga, con el en la boca y agonizando, o poco menos, ...
bruñía los aldabones de el portal la pequeña , y acabado había de refrescar los azulejos y el friso de mármol, cuando la desatentada carrera de el coche le hizo que asomara curiosamente la cabeza, reconociendo a el punto la descolorida de el francesito, que por la ventanilla, con extraños ademanes, le indicaba de no alborotar; y precisamente lo que a ella se le ocurrió, fue soltar la escandalosa luego que el carruaje se detuvo y distinguió el cuerpo de el amo; se precipitó a el patio dando voces:
— ¡señora, venga usted, que el patrón se ha muerto!
¡el patrón ha muerto! en todos los oídos resonó como un trompetazo la nueva pavorosa, y en el corazón de misia se clavó de golpe, puñalada de pícaro, que hiere a mansalva; salió, a medio peinar, desabrochada la bata, enloquecida, y salieron madama , y , gritando todas, llorando, y más que todas, gritaba y gemía:
— ¡el patrón ha muerto!
por la pared de el corralón, los jornaleros se asomaron, asustados. y se vio a y mister que cargaban el cuerpo de , y le traían con mucha precaución, y mister venía diciendo muy enfadado:
¡callar... no estar muerto... mentira! estos mujeres ser demasiadamente exagerados.
se abalanzó misia a el grupo, y hasta no tocar las queridas manos no se convenció que no estaba muerto . y mientras las mujeres seguían alborotando y coreaban el relato de , en la alcoba matrimonial dejaron a el enfermo, se mandó por médico, se procuró éter, con agua de lo friccionaron rudamente, y en torno de la cama todo eran carreras, cuchicheos, suspiros y lamentaciones. no abría los ojos, y misia se desesperaba:
— ¿no ve usted, , que no vuelve en sí? ¿qué es esto, por ? si de aquí salió tan contento... , ¿ha venido ya el médico? que vayan a avisar a : tengo miedo de estar sola.
habían cerrado las maderas y encendido la lamparilla de el . afuera se oía el rum — rum de las mujeres; y el estertor de el enfermo parecía aumentar, como agua que borbolla. poco a poco, misia recobraba la serenidad, y, dominada la horrible impresión, volvía a ser la mujer razonable que mira a el peligro de frente y en desbordes de sensiblería no malgasta las fuerzas de el ánimo; ella fue, antes que el flemático inglés, quien recibió a el médico, le enteró de pormenores, le hizo indicaciones, preparó todo cuanto para la urgente sangría se necesitaba y llevó su valor hasta ver pinchar la arteria sin pestañear, y saltar el caliente chorro, sosteniendo la jofaina sin que le temblaran las manos, pálida, pero entera.
cuando llegó , se abrazaron las dos y lloraron en silencio. luego, en un rincón de la biblioteca, rápidamente y con misterio, una a la otra se confiaron la idea primera que les había sugerido el grave estado de , idea que representaba susto y temor de la responsabilidad que ante y la se asumía si no se intentaba la reconciliación de el filósofo; y una y otra estuvieron acordes que sí debían intentar la, y tratar por todos los medios de que aquella alma excelente se salvara y evitase la horrible pena a que, seguramente, sería condenada, si en los profundos abismos se hundía inconfesa. el obstáculo mayor estribaba en que, sordo a causa de la congestión cerebral que paralizaba el cuerpo, no oiría la dulce persuasión de la esposa, y no se rendiría a los deseos piadosos que, si en plena salud fueron rechazados, debiera acatar los en la hora de la muerte ( si era ésta llegada, desgraciadamente ), satisfacción última de el que bien podía pasar por modelo de maridos...
apretaba el pañuelo misia a los llorosos ojos, y gemía, derrotada su entereza de nuevo. pero, ¿cómo hacer? ¡perdido el conocimiento! estaba muy malo, el médico lo había dicho: que las sangrías y las aplicaciones de hielo a la cabeza eran de los pocos recursos que el fuerte ataque permitía, y como no cediera antes de la noche... se impacientaba. pues, en tal caso, el médico debía ceder el puesto a el sacerdote y no perder el tiempo en administrar drogas, que más enferma estaba el alma que el cuerpo, y más necesitada de que la curasen de aquella ceguera crónica funestísima; ella perdonaba tibiezas, incredulidades también, hasta blasfemias, si se quiere, cuando queda ocasión de remediar las, confesando las y abjurando de ellas; pero cuando la eternidad va a abrir se de par en par y el espera... ¡ah! su inglés, su bonachón protestante, podía pensar cuanto se le antojara; pero como le diera la gana de dejar la viuda, de el chapuzón en el agua bendita y de cuatro exorcismos católicos no le libraría en persona.
— espera — dijo misia — voy a ver cómo sigue... ¡dios mío, mío! ¡qué prueba ésta más dolorosa!
a el abrir la puerta de la alcoba, se sintió el fatídico roncar de , y a se le figuró que era la lucha rabiosa entre y el alma, que se defendía. ¡ay, el forcejear de la pobrecilla, sus gemidos, sus voces de socorro, que ella creía escuchar, ¿no probaban con sobrada elocuencia que la asustaban las eternas tinieblas, ya próximas a envolver la, y pedía luz, auxilio, perdón?... ¿cómo negar se lo, cómo no acudir en su ayuda y arrancar la de manos de el enemigo? se levantó, a tiempo que volvía misia , abatidísima, acompañada de mister , quien traía gacha la cabeza y en las patillas de chuleta enredaba los dedos preocupado: junto a la mesa se encontraron, y ninguno dijo palabra, mirando a el suelo los tres, luego de preguntar se y responder con ademanes:
— ¿qué tal va?
— lo mismo.
entonces, tiró de el brazo a su marido, y le llevó a el mismo rincón, y con exuberancia de gestos le enteró de eso, de el grave asunto que las preocupaba, de el riesgo que se corría, de la obra de misericordia que era preciso realizar; y como el británico se distraía no dando, sin duda, a el caso la extraordinaria importancia que tenía, herejo te también como el otro a el cabo, llamó con discreto sisear a la hermana, y llena de santo fuego la interpelaba; verdad que ella también lo creía indispensable, ineludible, ¿verdad que no consentiría que su marido muriese sin los sacramentos de la ?
— no, no — contestó horrorizada misia — ¡pero si no recobra el conocimiento, ni de nada se da cuenta!
— pues la extremaunción entonces... bastará eso para salvar le.
— yo no querer mezclar me — dijo mister incomodado — aquí hacer su voluntad, que de ser como ella acabar de decir, será contraria a la de el doctor... ¡diablo de mujeres! ¿pensar vosotros que este momento estar bueno para tonterías?
— calla te — exclamó poniendo le la mano en la boca para atajar la blasfemia —; ¡hereje, perverso!
por lo menos una hora continuó el secreteo, insistiendo acalorada , misia prometiendo, desfallecida, que si volvía a la razón, había de hablar le y de convencer le, y si no obraría con sujeción a lo que le aconsejaba su conciencia, y mister proclamando su parecer brutalmente...
¡bah! ya podía morir tranquilo hombre que, como , cumplió en la vida todos sus deberes: ciudadano, honrando a la patria con su ciencia; esposo, desvelando se por la felicidad de su mujer; padre, siendo lo de sus discípulos a falta de los hijos que le negó la naturaleza; amigo, extremado en lo leal y en lo generoso; sabio sin orgullo, caritativo sin ostentación, probo, justo, dignísimo, hombre de bien, en fin, que esta palabra todo lo encierra y todo lo dice. ¡ah! y este hombre, que no hizo mal a nadie, que amó y respetó a sus semejantes, que fue útil obrero y meritorio, necesitaba de una fórmula vana si por siempre no había de ser condenada su alma nobilísima a las llamas infernales. ¡oh, very stupefool!
estaba tan encendido mister , se agitaba tanto, y tales enormidades soltó a el tenor de lo que va apuntado, que las dos señoras se cubrieron las caras, de aflicción, y, por no oír le, allí le dejaron, escurriendo se hacia la alcoba; mientras, él se paseaba, mascullando en su lengua palabras incomprensibles, y ante el y el de escayola se detenía a el pasar, para echar les a las narices aquel very stupefool, que en tal caso no se sabía si era piropo enderezado a dichos personajes o comentario de el razonamiento interior.
llegaron en esto, atraídos por la mala nueva, aquel caballero barbicano y el jovencito lampiño de el alfiler, amigos de la casa, y otros también, hasta el punto que apenas cabían en la biblioteca; y todos se agrupaban alrededor de mister , le interrogaban con interés, le escuchaban compungidos: ¿cómo había sido eso? la mañana anterior, en la clase de , les tuvo boquiabiertos a los alumnos; nunca más insuperable en la claridad de la exposición, la robustez de la dialéctica y el brillo de el lenguaje; pues, ¿y no le encontraron por la noche tan campante, vendiendo salud, y más que nunca alegre? el inglés, atusando gravemente sus patillas, comenzaba y volvía a comenzar y a repetir su relato: — salir muy bueno, sentir se luego muy malo... que entristecía los semblantes, ponía sordina a las voces y provocaba sentidas reflexiones acerca de la inanidad de esta vida mortal y de la gran pérdida que para la patria importaba la muerte de el doctor . algunos encendían sus cigarros, que el humo distrae consuela; otros prestaban oído a el roncar de el moribundo. poco a poco, la tarde caía, y el patio se envolvía en sombras...
no eran menores las de la alcoba, que la lamparilla de el alumbraba tristemente. estaba echado de espaldas en la cama, tal y como aquella mañana aciaga le dejaron, pues la hemiplejía le tenía paralítico, mudado el color, atónitos los ojos y torpe la lengua; le habían puesto un gorro de cautchuc, relleno de hielo, y por las mejillas le corrían frías gotas de agua, que misia enjugaba de vez en cuando, lágrimas simuladas, no tan abundantes como las que ella derramaba sin reparo, ya que el parecía ni ver ni oír. también lloraba , de pie junto a la cabecera, sonando una y otra vez la bonita naricilla y enrojeciendo la a fuerza de restregar la con el pañuelo; y llorando las dos y suspirando, roncando , balanceando su péndulo el reloj de el comedor, los minutos transcurrían perezosamente, y cada hora deshojaba una esperanza de que el recio cuerpo, herido por el rayo de el cielo, se irguiera con la altivez de otro tiempo, y luciera la orgullosa inteligencia sumida en tinieblas. el médico se había marchado, diciendo que «ya volvería» y que, «por el momento», su presencia no era ni útil ni necesaria, despedida equivalente a desahucio formal y a vergonzosa fuga.
en la puerta de el comedor, las atribuladas vecinas, que muy bien querían a el amo y tan agradecidas le estaban por su blandura, impropia de las negras entrañas que generalmente el pobre atribuye a el casero, asistían a aquella lucha pavorosa, gimoteando: madama , , y la chiquilla ; y , enseñando un frasco de vidrio que escondía bajo el mantón, anunciaba misteriosamente que con unas gotas de el líquido que salpicaran el lecho y ungieran a el enfermo, el que forcejeaba por llevar se el alma, huiría rabo entre piernas, burlado, y el pobre señor catedrático gozaría de la paz que demandaba con tan roncas voces. hizo seña la gaditana a , acudió ésta, cerraron la puerta, y el grupo de mujeres la rodeó en el comedor, mientras explicaba la fórmula de el exorcismo: agua legítima de la , con que se santiguaba a el enfermo, antes de rezar el credo en coro; así se salvó su cuñado en , luego que los médicos le dejaron por muerto. ¡el ! para que le oyera el demonio y rechinara los dientes de coraje viendo que el alma que entenebreció con la duda, abría los ojos a la verdad en su última hora, y repitiendo las sublimes palabras de el símbolo de la fe, exclamaba: — ¡creo! ¡qué triunfal concierto en el , y qué estruendo de cóleras allá abajo, en lo profundo de el reino satánico!
— sí, si — cuchicheó —, traiga usted, a ver si consiente... porque estamos batallando: ni ella ni yo queremos, ¡ , qué horror!, que muera así; pero estos espíritus fuertes piensan que es una debilidad someter se a la piadosa exigencia de nuestra religión, y que basta con tener la conciencia tranquila. no basta, ¡qué ha de bastar! francamente, no sé qué espera; se va, se va... y yo no me atrevo a llamar a un sacerdote, porque no quiero exponer a a un desaire; figuren se ustedes que llega el con farol y campanilla, y esos señores de la biblioteca, dignos discípulos de su maestro, se escandalizan, y salen, se oponen a su entrada, hacen alguna barbaridad... y quizá el mismo recobre el sentido por milagro, y se enfada y hace otra... ¡ay! ¡qué conflicto! traiga usted, señora. ¡recen ustedes entre tanto por su alma!
volvió a la alcoba de puntillas, y las mujeres se arrodillaron, entonando la primera salve de el rosario. llevaba el pomo salvador en la mano y lo mostró a misia , murmurando le a el oído palabras que la diosa no comprendía, seguramente, abstraída en hondo cavilar; porque, sin responder la, reclinó sobre la propia almohada de el enfermo la cabeza, los ojos ya secos, olvidadas las manos de la cariñosa tarea de enjugar las gotas de agua, y se apartó un tanto, asustada de la extraña transfiguración de la hermana... , inmóvil, roncaba; en la sala cuchicheaban los visitantes; en el comedor rezaban las mujeres.
— ¡ ! — murmuró misia — ¿me oyes, ? soy yo, tu mujer, que se atreve a hablar te, a insinuar te cosas que no se atrevería a insinuar si fueras tú el hombre fuerte de siempre, porque, sin duda, me harías callar con tu elocuencia, como otras veces. pero, ¡tú estás malo!, ¡ay! se me antoja que muy malo, y ya ves que, no te lo oculto...! ¡figura te que , nuestro , ha dispuesto llamar te a sí, y te presentas a con esa mancha de la duda, única mancha de tu vida, y lo que creías obscuridad y caos es luz que te deslumbra! ¿qué disculpa le darás, de haber le negado? le mostrarás el saco de tus buenas acciones tan repleto, y te dirá: — ¿qué has hecho de la inteligencia que te concedí generoso? ¿en qué la has empleado? no en enseñar a que me amen, sino en extraviar a otras juveniles para que también me nieguen. pon el saco que traes en la balanza, y verás cómo no pesa más que una pluma... , , ¿me escuchas? me parece que sí, ¡ojalá! esto te dirá el , y tú, ¿qué vas a contestar le? tarde ya para el arrepentimiento, te impondrán el castigo que dan a los réprobos...
— dios te salve... — susurraban las mujeres.
— para evitar lo es que te hablo así — continuó la voz mansa y quejumbrosa — y te ruego que te limpies de esa mancha nefanda. ¡si vieras de qué manera tan sencilla! diciendo con fervor: — ¡creo! creo en todos los misterios que he negado... y luego, , luego, llamando a un sacerdote que te absuelva... ¡sí, sí, a un sacerdote! ¡yo te lo pido, te lo ruego yo, la mujer que ha respetado tu conciencia siempre, pero que en esta hora solemne tiene miedo, mucho miedo, porque si el ha ordenado que has de marchar te y me dejes abandonada y sola, deja me, por lo menos, tranquila, convencida de que en la otra vida gozas de la vista de . ¡haber sido bueno, y estar expuesto a ser condenado como malo! esto no puede ser, y no será, ¿verdad? ¿me escuchas?
lloraba. y el enfermo, como si realmente escuchase y la súplica le tocara el corazón, redoblaba el temeroso roncar, impotente para manifestar su voluntad, porque ni un músculo siquiera le obedecía.
— ¡verás de qué manera tan sencilla! — repetía la esposa —. te dejas tocar por la santa mano de el sacerdote y quedas ungido, la fea mancha desaparece, y entonces, entonces sí que puedes presentar te delante de limpio de pecado. con esto no sólo te salvas, sino que das un hermoso ejemplo a esos ilusos que aquí cerca asisten a tu agonía; les dices: «¡engañado viví, y con mi falsa doctrina os engañé; pero muero creyente! ¡creed también vosotros y perdonad me!» ¡qué hermoso, , qué hermoso! ¿no oyes? es que llora. ella también tiene un santo que salvar, y le salvará; ¡vaya! ¡si es tan fácil, tan fácil! voy a mandar por el sacerdote, ahí, a la capilla de el : es ese señor tan bondadoso, que te saluda cuando te encuentra, el que asistió a papá... es mi confesor, es un amigo de la casa... irá por él. ¿verdad que no te opones? ¡ay, te opones, te opones! ¡has hecho una mueca! ¿es desaprobación o dolor? ¡ , !
una mueca había contraído, en efecto, el rostro cadavérico de el enfermo, que parecía llorar sus faltas horrendas, ahora que la mano piadosa no enjugaba las gotas de agua; acaso la voluntad aterida por la agonía, se estremeció a el son de aquella voz amada que, junto a el oído, le imploraba dulcemente, y no pudiendo traducir la lengua su respuesta, con violento esfuerzo de los músculos pretendía expresar la; la mueca lo descompuso todo, el ronquido más lúgubre resonó en la garganta, y las dos mujeres, alarmadas, acudieron a él; con el pomo destapado, pronta a verter lo copiosamente.
entonces vieron que un rayo de inteligencia brillaba entre los párpados, casi entornados, y el brazo izquierdo, con grande trabajo, se levantaba, se levantaba, llegaba hasta el pecho, intentaba algo que no podía ejecutar, y a la vez que los ojos enviaban a misia un mensaje mudo, se desplomaba a lo largo de el cuerpo siempre inmóvil. ¿qué quería expresar? ¿la opresión que sentía? ¿ ? ¿ ?
— llena eres de gracia... — decían las mujeres en coro.
le desabrochó la camisa, primero el cuello, luego la pechera, temblando le los dedos... y apareció sobre el seno de el incrédulo, de el filósofo, de el libre — pensador, de el ateo, un escapulario bordado, de seda roja y lentejuelas, con la cara de en realce y un letrero devoto en redor, emblema hipócritamente oculto, respuesta elocuente que la lengua paralizada no sabía articular.
dio un grito; a se le cayó el frasco de las manos. ¡alabado sea ! se había salvado.
contaba que cuando murió el doctor , se sintieron en la casa ruidos de cadenas, carcajadas y sollozos subterráneos, porrazos y lamentaciones, semejantes a los que en toda conseja han de armar duendes, trasgos y encantados personajes; pero esto inventó la noble señora, sin duda, porque no estaba a el cabo de el interesante descubrimiento, que a la crónica fiel permite anotar entre los numerosísimos sectarios de la religión de el por si acaso a el filósofo de los apuntes, y le tenía, como la generalidad de las gentes, por el espíritu más despreocupado y sincero, masón y hereje hasta la punta de las uñas.
tampoco debía de estar lo el autor anónimo de la fúnebre, y si lo estaba, supo callar lo con la discreción requerida para que el héroe no sufriese menoscabo en su reputación, y fuera su nombre, en vez de enseña de el libre pensamiento, ludibrio de los que le creyeron capaz de iluminar el misterio con el rayo de luz de sus doctrinas.
lo que debió de oír , y a esto hay que atribuir su error, abultado por las circunstancias, fue ciertos gemidos que en una pieza de los , vecina de la suya, resonaban sordamente; pero no era ni diablo, ni enano, ni ser sobrenatural quien los daba, sino el propio , tumbado en el catre fementido de marras, con los dos puños sobre los ojos y babeando toda la hiel de sus recónditos pesares, hasta caer en el sopor que la misma violencia de el dolor produce a el fin, y soñar que, dormido sobre una almohada de rubias panochas, a el pie de una escala tan brillante como la de , veía bajar por ella una mocita de melena blonda, a el dulce son de guzlas y salterios.
entretanto, enterraron a con mucho aparato, y pasaron de ocho los oradores que desfogaron su elocuencia sobre su tumba, y, calentito aún el muerto, y abrieron sus amplias columnas para la subscripción nacional en favor de su estatua, y se nombraron comisiones; muchos señores de la clase de incógnitos, ganosos de aparecer en letras de molde, ofrecieron donativos, y en poco tiempo estuvo a dos dedos de su realización la extraordinaria idea de labrar en mármol la figura de el doctor , cuando aún esperan honra semejante tantos y tantos próceres de fama inmortal... afortunadamente, algo más práctico hicieron los amigos organizadores de la subscripción: negociar en el una pensioncita para la viuda inconsolable, pues aunque en los largos años de cátedra percibió el doctor sin retraso su dieta, y la nación no le era deudora de un solo centavo, sino la ley, la obligaba a pensión forzosa la mala costumbre.
no quedaba misia en la indigencia, ni mucho menos. de lo que producía la casa, la mitad tenía que dar a , pero ésta declaró que no quería más dares ni tomares, renunciando en obsequio de la hermana cuanto la correspondía, y añadiendo de su peculio una cantidad mensual, que costó los imposibles hacer aceptar a misia . después vino la pensión de el , y con esto y lo otro la viuda tuvo para algo más que para alfileres; y sin el obligado recogimiento y su modestia inveterada, pareciera más boyante que en vida de . poco se le figuró aún a la de estas larguezas suyas, y quiso llevar se consigo a la hermana: viudita de tan buen ver, se le antojaba expuesta, si no a peligros, a muchas habladurías en la soledad de el caserón, entre la dudosa mezcla de inquilinos desconocidos.
porque, excepción hecha de los , el mismo día de el entierro de el doctor abandonaron sus cuartos respectivos los y , en procesión que fuera alegre si el doloroso acontecimiento lo permitiera, con tanto cachivache, tanto arcón y tanto lío, que nadie que les vio llegar, les reconocería a el salir; y también se marchó , con un maletín de viaje y el insoportable fardo de su pesadumbre, a cuestas.
las dos piezas que dejaron desalquiladas los , las ocupó luego un matrimonio italiano, y un tallista, italiano también, tomó la modestísima de , gente muy honrada a el parecer, pero desconocida, y para de ninguna confianza; así, insistió en lo de recoger a la hermana en su casa, ofreciendo la un departamento aislado, independiente, libre de ruidos y de todo género de molestias, donde podía estar sola y acompañada, según el humor de el momento, insistencia remachada por , con tan abundante sinceridad y toda la fuerza de sus graciosos infinitivos, que misia no dijo que sí, pero tampoco repitió que no. seguían en misia las resoluciones, la misma evolución pausada y metódica que la fruta en el árbol, sujeta a la ley ineludible de el crecimiento y de la madurez; tal vez los consejos, como ciertos procedimientos de el agricultor, podían acelerar aquella, pero nunca se decidía por un extremo antes de discutir le en su interior concienzudamente, con aquel frío razonar suyo, extraño en mujer joven y guapa; no de otro modo dio el sí a el que fue su marido, favoreció las pretensiones de el que lo era de su hermana, ni se resolvió a dejar el caserón, casos todos trascendentales en su vida. después de muchos meses de encierro y de doloroso silencio, anunció a que consentía en marchar se con ella, pero que antes era menester arreglar la manera de que el por todos conceptos grato hospedaje no se convirtiera para ella en insufrible y humillante dependencia, y el mejor arreglo le parecía, a fin de evitar desagrados futuros, dar tal cantidad mensual, que con su pensión y la renta de la casa, bien podía hacer lo sin apuro. protestó y amenazó con ofender se profundamente, burlando se de su exagerada delicadeza, llamando la melindrosa y otros motes, que no convencieron a misia ; y por no echar a perder la negociación, hubo de aceptar el pacto, contentísima a el cabo de tener junto a sí a la hermana querida, para quien guardaba buena parte de los dulzores de su excelente corazón.
esta resolución de misia traía aparejada otra, objeto también de largas reflexiones. un día llamó a y le hizo entrar en la biblioteca; estaba ella sentada junto a la mesa: vestía de riguroso luto, y por la grave seriedad de su actitud pareció a una hermosa estatua, puesta allí para llorar la ausencia de , cuyo espíritu conturbado se diría vagaba aún, con aleteo de murciélago, por los ámbitos de la obscura habitación.
— — dijo la voz suavísima de misia —, ¿sabe usted para qué le llamo? pues para esto...
decidida a dejar la casa y a buscar el arrimo de la hermana, porque su juventud no la consentía, a los ojos de la sociedad, la independencia que la otorgaba la viudez, con harta tristeza suya, había pensado en que él, obrero honradísimo y económico, podía quedar se con la finca, a título de inquilino principal, y subarrendar por su cuenta las piezas sobrantes. ¿qué ventajas, sacaría él en el negocio? , el excedente de el total de alquileres, pues con lo que los otros pagaban pagaría él la locación de la finca, y quizás tendría libre de gastos las piezas que para sí se reservara; después, estas y las otras... no se explica un agente de negocios con mayor claridad, y las hermosas manos de misia acompañaban, con mímica expresiva, a el gesto insinuante, a su voz de timbre musical y a los sentidos suspiros propios de su situación: sacó cuentas como una matemática, y asombró a por lo mucho que se le alcanzaba en floreos mercantiles. con parecer le a el negocio soberbio, no se atrevió a aceptar lo en redondo, y dijo que lo pensaría.
esto significaba consulta previa con la mujer. halló tan de su agrado el ofrecimiento y de tan grande provecho, que sin que discutieran ni poco ni mucho el cuánto, quedó todo arreglado en el día; en pocos más cambió de domicilio misia , y fueron los dueños absolutos de la casona de .
entonces se trasladaron de el segundo patio a el primero, y ocuparon las propias habitaciones de los amos: en la que fue biblioteca pusieron una sala muy cuca, y de el tocador de la señora hicieron un obrador cómodo y lleno de luz; compraron para el comedor y la alcoba muebles de nogal y roble, colgaron en puertas y ventanas preciosas cretonas y yutes con viso de seda, oleografías y espejos de pasta en las paredes; la vajilla de loza trocaron por fina porcelana francesa, y como eran dueños de la cocina de el fondo, tomaron criada que les guisara, una de allá, también normanda, ¡qué transformación! ¡qué lujo! ¡cómo lucía todo y cómo reflejaban las lunas la risueña y gallarda figura de madama y la bonachona de ! la misma mère , encerrada en un cuadro dorado, sobre el orondo sofá de la sala, en el sitio que durante tantos años presidió el coronel , abría ojos tamaños de asombro. ¡ah! ¡si ella viviera, y pudiese catar la pobrecilla el dulce fruto de la prosperidad!
nunca madama le saboreó, como ahora, en la meta de sus modestas aspiraciones: de ser ama de casa, tener sus comodidades, su pasar, y el porvenir seguro, en lo que cabe, dentro de el limitado círculo que encierra a los humanos; nunca, ni cuando la anunció que le asociaba a su negocio, y contando las economías y echando cuentas se pasaron la velada por ver si era posible reunir lo necesario para realizar la combinación en proyecto: las sumas salieron más claras que la luz, pudo ostentar su hombre un galón más en la manga de la blusa, y, sin embargo, tan grande como fue su júbilo, no llegó a ser lo tanto como este de sentir se un poco menos obrera y un poco más señora, descansar a su antojo, sin temor de que se le pasaran las planchas o se la quemara el potaje, y tener autoridad para mandar, que es el de el mando instinto poderoso también. , traiga usted... sidonia, lleve usted... y estar se quietecita, mientras va, viene, ejecuta, barre, friega, lava y guisa. ya sus manos, encallecidas por las bajas faenas domésticas, no rozarían el mango de la escoba, ni la badila de las hornallas, ni se abrasarían con los ácidos de los jabones propios para el fregadero; tal vez, más tarde, como las cosas pintaran mejor, abandonaría su oficio de planchadora, porque ya lo había dicho: que si el negocio seguía prosperando, quería ver la de señora, como la de enfrente.
ella se miraba y se remiraba en sus espejos, que lo menos cuatro tenía y de clase superior, despertada la coquetería señoril con aquel cambio de situación no seguramente improvisado, por capricho de la lotería, sino ganado a fuerza de puño, en aquel largo dúo de el serrucho de el marido y de la plancha suya, dúo sostenido sin desfallecimientos. ¡con qué tranquilo gozo podía sentar se ahora, cruzados los brazos, y echar la vista atrás hacia el camino recorrido desde que salió de la aldea con el miedo de lo desconocido! ¡oh, , tierra generosa, que no has menester de más abono que el sudor de la frente!
a madama le pareció que no se avenía ya con su nuevo carácter de inquilina principal esto de andar con la cesta de ropa en la cabeza, y tomó una oficiala, y luego otra: así no tenía que estar de la mañana a la noche encorvada sobre la plancha ardiente, doloridos el pecho y las espaldas; de maestra, vigilaba el trabajo de las subalternas, no hacía más que preparar el bórax a fin de regular la tiesura de la tela, y tenía tiempo sobrado para el grato mangoneo de su casa: limpiar con una gamuza muy fina el roble y el nogal de sus muebles, quitar el polvo de repisas y frágiles chucherías con el plumerito rojo, porque podía hacer alguna barrabasada; o contemplar lo todo, feliz con la posesión de aquel menaje, y la idea de que estaba dans ses meubles, suprema aspiración de la mujer hacendosa.
algo más contribuía a el mayor contentamiento de madama , y era haber logrado enderezar la torcida naturaleza de , a fuerza de paciencia y de rigores, aquel selvático, rebelde y vicioso; pero ¡cuánto trabajo la costó! ¡cuánto disgusto! a el principio, creyeron ella y que no sacarían partido de el muchacho, y más de una vez, sobre la ya planchada pechera de una camisola cayeron lágrimas importunas, que estropearon la faena de el día: todo resultaba inútil, lo mismo las bofetadas que los consejos, el internado en un colegio que la encerrona en casa, o los trabajos forzados en el aserradero; y de repente, el que comparaban a lingote de hierro, por lo duro e inflexible, se convirtió en pedacito de cera, que a poco más se les funde entre las manos. ¿en virtud de qué influjo? ¿era el ambiente? ¿el ejemplo? ¿el espectáculo de aquel tole — tole comercial, la compra — venta elevada a la categoría de deidad, el reinando y gobernando absoluto, inclinados todos sobre el yugo, inficionados todos de el deseo de lucrar, todos absortos en la idea tiránica de el medro y de la fortuna? bien cerca tenía, por cierto, modelos que copiar, y se empeñó en imitar los, con esa voluntariosa persistencia que era una de las grandes fuerzas de aquella almita, y que hacía decir a madama :
— este lo mismo podrá ser un hombre de bien, que un pillo; que se le ponga en la cabeza, y punto concluido.
felizmente, gracias a misteriosa influencia, optó por lo primero, y se metió con pie firme en el buen camino. fue dormilón, y se hizo madrugador; irrespetuoso, y se puso un candado en los labios; callejero, y no salió ya de casa... ¡vaya, que quien le había convertido buenas manos para convertir tenía! mejor no lo hace el más elocuente fraile descalzo. y que la cura iba de veras lo probaba su afán en el trabajo, el porfiado plantón debajo de el cobertizo, entretenido en la enfadosa tarea de contar sacos, de el alba a el anochecer, sin que se le oyeran protestas; quejas sí le oían los hermanos, pero producidas por la creencia de que aquello no le daría bastante para llegar a rico en breve tiempo, y que aun en el supuesto de que algún día sustituyera a como patrón de el aserradero y ocupara él la plaza de , a buena hora vendrían las mangas verdes, que no serían pocos los años que le habrían caído encima.
la intervención de monsieur calmó a tiempo sus cavilaciones y alentó sus esperanzas. este monsieur era un lionés de muy buena sombra, secretario de y segundo redactor de el veterano periódico , ligado a los por amistad de larga data, argentino naturalizado, entusiasta de su nueva patria, sin que esto fuera óbice a que el afecto de la otra se mantuviera ardiente y lo expresara con aquella viveza que, así en su conversación como en los gestos de su cara mofletuda y en los ademanes de sus brazos cortos, chispeaba y se encendía a el solo nombre de la hermosa lejana. pues este monsieur tenía un hermano agricultor allá en , y puso toda su buena voluntad para que consintiera la pareja normanda en confiar le el muchacho, y vencida la resistencia de madama , que a el proyecto encantó desde luego, él mismo le llevó a la colonia, le instaló en la heredad de el hermano, recomendando le y sermoneando le paternalmente, y cada mes venía tres veces por lo menos a la calle de con carta, ya de el mayor, ya de .
— madame, cartita tenemos: el chico está como un pino de sano, de alto y de robusto; lea usted. ha hecho ya una siembra de maíz y de trigo. la vida de campo le sienta a maravilla y dice que será uno de los mejores colonos.
sí, así lo decía , el mayor, y lo confirmaba en cartas respetuosas, comedidas, impregnadas de entusiasmo: trabajaba mucho, no jugaba ni bebía; como la langosta no viniera, la cosecha sería opima, porque el trigo estaba ya granado y los maizales soberbios. concluía el año con tanto y cuanto de reserva, y el próximo tendría más, mucho más, y lo primero que pensaba hacer ¡cosa más fácil! era comprar una hectárea y luego edificar una casita de ladrillo, con techo de pizarra, jardín y bastantes arbolitos en contorno que la asombraban poéticamente, como en los nacimientos. por eso se levantaba tan temprano, y cumplía los deberes que el señor le había impuesto, vigilando los peones, los ganados y las diversas operaciones agrícolas, con severidad igual a la que los hermanos le aplicaban cuando él no era el hombre de ahora. el sol le había quemado bastante y el bozo rubio que trajo era ya bigotillo de retorcidas guías: no le conocerían de cambiado que estaba. iba todos los domingos a la iglesia de el pueblo, y oía misa con grande compostura. leía en los ratos de ocio, porque un rico que no sabe nada es semejante a un burro cargado de oro... les extrañaba mucho, pero poco a poco se hacía a el necesario destierro... así sucesivamente, en cada carta, ora tristón, ora alegre, siempre seguro de el porvenir y de sí mismo. ¡qué proyectos y qué cuadros de vida aldeana sabía pintar con un rasgo de pluma, sencillo y encantador! era para ir se a la colonia , a hacer de pastorcitos y dejar se abrasar de aquel sol vivificante, que así fortalecía el cuerpo y sanaba el alma.
eso sí, como coletilla de cada carta venía una postdata preguntando: « — moi, ¿qué es de los y de ?..». sólo a nombraba, pero se advertía que por únicamente no se interesaba tanto. y madama con estas noticias halagüeñas, mientras el amable mensajero, cuya obesidad le mantenía en un sillón de la sala hiposo y sin alientos, sonreía mostrando las encías:
— ¿qué tal, chère madame? ¿no os lo decía yo? lo que necesita es aire libre, rienda suelta, alejamiento... ya le tenemos agricultor hecho y derecho. lo demás vendrá por sus cabales ¡sacrebleu!
sí que vendría, mediante, como tantos beneficios habían venido en el curso tranquilo de los años, sin que las pestes y fieros males políticos que en dos o tres ocasiones desolaron la capital les perjudicara, ni en la salud ni en la hacienda. seguramente la madre , que fue una santa, pedía a el en el por sus nietos, y el la prestaba oído bondadoso. no tenía ojos monsieur para ver que en aquella casa la prosperidad y la felicidad, dos hermanas gemelas que rara vez andan juntas, habitaban en dulce paz ¿pues no era un favor de el cielo?... estas y otras manifestaciones de la exuberante normanda, que las decía con fervoroso convencimiento, elevando sus brazos robustos, de encarnación pronunciada, dignos de el pincel de , merecían de el menor afirmativas cabezadas, síes entusiastas que hacían temblar su adiposa cubierta.
— ¿y yo, chère madame? pues, ¿y dónde me deja usted a mí, que llegué a esta bendita tierra con una mano atrás y otra delante, palabra de honor? no soy rico, pero tengo un nombre, una posición y una mujercita de el país, que vale un reino. vaya, que si carnes he echado, buen pelo me luce, y si no a la vista está.
otra vez mostraba las encías y hasta la redonda lenguaza, de sano color rojo. y en esto entraba , que era la de las dos la hora de el mate y él lo prefería a el té y a el café, cebado de manos de su mujer, a el uso de la tierra, dentro de la curada calabaza; es decir, llena ésta hasta poco más de la mitad de buena yerba paraguaya, después de encajada la bombilla, un terrón de azúcar quemada y la suficiente sin quemar, a gusto de el consumidor, un chorrito de agua fría primero, y luego el agua caliente, que se desborda en verdosa espuma... y con las buenas noticias, la regocijada charla de el periodista y el substancioso chupar de la bombilla tenían para buen rato de tertulia. , por aquello de que escribía para el público y estaba a el corriente de chismes sociales y enredos políticos, traía arsenal bastante a llenar la mejor gacetilla; y como de la marcha administrativa dependía el progreso de la , sendos turnos consumía y mates repletos y espumosos discutiendo los últimos proyectos de el ministro de .
le oía con profundo interés, rozando con el dorso de la mano los recortados bigotes, y calurosamente expresaba la unión de su espíritu a el de el país hospitalario. relucían sus ojos azules, y el gesto de energía hermoseaba su varonil semblante.
por las noches, en la tibia intimidad de el comedorcito burgués, mientras servía las abundosas fuentes y madama le escuchaba mirando sus manos, que la ociosidad y la pasta de almendras suavizaba poco a poco, sueños soberbios, de fortuna y de poderío, agitaban a el obrero, la vista fija, a el través de los vidrios, en la masa de vigas de el aserradero vecino... la acostumbrada lectura de el periódico francés, a el final de la comida, sobre el tapete de terciopelo de lino, colocado en el centro de la mesa el jarrón con flores siempre frescas, le distraía luego y transportaba, de un aletazo de la imaginación, a el otro mundo, a ; sus nervios se calmaban, le embargaban los dulces recuerdos de la patria.
— ¡anda! ¿sabes lo que ha ocurrido en el ?... y en ... también en ... ¡este ! mira tú que ... ¡ ! ¡ !
, recostada en la mecedora, hacía crochet o repasaba la ropa, y soltaba exclamaciones: ¡ah! ¡oh!... interrogando a el lector, emocionada ella también, de viaje imaginario por allá, como el marido. el ¡ay! ¡no verían más, no, el hermoso puerto normando! ¡volver! vendidas la parcela de terreno y la casita, muerta la madre , olvidados de todos los amigos, eran ya extranjeros en la aldea: los perros saldrían a ladrar les y los vecinos les mirarían con desconfianza. el hogar que se abandona es como chimenea a la que deja de echar se leña: se apaga, se enfría y tan sólo guarda cenizas, las de el recuerdo. ahora, el fuego le tenían encendido en argentina tierra, y por atizar le se estrechaban en su torno cada vez más, unidos ambos por el amor y el trabajo... la joven, melancólicamente, volvía de el lado de la cabeza, cuyos cabellos, de ese rubio de ocre que más tarde la moda había de imitar con desvergonzadas tinturas, brillaba a los reflejos de la luz, y preguntaba:
— ¿ , ? ¿qué haríamos nosotros en la aldea? ¡morir nos de tedio! más pena que alegría sentiría yo de volver la a ver... ¡esta es ya nuestra patria, ! trasplantados aquí y arraigados, si nos arrancara de nuevo el destino, nos secaríamos miserablemente... ¡ comme çá!...
a veces, en la noche de algún domingo, les sorprendían de sobremesa las dos , madre e hija, tan compuesta y tan espigada y guapísima , que metamorfosis igual, a el que las conoció en los albores de su trabajosa vida bonaerense, dejaría turulato sin remedio. no porque trajeran sedas ni perendengues costosos, sino por el aire aristocrático con que sabían ambas llevar la lanilla de motitas y el velo de blonda, aire de familia que, si nunca perdió la dama gaditana, algo le echaban a perder los pingajos y la mugre propios de las faenas a que se dedicaba antaño; no traían, pues, más que el aseo y el atildamiento de la medianía, y además, , un broche de oro con el retrato de , que tapaba y descubría, a voluntad, un diminuto abanico de esmalte, alhaja redimida, sin duda, de las penas de la pignoración. parecía que la mano de gato, de que siempre abusó la mamá, se empleara ahora discretamente, o quizá el almidón de entonces se había convertido en fino polvo de arroz, que en vez de revocar, aterciopelaba la piel y la asemejaba a la corteza de los melocotones; pero en quien los modestos arreos, como flor que no ha menester de búcaro precioso para regocijar la vista y transcender el perfume, destacaban la belleza en capullo, era en aquella , la chiquilla de la máquina, desgreñada madrugadora, que antes daba aceite y brillo a , que toda el agua y el jabón que demandaba su graciosa personita, y la vemos después de el trasplante a la calle de las , con el cabello lindamente alisado y trenzado sobre la espalda, un manojito de rosas en cada mejilla, y las que fueron líneas indecisas, curvas y redondeces divinamente plasmadas por la diosa .
sentía madama , cuando entraban sus antiguas vecinas, la pícara comezón de la vanidad, el malsano apetito de dar las en las narices con el relativo lujo, que a ella se le antojaba superlativo, de que disfrutaba; y no paraba de llamar a , de ordenar a , de regañar a , trayendo a la muchacha a el retortero y descubriendo sus torpezas con impertinente pesadez... o ya abría el chinero de par en par, porque aparecieran a la vista las bien surtidas alhacenas, de porcelanas, de cristales, de fiambres y de compotas; encendía las dos lámparas de la sala, y delante de cada espejo obligaba a las visitas a hacer una estación admirativa; las invitaba a palpar la colcha de la cama, para convencer las que era de el tejido de lana más fino; registraba los armarios y exponía su abundante ajuar, ponderando ella misma la calidad, el color y el precio. de suyo encarnadota siempre, la natural vanidad femenina satisfecha la animaba doblemente, y se sofocaba, enmudecía a el fin por la emoción, diciendo sus ojos violados a las claras:
— ¡pasmen se ustedes! y revienten de envidia.
¡qué había de pasmar se , ella que tuvo casa en ! a el contrario: le parecían muy cursis los alardes de madama , y se limitaba a otorgar el visto bueno con equívoca sonrisa.
— ¡sidonia! — clamaba en esto la normanda — venga usted; recorte la mecha de esas lámparas, que atufan la casa: diga usted a las oficialas que se marchen... ¡qué criados! ¡nunca puede estar una bien servida!
intervenía alegremente para preguntar a la de qué tal andaba el negocio, qué era de y de , si se vendía mucho, si se ganaba más... y tocaba entonces el turno a de esponjar se, toser, crecer se y provocar la admiración de los oyentes, enviando a madama miraditas de desafío:
— ¿qué dices tú de esto? abre la boca y queda te como papamoscas.
el negocio marchaba sobre ruedas, después de tal cual tropiezo y probable atascamiento, difíciles de evitar en toda empresa nueva: se trabajaba, se vendía, se pagaban las trampitas, y como la clientela aumentaba y el artículo estaba hecho, pudieran limpiar se de polvo y paja las ganancias y los cimientos de la tienda serían inconmovibles. aspiración suya y de todos, a la que todos prestaban mano solícitos, cada cual en su esfera y según sus fuerzas: y , comprando materiales, buscando a el género pronta salida, echando cuentas claras y afirmando relaciones en la plaza; ella y , pegadas a el mostrador el santo día, vigilando y ayudando a las oficialas, pescando con el anzuelo de su sonrisa a los compradores. eran muchos los jóvenes de la aristocracia que iban nada más que porque les probara los guantes , y la se había puesto de moda, a el punto que hacían cola los coches delante de la puerta. se trabajaba, sí, sí, y se vendía la mar. y tenían el pensamiento de abrir una sucursal en el centro, en la calle , si posible fuera, con anaqueles de roble, espejos y terciopelos. pero antes había que pagar íntegramente el préstamo a los mostachos color de limón, y a el , porque «la fe comercial es lo primero».
se rascaba la monda barbilla y con los tres pelos bismarckianos agotaba las conferencias. la ambición de ir más allá, salvadas las primeras piedras y adquirida la velocidad de el poderoso empuje, le escocía y no le dejaba parar. pero la prudencia y la cachaza de le sujetaban. excelente socio este germano frío, máquina de hacer números, mudo, sordo y ciego mientras no se le tirara de la cuerda correspondiente a cada sentido, como a pelele de madera, que mueve los brazos y piernas, rueda los ojos y saca la lengua a voluntad de la mano ajena. ¡qué hombre, , qué hombre! dudaba que allí dentro hubiera algo parecido a alma, ni otra cosa que no fuera paja o estopa. porque cuidado que todo en él figuraba efecto de autómata, lo mismo los movimientos que las palabras, secreto girar de muelles y de resortes que producía la voz y el juego de los músculos... en fin, ellos, los , le conocían bien a fondo, y comprendían de qué grande utilidad un hombre de estos resulta para una empresa cualquiera que se inicia y ha de ser dirigida por otro de genio tan vivo y de sangre tan andaluza como ; usando de una comparación poco culta, pero propia, de , venía a ser para lo que a el potro arisco la manea, que le ata y no le deja andar sino a saltos.
lo cierto es que, tirando el uno y aflojando el otro, la tienda se acreditaba, y en un par de añitos, libres de la carcoma de el préstamo, podrían desplegar las velas sin temor alguno; tira y afloja que, aun a los que conocían los respectivos caracteres de los dos socios, chocaría les de seguro, porque, en realidad, ni la viveza de genio de llegaba a la intransigencia, ni la pachorra de a la anulación de toda iniciativa. aquí tosía más fuerte y velaba misteriosamente la voz...
de cierto tiempo acá, parecía que andaba más taciturno el germano: comía con ellos, y en la mesa suspiraba mucho, bebía poco y hablaba menos, menos que lo que comúnmente tenía por costumbre; luego, apenas salía; se pasaba encerrado en su cuarto las horas que su deber le libertaba de el plantón en la tienda o de el callejeo ordinario.
los tres pelos que en lo más alto de la frente, cruces de aquel calvario, se mostraban enhiestos, pronto quedarían como enseña de la fenecida cabellera, porque, devorando sin duda por el fuego de la reflexión, el cráneo se desnudaba de el capilar adorno, y hasta el mismo occipucio aparecía ya con un cerquillo ralo y vergonzante; los ojos se le avejigaban cada día, y dijera se que los dientes le crecían, porque nunca le vio dentudo... ¿qué tenía ? quebraderos de cabeza comerciales no serían, porque andaba el negocio como una seda; mal de amores, quizá. se reía. ¡ ! ¡si era un témpano de hielo el pobre joven! no servía el para el caso, y se le antojaba tan tímido que, sin temor, le metería el dedo en la boca, segura de no ser mordida, a pesar de sus espantables colmillos. como que no era sangre lo que henchía sus venas: era horchata de chufas. y la de protestaba:
— sí, ponga usted el tempanito cerca de el fuego, y verá si se deshiela y liquida completamente. cuando yo lo digo, madama...
— ¡ah! cerca de el fuego — repetía la normanda, mirando de soslayo a y creyendo comprender —; puede que sí... mire usted, desisto de hacer la prueba, porque seguramente me mordería.
no manifestaba emoción alguna, sonriendo inocentemente. a veces bostezaba, poniendo en la boca la mano pequeñita, tan bien enguantada, que era éste el mejor pregón de las excelencias de la fábrica gaditana. sólo cuando la cháchara llegaba a un punto obligado y cierto nombre rodaba en todos los labios, los dos manojitos de rosas palidecían. ¡ ! ¿qué es de ? ¡pero si está tan guapo !
¡ ! se quedaba pensativa, los ojos abiertos y fijos en el vacío. recordaba que el día de el entierro de el señor catedrático, el chico de los , a el que hacía tiempo notaba tristón y preocupado, se topó con ella en el zaguán y la dijo confusamente muchas cosas, acaso las mismas que en las leyendas suelen decir los caballeros que van de aventura, a matar algún mal gigantazo o acometer otra mayor empresa y peligrosa, apretando le con tanta fuerza la mano, que ella chilló, y hasta se enfadó porque la entretenía demasiado. después, con la revolución de la mudanza y las atenciones de la tienda, no se acordó de para nada, y sólo cuando ya la costumbre borró el encanto de la nueva posición, el pensamiento echó de menos a el amiguito de la calle de , a el simpático mirón de la huerta, que no estaba allí cerca para ver la que mañosamente pespunteaba los guantes, cómo sabía vender y atraer la parroquia, y qué maja se había puesto; para enseñar le el vestido de los domingos, y el sombrero, y la casa que tenían, tan distinta de la otra. ¿por qué se marcharía tan triste, , puesto que iba a ganar también mucho dinero? ¿por qué la apretó la mano y la dijo esas cosas? pero ¿qué cosas dijo? sentía honda emoción, y se ponía muy colorada, y luego pálida, muy pálida... ¡vaya! que si el pequeño volvía, había de prohibir le que le apretara la mano. ¡valiente borrico te! como que se la dejó dolorida... ¡ojalá viniera pronto! porque era mucha lástima que no la viera con el sombrero puesto y el traje azul de rayitas color de oro...
, el gran , un en nada semejante a el buhonero antiguo, si no es en la figura espigada y en lo lampiño de el rostro huesoso, vestido de paño casimir, planchada camisa, corbata de seda, hongo y junquillo, llegaba después de las diez a buscar a su mujer, porque el camino era muy largo y la soledad de las calles muy peligrosa para la honestidad que anda sin la masculina custodia, impuesta no sé si por las buenas o las malas costumbres. llegaba , y había que oír le sus disquisiciones económicas, no seguramente de palabras; pues él todo se lo sabía, lo estudiaba y lo resolvía con abundancia tal de hábiles expedientes, que más que tocar el clarinete en ( con perdón de ) debió de ser alto empleado de o algo parecido. hacía guiños, que significaban:
— ¿no les decía a ustedes que sin el freno de el nos tumba y descalabra?
tanto hablaba , exponiendo la balumba de proyectos comerciales que a diario se le ocurrían, de empresas gigantescas, ya ferroviarias, ya industriales, producto de el ambiente en que vivía, que, a el cabo, se sentaba cansadísimo, como si la cima de la montaña hubiera hollado, soltando la piedra enorme que cargaba sobre los hombros. le miraba sonriendo, y él adivinando el sentido de la sonrisa enigmática, decía:
— que no hemos llegado a la mitad de el camino, lo sé, amigo , ¡no he de saber lo! pero ¿qué diablos tiene esta atmósfera americana que así nos pone los nervios, nos excita y azuza, empujando nos a todos a la conquista de el oro? cuanto más se adquiere más se desea, y a todos los que de fuera venimos se nos mete entre ceja y ceja que hemos de ser por fuerza y . ¿por qué no?
y se callaba, acariciando aquella idea extraordinaria de la metamorfosis soñada, en que de el gaditano, gracias a el influjo de el ambiente y a la virtud de el trabajo, no quedase molécula siquiera, hombre nuevo de los pies a la cabeza. también callaba ... y entre tanto las mujeres se despepitaban charlando, y la pacienzuda taconeando andaba por el patio, en cumplimiento de órdenes, siempre repetidas y nunca cumplidas a el gusto de madama .
el que no venía de visita era . según , se comía los libros, y ahí se quedaba en su cuarto devorando los textos con glotonería alarmante. se había puesto paliducho, acaso de el crecimiento, de el excesivo estudio y también de la encerrona, porque hecho a la vida callejera, el sol y la lluvia le sentaban mejor que la quietud de la escuela y de la casa paterna. pero él no quería pasear, no quería perder el tiempo jugando a la rayuela o a las bolitas, y todo el dinero de su hucha lo gastaba en libros. de seguir así, iba a ser un .
pues, ocurrió una vez que dejó de venir a buscar a y a , y como pasaban de las once, madama y se brindaron a acompañar las; estaban a fines de octubre y la noche era deliciosamente estival. dejaron a las dos a la puerta de la tienda, y por las calles solitarias, muy arrimaditos, como en sus paseos de novios, volvieron paso a paso; salían tan poco de noche ( porque , en comiendo y leyendo su , se acostaba o se marchaba él solo a encerrar se en la biblioteca de ), que aquella caminata a el través de la gran ciudad dormida, en medio de la atmósfera tibia y de el silencio, les sabía a picante calaverada, y la voz de , en el oído de madama , sonaba dulcemente, lo mismo que cuando en la aldea la dijo la primera palabra de amor. pero no era amor lo que declamaba, sino sus sueños de riqueza, con el acento entusiasta que prestan el convencimiento y la propia confianza:
— ayer le oí decir a que estaba cansado y que, año más año menos, traspasaría el aserradero. cuando ese día llegue, creo que tendré bastantes economías y sobrada audacia para decir le: , el aserradero es mío; aquí entrego la parte que a usted le corresponde. ¡mío el aserradero, mío! ¿te das cuenta, , de lo que esto significa? para darte cuenta cabal, acuerda te de la noche de nuestra llegada, una noche como esta, acuerda te de nuestra primera conferencia con aquel excelente doctor , pidiendo le rebaja de el cuarto y exponiendo le nuestra pobreza... tengo, como , llena la cabeza de proyectos; sin duda, lo da la tierra. mira, hace un mes compré un terreno, ese vecino de la , y le he vendido ganando el treinta por ciento; ahora, con , compraremos otro para especular, y seguramente ganaremos un cincuenta... siento fiebre, la fiebre de la impaciencia. ¡ah! el día que el aserradero sea mío...
volvieron la esquina, y apareció el largo paredón de , junto a la cerrada casa de ; tendió el brazo, y a el oído de su mujer repetía:
— ¿ves? ¡qué propiedad más hermosa! ¡setenta varas de frente por setenta de fondo! ¡algún día arrasaré esos muros y edificaré el palacio que tú te mereces, mignonne!
sonreía, encantada. él la cogió una mano y la advirtió áspera todavía y callosa; y como llegaran a la puerta, antes de llamar dio con el bastón un golpe sobre el escudo de hoja de lata que anunciaba la planchadora francesa a los transeúntes, le desenganchó de la escarpia que le sujetaba a el muro y le presentó a su mujer como un trofeo:
— , la planchadora se ha mudado y no se sabe dónde... hasta hoy me has ayudado con tu trabajo, y desde hoy no necesito sino de tu cariño. mañana despides a las oficialas y cierras el obrador.
cuando salió a abrir, vio asombrada que madama lloraba, con la muestra en las manos...
lo menos tres años estuvo sin bajar a la capital, rigurosamente enclaustrado en la colonia santafecina, porque decía, un poco a su manera, que caballo resabiado en husmeando la querencia vuelve a sus resabios, y no era prudente estropear la cura por mal entendida sensiblería, mucho menos ahora que el bigotillo estorbaba la aplicación de cierto remedio manual de grande eficacia en casos infantiles; tampoco él hacía mucha fuerza porque le dejaran venir, y tanto de sus cartas, como de las noticias de el mayor, se deducía que estaba el mozo entregado en cuerpo y alma a su labor campesina y no quería oír hablar de nada que le apartase de el surco donde germinaba la semilla de su fortuna. pero a madama la ausencia le parecía ya larguísima y excesivo el rigor de tener le así alejado, cuando tan pocas horas le separaban, y un día tras otro insistía en que dieran suelta a el prisionero... para súplica de mujer, no hay sordera que valga: se expidió a el cabo la orden de libertad provisional, se aprestó el mayor a cumplimentar la de buen grado, el antiguo obrador de plancha se convirtió en bonita alcoba, alhajada con femenil esmero... y la orden fue devuelta, con estas palabras de : — no quiere ir...
¿por qué no quería venir ? él mismo no se cuidó de explicar lo, limitando se a decir que estaba en lo mejor de la siega, y no había de abandonar la; apenas si, con la punta de la pluma, prometía visitar a sus hermanos después, más tarde, allá para las calendas griegas. ¡diablo de chico! nada, que en tomando algo a lo serio, de tal modo se identificaba con ello, que ni consejos ni tirones le obligaron a soltar lo. se había hecho, y como agricultor viviría, mientras no recogiera el fruto de sus afanes... pensaba que era esto demasiada música, y por dejar unos días la hacienda, no iba el diablo a llevar se la; ¿tan poco afecto guardaba a sus hermanos? ¿o le retenía en la algún amorcillo zafio, quizá más pernicioso que los ya curados males de antaño? tanto dio en discurrir sobre esto la normanda, que llegó a echar en cara a su terquedad y dureza, pues el alejamiento entibia el cariño, y la adolescencia que a su propio impulso se abandona, corre desbocada a el abismo, débil a la mano juvenil para refrenar la; se puso mala, de estos ingratos pensamientos, y a se le ocurrió enviar un despacho a el mayor, dando la por muy gravemente enferma, a fin de forzar a el pícaro hermanito a dejar la cárcel donde se hallaba tan a gusto; en efecto, se asustó y se vino a escape, creyendo que la encontraría por lo menos sacramentada...
la encontró tocando el piano, un se — di — ciente en que buena parte de el día distraía su ociosidad, empeñada en enseñar a los dedos, demasiado torpes, el arte de hacer cabriolas sobre las teclas, muy pálida por la ligera calentura sufrida, hermosota siempre y hasta elegante con su bata de lana color de granate. dio un grito, y los dos se abrazaron, sorprendidos de ver se tan cambiados los dos, tan cambiados que apenas se reconocían, y no hablaban por mirar se, ella examinando le con ojos amorosos, y paseando los suyos de la hermana a los rincones todos de la sala, con asombro expresado luego así:
— ¿eres tú o no eres tú?
— ¡ay! ¡cómo has cambiado, , en tres años! — exclamó madama — ¡qué alto estás! ¡qué guapo y qué bien te sientan los bigotes! ¡te has vuelto todo un buen mozo!
no acababan de admirar se uno y otro. estaba muy tostado de el sol; la frente, en la parte protegida por el sombrero, aparecía blanca, como venda que la ciñera; sus manos amulatadas, el traje algo burdo, las botas de caña, enfundada dentro de el pantalón, el pañolito anudado a el cuello, el aire y los andares de hombre que sobre el lomo de el caballo pasa la mitad de el tiempo y a quien el caminar a pie sienta como a el marino, denunciaban a el gaucho legítimo, vestido de pueblero, torpe en sus movimientos, tímido y desconfiado, pero asimismo tan robusto y varonil, que el mocetón de ahora no conservaba casi parecido alguno con el de la ciudad; de tal modo la vida de la aldea le había transformado, poniendo le ese sello de energía que el aire libre, el sol y la lluvia marcan en el cuerpo no defendido por la afeminación y que se entrega a su ruda caricia.
— me dijo que estabas muy enferma... — indicó el joven en son de reproche —. ¡buen susto me habéis dado!
— lo estuve... si inventó eso de la gravedad fue para que vinieras... vamos a ver: ¿por qué no querías venir?
hizo el gesto voluntarioso que en otras ocasiones le valió sendos soplamocos fraternales, y dio la misma disculpa de sus cartas, encerrando se luego en silencio sospechoso, que a madama se le antojó de mal agüero. quiso mañosamente sonsacar le el cabo de su secreto, pues había secreto gordo o era ella miope, y no lo consiguió; ¡chico más taimado! y ¡cómo se revolvía huraño, a el sentir las cosquillas de las preguntas indiscretas! le dejó entonces, jurando se que no se marcharía a la colonia sin que le registrara el fondo de la conciencia... y , libre de el interrogatorio importuno, expresaba de nuevo su admiración de ver a la hermana de señora, pelechando de modo tan milagroso...
— sí, sí, — dijo madama —, estamos en plena prosperidad. ¡dios nos ayuda, nos ayuda! no está lejano el día que suceda a en el aserradero, y entonces podremos decir que somos ricos. cumplió los cuarenta años el día de : en la flor de la edad, figura te de lo que aún será capaz... pues yo, como te he escrito, desde el día que cerré el obrador me entraron aburrimiento y morriña tan grandes, que no sabía qué hacer de mis manos: ¡niña de seis años, ya aviaba la casa de la abuela! acostumbrada a el trabajo, me parecía el señorío muy cómodo, pero horriblemente aburrido, y llegué a comprender el por qué de muchas toquades de altas damas, que mi estrecho criterio de obrera no podía adivinar: mira, , es la ociosidad la madre de todos los vicios, como dice bien el refrán, y de todas las tonterías. para mí el zurcir, y el limpiar los cachivaches y el vigilar a , no era suficiente distracción, y me aburría, me aburría, ¡oh mon ! cómo me aburría... entonces se me ocurrió aprender el piano, y me compró éste en un remate, y tomé maestro, y hará unos seis meses que estoy dando matraca a la vecindad; pero, tengo ya los huesos duros, me falta paciencia, y a lo mejor le planto dos puñetazos a el teclado... ¡es muy difícil, muy difícil! y el maestro se empeña en que he de hacer ejercicios, y yo en tocar algo que suene a armonía, valsecitos o trozos de ópera. acabaré por despedir le. vas a reir te, pero ríe te cuanto quieras: muchas veces le quito a la plancha de las manos y gozo, sí, gozo pasando la sobre la tela almidonada... ¡ha sido mi oficio, y nunca podré negar lo! se burla, y dice que haré mi papel de parvenue muy medianamente; pero ya nos iremos refinando poco a poco, ¿verdad, ?
sonreía, restregando las coloradas manos. protestó de aquella acusación de ordinariez, y aseguró que parecía la hermana toda una señorona de campanillas. ¿no se había puesto sombrero todavía? pues ya verían cuando le llevase... charlaron gran rato junto a el piano, contando las peripecias de los tres años fecundísimos que habían vivido separados, explicando lo que las cartas no supieron decir o no dejaron adivinar. escuchaba embelesada, y de vez en cuando templaba así las impaciencias de el mozo:
— bueno; pero no tienes derecho de quejar te, hijo mío; ¡en tres años! ¡no es poco lo que has adelantado! ¿qué creías entonces? para hacer te dueño de la tierra que ambicionas y edificar el castillito de tus sueños, necesitabas paciencia y tiempo; ya no te parece tan fácil: más fácil es hoy que ayer. verás cómo piensa lo mismo ... ¿no entraste en el aserradero? mejor, vamos a dar le la gran sorpresa: son las dos, la llora de el mate.
se levantó, y, cogida de su brazo, le llevó a mostrar le la casa, ponderando las preciosidades que ella creía atesorar, tan hueca, que tartamudeaba cada vez que , en el colmo de la admiración, decía no haber visto nada mejor, porque la casa de , que pasaba por muy lujosa, no admitía punto de comparación. ¿y la bonita alcoba, con su menaje completo y sus cortinas de cretona, que ella le había preparado a el muy ingrato? a ver, ¿se parecía a su cuarto de labrador, que, sin duda, no tendría más que un mal jergón? aquellas cortinas ella misma las había cosido, ayudada por ...
este nombre le zumbó en los oídos a , y ya no escuchó más, ni el relato pintoresco de la hermana, describiendo los pelos y señales de los inquilinos que se albergaban en el resto de la casa, ni los pasos y las voces, luego, de y de el obeso , que llegaron y le achucharon con apretones, abrazos y preguntas...
— pero, muchacho, ¡el diablo que te conozca! ¿ha visto usted, , qué hombre se ha puesto? a el fin te decidiste a venir, gracias a mi estratagema. ¿por qué no querías venir?
— aquí tienen ustedes, ¡sacrebleu!, el resultado de una cura a el aire libre — exclamaba , sofocadísimo...
en toda aquella tarde le dieron a punto de reposo. el periodista se quedó a comer, y por la centésima vez hubo el joven de referir a la insaciable curiosidad de la familia su vida y milagros santafecinos, que, aunque nada de particular ofrecían y sí mucho de monótono, se celebraron con aplausos y hasta con una botella de sidra, que fue disparada a buscar a la tienda de la esquina. ¡el demontre de el chico! ¡qué espigado venía y qué seriote! vaya, que en pocos años más el castillito y la hectárea apetecidos serían hermosas realidades.
después de comer, quiso monsieur llevar le a el teatro para ver la compañía de opereta francesa, recién llegada; pero él se quejó de la cabeza, y le dejaron que descansara de la fatiga de el viaje y de el molimiento de tanta pregunta. porque no vinieran a molestar le, echó la llave: encendió luego la bujía, y se quedó mirando aquellas cortinas, cosidas por la mano de ... no era tiempo de frío, pues declinaba abril, y sin embargo lo sentía, lo sentía en los huesos y en el alma. si eran ciertas las noticias de madama , de que la chica de iba a casar se con , ¿a qué se entrometía ella a ofrecer a el olvidado amigo de la huerta labores, que mejor empleadas estarían en un casquete, por ejemplo, para abrigo de los tres pelos bismarckianos, dueños y señores suyos futuros? ¡casada con ! esta noticia le sorprendió con la azada en la mano, y la azada de la mano se le cayó... ¿para qué proseguir, para qué la fortuna soñada, si no le esperaría ya triunfador? ¿para qué edificar la casa y plantar los árboles, si no habían de dar sombra y albergue a ? hizo propósito de no volver a la capital, de no visitar en mucho tiempo aquella casa de , donde conoció a bailando a la luz de la luna, y le entró el arrechucho romántico de los veinte años, quejando se, si no en verso, porque no era capaz de hacer los, en la prosa más sincera, de el desvío de ; contó sus penas a todos los seres animados e inanimados de la colonia, excepción hecha cuidadosamente de los que se sirven de la lengua para la traición y la burla; y las majestuosas vacas y las tímidas ovejas, viendo le llorar, le compadecieron, y más de una vez paseó sus melancolías el noble alazán de la cuadra de monsieur . después vino el período de la cólera; se revolvió furioso contra la ingrata y el germano, y resonaron los campos con sus imprecaciones... a el fin la calma se enseñoreó de el turbado corazón, y se dijo a sí mismo que si no le había hecho promesa alguna, ni él ninguna oferta a , grande chiquillada era cobrar le cuentas que no debía. cogió de nuevo la azada y se encorvó sobre la tierra, cavando, cavando con rabia en busca de el escondido tesoro, para presentar se un día ante la ingrata y vengar se deslumbrando la.
ahora la forzada estancia en la casa de renovaba sus pesares, y creía escuchar el triquitraque de la máquina diligente, arrullo de sus sueños de enamorado precoz. puesto que lo de la gravedad de madama era pura engañifa, se marcharía a el día siguiente, antes que la casualidad o la cortesía le obligaran a afrontar la presencia de la olvidadiza chiquilla. con esta idea se acostó y se durmió profundamente.
pero cuando entró madama por la mañana trayendo le el chocolate y se enteró de su proyecto de fuga, poco faltó para que la robusta diestra, sin parar se en pelillos de bigote más o menos, le aplicara el contundente argumento de costumbre. ¡marchar se, recién llegado! ¿qué cuidados eran esos de la , que así le desvelaban? ¡no le había dado poco fuerte...! tenía de quedar se en la capital ocho días, lo menos, lo menos.
— eso es — protestó revolviendo se en la cama — ¿y qué va a decir monsieur ? ¿quién vigilará a los peones? ¿quién llevará las cuentas? mías, , exclusivamente mías. antes os quejabais de mí y me llamabais gandul: ahora que estoy aplicado a el trabajo, ¡pretendéis desviar me de mis obligaciones!
— bueno — contestó madama confusa —; que sea por tres días, nada más; en tres días no irán tus peones y tus cuentas a embrollar se tanto.
aún protestó , pero no halló medio de que cejara la hermana en la cariñosa insistencia de hospedar le en aquella casa, llena para él de tristes recuerdos. se vistió malhumorado, advirtió a los hermanos que no volvería hasta la hora de el almuerzo, por cumplir ciertos encargos de el patrón, y se echó a la calle, jurando se a sí mismo que no pondría los pies en la de las , así le ahorcaran.
tres años para la gran capital de el , equivalen a tres siglos para las soñolientas ciudades mediterráneas, de tal suerte el progreso la transforma y hermosea, a ojos vistas, como el maravilloso espectáculo de un calidoscopio: a le pareció más grande aún y más populosa; el bullir comercial más intenso; donde estaba la casuca humilde vio palacio soberbio; el que fue sauzal abandonado en bonito paseo convertido, y en ancha calle la calleja, en plaza la plazuela, y todo tan revuelto de el revés, que se pasmaba; no era su magín propio para filosofías, ni sus estudios, que no pasaron de los primarios, le consentían otra reflexión que abrir boca tamaña, sin acertar a explicar se ni buscar tampoco la explicación de aquel fenómeno, que así metamorfoseaba cosas y personas por arte de encantamiento. ¿qué genio era éste, a soplo poderoso él mismo se sentía otro de aquel muchacho pervertido de la aldea, y que por dentro y por fuera todo lo embellecía, lo iluminaba, lo engrandecía, despertando la esperanza, lisonjeando la ambición, ahuyentando las sombras de lo porvenir?
anduvo a el azar, y en cada esquina se paraba por ver algo nuevo que no recordaba haber visto: le empujaban las gentes atareadas, las mujeres hermosas le marcaban y le ensordecía el estrépito de carros y tranvías, a él, que, cada vez que de la iba a el , la ciudad santafecina se le figuraba remedo y casi casi rival de . se burlaba de su sandez y torturaba el magín por alcanzar a comprender este milagro de el progreso, que de tan mágica manera lo cambiaba todo, cosas y personas, y lo mismo de una vieja casuca hacía un palacio, que de una planchadora una señora. ¡qué esta! lo que decía , y que él recordaba, relativamente a aquellas mutaciones casi teatrales, era lo mismo o algo parecido a lo que le oyó en muchas ocasiones a el difunto señor catedrático.
en esto dio de narices, vagando por la calle de la , en una muestra muy grande, de bronce, pegada a la pared exterior de una tienda donde pintores y papelistas daban los últimos toques, la cual muestra con letras negras decía: barbado y . miró tembloroso hacia arriba y en el tablero de el frente leyó: a la ciudad de ... dos manazas de latón, pintadas de rojo, se balanceaban a el extremo de los respectivos garfios. era la nueva guantería de los , que, en pleno progreso también, agrandaban su comercio.
se alejó , suspirando, con deseo repentino de ver a la ingrata y echar la en cara su orgulloso desvío. porque, sin duda, la prosperidad era la causa principal de que consintiera en casar se con el socio de su padre. ¿qué atractivo, si no, tenía aquel tentón más frío que un carámbano? sospechaba que la prevenida andaba en el ajo, y que habría ayudado no poco en el tejido de la intriga... no discutió más dentro de sí mismo si le convenía o no le convenía ver a , y se dejó llevar de su deseo hasta la misma puerta de la antigua tienda; pero no entró, temeroso, avergonzado, colérico y triste, que todos estos afectos de el ánimo los sufría sin transición, parado delante de la vidriera, mirando, como un papamoscas, las enguantadas manos de cartón, y ya se ponía encarnado, ya pálido, ya se retorcía el bigotillo rabiosamente. deslizó furtiva ojeada a el interior y la descubrió, a ella, a ¡ay, , qué cambiada también, pero qué cambiada! y qué remonísima, con la trenza rubia prendida muy alto, que la daba cierto aire de mujercita seria, y una blusa de percal floreado; estaba sola, sentada detrás de el mostrador, y jugaba con un gatazo negro que encima se espatarraba, a el rayo de el sol de otoño que hacía resplandecer la tienda entera... ¡sola! mejor ocasión...
entró el mozo, algo cohibido, y se quitó el chambergo, no acertando a modular palabra. le reconoció a el punto, y alegremente se levantó, tendiendo le las manos:
— ¡ ! ¿tú aquí? ¿cuándo has venido? decía tu hermana que no querías venir, que nos habías olvidado; eso está muy mal, ¿sabes? ¡vaya, vaya, que has crecido, y has echado bigote!
— tú también — pronunció a el fin , sin soltar la mano de la muchacha —; tú también has crecido y te has puesto muy bonita, más bonita que antes.
sintió ella que le apretaba los dedos, y retiró la mano prontamente. ¿no había perdido la mala costumbre de estrujar se la? ¡qué borrico!
— a ver — repuso —, cuenta me, cuenta me; charlaremos un ratito, ahora que estoy desocupada. ya sé que te va muy bien, que pronto serás propietario... ¡a nosotros nos ayuda también! vamos a agrandar el comercio; en cuanto esté la sucursal de la calle terminada nos mudaremos, y con esta tienda quedará el tío , hermano de mi padre, que mandamos venir de . sienta te, ... ¡qué gusto tengo de ver te! sí, sí; ¿por qué lo dudas? has puesto una cara como diciendo: ¡a mí no me la pegas! pues sí, tengo mucho gusto; te advierto que yo no soy como tú, que olvidas a los buenos amigos. siempre pensaba: ¿qué hará? ¿qué no hará? ¿si vendrá pronto? por supuesto, que no nos harás visita de médico...
quisiera — dijo , con perversa intención —, quedar me por lo menos hasta el día de tu boda...
— ¿de mi boda? ¡que risa! ¡vaya una salida!
— ¿vas a negar que te casas?
— ¿yo? ¿con quién?
— con , el socio de tu padre; ¿crees que no me lo habían dicho?
— ¡con ! ¡ ! deja me que me ría: ¡ja, ja, ja!... pero ¿quién te ha dicho semejante disparate?
— me lo ha dicho , y todo el mundo lo sabe.
— ¡pues no es cierto! repito que no es cierto. estoy segura que a no se le ha pasado por la imaginación, y a mí tampoco. ¡qué tontería!
¿mentía o no mentía? no, no mentía; de tal modo la sinceridad se reflejaba en sus claros ojos azules. experimentó un alivio, un placer tan grandes... tendió sobre el mostrador la mano, hambrienta de coger la otra pequeñita, que huyó asustada, como el gatazo negro, y susurró palabras que apenas dejaba oír el estruendo de carros, vendedores y transeúntes.
— te creo, , porque tú no eres capaz de mentir. cuando me lo escribió , sentí una cosa, no sé, una sorpresa, un disgusto... porque yo... y no quería venir, seguro de que si me encontraba a el alemán acababa de pelar le, como a un pollo. valiente majadería la de haber pensado que tú... pero, ¿de dónde lo sacó ? ella no lo ha inventado, ciertamente. ¿sabes, , que después de lo que me has dicho, yo... siempre, siempre... sabes?
ella afectaba no comprender, y por evitar la tartamudez de el galán y la propia confusión, que la sacaba hermosos colores a la cara, dijo que todo era culpa de la mamá, a quien se le había puesto que el languidecía de amor; pero a ella, por estas cruces, de ninguna manera se lo demostró, ni ella consentiría que se lo demostrase, porque aun cuando reconocía y admiraba las excelentes cualidades de , no le tocaba a el corazón ni tanto así... besó los dos índices en cruz, y se rió de el otro, que de nuevo avanzaba la mano, más elocuente que su lengua, aturrullada y tropezando en cada sílaba; y como aquella se abría pedigüeña, la muchacha le dio un papirotazo:
— ¿te estarás quieto, babieca? tienes los dedos de acero y aprietas demasiado fuerte. ¡tonto! ¡pamplinoso! cuenta me, pues, lo que haces en tu colonia... ¡por supuesto, que me habrás traído muchas cosas buenas!
graciosamente, se reclinó sobre el mostrador para escuchar le, y , turbado, balbucía:
— ¿que qué hago en la colonia? pensar en ti, .
— ¡pues, si no haces más que eso, pronto llegaremos a ricos!
— también trabajo, ¡uy! ¡si vieras cómo! desde la madrugada hasta el anochecer. ya tengo mi buena pacotilla, y en unos añitos más seré dueño de unas tierras; mi majada aumenta, aumenta... mira, , entonces, como no haya alemanes que temer, yo... ¿sabes? tú... ¿me entiendes?
— ¿qué he de entender te, si parece que estás deletreando?
— ¡es que soy muy torpe para expresar me, y luego tú me mareas! porque estás muy bonita, más bonita que antes. ¿te acuerdas cuando bailabas peteneras y jugábamos en la huerta?
— ¿otra vez la mano? ¿te estarás quieto?
— bueno, la encerraré en el bolsillo para castigar la. decía... que estás muy bonita, y muy mujerona. y me parece que no te has vuelto orgullosa. porque yo me decía: ahora la señora princesa no querrá saber nada con el pobre , ni se acordará de el santo de su nombre.
— ya ves que sí me acuerdo, y que soy la misma, la misma. por lo menos, si a mí me escribieran que tú te casabas con una colona de aquellas, yo no lo creería, y sin embargo, tú te has tragado la papa de mi matrimonio ¡qué risa! de mi matrimonio con ese tan feo.
— sí, sí, pero...
no es que se atragantara también esta vez , sino que, en mala hora, penetró un cliente en la tienda, un mozalbete, pegajoso conquistador de oficio, que con el pretexto de comprar guantes, antes que el pedido por la boca dulzona, echó media docena de miraditas cargadas de fluido amoroso, bastante para derretir los mismos témpanos de hielo y ablandar a el mismo diamante, remolineando el junco entre los dedos y el sombrero caído sobre la oreja, a lo truhán y captador de voluntades. hizo un gesto que significaba: — verás qué pronto le despacho... y de el estante más próximo cogió una caja de el envoltorio de franela y papel de seda, entresacó un par de guantes, miró el número, los abrió diestramente con la tijera de hueso, espolvoreó a cada uno, y fue a liar los para su entrega...
— si usted tuviera la bondad de probar me los, señorita... dijo el mequetrefe.
, de mal talante, le hizo poner el codo sobre la dura almohadilla de pana, abrir la mano, estirar los dedos, y ligeramente le calzó el guante. él, enardecido por la negligente postura, la proximidad y el manoseo, en voz baja la decía tonterías, muy meloso, cada vez más pesado... y , hecho un toro, recorría la tienda, de el mostrador a el umbral, mordiendo se los bigotes, con ganas de dar le a probar a el otro, ya que las probaturas le agradaban, la fuerza de sus puños. felizmente terminó el ensayo, entregó el paquete la muchacha, y pagó y se despidió el mozuelo, llevando la firme convicción que dejaba a la linda guantera traspasada.
— no me parece bien — resolló — que te prestes a estas exigencias desvergonzadas. ¿por qué no baja tu madre y lo hace? te digo que no está bien, no, y no. he tenido intenciones de dar le un guantazo. ¿no quería guantes? pues toma guantes.
— si es el oficio, — contestó sonriendo... — pero no vayas a creer que a mí me agrada; ya hemos convenido que en la otra tienda, ni mamá ni yo nos pondremos a el mostrador: se tomarán dos oficialas bonitas, porque la estética es lo primero, como dice papá. y yo estudiaré pintura, bordados y música; quiero aprender el piano como madama ; hacer me señorita también.
crujió una escalerilla interior; sonaron pasos; las máquinas, que no se veían, empezaron a machacar, sin duda porque las ocultas oficialas husmearon la presencia de la maestra; se abrió la cortina de yute encarnado de el fondo, y apareció , tan prendida y tan pulcra como siempre; la saludó con torpeza, pero ella no acababa de reconocer le, hasta que dijo:
— si es , mamá, el hermano de madama .
— ¡hola, ! — exclamó la de —. ¿de veras eres tú? ¡el diablo que te conozca, hijo! ¡ , qué hombrón! ven acá.
el joven estrechó respetuosamente la mano fina de , y por primera vez se acordó de preguntar por , por ...
— salió temprano a sus quehaceres — respondió la señora — y ahora mismo baja: está en el , y tan crecido como tú: a lo que parece, nos va a salir un doctor de muchas campanillas, ¡tiene un talentazo! y estudia por cuatro.
a el bullanguero triquitraque de las máquinas, salió alegremente: era el mismo angelote hermoso de antaño, más alto, más recio, los bucles recortados, el sello de varonil seriedad más pronunciado, la voz ronca, de pollo que quiere gallear, y el aire desenvuelto de el niño que se siente hombre. traía un paquete de libros bajo el brazo, y a el presentar se en la tienda saludó, risueño:
— ¡buenos días!
— ¡mira quién está aquí! — anunció .
— ¿a que no le conoces? — dijo .
— ¿cómo no? — exclamó —. es , el de la calle de .
y corrió a abrazar le alegremente, ensenando le sus libros donde, con ansia de sediento, bebía a grandes sorbos la ciencia; y como el reloj de la sobrepuerta diera las nueve, no se entretuvo más en preguntas, que a fe le interesaban bastante, y se despidió diciendo que ya se verían por la tarde, pues tenían que contar se muchas cosas después de el largo tiempo de ausencia; era la hora de clase y no podía detener se. salió a escape, y dejó correr así la baba de su cariño maternal:
— ¿qué te parece, ? lo mismo ocurre todos los días; a veces no toma el desayuno, y la hora de clase le sorprende sobre los libros. cuando vuelve, otra vez a abrir los libros... se acuesta a las tantas, estudiando hasta que se cae de sueño. y como no me da la gana que vaya a enfermar se, los domingos le escondo sus librotes y le echo a la calle para que se distraiga un poco. es el primero de el curso, y en cada examen saca un diez como un templo. bien que aquel pobre señor le llamaba en latín delicia humana o cosa así, y le comparaba a cierto emperador de no sé dónde, tan estudioso y bueno como .
no acabó de pronunciar el nombre de , cuando bajando de un landó a la puerta, entraron en la tienda dos damas, tan parecidas la una a la otra, que de seguro eran gemelas; la una, sobrada de carnes y vestida de color, la otra, más delgada, llevando riguroso luto a la francesa, es decir, que en vez de tocar se con el feo mantón de merino, traía capota de crespón, suelto el largo lazo hasta la orla de la falda. alborotaron se, a el ver las, y , y se arrinconó por no estorbar, brotando le fuego de las mejillas ante el miedo de que las señoras, que había reconocido sin trabajo, se fijaran en él y no supiera saludar las con la cortesía debida.
— bienvenidas, señoras mías — dijo la cumplida —; dignen se ustedes tomar asiento. siempre protegiendo ustedes la casa de esta servidora.
— ¡hola, ! ¿cómo estás? — decía la de color —. ¿cómo está usted, ? sí, sí, ya sabe usted que y yo le hemos hecho a usted una propaganda... a ver, hija mía, muestra me guantes claros, ya sabes mi número.
y mientras la chica revolvía cajas y paquetes, misia , sentada junto a el mostrador, hablaba con , lisonjeando el oído con el dulce timbre de su voz. el luto hacía resaltar de tal modo su belleza severa, que dijera se, antes de restar la encantos, añadían nuevos los años, porque era mayor el brillo de los ojos y la esbeltez de el talle y la gracia de la sonrisa; luego, la soledad de la viudez había madurado aquella facultad suya pasmosa de la reflexión, prestando la saborete de pesimismo, que se advertía de seguida en su conversación y en los suspiros con que la subrayaba. decía que si a misia le daba la gana de coger la pluma, dejaría a la misma tamañita; pero ella, sólo de oír lo, sonreía, mirando a la bulliciosa hermana de la manera con que sabía imponer la silencio, cuando la lengua se le iba tras de la broma sin medida. ¡esta tenía unas cosas! no decía también que...
— no la dé usted cuerda, — exclamó la de volviendo se con picaresco ademán — que se pondrá insoportable. a estas viudas lloronas les hace falta marido, sí señor. pregunte le usted si no se lo vengo predicando, pero como si predicase en desierto. siempre encerrada, siempre de luto, con lágrimas y soponcios... ¿ , señora, que la carne encerrada huele? sin embargo, no hay medio de sacar la a que tome aire. han empezado ya las tertulias en casa de y de , que son relaciones nuestras, y no quiere ir; , la de , nos ha invitado a su gran baile de mayo, y no quiere ir: tendré que ir sola y daré por excusa que mi hermana está tonta. ¿le parece a usted?
— ¡por , ! — suplicó misia con severidad.
a la de le pareció oportuno intervenir en favor de la que fue su amable patrona, y apuntó discretamente que si hay maridos que nunca se llorarán bastante y son irreemplazables, ninguno como el difunto ( que esté en gloria ); y atropelladamente, dijo:
— pues estoy segura que él mismo se lo había de aconsejar.
lo que hizo reír a todos, y a la propia misia con tanta gana, que se ahogaba.
— ¡vaya, que he dicho un disparate — repuso —; pero bien dicho está, puesto que te he hecho reír, mujer. mira, ¿te gusta este color? yo me muero por el patito, y como han dado en que no es de moda...
¿a el través de la cortina de yute, por la puerta de la calle o debajo de alguna trampa oculta, salió ? de repente apareció, en efecto, el en la tienda, de tal modo parecido a su egregio tocayo, gracias a los años corridos ( aunque no pasaría de los treinta y cinco ), y de las preocupaciones cuya clave creía poseer, que no se despintaba: la cabeza pelona con los tres pelos clásicos de punta, las cejas enmarañadas, avejigados los ojos, erizados los bigotes, era vivo retrato de el otro y no faltó acierto a cuando le echó el apodo encima. saludó amablemente, y se acercó a misia , quedando plantado delante de ella, con sonrisa indefinible en los labios, que descubrían los enormes y blanquísimos dientes.
— ¡señor canciller de hielo, digo, señor ! — exclamó , la burlona —; conque se adelanta, ¿eh? sucursal en la calle , espejitos, terciopelos y demás etcéteras de lujo. no pierden ustedes el tiempo, los extranjeros, por estos barrios americanos.
— ¡oh! ¡no, francamente, no! — respondió gravemente .
y terciando en la conversación , mientras la señora de se distraía en las picardigüelas de el gatazo negro, empeñado en cazar los átomos brillantes que pululaban dentro de el rayo de sol, , con el paquete de compras en la mano, se despepitó a su gusto, charla que charla...
el olvidado , desde su rincón, no perdía sílaba ni movimiento, hosco y silencioso, porque la presencia de el germano despertó sus celos dormidos: le observaba con desconfianza, y fuera torpeza suya, fuera que en los vidriosos ojos de ninguna sensación se reflejara, nada traslucía que diera peso a su sospecha. distraído él también con las monerías de el gatazo, plantado junto a misia , dejaba oír un murmullo ronco, de risa comprimida, a cada salto de el animalito, y dirigía a la dama un comentario mudo, que sin duda quería decir: — «¿ha visto usted qué listo es y qué picarón?...» pero que no conseguía expresar lo: tan tiesa, como hecha de cartón — piedra, era su fisonomía. la dama alargaba la punta de la sombrilla, la asaltaba el gato, la retiraba ella deprisa, y se reían los dos, misia con desgana, de aquella manera semejante a un ronquido. aunque fuese observador más penetrante, no le ofreciera la cubierta teutónica resquicio por donde colar se a descubrir sus secretos; ¿qué hilo habría logrado coger la sagaz para suponer lo que decía? se volvieron los ojos suspicaces hacia quien tenía el alma entera en los suyos, y ante la serenidad y la limpidez de sus pupilas, los celillos poco a poco se adormecían.
, colgada de la pintoresca cháchara de , mostraba los dientes menudos, aplaudía, y ni una sola vez, ni una sola ( cuidado, que el mismo lo garantizaba ), se le corrió la mirada de el lado de , ni tampoco a de el lado de . después de esta inspección disimulada y concienzuda, el mancebo, ufano, se miró en el cristal de la ruin anaquelería, arregló los lazos de el pañolito de seda y carraspeó, canto de gallo soberbio que celebra su victoria.
entonces le descubrió misia , y levantando se, le obligó a salir a la luz, hecho un ovillo de puro avergonzado, que no es el campo escuela propia de la cortesía, y así como tuesta la piel, encoge el ánimo y hace rudas las maneras; le tenía cogido de la mano la hermosa viuda y le mostraba a la reunión, admirada de el desarrollo de aquel retoño normando que a su puerta echó el viento un día que la felicidad reinaba en la casa. ¿se acuerdan ustedes? ¡qué tiempos! ¡y cómo ha cambiado todo! con la infinita tristeza de que impregnaba cada palabra suya, agregó misia que ya sabía, por los hermanos, que la transformación era completa, lo más completa que pudiera desear se, ofreciendo le un ramillete de buenos consejos, que el mozo, corrido, aceptaba, balbuceando las gracias. a todo esto, no le soltaba la mano misia , como acostumbrada a tratar le de niño, y atreviendo se a levantar los ojos, creyó ver una cosa muy rara: que aquellos vidriados de , que parecían de ordinario sin vida, fulguraban con extraña luz, y en la viuda, bañaba toda en el rayo de sol, se fijaban y en él, pestañeando, chisporroteo de la lumbre que desbordaba por las cuencas. era la misma mirada conocida de las ocasiones que, allá en el zaquizamí de la calle de , le sorprendió el germano escurriendo se le las uñas tras de el álbum de sellos o de una baratija cualquiera, cuando su vergonzosa manía le avasallaba; y, por instintivo ademán, se libró de la presión de la mano aristocrática, como si le pillaran en flagrante delito de apoderar se de lo ajeno.
por tres veces, había dicho: — ¿vamos?... y otras tantas se volvía a dar nueva puntadita con .
— sí, sí, la verdad es que estos muchachos, con hacer se hombres, nos hacen viejas a la fuerza. ¡viera usted los míos cómo están...!
preguntó por , el cual, según su mujer, estaba de reunión de compatriotas, con motivo de las últimas inundaciones que habían afligido a : se iniciarían subscripciones, se organizarían beneficios y se haría todo lo posible por ayudar a remediar las: ¡ay! el corazón de el emigrado no olvida a la madre patria, y llora sus desventuras, y celebra sus alegrías, que no es la ausencia motivo de despego, antes poderoso acicate de el filial afecto. ella le había dicho: — que te subscribas por una buena cantidad... y él asintió con la cabeza, dando a entender que holgaba toda recomendación. la de asentía también con rápidos movimientos de pájaro: — sí, ya lo creo... y picoteaba el tema, le dejaba y buscaba otro, y se entretenía contestando: — ya voy... a cada ¿acabarás? impaciente de la hermana.
resignada, misia se había sentado de nuevo, y mientras con la punta de la sombrilla atraía y hacía huir a el gatazo juguetón, hablaba con ; y desde su rincón, donde la timidez le mantenía clavado, le pareció a el curioso que no solamente los ojos de el echaban lumbre, sino la cara toda, como si tuviera bajo las narices un buen jarro de cerveza. lo que bajo sus narices aparecía, y no a grande distancia, porque él, apoyado en el mostrador, se inclinaba, era el rostro moreno y encantador de la viuda de , coronado por la diadema de cabellos negrísimos, entretejida de algunos hilos de plata, y la capota de crespón, en cuya cúspide abría sus alas una mariposa de reluciente azabache; y sin duda, el vaho gratísimo de la hermosura subía a cosquillear el olfato de el hombre de piedra, avivando su sangre y sacudiendo sus nervios. porque entre el cotorreo de y las dos , la voz plácida de misia pronunciaba frases indiferentes y trilladas vulgaridades la campanuda de ; luego no era el sostenido diálogo, o, mejor dicho, el tema que debatían, lo que transfiguraba la muerta fisonomía de el germano. ¿qué era entonces?
poco le importaba a el averiguar lo. le importaba más atraer a su lado a , y a falta de sombrilla con que llamar la como a el gato, disimuladamente hizo bailar los dedos sobre el mostrador; ella se volvió, y vino sonriente:
— ¿qué quieres? ¿te vas?
— no sé — cuchicheó él —; me dan ganas de ir me, porque no nos dejan hablar, y yo necesito decir te muchas, muchas cosas.
— ¿qué cosas?
— mira, primero, que me he convencido que eso de el es un grandísimo disparate.
— bueno, ¿y qué? si no te hubieras convencido, seguiría siendo tan disparate como antes.
— continúo... ¿no nos oye tu madre?... segundo, que no pienso volver a la en ocho días, y que en estos ocho días espero ver te ochenta veces.
— ¡hombre! no podrán ser tantas...
— yo vendré aquí, y tú irás a casa. ¿no tienen ustedes costumbre de ir los domingos por la noche? bueno; y tercero y principal, ¡que estoy muy contento, pero muy contento!
— ¡anda, zonzo! — exclamó ella, pronta la mano para castigar el avance de la otra insolente, que se alargaba a hurtadillas.
pero el enojo no parecía serio, porque le decía, entre tanto, que ya la vería vestida de princesa, con el traje nuevo de seda y un sombrero de castor que daba el opio. ¿qué se creía entonces? ¿que andaba pingajosa como en la calle de ?
— con tal que el orgullo no se te suba a la cabeza, — murmuró celoso —, o la trastorne a tu madre y se empeñe en casar te con un doctor, ¡que sor los títulos de acá!
— basta con un doctor en la casa — dijo ella, riendo —; ya tenemos a , ¿a qué más doctores?
entraron otros parroquianos, y las dos señoras se despidieron a el fin, escoltando las hasta el carruaje, cuya portezuela abrió y cerró luego cortésmente. resonaba la calle con el trompeteo de los tranvías, y entre el revuelto enjambre de coches y carromatos, se perdió el landó. , desde el umbral, bajo el toldo que le abrigaba de el sol, le siguió con los ojos pensativos... seguidamente se rascó la calva, acarició a los tres confidentes de sus reflexiones, y penetró en la tienda, a tiempo que salía, y por mirar a , en una última ojeada de adiós, daba con él un encontronazo.
— usted dispense — dijo el joven excusando se.
salió a la acera, y antes de alejar se vio como desaparecía el teutón detrás de la cortina de yute. marchó entonces alegremente, vibrante el alma de amor y de esperanza. llegó a su casa, y madama , que le espiaba, le persiguió hasta su cuarto:
— ¿qué? ¿vienes a preparar la maleta de regreso?
— no. ¿no te he prometido que me quedaría dos días? pues me quedaré ocho, y te prometo venir de visita con más frecuencia.
— ¿y monsieur ? — preguntó asombrada madama .
— que espere sentado...
suele ser para las madres el corazón de una hija, libro puesto de el revés, cuyas letras, claras y corrientes, parecen signos de una lengua extraña; para era el de arca cerrada con siete llaves, y eso que en los serenos ojos de la muchacha el candor y la sinceridad, como palomas en el nido, se cobijaban a la sombra de sus crespas pestañas. desde el trasplante a la calle de las , y consiguiente cambio de humor de , dio la madre en el tema que los síntomas parecían amorosos de necesidad, y, acentuando se éstos a medida de el correr de los días, imaginó aquello de el pedazo de hielo colocado cerca a el fuego, el frígido teutón derritiendo se a el calor de la juvenil belleza de su hija, sin que prestara fundamento a este mal supuesto otra cosa que las apuntadas genialidades de el ; palique sospechoso, micacitas elocuentes, nada, en fin, de lo que forma la salsa de la intriga de amor, pudo pescar la vigilante señora, y no porque las oportunidades escasearan, pues los dos vivían bajo el mismo techo; pero, a pesar de las risas de y la reserva de , seguía en sus trece:
— que está enamorado, no hay duda. ¿de quién? ¡abre los ojos, ! no sea cosa...
por más alerta que estaba, no vio sino lo que había visto: en las horas de comer, los bigotes de metidos en el plato, y cuando andaba por la tienda, en las rarísimas ocasiones que dejaba el despachito junto a el obrador y sus libros comerciales, apenas sí dirigía la palabra a la chica. , encariñada con su sospecha, atribuía a exceso de respeto esta conducta, y la verdad sea dicha: respetuoso era en grado superlativo, que cerca de sí tenía cuatro hembras de buen trapío, dando le a el pedal de las máquinas de la mañanita a la noche, y ni para contestar las los buenos días las miraba.
ejemplar como esta, forzosamente había de conquistar las simpatías de la señora, aseguradas ya por otras virtudes no menos estimables, que hacían de el un modelo de varones. aun cuando la de se daba el pisto que ustedes saben, respecto a sus extraordinarias grandezas fenecidas, y el camino de la prosperidad, emprendido felizmente, descubriera a su vista horizontes quizá más brillantes que los que en creyó obscurecidos para siempre, su buen sentido la indicaba que, llegado el caso de escoger esposo para , valía más hombre salido de la nada, criado a los pechos de la pobreza, educado en la escuela de el trabajo, que doctorcito de babero, pura linfa, poco seso, malos vicios y ninguna hacienda.
sería para la niña apoyo y guía en la vida, el mejor de los maridos que una madre celosa puede apetecer.
tales ideas y secretas esperanzas alimentaba ; y como los síntomas enfermizos de el germano continuaban, a pesar de timideces y reservas propias, a no dudar lo, de un carácter sombrío y meticuloso, fue para ella echar le sobre la cabeza un jarro de agua fría la noticia de que se negaba a vivir con la familia en la nueva casa de la calle .
el tragajotas, como le llamaba picarescamente , a causa de las haches aspiradas que abundan en su lengua y su pronunciación marcadísima, lo comunicó de sobremesa, con gravedad solemne, y a los por qué de y de todos los , que le querían de veras, opuso desabridos nain, y absoluto silencio. luego manifestó que había alquilado un cuarto de soltero en la calle de , en casa donde admitían hombres solos, y suplicó a que le alhajara a su gusto, y proveyese de todo lo necesario, sin parar se en gasto de más o de menos; y se prestó a ello, pero con mucho desagrado, pues la deserción de el le olía así como a calabazas de su hija, y por averiguar lo la interrogó severamente, la amenazó, llamando la coquetuela... la chica se encogió de hombros y se rió con gana: ¡qué empeño mostraba la madre en que el señor había de decir le algo! si no se lo había dicho, ni ahora, ni antes, ni nunca; estuviera disgustado o no, ella no tenía la culpa, porque le trataba siempre con el respeto y afecto merecidos. caviló profundamente, y se dijo para su rodete:
— ¡pues, señor, no lo entiendo!
llegaron, entre tanto, los esperados hermanos de , los que debían quedar a el frente de la tienda vieja: el uno, , causante principal de la ruina de la familia, según , aquel que ya vino por estas tierras en sus mocedades y se volvió renegando de que no encontrara quien le pusiera la sopa en la boca, un hombrón tan largo y anguloso como , con unas barbazas lo menos de diez pulgadas, heredero legítimo de el símbolo de el apellido; la otra, , su mujer, que parecía hecha de alambres y pergamino, enfermiza, suspirona y de tan poca disposición para lo útil, como apta para lo que se entiende por coquetería femenina: es decir, que no sabía espumar el puchero, ni zurcir una media, pero a poner se almidón y rizar se el pelo a la misma cuñada la daba punto y raya. pareja igual no se encontraba, ni de encargo: a no se le caía el cigarrillo de la boca, y a la tenacilla de la mano, y tumbados los dos generalmente, el uno por holgazanería nativa, y la otra por supuestas dolamas, ambos pedían, pedían y pedían lo que no sabían ganar se, con andaluza melosidad y persistencia de mendigos hambrientos. cansados de sus cartas lastimosas, los de acá pensaron que, acaso dando les todo hecho, la tienda con sus enseres, las habitaciones con el menaje completo, listas las aprendizas, la máquina a punto de funcionar, en fin, algún partido podría sacar se de los parientes, y les llamaron cuando la oportunidad llegó de agrandar el comercio; el contestó a vuelta de correo, que ya sabían que él no estaba para muchos trajines y que la salud de su , a dos dedos de el sepulcro la pobrecita, no la permitía pesadas tareas: que si lo de la tienda era trabajo liviano, llevadero, quizá se atrevieran a pasar el gran charco, aunque ( y esto subrayado ), preferirían antes una mesadita fija, para alivio de su triste situación.
, impaciente, mandó su ultimatum en esta forma: «o se vienen ustedes de seguida, o no huelen un centavo de mi bolsillo. ahí va el importe de los pasajes...» y se vinieron, por temor que les limpiaran el comedero, llegando molidos ambos, con flojedad en los músculos , y con jaqueca; les mostraron su nuevo hogar los hermanos, les explicaron los escasos quehaceres que les incumbían y las condiciones impuestas, verdaderamente livianas, y todo lo recapituló de esta manera:
— ya veis que es bien poca cosa: los gastos se pagarán con los beneficios de el comercio, y si hubiese pérdidas, que no ha de haber las con una buena administración, se cargarán a mi cuenta. además, tendréis el veinte por ciento de las ganancias. ¿qué tal? sólo por vigilar la tienda, despachar en el mostrador y llevar los libros.
pegada a el labio inferior la asquerosa colilla, contestaba con gruñidos y no de satisfacción, y fruncía el gesto soltando hondos suspiros y lamentaciones, en que sorbía las erres y eses finales y vestía de zetas a todas las ces con que tropezaba:
— ¡ay, ! ¡bien te lo decía yo, : si vamos a ha de ser para trabajar! y nosotros no estamos para trabajar... ¡ ! ¡todo esto quieren ustedes que hagamos! ¿ves, ? ¡bien te lo decía yo!
¿y qué pretendéis entonces? — saltó quemada —; lo que yo os digo es que sois unos grandísimos gandulazos, y que si no os sacudís la morriña, no habrá ni esto para el cocido.
— esto me faltaba, — clamó —. ¿has oído, ? ahora nos insulta. ¡ ! ¡y por qué habremos venido! ¡qué desgraciaditos somos!
seguramente, que de no intervenir , su mujer le zurra la badana a los cuñados, y en la tienda estalla el gran escándalo. en suma, que dejaron a éstos instalados en la calle de las , se mudaron ellos a la de y se separó para ir a vivir en su cuarto de soltero, agradablemente preparado por .
pusieron la nueva tienda con lujo: la vidriera aparecía tapizada de terciopelo de lana carmesí, rodeada de una cortinilla de la misma tela, que en bonitos pliegues colgaba de una barra de bronce dorado, y una lámpara de cristal, llena de caireles y lagrimones, le daba hermosa luz de gas por la noche; eran de roble la anaquelería y el mostrador, y el piso estaba untado de cera y nogalina. había dos sofás, también de terciopelo, y dos espejos cuadrilongos de marco dorado, si no de talla, de pasta fina. el obrador ofrecía suficiente cabida hasta para ocho oficialas... pero, donde el lujo adquiría mayor realce, era en las habitaciones altas, destinadas a la familia, revestidas todas con bonitos papeles, recién entarimadas, amuebladas de nuevo: la alcoba matrimonial; la de , azul y color de rosa; la de ; el despacho de , con una librería que cogía el testero principal; el comedor, llenas las paredes de platos raros y bodegones a el óleo, y la sala, una salita resplandeciente, en que el mismo sofá de el copete famoso no se echaba de menos. también tenían un saloncito de música, vestido de percal , el techo de rizado algodón celeste y en el centro, pendiente de ancha cinta azul, un angelote de escayola dorada con purpurina, abiertos abanicos y pantallas en los muros, un piano de alquiler, un clarinete y la guitarra inseparable.
no se atrevía a decir que mejor aún fue la de , de eterna recordación; y madama , en la primer visita, sintió los picotazos de la envidia e hizo propósito de mudar se de casa oportunamente, porque la promiscuidad en que vivía comenzaba a parecer la de mal tono.
con ser la de los de estas coloniales que por milagro se conservan en la aristocrática vía, una de sus mayores ventajas era la de poseer un terrado, que bien pronto llenó de tiestos y de todas las exquisitas variedades de el jazmín, desde el diminuto de el hasta el soberbio de el y la delicada dia me la indígena; ayudado de , el mismo armó un cenador, con una mesa rústica y sitiales hechos de retorcidas ramas, rodeando le de santarritas y pasionarias, que en verano le cubrieron de sombra, de flores y de frescura, y fue el sitio predilecto de reunión de la familia, que subía a aspirar el aire y a recrear se con el animado espectáculo de el tránsito callejero, de noche extraordinario, a la luz de los focos eléctricos y de las vidrieras deslumbradoras...
aunque la sucursal de la calle de las les preocupaba más que si forzados estuvieran a atender la personalmente, pues iban a pasar requisa cada día, y ya encontraban ausente a y tumbada a , con parches de sebo en las sienes, o ya a el cuñado fumando su cigarrillo en la trastienda y confiado el despacho a el dependiente; dueño de sí , con alientos mayores que la holgura le prestaba, pudo ensayar aquellos proyectos grandiosos, causa de fiebres y de insomnios, con que contaba redondear de un solo golpe la naciente fortuna. primero, a medias con , se metió de cabeza en una especulación de terrenos; y todas sus energías, centuplicadas gracias a el ambiente benéfico, dedicó a la lucha en aquel estadio universal de el trabajo. pagados estaban los débitos de el y de los bigotes color de limón, y ningún plomo le pesaba en las alas, si no era la parsimonia de .
ésta, sin embargo, mucho había perdido de su virtud, o porque la experiencia calmara los arrebatos de , o porque el mismo , distraído con sus secretos pensamientos, no se cuidaba ya de hacer la valer, a el punto de que la alianza hispano — germánica llevaba trazas de disolver se en fecha más o menos remota. y no a causa de disensión, desavenencia ni nada que afecta a la amistad personal de los dos socios... en los primeros tiempos de la mudanza, la actitud de el fue idéntica a la que tantas sospechas y cavilaciones despertaba en : cumplía sus deberes cotidianos sin tilde ni retraso, hablaba poco en la mesa, entraba y se retiraba a su hora, y hasta mañana; después dijo que no le venía bien el comer en la tienda, y tomó pensión en una fonda cercana a la ... puso el grito en los oídos de , acusando la de que, por culpa de su desvío poco a poco iba ahuyentando a aquel hombre excelente y acabaría por arrojar le de la casa y de la sociedad. si le llamaba tragajotas, como , y se burlaba de sus tres pelos y hasta le arrojaba pelotillas en la calva, desvergüenzas que, aunque él las tomara a broma, no dejarían de hacer le mella. ¡un hombre como aquel! ¿dónde encontrar otro igual? estuviera o no delante , no se mordería la lengua para decir lo.
como la otra vez, la muchacha protestó, entre risas, de su inocencia. y la madre hubo de callar se, temiendo que sus imprudentes exabruptos descubrieran el recóndito deseo de entregar la manzana que en su hogar lozaneaba a el buen apetito de los largos colmillos teutónicos. pero la bomba tenía fatalmente que estallar, y estalló un día en el despacho de , ocupados éste y en una laboriosa liquidación de fin de mes.
— ¿sabe usted, mi buen — insinuó el alemán entre suma y resta — que voy a decir le algo que hace mucho tiempo quiero decir le, y de un día para otro lo he diferido, por consultar lo mejor con la almohada y madurar lo debidamente?
— diga usted, , diga usted — contestó , cerrando el libro mayor —, a fe que nos morimos todos de curiosidad por saber qué le pasa... porque a usted algo le pasa, o todos somos miopes.
a mí no me pasa nada — dijo secamente .
echó sobre los ojos la cortina de sus párpados, y repuso:
— , crea usted que lo que voy a proponer le no obedece a disgusto personal, ni siquiera a desconfianza en la buena marcha de nuestro comercio; a el contrario, pienso que la casa está asentada sobre bases sólidas, que su crédito es inmejorable, y de realizar se el acuerdo de destacar agentes en las provincias y más adelante abrir nueva sucursal en el y, si es posible, también en , la fábrica de guantes la ciudad de será la primera de la . pero, esto para mí representa larga y pacienzuda espera de esa fortuna con que todos soñamos; y como no me conviene esperar, por razones que a nadie le interesan, he resuelto separar me de la sociedad y hacer me corredor de .
se rascó la barbilla, hasta arañar se sin piedad, y a el acicate de sus uñas brotaron razones de este calibre: ¡impaciente él, , la prudencia en persona! ¡dejar lo cierto por lo dudoso! ¡arrojar se a el pozo ciego de la ! ¿no se acordaba ya de las tres caídas de el inglés y de los tiritos con que cada crack se celebra? quien va de prisa, pronto se desboca, o más pronto tropieza, o más fácilmente se cansa. ¡vamos! que los papeles se trocaban, y meter se a diablo predicador maldita la gracia que le hacía. , el seriote, el grave, el prudentísimo no hablaba de veras.
— ¡y tan de veras! — insistió el .
descorrió la cortina de los ojos, y miró fríamente a . éste, convencido, respondió, abriendo de nuevo el libro mayor:
— ¡sea, amigo ! cuando usted quiera...
la noticia dejó a sin gota de sangre en las venas, según confesión propia; la separación de no destruía solamente sus ilusiones, que esto, a el cabo, importaba poco, pues bodorrios amasados a el capricho ajeno, obra son de el diablo y no de personas con dos dedos de frente, como ella misma medía su buen razonar, y ya estaba persuadida que ni la una ni el otro sentían la misteriosa atracción que suelda por siempre dos voluntades; lo peor sería que, falto de el consejo bismarckiano, de aquella manea de su viveza andaluza, en el primer pantano atascara el carro, o le volcara a el menor tropezón. la liquidación se practicó sin dificultad, y se disolvió la sociedad amigablemente.
tan amigos quedaron los ex socios, que venía muchas veces a la tienda y subía a platicar con en su despacho; en el cuarto de se estaba también de cháchara, y hasta llegó algún domingo a quedar se a comer y pasar la velada en el cenador de la azotea. parecía más comunicativo y de mejor humor, pero nadie consiguió sonsacar le su secreto, empeñados todos en que lo guardaba y debía de ser de lo más curioso de el mundo.
solía decir que «no hay don precisos en el mundo»; y en verdad que la ausencia de no trajo entorpecimiento alguno, y el comercio siguió marchando tan guapamente. como el trabajo aumentaba, y , por causa de sus absorbentes estudios, no podía dedicar siquiera una migaja de tiempo a los libros de la casa, se tomó un dependiente, castellano, ducho en teneduría, y le pusieron en la planta baja, junto a el obrador, de manera que no estorbara su curiosidad ni le distrajera el tecleo de . también tomaron otra criada y un chico de recadista, que les servía a la mesa y vistieron a la moda británica, con chaquetilla corta y botonadura amarilla, pantalón ajustado y gorra de hule, el cual, en su calidad de groom, cumplía además la importante misión de cerrar y abrir la cancela a el paso de los parroquianos.
no tenían ya que bajar a la tienda, confiada a dos señoritas de buen ver, la madre y la hija, y llevaban una vida muy regalada. se ocupaba mucho de su persona, agotando todos los recursos de pastas y cosméticos para borrar de sus dedos los pinchazos delatores de la sufrida esclavitud junto a el pedal de la ; mas no por pagar a la coquetería el tributo que justo es que la conceda la hermosura, olvidaba de instruir se en aquellas artes con tanta propiedad llamadas de adorno, y tomaba lecciones de dibujo, de bordados, y también de francés y literatura, de una vieja institutriz, que la entretenía dos horas todos los días. la música se la enseñaba el padre: le sobraba espacio a para recordar sus antiguas aficiones, y exhumadas las polvorientas partituras de el arcón en que yacían, en poco tiempo aprendió la muchacha a descifrar las, y pudieron tocar a dúo, ella en el piano y él en el clarinete, su instrumento favorito, triste remembranza de aquel viejo compañero abandonado en el purgatorio de el gaditano; sesiones éstas gratísimas, en que se extasiaba dulcemente, llevando el compás con el pie, los ojos distraídos en el blando meneo de el angelote dorado.
por lo menos una vez cada dos meses, poco después de el almuerzo o poco antes de la comida, a hora que había de hallar reunida a la familia, entraba en la tienda y subía tímidamente la escalera interior, alguien que no pasaba adelante sin impetrar el permiso con emoción; generalmente, o le anunciaban, diciendo: — «¡hola, !...» y acudía, ruborizada, y en la curtida mano de el mozo dejaba temblando la suya. ávidamente, uno y otro se miraban con celosa desconfianza, espiando las señales de la metamorfosis que el soplo poderoso de aquel dios , incansable revolucionario, marcaba en sus fisonomías, como en cuanto les rodeaba; silenciosa expresión de temor de que la feliz mudanza a que ambos se hallaban sometidos, y de cuya gradación sentían los efectos, les cambiara también los sentimientos, y con la holgura se despertaran el orgullo y la ambición.
cogía de el brazo a , y le llevaba a su cuarto para mostrar le sus libros y sus cuadernos, sus colecciones de sellos, de insectos y de minerales: él también progresaba, crecía, poco a poco, en su adolescencia vigorosa, iba transformando se, el cuerpo como el espíritu, éste a medida que en las claras fuentes de el estudio apaciguaba su sed.
reflejo de su carácter, sistemáticamente ordenado, era la habitación, en que nada estaba fuera de su sitio y no había objeto que de futesa pudiera tachar se. en la reducida estantería de el fondo se arrimaban los libros de texto, manuales y compendios extraídos de el zumo de la ciencia, a manera de frascos de perfume en un tocador elegante; sobre la mesa de escribir, la carpeta de cuero, el tintero de vidrio, bien tapado para que no se secara la tinta, y plumas y papeles en sus cajas de cartón, con simetría alineadas; ningún cuadro en las paredes, a excepción de una bonita oleografía que a la cabecera de el lecho, entre las cortinas, destacaba sus vivos colores: un niño , de pelo ensortijado y carita de manzana, apretando contra el pecho desnudo una corona de espinas, que desgarraban la carnecita sonrosada: sus dulces ojos azules tenían aquella infinita tristeza que es reproche y a un tiempo reclamo... junto a el balcón, en una rinconera de pino, platos de diferentes tamaños, y, boca abajo, vasos y recipientes de cristal, destinados a aprisionar sabe qué bicharracos; y una caja de herborista; varios cartones cubiertos de mariposas, grandes, pequeñas, blancas, amarillas y multicolores, cruelmente atravesado el abdomen por largos alfileres; y preciosos insectos disecados, de reflejos metálicos, esmeraldas, rubíes y topacios de el reino animal; y un globo terráqueo, y un microscopio, y un encerado, y tubos y retortas: el laboratorio, en fin, de un pequeño sabio de quince años.
— este es el texto de , — decía , emocionado —; he empezado ya la y la . ¡qué bonitas son las dos! ¡qué experimentos se hacen en clase tan divertidos! luego yo los ensayo aquí, y aprendo más fácilmente: me basta con dar un repaso, y la lección se me queda grabada. ven a ver mis colecciones: desde tu última visita las he enriquecido mucho, porque los domingos nos vamos con dos compañeros a buscar ejemplares en los alrededores, y un cargador de el aserradero de suele traer me minerales de las sierras de el y de el , y hasta de , de los mismos .
abría una caja de latón y exponía su maravilloso contenido a los indiferentes ojos de el profano .
— ¡mira qué colores! ¡qué variedades! esto es cuarzo, esto ágata, esto lapizlázuli, esto cornalina... ven acá, que te gustará más mi colección de coleópteros y de lepidópteros. ¿sabes lo que son coleópteros? que forman un orden de la clase de los insectos y sufren una completa metamorfosis. las larvas que recogemos en nuestras excursiones las ponemos debajo de una campanita de cristal, y estudiamos las fases de la transformación: cómo cambian de color, se cristalizan, les nacen las alas y surge un día la mariposa. allí están en la rinconera... yo le digo a papá que nosotros somos coleópteros de clase superior, porque a mudanzas nadie nos gana. ¡desde que estábamos en la calle de , mira si hemos cambiado! ahora nos apuntan ya las alas: yo me las siento cosquillear en la espalda, y me vienen ímpetus de remontar me en los aires con mi bonete de doctor... acerca te; este es el vulgar bicho de parra: aquí le tienes, verdoso y hambriento, devorando cuantas hojas se le ponen; aquí parece un alfeñique color de caramelo; observa en este otro las rayitas negras de las alas... aquellos son los que llaman bombix de las moreras o gusanos de seda: tengo muy pocos, porque dan mucha guerra. los de aquella vasija son escarabajos, y éstos de la copa quebrada luciérnagas o linternas, que decimos nosotros. a cada uno, de burlas, le he puesto su nombre: aquel de la cabeza rechoncha, que ha entrado en el período de cristalización, es el ; este es papá; aquella crisálida en estado avanzado es el señor ; este comilón, que se da tanta prisa por hacer se mariposa eres tú, y el pequeñito bombix de arriba soy yo, que antes de envolver me en mi capullo ¡necesito echar más baba por la boca, ! esta es madama : ha hecho su evolución completa, y la he clavado en el cartón de las mariposas; ¡qué lindos colores tiene!, ¿verdad? esta luciérnaga es . ni la tía ni el tío están en mi colección, porque no pertenecen a la clase de coleópteros superiores, sino a la de mamíferos, orden de los roedores, cuyo tipo principal es la marmota...
su gravedad a el decir tales disparates hacía reír a , y el doctorcito, como un catedrático de verdad, imitando el ademán y la entonación de el doctor , a quien escuchara tantas veces, reponía:
— ¡te burlas, porque eres un ganso, ! ¿qué has de aprender entre los animales de monsieur ? ¿acaso, como yo, te pasas las mañanas en el colgado de las palabras de el profesor, y la mitad de la noche sobre estos libros? ¿pues de qué me serviría todo esto, si no me despejara el entendimiento y viera lo que para los ignorantes como tú está encerrado en el misterio? ¿y si yo te lo pruebo, carambita? aquello de el rincón lo conocerás, sin duda: ¡pam — param — pam! mi caja, de lustrar, , que la guardo como oro en paño, con sus dos cepillos, el limpiabarros, la oblea de cera, el botecito de betún y los retazos de lana... ¿te acuerdas? ¡fue ayer y me parece que hace un siglo! bueno; ¿no era yo entonces una oruga, como la más fea de mi colección? y ahora, mira me bien, ¿me parezco en algo a el sucio limpiabotas? ( ¡limpiabotas! por cierto que ninguno de mis compañeros sabe que lo he sido... ) ¿me parezco, di? ¡claro que no! como no se parece un bicho de estos en sus tres períodos. yo estoy en el segundo: pasa me la mano por aquí y luego por acá: son el bozo y la barba, que me apuntan, . vamos, que si viviera aquel sabio señor , y le explicara yo mi teoría, no había de reir se. ¡mal que te pese, , eres un coleóptero, digno de mi colección, y todavía te hago mucho favor! en tu próxima visita, te verás clavado por la barriga y expuesto a la admiración pública, aunque protestes y patalees...
las carcajadas de atraían a y a , y decía :
— ¿con qué nuevo desatino nos sale ahora nuestro doctor? éste va a perder la chaveta, como : ya sabrás que nos ha convertido a todos en sabandijas y nos tiene presos en la rinconera, para estudiar nos con el microscopio los pelos de las patas, los cuernos y la trompa. ¡a el demonio no se le ocurre cosa semejante!
por supuesto que en la visita subsiguiente, inquiría con interés en qué vinieron a parar los reclusos de la rinconera; y el doctorcito le llevaba a su laboratorio, cogía un cartón de aquellos en que había mártir de la ciencia que retorcía aún dolorosamente las patas, estremecido por la agonía, y le señalaba triunfante:
— aquí tienes: evolución completa: el señor , una mariposa de las llamadas macaon, con sus bonitas bandas negras; la he clavado junto a madama . hacen una buena pareja, modelo en el género. es este mariposón tan feo, que da vueltas y saltos por arrancar se el alfiler: ha sacado más pelo que el que acostumbra a usar. pertenece a el género de las nocturnas... tú te ríes como un bobo. pues si le vieras a el de corredor de , más flamante, dando zancadas por aquellos alrededores que también fueron un día campo de mi lucrativa empresa, no dudarías, no, que haya hecho su evolución completa. en cuanto a ti, conforme mi pronóstico, has salido un coleóptero perfecto; aquí está tu cadáver, este escarabajo, ciervo volante que llaman: mira, ¡qué antenas y qué mandíbulas!