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— pues bien, esperaremos... — dijo el clérigo, en tono decisivo, dirigiendo se resueltamente a la sala, seguido de .
uno y otro entraron en el saloncito, y después de dejar en una silla próxima a la puerta capas y sombreros, se instalaron cómodamente en el estrado.
la criada, una muchacha de buen hablar, limpia, fresca y sonrosada, un si es no es modosita, saludó con ademán modesto y cortés, y se volvió a el jardincito enflorecido con las mil rosas de una primavera fecunda y siempre pródiga.
— dejemos en paz a los señores — dijo se — que, a juzgar por su llaneza, serán acaso, amigos, si no es que parientes, de los amos.
el clérigo y su compañero, repantigados en las mecedoras, no decían palabra, y se entretenían silenciosamente en examinar el recinto.
— ¡calor insufrible! — dijo el canónigo, secando se la frente y el cuello con amplio pañuelo de hierbas. — ¡ — repitió — como no había vuelto a sentir desde que salí de hace más de veinte años!
— ¡no sé — exclamó su amojamado interlocutor — cómo pueden vivir las gentes en esta ciudad, donde cuando no llueve agua, llueve fuego!...
— ¡no se queje usted, amigo !... temperatura más cálida tendrán a estas horas nuestros amigos. hoy habrán llegado a , y si hoy no desembarcan mañana saltarán a tierra; recibirán el mensaje que pusimos esta mañana, hablarán con el cura, a quien el señor arzobispo los ha recomendado, y a el día siguiente los tendremos aquí. los muchachos querrán llegar a horas después, pero mi compadre los obligará a detener se aquí unos tres o cuatro días. diré la misa de requiem en la capilla; comeremos acá con , con las niñas y con los muchachos: visitaremos con mi compadre a una media docena de viejos amigos, y en siguidita, a el tren!... ocho horas de ferrocarril, y cate se usted, señor , en su casa, y en nuestra diaria partida de tresillo.
— ¡dios lo haga, señor doctor! — contestó — ¡dios lo haga! ya no estoy en edad para estos viajes y para estos ajetreos... desde el año 56 no había yo vuelto a salir de la capital... y tenga usted por cierto que de allí no volveré a salir, como no sea para ir a el sepulcro, cuando me duerma yo en el , y, como lo tengo pedido, y me lo tiene prometido , me lleven a su hacienda de los para dar me cristiano enterramiento.
— el hombre pone... y dispone, ! dice la ...
— .. diga me usted — interrumpió , variando de tema, fijos los vivarachos ojuelos en un retrato a el óleo, obra de excelente artista y colocado arriba de el sofá — ¿es cierto que esta familia se encuentra en situación, precaria, a causa de no sé qué litigio ganado hace poco por un extranjero, y a causa también de viejos y amargos rencores de familia? parece, me han dicho, que la catástrofe vino a raíz de la muerte de , y durante la ausencia larguísima de .
— es verdad, amigo , es verdad; como es cierto que estas gentes no han querido acudir a mi compadre en demanda de auxilio y de segura salvación, — por de contado que ...
— sin duda; pero no echa en olvido ciertos disgustillos que por cuestiones e ideas políticas, separaron a su marido y a su cuñado. era testarudo como un aragonés; no desmiente su abolengo vizcaíno.. pero mi compadre ( usted le conoce ) ha estado, y está dispuesto a proteger y otorgar favor y ayuda a sus parientes. así me lo escribió desde , ha menos de seis meses, y a eso viene, y por eso no fue a a pasar la , y por eso, y con el objeto de allanar cualesquiera dificultades que se presenten, he venido yo por encargo de nuestro amigo; que para recibir le y ver le diez o veinte horas antes de su llegada a no era necesario el viaje que hemos hecho, corriendo mil peligros en el tren, ni pasar por esos cerros de y por esos puentes alzados hasta las nubes, ni faltar a el , ni tener que confiar a un compañero los sermones de el que he debido predicar ayer y hoy y el que debo predicar mañana en la , en y en .
— ¡sea para bien!
— es persona de carácter ( ya la conocerá usted ) es mujer expedita y de talento, y no me será fácil convencer la.
— ¡con la elocuencia de usted, señor doctor...!
— no habrá elocuencias que valgan! no me será fácil convencer la de que debe, por ella y por sus hijos, solicitar de mi compadre que está muy rico, como quien dice nadando en oro...
— ¡sí, señor doctor, podrido en pesos!
—... que debe apelar a su cuñado, que es generoso, y hasta manirroto, sí, manirroto, en demanda de ayuda. ya sabe usted que no se tienta el corazón para gastar el dinero. digan lo si no las obras de caridad que sostiene; el auxilio que desde hace más de veinte o treinta años ( y me quedo corto ) viene prestando a las iglesias pobres; diga lo si no el ese, levantado por él desde los cimientos...
— ¡ , señor doctor — exclamó, incorporando se de su asiento el de — don es un modelo de buenos cristianos! ¡mil veces lo he dicho! ¡mil veces! no por él se diría aquello de que para los opulentos suele estar cerrada la puerta de el .
el canónigo inclinó la cabeza en señal de asentimiento, se arregló el solideo, se compuso solemnemente el alzacuello con el índice y el medio de la diestra, y prosiguió:
— ¡a el fin persona de buena cuna! hombre de sólidos principios y de sanas ideas...
e interrumpiendo se un instante, y como atento a ruidos y voces que llegaban de el corredor, dijo:
— me parece que esas gentes llegaron ya.
oían se en el zaguán voces femeniles...
el canónigo y su compañero guardaron silencio. el clérigo se mecía dulcemente en su sillón; se preparaba a encender un purillo recortado, cuya aspereza y cuya palidez denunciaban la mala clase de el artículo y lo burdo de la hechura. el viejo inclinado hacia el lado derecho, en busca de la luz que entraba por la ventana, revolvía el cigarro entre los sarmentosos dedos, sin dar con la espira que indicaba la torcedura de la hoja, sin acertar con la línea de la pecosa capa.
dos lindas jóvenes, una alta y rubia, la otra baja y morena, sencilla y elegantemente vestidas, pasaron por el corredor hacia las habitaciones interiores. la segunda se apoyaba en el brazo de su compañera.
tras ellas apareció , la cual entró en la sala.
— ¡muy bien! ¡lindísimo! ¡ni un aviso con algún amigo, ni cuatro letritas por el correo, ni un telegrama! ¡muy bien, señor !
eso decía la dama, dirigiendo se hacia el estrado, a tiempo que el clérigo se adelantaba tendiendo los brazos para abrazar la — en ademán litúrgico — a la manera como el preste abraza a el diácono en las misas cantadas.
— ¡ ! ¡dolores! — repetía el canónigo —. siempre tan famosa y tan bien conservada! ¡por usted no pasan los años!
la señora ahogó un suspiro.
— pero vamos: — dijo el eclesiástico, presentando a su compañero — amigo : la señora de . el señor excelente caballero, el fundador de la hermandad de las “ ”, viejo amigo de , persona de excelentes prendas...
y cambiadas las frases de cortesía, sentó se la dama en el sofá, y los visitantes volvieron a sus sillones.
la señora repitió sus quejas.
— ¿por qué no avisar? ¡los habríamos hospedado acá con tanto gusto!... la casa es chica, pero no tanto que ustedes hubieran estado mal instalados. además: habríamos ido a recibir los a la estación. ¡vaya, señor doctor! ¿ya no somos amigos? si viviera no quedaría contento de usted... pero... ¡si no le perdono a usted esta manera de venir! yo... ¡siempre preguntando por usted; siempre informando me de su salud, y de todo!... y, a propósito, a propósito: mis felicitaciones, sí, mis felicitaciones por la canonjía. leímos la noticia en “la voz de ” y nos dio mucho gusto, y dije a las muchachas, ( ya verá usted, no tardarán en venir ) que era preciso mandar a usted nuestros parabienes era la encargada de escribir, porque con los muchachos no se cuenta, y la pobre ¿sabe usted la desgracia?
el canónigo hizo un ademán afirmativo.
— pero con tantas penas, con tantas amarguras, ¡ya sabrá usted! y luego la mudanza.. ¡mudar una casa en la cual nada se había movido durante tantos años, más de ochenta, según me contaba ; luego, el instalar se aquí; después, la enfermedad de , que el pobrecillo se vio a la muerte. y así fue pasando el tiempo no llegó el día en que escribiera. pero usted perdonará. ¡bien sabe cómo le queremos!
— sí, , — respondió el canónigo — mucho agradezco su cariño y sus recuerdos. el , a quien vemos por allá frecuentemenete, me ha llevado las memorias y saludos de ustedes. no bien llega, y te digo ¿qué dice ? me habla de ustedes y de todos los amigos. por él he sabido los cuidados y las amarguras de usted. de todo ello trataremos con la calma debida.
y variando de conversación prosiguió:
— pero. cómo he sentido el calor. sólo en le he sentido igual... y sabe usted que tienen una bonita casa..
— muy chica... — replicó la señora,
— ya lo veo; pero un lindo jardín. ya me fijé en él. muchas flores ¿eh?
— es el tiempo de ellas. ahora hay pocas.. las muchachas, en este mes, cortan rodas para mandar las a .
— bien hecho: ¡que engalanen los altares de la !
— si ustedes gustan iremos a el patio... para que vean cuanto tenemos, antes que obscurezca. probablemente a el señor le gustarán las flores.
— ¡sí, señora! — murmuró don. con la frialdad de un sordo a quien le alaban una pieza de música.
— pues, vamos, ... vamos a ver ese jardín famoso...
— ¿tomarán ustedes chocolate? mientras lo hacen veremos las flores... tenemos ahora magníficas rosas.
— ¿habrá dalias?
— en la otra casa llegamos a reunir una magnífica colección. aquí se nos han perdido muchas. pero no son flores de estos meses. ya en julio principian.
y todos se levantaron. en ese momento llegaban las señoritas.
una, morena, de gran belleza, y en quien la juventud hacía alarde de todos sus dones y de su exuberante opulencia, era conducida por su hermana, ciega desde antes de cumplir quince años, a consecuencia de no sabemos qué enfermedad que la ciencia supo vencer en la niña, pero sin lograr que la luz volviera a las pupilas de ésta, inclinaba la frente a el andar, y se encorvaba un poco, habituada a ir y venir en el interior de la casa, siempre a tientas y siempre apoyando se en las paredes o en los muebles. brillaba en aquellos ojos fulgor mortecino, pero eran grandes, rasgados, límpidos; negras las pupilas; los párpados vivos y orlados de largas y levantadas pestañas.
en su hermana, en la gentil , había la soberbia altivez de una estatua griega. , con palideces de lirio, de púrpura los labios, de flor de lino las pupilas había en ella cierta suprema majestad de princesa. parecía una piadosa que guiara no a un desventurado, sino a la más bella de las jóvenes tebanas cegada por la implacable crueldad de los dioses. en la rubia toda la dulce y regocijada hermosura de la azucena; en la morena la belleza ardiente de una centifolia abierta por el rocío, a el despuntar los albores de una mañana de mayo.
— ¡qué hermosas! — pensaba .
— ¡que lindas y qué grandes! — repetía el clérigo — ¡con razón nos hemos hecho viejos ¡quién las vio, como tú, de chiquillas, picarillas y traviesas!
— ¡margarita: chocolate para los señores!..
sonreía a el oír las frases joviales de el canónigo que hacían contraste con la sequedad y reserva de .
todos se dirigieron hacia el patio. apoyada en el brazo de ; el clérigo a el lado de ésta; en el opuesto, junto a la ceguezuela.
¡cuán espléndido se ocultaba el sol tras la colina de la ! ¡qué limpio y azul el cielo de ! ¡qué ardiente el celaje! ¡qué nubes aquellas que parecían inmóviles sobre la cima dorada de el !
— ¡qué grato frescor el de este patio! — dijo el sacerdote.
— ¡como que acaba de regarle! — respondió la dama —. ¡y vaya si le ha regado bien! vea usted... ha inundado algunas callejas... pero no teman ustedes la humedad.
la señora y la señorita se detuvieron; el clérigo y su amigo se adelantaron hacia el centro de el patio.
ardía el poniente. sobre la hermosa colina que limita y da sombra a la , el mejor paseo de la ciudad, declinaba el sol en una espléndida gloria de púrpura; se hundía como en un piélago de doble múrice, cuyo oleaje carminado se extendía impetuoso hacia las regiones de el norte.
el canónigo contempló breve rato las magnificencias de el flamígero crepúsculo, y llamando la atención de hacia la suprema hermosura de aquella puesta de sol, dijo le, haciendo un gesto:
— mañana tendremos sur... ¡buena música nos dará esta noche!
sonrieron las señoras, que se hallan detenido, y avanzaron hasta la fuente, en la cual parloteaban el chorro, y en cuyas aguas agitadas se revolvían asustados rojos y dorados ciprinos. la dama mostraba el simpático conjunto de el jardincito. mojaba sus dedos en el agua que había en el borde de la fuente.
— esta azalea — decía , señalando una caja arborífera — era la favorita de . los jardineros llamaban a esta planta “ ”. no es rara; pero aquí, en , florece ricamente, durante el invierno. es un encanto ver la. se cubre de flores niveas... cada corola luce en el fondo suaves tintas verdes...
y suspirando agregó:
— cuando murió el pobre , la planta estaba enflorecida, como si se hubiera adornado para despedir se de su dueño, y las niñas cortaron todas las flores, todas, e hicieron una corona...
humedecieron se los ojos de la dama. el clérigo se apresuró a interrumpir la:
— ¿y cuál es el nombre de esas hojas tan frescas y tan lindas, listadas de morado y también moradas por el revés?...
en aquel instante se acercó :
— ¿esas? ¡ah! son “calateas”. es una soberbia planta de sombra. es el mejor adorno de nuestras casas; pero es delicadísima: el frío la mata; los rayos de el sol la queman. vean ustedes mis flores preferidas. para papá las azaleas; para mamá las dalias. no gusta más que de las violetas; a mí me encantan las rosas... ahora hay pocas. en este mes, todas las mañanas, cortamos las flores abiertas en la noche y las mandamos a . vea usted, señor doctor.
la blonda doncella, seguida de el canónigo y de , fue deteniendo se frente a cada rosal.
había los de mil especies; a cual más bellos; desde los rastreros que se tienden como alcatifas en la tierra, hasta los más altivos y osados que trepan a las tapias, queriendo escapar se por los techos. la rosa centifolia lucía su falda sérica, pródiga de su aroma deleitable y místico; la blanca alardeaba de su opacidad butírica, y se desmayaba rendida a el peso de sus ramilletes; la “reina”, fina, aristocrática, sedienta de luz, ofrecía sus póculos incomparables; la “dorada” entreabría sus capullos pujantes y lucía sus cráteras olímpicas; la “ ” vivida y sangrienta era la nota ardiente de aquella sinfonía primaveral; la " té”, menuda y grácil, vibraba en haces sus botoncillos delicados; la musgosa rasgaba su envoltura de felpa glauca, como ansiosa de desplegar su nítida veste; la “ ”, sensual, voluptuosa, languidecía de amor; la “concha”, risueña y amable, extendía sobre la fuente sus ramos floribundos; la “duquesira” se empinaba para que vieran su ingenua elegancia, y la “triunfo de ”, láctea aquí, con bordes carminados allá, flamante a el morir, soltaba sus pétalos, orgullosa de sus miríficas, arcanas apariencias. en un ángulo, arrimada a el muro, protegida de las madreselvas embriagantes y de los jazmines de , crecía la singular “jalapeñita”, muy modesta con su túnica de gasa. cerca, cubriendo la tapia, alargaba sus tallos flexibles la trepadora mácula, y la femínea entrelazaba sus guías punzantes con las de su compañera jalde, y se deshacía en lluvia de hojuelas inodoras y mustias sobre el follaje obscuro de la rosamosqueta, riza y albeante.
se mostró cortés, siguiendo a la joven, pero insensible a tales bellezas. no así el canónigo que parecía embelesado en la conversación de y con las pompas de el jardín.
el chocolate estaba servido. así lo anunció , y en tanto que la rubia doncella cortaba rosas y hacía dos ramilletes para obsequiar con ellos a las visitas, en el corredor y cerca de la puerta de la sala, el doctor y su amigo gustaron de el excelente refrigerio: de el soconusco aromático, de los bollos incitantes y de los panecillos mantecados y suaves, todo servido en fina porcelana antigua, puestos los pocilios en virreinales mancerinas de plata.
— ¡qué lujos los tuyos! — exclamó el canónigo, metiendo en la jicara un bizcochuelo —. ¡mira qué ricos chirimbolos!
— ¡de los que ya son raros! — añadió .
— ¿a esto llama usted lujo, señor doctor?
— sí, ; lujo es éste, y lujo de el bueno, de el antiguo y serio; de aquél de nuestros abuelos que no se pagaban de oropeles y trampantojos. ¡ya de esto no hay! ¡ya es raro ver una mancerina! pero, en cambio, ¡qué de cacharros vistosos sin valor ni mérito!
el clérigo se deleitaba contemplando el rico plato, limpio y brillante.
— las mancerinas esas eran de los abuelos, o de los bisabuelos de , ¡qué sé yo! han pasado de padres a hijos... y crea me usted, señor doctor, crea me usted, las conservamos como un tesoro. rara vez salen, como no sea en casos y circunstancias como éstas.
se trataba de usted, y de el señor...
sonrió y dio las gracias con un ademán. el señor prorrumpió!
— ¡mucho te lo agradezco, ! ya verás, o verá usted, que no nos portamos mal, y que hacemos a tu chocolate los honores debidos...
— ¿y por qué — repuso la dama —, por qué a veces rae tutea usted y en otras me da. tan respetuoso tratamiento? ¡bien! ¡no escribir no avisar de la llegada, no poner ni un mensaje para que le esperásemos, y ahora tratar me de usted, cuando siempre me tuteó!
— tienes razón, hija, tienes razón. la falta de costumbre. ¿desde cuándo no nos veíamos? pues... ¡friolera! ¡desde hace más de treinta años, desde que pasé por aquí con el señor , desterrado como él...
cuando regresé vi a , sí, pero a ti no. estabas con tu padre en una hacienda. así me lo dijeron las . y di me: ¿viven todavía esas buenas señoras?
— sí, señor, viven; y muy fuertes y bien conservadas.
— si tenemos tiempo, ya las veremos...
— no están aquí ahora. están en . año a año pasan allí una temporada.
— bien; pues me las saludarás cariñosamente, ¡si supieras cuántos esfuerzos hice para que su hermano volviera a el buen camino! pero todo fue inútil. ¡dios haya tenido piedad de su alma!
apuraba el vaso de agua limpidísima, cuando llegó con sus ramilletes.
dio a cada cual el suyo, y en seguida, mientras jugaba con una rosa pálida, apoyó se en el respaldo de el mecedor ocupado por . acarició la dulcemente como a una chiquitina mimosa, y terminó por colocar entre los negros cabellos de la ceguezuela la hermosa y gallarda flor.
— volvamos a tus mancerinas. — dijo solemnemente el canónigo — conserva las cuidadosamente; ¡mira que ya de eso no hay, y que son precioso recuerdo de familia
— ¡bien que las cuido, señor doctor! — y añadió entristecida: — por cierto que en la enfermedad de estuve a punto de vender las... pero las niñas se opusieron a ello.
— sí — exclamó — yo dije que no; ¡que antes se vendieran otras cosas!
— yo tampoco quise... — murmuró plácidamente —. y tengan ustedes en cuenta que yo... ya no las veo, pero les tengo cariño. me conformo con tocar las. yo las guardo, y yo las cuido.
llamaban a la puerta. acudió ; un criado de el hotel venía en busca de el señor , para quien traía un mensaje,
— con permiso de ustedes... — dijo el clérigo, rompió la envoltura, y leyó en alta voz: — “viaje feliz —. prevenga familia. — mañana nos veremos. — iremos coche especial, en ordinario. — . — y agregó con acento afable y franco: — ya lo saben ustedes.
la dama hizo un gesto de contrariedad; permaneció impasible; sonrió, y se apresuró a decir:
— : tú y irán a recibir a mi tío. saludarán a todos de patre mía...
— ¡y tú también, chiquilla, tú también! — replicó el canónigo.
— no; me es penoso ir a sitios de gran concurrencia... usted comprenderá...
— sí, tienes razón criatura; pero irás a el hotel, a visitar a tus tíos y a tus primos. así lo desean.
— pero... — dijo .
— mujer: ¡no hay pero que valga! es necesario olvidar los viejos disgustos.. ya hablaremos tú y yo, largamente, como lo requiere el caso. ¡a qué temores! ¡a qué, siendo tan buena como eres, ese rencorcillo pertinaz! ¡ea! ¡como siempre!
— vea usted, señor doctor — replicó la señora —, si no han anunciado su venida; si en tantos años, jamás, ni a ni a mí nos escribieron; si cuando enviudé no se dignaron dar nos el pésame, si...
— ¡eh, señor ! ¡con el tenteempié despachado no le faltarán las fuerzas!... vaya se a ver a el , y vuelvan los dos por mí. en nos espera; no pierda usted el tiempo, y de pasadita visite a otros amigos: a que aquí reside actualmente; a los hijos de su primo de usted, , como le dice mi tocayo... yo me quedo a departir con . tenemos que arreglar importantes negocios.
— lamento, señor que no esté aquí alguno de los muchachos para que le acompañara. ¿conoce usted bien la ciudad?
— sí — contestó — en los treinta años que falto aquí no estará tan mudada que en ella se extravíe quien en ella pasó la juventud. ¡felices tiempos aquéllos, mi señora! ¡no me despido, y hasta luego..! ¡volveré por usted, señor doctor; paso visitaré a el , y rezaré el rosario.
y se fue. la blonda doncella le acompañó hasta la puerta, después de dar le graciosamente la capa y el sombrero.
— sí, : ya es tiempo de olvidar lo que fue causa de tantos disgustos. ¿cuál fue el origen de ellos? la maldita y aborrecible política. mi tocayo conservador, liberal tu marido... ¡qué había de suceder! después vino lo de la casa aquella.
— mi marido la salvó. él denunció el capital. se oponía a ello, y si no lo hubiera hecho, ¡qué habría sucedido! no sólo él, otros muchos como él, y de los que militaban en el partido conservador, hicieron lo mismo, y ninguna persona sensata lo tuvo a mal.. mi esposo quería salvar lo suyo. no denunció un sólo capital impuesto en finca ajena. denunció ése, quince mil pesos, y debe usted saber que después, cuando fue posible, arregló el asunto con la . de ese capital no tomó ¡ni un peso! crea lo usted: así fue!
— ¡lo sé, lo sé todo, hija mía! en aquellos tiempos los ánimos estaban exaltadísimos, mucho, mucho, y era intransigente. él perdió más de ochenta mil duros. después, ya lo sabes, le ha bendecido. está muy rico. ¡cuando dice a dar no para...!
— ¡sí, lo sé! ¿pero, con toda franqueza, padre mío, era eso motivo fundado para que riñera con ? y para que dijera, porque lo dijo, sí que lo dijo, lo sé de buena tinta, cuando empezaron para las dificultades, a poco de la quiebra de los , ¡que mi esposo se merecía eso y mucho más: que debía ver en los quebrantos de su fortuna un castigo de ! esto le dolió mucho a , y tanto que sólo yo sé los días y las noches tan amargas que pasamos. mí esposo todo lo perdonó; ¡pero jamás consiguió olvidar lo!
— como tú no lo conseguirás, hija mía. y ¿sabes por qué? ¿sabes por qué? ¡porque no quieres echar lo en olvido!
— me duele aún el corazón, señor doctor! ¡el hermano más querido! llegó el asunto a tal grado que no sólo ellos no se veían, ni se hablaban, sino que prohibió a los muchachos y a que nos visitaran. venían a y no ponían un pie en esta casa. nosotros nos vimos obligados a seguir su ejemplo, y fuimos a , cuando se enfermó, fuimos para consultar con el doctor y tampoco pusimos los pies en la casa de ellos. una vez, en el teatro ( me acuerdo bien de que en esa noche, cantaba ) ocupamos una platea cerca de la que ellos tenían. nosotros no esperábamos tener en la ópera tales vecinos... a la mitad de el primer acto entraron ellos. nos vieron, y no saludaron. nosotros hicimos lo mismo. de buena gana me habría yo ido con mis hijos, pero llamón me dijo que no, y sufrí resignada aquel martirio. quiere usted, señor doctor que ahora, después de todo lo que pasó, me presente yo a recibir a mi cuñado?... no me parece decoroso el hacer lo... ¿lo haría usted en lugar mío?
— sí; porque, siguiendo el ejemplo de , perdonaría a quienes me han hecho mal.
— ¡sí yo he perdonado!...
— sí, pero no olvidas. mira, , humilla te; humilla te, hija mía, en bien de tus hijos. mi tocayo está dispuesto a favorecer te, a auxiliar a ustedes; a prestar te ayuda, y ayuda eficaz, para que la situación de ustedes varíe desde luego, y para que puedas atender a la educación de tus hijos. puedes estar segura de ello: no tendrás mucho que hablar. apenas digas a mi compadre media palabra, te concederá cuanto le pidas, ¡cuanto le pidas!
— tal vez; pero yo no pediré nada. señor, si pienso que eso parecería como pedir limosna.
decía esto acongojada, casi sollozante.
— pero hija mía — prosiguió el canónigo — ¿en qué piensas? ¿te has detenido, diez minutos siquiera, a meditar en las tristes consecuencias de ese empeño tuyo en vivir alejada de tus parientes? porque, digas lo que digas, mujer, parientes tuyos son. tú harás por lo que a ti toca, cuanto quieras, sí, cuanto quieras, hasta perecer de miseria y de hambre; hasta ver te obligada a pedir limosna; hasta motil en la cama asquerosa de un hospital. ( y supongo que los hospitales de no han de ser modelo de limpieza y aseo.. ) , , sí, tú estás en tu derecho para hacer lo que quieras... pero, di me, mujer, di me: ¿y tus hijos? ¿y esas niñas? ¿y esa infeliz cieguecita? dios te tomará, un día, cuenta estrecha de esta tenacidad suya, de ese orgullo, que puede ser causa de muy graves desgracias ¿sabes tú cuáles son los designios de la ? te depara en tu hermano político un protector, un benefactor, que con la mayor nobleza, con caritativo celo, desea favorecer te, y favorecer a tus hijos... ¿vas a cerrar la puerta a el bien de ? ¿vas a contestar con silencio de rencor, con odio de enemigo implacable, a la delicada bondad de tu hermano? no; no harás tal desatino hija mía, porque yo, el viejo amigo de tu esposo ( a quien tenga en gloria ) no lo he de permitir, que cedes; di me que aceptarás el favor de ; di me que mañana, dando a el olvido ese rencorcillo...
— si no es rencor...
— ¿pues qué es? ¿qué nombre merece, señora mía, ese afán de no olvidar viejos disgustos? ¿cómo deberá ser llamado? ¡di me lo par ! eres buena cristiana... lo sé, lo sabemos todos... apelo a tu conciencia.
— bien. haré lo que usted desea, siempre que en ello no haya para mí ni para mis pobres hijos humillación alguna... pero... no me obligue usted a ir a recibir a y a su familia...
— ¡irás mujer irás! ¡o hacer bien las cosas, o no hacer las!
— ¡no; eso sí no!
esta respuesta, enérgicamente expresada, salió de labios de la señora como en un sollozo. el canónigo dulcificó su lenguaje.
— mira, criatura mía: recomienda en su mensaje que te prevenga yo de su llegada... sería penoso para mí, y para él, que a el saltar de el tren no encuentre tus brazos extendidos para recibir le.
— mío... ¡qué dirá la gente! ¡qué dirá , informada como ha estado, y como estará, de todo lo pasado!
— no te importe a ti lo que diga el mundo. ¡bueno es el mundo para decir, cuando siempre dice cosas malas!
— pero, señor...
— ¡nada de peros! piensa en tus deberes de madre.
— padre; pienso y creo...
— oigamos ¿qué piensas y qué crees?
— que usted es el autor de todo esto; que usted, amigo de , y amigo que nos quiere y estima, compadecido de nosotros, de nuestras penas, ha venido preparando sabedor de nuestras desgracias y condolido esta entrevista, de la cual espera usted obtener para nosotros el favor y el auxilio de mi cuñado...
— ¡mucho te engañas, alma de ! ¡mucho te engañas! yo deseo para ustedes todo bien, y mucho me agradaría hacer o haber hecho cuanto has pensado de mi antigua y sincera amistad; pero, puedes estar segura de dio, no tienes en esto nada que agradecer me! desea ver te... ya me oíste leer el mensaje y ya sabes lo que dice en él...
— ¡bien, padre mío! ¡lo que usted guste; lo que usted quiera... iré con mis hijos y con ... pero a condición de que ellos vendrán a esta casa. lamento no poder recibir los en ella como en mejores tiempos.
— vendrán, hija mía, vendrán... pasado mañana diré en una misa de difuntos ( así me lo ha encargado mi tocayo ) por el descanso eterno de sus padres, y por el reposo santo de tu marido. esa misa será, a la vez, como una misa de perdón. ¡ea! ¡olvidar... perdonar, y que bendiga a todos por los siglos de los siglos!
obscurecía... la campana de la parroquia dio el toque de oración. levantó se el clérigo, levantó se la señora y rezaron devotamente.
— ¡santas y buenas noches, !
— ¡buenas noches!
entonces entró y puso en el velador central una lámpara encendida.
— te ruego — dijo el doctor — que mañana no falten tus hijos... bien harías en recomendar les que hoy mismo me busquen en el hotel. los espero a las nueve. ya sabes: en el hotel de .
después de la cena, el canónigo y su amigo tomaban fresco y departían sabrosamente en el balcón de el hotel.
desde allí se domina la parte meridional de : tres barrios que en días serenos y límpidos ofrecen a el espectador magnífico panorama.
esa noche no había nubes en el cielo, y el perfil de las montañas recortaba en graciosas ondulantes líneas la bóveda celeste. centelleaban las estrellas con viveza y titilación singulares, y allá en el fondo, por sobre las cumbres de , palpitaba en cambiantes multicolores el más bello de los astros de el polo meridional. profunda calma señoreaba bosques y linfas, y la brisa perezosa y aletargada no traía en sus alas ni ruido de frondas ni rumores de el inmediato río.
extasiaba se el clérigo ante las pompas de aquella noche tropical, y fijos los ojos en el firmamento, dejaba que su espíritu vagara y se perdiera en las inmensidades de el cielo. de pronto, como si falto de fuerzas hubiese caído en tierra, exclamó con solemnidad beatífica:
— “¡ enarrant gloriam ”... amigo mío — agregó — ¡y que haya hombres que sean osados a negar la existencia de !
y prosiguió en tono elocuente, como si hablara desde lo alto de el pulpito en la soberbia catedral merropolitana:
— ¿quién tendió por los espacios esa cohorte de luceros? ¿quién los distribuyó en ese piélago? ¿quién los creó con peso y medida, y midió sus órbitas, les señaló invariable camino, regularizó su marcha, y encendió sus fuegos, y les dio brillos y colores?
llamaron en la puerta de la habitación, llamaron a el principio tímidamente y después con dos toques más fuertes ¡tan, tan!
— ¡adentro! — dijo — ¡adentro!
abrió se la puerta, y bajo e! dintel aparecieron dos jóvenes.
— ¡adelante, caballeratos! — dijo el clérigo — ¡sean ustedes bienvenidos!
los jóvenes se acercaron, saludando cortesmente.
— aquí tiene usted, , a los hijos de ...
y volviendo se a éstos exclamó:
— ¿quién es ? ¡serás tú, que eres el menor! no podrías negar lo porque eres vivo retrato de mi amigo... ¡ea! sentad os, o venid a el balcón a tomar fresco y a gozar de los encantos de ese cielo y de esas estrellas.
pronto los cuatro tejían plática interminable.
trabajaba en el escritorio de una fábrica cercana, donde ganaba poco, pero de donde esperaba salir apto para mejor y lucrativo empleo; estaba estudiando: iba en el segundo curso de estudios preparatorios, tenía amor a las , y pudo fácilmente traducir no sé qué latines clásicos, dichos por el clérigo. habló con de los rápidos progresos de la ciudad, la cual, merced a su riqueza fluvial, había llegado a ser el primero de los centros fabriles de la , “la ”, como los hijos de no se cansan de repetir. , cuya devoción y cuyo amor a las cosas de tejas arriba, no eran parte a distraer le de los asuntos terrenos y mundanos, lamentaba que a el progreso industrial no se uniera el agrícola que es fuente de constante y general bienestar. él recordaba lo que fue en los felices años de el estanco de el tabaco, durante los cuales hasta las mujeres más modestas podían lucir sayas de seda y mantillas costosas; aquellas mantillas españolas que dan a las damas tanta distinción y señorío, noble donaire y apostura de reinas, no como los sombrerillos en uso, todos flores chillonas y cintajos escandalosos; se dolía de ello. aunque por muchos años ausente de , la amaba con todo el corazón, como que en ella había pasado los mejores lustros de la vida. él había sido, aunque joven, amigo de muy ilustres hijos o vecinos de la ciudad: , , , . ¡cómo hizo memoria de aquel cura de el , de perenne recuerdo! ¡cómo alabó a los , a los y a los , gloria de la sagrada cátedra! el buen señor ponderaba los adelantos de la ciudad, sus casas nuevas, cómodas, bien ventiladas, hasta elegantes; censuraba los malos edificios públicos, lo mal cuidado de el piso de las calles, y echaba de menos aquellas rejas de madera, desaparecidas ya, y que daban a las habitaciones no sé qué aspecto piadoso y monacal. dijo con aprobación de el canónigo, que había observado, durante las pocas horas que tenía de haber llegado, cierta corrupción de costumbres, delatada por las muchas cantinas que había visto, todas ellas llenas de mozos y de muchachos que bien podrían estar ocupados en las fábricas, en los despachos o en las aulas. “en mi tiempo — decía — no veía usted nada de esto. y si cosas así de graves saltan a la vista, ¿por qué caminos apartados y de segura perdición no andaría la inexperta y holgadora juventud?”
volvió a caer en la plática sobre el hermoso panorama que tenían delante. por la calle, desde la distante iglesia de la hasta el viejo y majestuoso templo de , ancha y larguísima calle ( mal alumbrada, en una extensión de cerca de dos mil metros, por cinco focos de luz eléctrica ) iban y venían los paseantes: muchos obreros, buen número de menestrales, bastantes chicos, contadas familias, y algunas mozas de partido, como claramente lo decían a cualquier viajero aquel desenfado y aquel descoco de que hacían alarde. algunos coches, pocos, estacionados cerca de el puente, y que, encendidas las linternas, semejaban cocuyos refugiados en la penumbra. enfrente una cantina, " el ”, lanzaba a torrentes luz y música, la claridad de muchas lágrimas de , y los compases de una habanera, de un danzón ardoroso, lleno de voluptuosidad, tocado con la mayor expresión requerida por el género, y cuyas notas llegaban hasta los oídos de como en alas de un huracán de fuego. de cuando en cuando, un tranvía que llegaba de los pueblos próximos o de alguna fábrica y de el cual descendían obreros cansados, empleadillos de poco sueldo que volvían a sus hogares; muchos extranjeros flemáticos, altivos, con aire de conquistadores silenciosos, y algunas humildes mujeres que se alejaban cargando su cría.
éstas tomaban camino por las calles inmediatas; los otros entraban en la cantina frontera, o en otra su vecina, en “el ”, de la cual salían voces y carcajadas, y de tiempo en tiempo el mido que a el chocar producían las bolas de el billar.
— ¡vea usted, señor doctor! — decía señalando hacia el frente, mostrando el paisaje velado por los crespones obscuros de la noche — allá, tras aquellas montañas, está la hacienda de , y más allá, quedan y la hacienda que fue de el hermano de usted; en el fondo, tras las últimas cumbres, está , un pueblo muy bonito, de el cual fue cura el , que ahora es nuestro párroco; allí queda la primera fábrica que tuvo ; más acá, a el este, la ... ¿percibe usted el humo, que tras la espesura de esos árboles, iluminado por la luz eléctrica, parece una fosforescencia misteriosa? oiga usted... oiga usted ese ruido, acaso de un tren de carga... ya silba la locomotora... vea usted por allá, detrás de la capilla de la , una columna de humo que se acerca... es el tren... primero a el pasar por la , la que fue de nosotros, y ahora es de unos franceses; después, en el crucero, a el pasar por el camino nacional... oye usted el ruido... ¡con qué claridad llega! ahí va... ya va a pasar el puente de hierro... ahí va... ¡ya pasó!
un tren, como una serpiente negra coronada con penachos de humo y de chispas, pasó a lo lejos... silbó, volvió a silbar... y entró en la estación.
— señor — dijo el canónigo en frase afable... mañana he de decir misa en .. allá te espero... después nos acompañarás a recibir a tus tíos y a tus primos. irá con tu mamá y con tu hermana...
— yo no puedo ir.. — observó .
— ¿por qué? — preguntó alarmado el clérigo.
— porque... no puedo faltar a el escritorio. como no he dado aviso, sería yo merecedor de un réspice y...
— tienes razón. irá con nosotros. allá veremos a y a . ya sé que no podrá ir.
una bocanada de viento caliente pasó por el balcón e hizo vacilar en la estancia la flama de la bujía. crujieron las vigas de el techo; crujieron los maderos de las puertas, y murmuró contrariado:
— ¡mala visita! ¡con razón esta tarde, a el poner se el sol, estaba tan rojo el cielo! tendremos...
— tenemos.. replicó . vea usted el cielo.
¡cómo titilaban las estrellas! ¡qué brillo y qué luces!
en el reloj de la parroquia dieron las diez. en la esquina de enfrente, un sereno que dormitaba a el lado de su linterna, marcó la hora, dando golpes con su bastoncillo sobre las lozas de la acera... y de muy lejos, desde el fondo de el valle, vino otra bocanada de viento abrasador... oían se rumores distantes, rumores de arboledas y de bosques... el río, a el parecer adormecido, como que despertó, y se removió en su lecho pedregoso, dejando escuchar el murmullo de su exhausta, límpida corriente...
toda la noche sopló el , y sopló terrible e impetuoso de modo inesperado en días de mayo, y como sopla en noviembre, pasado el cordonazo de . bufaba en las avenidas, aullaba en los techos, gemía en los aleros y tejados, y parecía vocear alia a lo lejos en barrancos y bosques, en los fresnos y en los álamos de el río, y lanzaba agudos silbidos en los alambres de el alumbrado y de el telégrafo.
cuando el canónigo, gran madrugador, listo para ir a celebrar, abrió el balcón, con deseo de contemplar la hermosura de el valle a la luz arrebolada de el sal naciente, un torrente de polvo y de arena vino sobre él, y le obligó a cerrar la vidriera. a través de los cristales miró hacia la calle y hacia las inmensas montañas que limitaban por el sur la vega de el . el cielo semejaba brillante turquesa; la luz inundaba el caserío y los cuadros de caña sacarina. el sol, esplendoroso y purpúreo, surgía inmenso, como un disco de rubí, cuya luz inundaba de sangre las cumbres de , los llanos de , y los cafetales de . el viento desatado alzaba nubes de polvo en las calles, levantaba faldas y arrebataba sombreros a los transeúntes, y pasaba agitando y quebrantando ramas, esparciendo frondas, doblegando copas, y derramando por todas partes sequedad y fuego. y seguía por el valle, rumbo a el poniente, y a las veces escalaba las montañas. en la colina de el revolvía en oleadas, las mil espigas de salvajes gramíneas; y por el selvoso maltrataba ramajes y deshojaba ramilletes. en un huerto cercano, entre los platanares hechos trizas, entre los sauces estropeados, sólo una araucaria excelsa, gallarda y olímpica, resistía los embates de el huracán, siempre victorioso, ilesa su pértiga esbeltísima, galanas e intactas sus plumas de esmeralda.
llamaban a misa en todos los templos. la devota no desmentía su abolengo cristiano, y era maravillosa la sinfonía de todos los campanarios, traída en alas de el caluroso viento.. la campanita de , con voz atiplada y regular, gritaba urgentemente; la chiquitina de los se quejaba solitaria y doliente; la de el sonaba gravedosa; la de nerviosilla e inquieta; la parroquial entonada y seria; la de el torpe y vacilante; la de los franciscos solemne y rotunda. todas a la vez se unían en cantos y clamores, en reclamos y rezos en quejas y notas, en armonía placentera, matinal, regocijada y piadosa, en conjunto sinfónico, a la par lírico y dramático, en vibrante coro que el viento llevaba alígero por la ciudad y por los campos.
aún no cesaba la furia de el sur, cuando el clérigo y , acompañados de el mocito salieron de el hotel para ir a la estación. a el montar en el tranvía, casi frente a la iglesia de , encontraron se con y con . iba lleno el carruaje: yanquis buscadores de negocios; mercaderes que principiaban sus labores diarias; viajeros fastidiados que se quejaban de los horrores de el huracán; un oficial de policía; dos gendarmes; dos pollos, en cuyo rostro se veían las huellas de la parranda y de la orgía; un agricultor vestido de blanco y ostentando en la copa de su jarano felposo tamaños monogramas.
a el llegar a la estación, cuando todos se apresuraban a salir de el carruaje. hizo notar que , antes de ir se a sus labores, había pedido un coche especial para que todos regresaran a el hotel, y que el tranvía estaría allí a la hora oportuna; que era conveniente permanecer allí, a fin de evitar se las molestias de el incómodo y descubierto andén.
, retirado en un ángulo de el vehículo, y mientras el doctor departía con y con , y en tanto que el muchacho se informaba en las oficinas de la de si el tren no venía retrasado, el bueno de examinaba atentamente a las señoras.
cincuenta años tenía , pero estaba bien conservada y parecía de menor edad. había sido hermosísima, una de las mujeres más guapas de . , con cierto aire de elegancia y distinción, con grandes ojos negros, con gesto agraciado y abundosa cabellera, en la cual, sobre la frente, brillaban unas cuantas hebras de plata, no había perdido mucho de su belleza juvenil. gruesa, sin obesidad, sana y robusta, , más que la madre de parecía la hermana mayor.
la joven, desbordante de juventud y de gracia, alta, esbelta y graciosa, rubia la cabellera como haz de trigo maduro, azules los ojos, de carmín los labios, dulce la sonrisa, delgada la cintura, donairoso el andar, era, a el decir de muchas gentes, verdadero retrato de su abuela materna, y más que de ésta, de una hermana de , muerta en la flor de la vida.
efectivamente: en la blonda y simpática señorita perduraban, como una herencia de familia, la hermosura y rasgos típicos y fisonómicos comunes a todas las hembras de su linaje paterno. en y en , desde antaño, es proverbial este dicho: “las : hermosas las de ahora e iguales a las de antes”.
ni , ni , cuando acaeció lo que vamos contando, iban ataviadas con los suntuosos adornos que da la opulencia, o, por lo menos con las galas que proporciona amplio y seguro bienestar. la madre llevaba negra saya de gro; la hija ligero y sencillísimo vestido de muselina blanca, sembrada de florecillas azules, cortado a maravilla, que hacía lucir la grácil esbeltez de su dueña. la señora: tocado de blondas y cintas de el color de la saya; la joven: lindo sombrero de paja, decorado con cintas crema y con una guía de rosas veraniegas. una con guantes obscuros; la otra sin ellos.
a la mirada pertinaz y escudriñadora de los ojuelos de , no se escapó detalle alguno. en esto, como en otras cosas, era como su primo y tocayo de , aquel otro a quien ya conocerán mis lectores, tertulio constante de el licenciado , y tan amigo de éste como de , flor de los tabeliones villaverdinos. “bien se ve — decía para sus adentros el anciano — que en la casa de estas mujeres no es el dinero lo que abunda. ese vestidillo galano ha costado poco; ese sombrerillo ha sido hecho a domicilio; ese cuello de seda está marchito.. cuanto a la señora, es patente que ese vestido tiene años de servir le; esos guantes están diciendo a gritos cosas de mejores días... y en fin que positivamente, esa familia ha venido tan a menos, que pronto tendrán en casa mala huéspeda, la miseria, la horrorosa miseria, flaca, hambrienta, y exangüe. pero, no han perdido aún estas pobres gentes la elegancia distinguida de las personas de buena cuna, ¡nacidas y criadas en la abundancia! y ese muchacho viste bien... sí señor, muy bien, pero la tela de ese traje... procede de alguna fábrica de el país. a todo tirar de la de todos ...”
entregado a estas observaciones y a estos juicios estaba nuestro hombre, cuando entró en el vagón precipitadamente diciendo:
— no tardará mucho en llegar el tren... ya salió de el .
muchos pasajeros, apercibidos para ocupar los vagones, recogían bultos y maletillas; iban y venían empleados, y la multitud se separaba en grupos a lo largo de la vía, a el borde de el andén y bajo los fresnos de el jardincito, según la clase de cada uno, y se preparaba a mirar la llegada de el tren. cerca de el restaurante los que irían en la tercera; frente a la los de segunda; más arriba los de primera. el mocito condujo a el clérigo y a sus acompañantes, hasta el extremo de la arboleda.
el viento languidecía, pero de tiempo en tiempo soplaba con ímpetu feroz, trayendo torrentes de arena y de carbón. llovía fuego. acababan de dar las diez de la mañana, y, sin embargo, la temperatura era como la de medio día. los edificios fronteros a el andén, todos con techos de zinc, ennegridos por el humo, y el suelo de la vía de el vastísimo patio cubiertos de menudos trozos de carbón y balastados con peladillas obscuras, recogían y almacenaban el calor solar, y lanzaban sobre la concurrencia oleadas abrasadoras y sofocantes.
silbó la locomotora en cercana curva; aumentó el movimiento, de los que esperaban el tren; volvió a silbar la máquina, una doble máquina majestuosa y soberbia, dando a el aire dos inmensos penachos de humo gris; sonó la campana de aviso, y el tren llegó, y se detuvo.
nuestros personajes se precipitaron hacia el último coche. en la puerta de el vagón venían dos criados franceses. cada uno traía magníficos ramos de gardenias. por el ventanillo inmediato a la extremidad posterior de el coche, asomaba un caballero delgado y canoso, cubierta la cabeza con una gorra de seda; en los siguientes, dos jóvenes que llevaban sombreros de paja; en el otro una señora mayor y una señorita...
— ¡ellos son — gritó uno de los jóvenes —. ¡ ! ¡aquí están!
los criados muy ceremoniosos, abrieron la puerta de el vagón y en él entraron las señoras y el canónigo, seguidos de y .
se mostró muy cariñoso con la familia de su hermano, y muy contento de su regreso a la patria. decía se aburrido y fastidiado de la vida europea, por mucho que ésta fuese cómoda y agradable. el buen señor se complacía en visitar las calles nuevas, los nuevos edificios, y se detenía como extático ante los montañosos panoramas de la ciudad nativa. no cesaba de hacer memoria de cosas de antaño, de sucesos remotos y de personas muertas o idas. ¡y qué cariñoso y jovial se manifestaba con su cuñada y con ! ¡cuán afectuoso con el muchacho! ¡qué gusto me causa ver a ustedes — decía a cada rato —. no cambiaría yo estas horas por las muchas pasadas en y en y en ! y mira tú, — agregaba — ya supondrás ni, cuán llena de interés para mí ha sido siempre la ... desde niño soñaba yo con visitar las catacumbas, con recorrer las basílicas, con pasear en el y con pasear me entre las ruinas de el . nunca, ni en los días más penosos para mí, en épocas de la gran lucha para consolidar mi fortuna, perdí la esperanza de ir a , y de postrar me a los pies de el . dios realizó mis sueños, y no una vez, sino cien, he besado los pies de el . me dio su bendición y tuvo para mí y para los míos palabras cariñosas y consoladoras. ha colmado de bendiciones a mi esposa y a mis hijos, y llevó su benevolencia paternal para conmigo hasta conceder me dos señaladas muestras de su incomparable - bondad. se dignó dar me con sus propias manos el , y puso en mi pecho la . cree me, , cree me, sólo esto es para mí inferior a! placer que en mi alma causan el aspecto de esta tierruca tan amada, la vista de estas montañas, la contemplación de rostros no vistos por mí en tantos y tantos años de ausencia; el recuerdo de mi mocedad bulliciosa; la memoria de tantos y tantos seres amados perdidos para siempre, y cuyos ojos no pude cerrar, y cuyas últimas palabras no pude recoger...
el buen señor saltaba de gozo como un niño, y en la efusión de su alegría acariciaba a por modo paternal, abrazaba afectuosamente a y bromeaba a más y mejor a el mocito, quien estaba seducido por la dulce jovialidad de su tío.
parecía reservada y poco afable. no pasaba minuto en que no lanzara una queja acerca de las molestias de la navegación y de el viaje. ella por su gusto, no habría venido. en vivía muy contenta, muy contenta. allí no sentía correr los años ni los meses, ni los días. era tan cómoda y tan grata la vida en. ! para ella nada como , nada! ¡qué paseos! ¡qué de teatros! ¡qué tiendas y qué establecimientos! ¡qué comida! le habían contado, y ella había sabido mucho, por los periódicos, acerca de los adelantos y de el embellecimiento de ; pero... ¡ay! ¡cuánto iba a padecer en la venusta ciudad virreinal! ¡cómo iba a fastidiar se — mientras en viviera — sin más espectáculos que una mala compañía de ópera, cada año; teniendo que subir y bajar todos los días, por las calles de y de , e ir tarde con tarde a la y cómo iba a echar de menos aquella misa de cada domingo en , aquellas fiestas tan graves y solemnes de , y aquel culto tan conmovedor y dulce de en cuanto a la mesa... ¡ni ostras de , ni espárragos de , ni fresas de !
la señorita, en constante plática con su prima, no se cansaba de contar le cosas de . fue el primer capítulo de modas, la joven estaba enterada hasta de el más insignificante pormenor de trajes y vestidos. esto o aquello era lo que estaba en privanza; tales o cuales cosas habían pasado, acaso para no volver nunca, y, según los dichos de los sastres más famosos en la estación próxima tendríamos muchas novedades. lo correspondiente a espectáculos tuvo también su capítulo, mejor dicho sus capítulos que la niña habló desde lo que a la tocaba hasta de lo referente a las últimas carreras y a el gran premio.
la escuchaba atenta y jovial; la oía triste y silenciosa. y se fueron de paseo con , y se fueron resueltos a que dejara sus quehaceres y pidiera permiso a sus jefes para que todos subieran y bajaran por las calles de que los recién llegados comparaban — no sin gran desagrado de —, con las calles de una poblacioncilla andaluza, donde los mancebos habían pasado un verano, en compañía de ciertos amigos y condiscípulos, hijos de un cierto marqués, poseedor de una finca vinífera y famoso amigo de .
este se echó a la calle solo; no quiso compañero, pues deseaba ir por todas partes como desconocido viajero, a fin de ver si reconocía casas y sitios que antaño fueron familiares para él; juzgar libremente de los avances o retrocesos de la tórrida ciudad, y en suma para que en su ánimo renacieran o se renovaran recuerdos e impresiones de su ya muy lejana mocedad. después buscaría a los pocos amigos suyos que en le quedaban. por lo pronto no pensaba más que en ir a visitar barrios y edificios, en conocer las fábricas de que tanto le habían hablado y de las cuales tantos prodigios se decían... y se fue, el canónigo y se fueron también camino de . a pesar convidaba la tarde, tibia y dorada. las señoras y las señoritas quedaron se en el hotel, ocupadas en gravísimo asunto, en sacar trapos y perendengues, traídos por para obsequiar a sus sobrinas: telas y joyas; cintas y sombrerillos; guantes y naderías.
se mostraba jovial; afable y agradecida; contenta; regocijada, por mucho que no le fuera dable admirar los ricos y elegantes obsequios de su tío, ponderaba la belleza de cada objeto y el gallardo lujo de cada prenda, y de cada cosa decía, y repetía, que mejores no las había en .
tales fueron las súplicas de los primos y tales artes se dieron que, a el fin, lograron vencer la justa resis-cencía de para solicitar de sus jefes licencia por dos días para no concurrir en el escritorio.
— ¡temo que el jefe tome a mal mi demanda! — repetía el mancebo —. necesito de el empleo...
— no temas... — replicaba — no temas... si a el fin no has de quedar te aquí y te irás a con nosotros. ¡ni que ganaras aquí los miles de francos! lo tiene resuelto. todos se irán... en , puedes estar seguro de ello, allá en casa, o en cualquiera otra parte, tendrás colocación, y la tendrás cómoda, buena y productiva...
y no pudo resistir más a las tenaces exigencias de sus primos, pidió permiso, y éste le fue concedido con la mayor buena voluntad.
a no le placían los modos de ( así le llamaba ) y en ellos veía cierta repulsiva insolencia y una característica frivolidad. desagradó le en él, desde luego cierta facundia irrestañable, que le llevaba de un asunto a otro, y de este sucesivamente a cien y cíen más, deshojando los asuntos, malogrando el tema de cualquiera conversación, siempre con el anhelo de opacar y menospreciar cuanto tenía a la vista para exaltar y poner por las nubes las gentes y las cosas europeas. viajes, libros, teatros, personas, eminencias políticas, celebridades literarias, poetas, sabios, artistas, modas y usos, costumbres y deportes, vicios aristocráticos, disipaciones y placeres, todo, todo pasaba en la vertiginosa charla de el mozo como en apariencia cromotrópica. listo de lengua, vivaz de ingenio, pero superficial, frívolo, inconstante y baltonero deshojaba todo y por todo pasaba, sin dar reposo ni tregua a quienes le oían y sin permitir siquiera que le escuchasen.
charló a su sabor de los placeres con que brinda afanosa a la mocedad, e hizo lo de tal manera y por rales caminos que se vio obligado a detener le.
hablaba delante de que era de lo más respetuoso con su hermano, y el mancebo no creyó conveniente que así y en semejantes términos, y de modo tan crudo, levantara ante el muchacho velos tupidos que no era cuerdo levantar frente a un chiquillo que aún no cumplía los quince años de edad.
— yo de nada me espanto — dijo , pero piensa que no hay necesidad de que sepa esas cosas.
entonces su primo contestó levantando los hombros desdeñosamente y prosiguió en su charla, velando crudezas y carnalidades, que hacían que el chico se pusiera rojo como una amapola, a el ser le revelados misterios y secretos impropios de su edad, más no por eso menos tentadores ni menos capaces de encender su fantasía.
pero, a decir lo cierto, qué bien se compadecían, por manera simpática, los dichos y juicios de el mancebo con su aspecto elegante, con el corte de sus vestidos, con su cuerpecillo pálido y exangüe, con sus grandes pupilas negras e intensamente luminosas, con sus ojeras violáceas, con la palidez ebúrnea de aquel rostro aristocrático, con aquellos labios carnosos y sensuales, y con los bigotillos sedosos de agudas guías, vueltos hacia adelante con cierto donaire y cierta gentileza de arresto y bizarría.
— ¡si tú fueras conmigo a ! ¡si tú fueras! — exclamaba a cada instante.
sonreía, y sonreía , y , a el parecer reflexivo, atendía más a las caritas de rosa con quienes topaba a el paso que a la conversación de su hermano.
como éste, como él distinguido, como él endeble y exangüe, con notable acento francés en el habla. , igualmente elegante, tenía en la mirada no sé qué melancólica dulzura, cierta bondad compasiva, cierta expresión ensoñadora y lánguida, delatoras de misteriosas secretas añoranzas. era aquella alma como añojal ansioso de cultivo, como puerto abandonado que parece pedir a gritos hábiles mañas de jardinero experto; avecilla que se ahoga en el suntuoso salón y en la jaula de cristal y suspira por los campos y anhela horizontes inmensos, prados enflorecidos y aguas límpidas y gárrulas... traído y llevado de aquí para allá, a punto de abrir se en su corazón las flores de la vida; arrastrado inconscientemente de salón en salón y por el asfalto de las aceras de , sentía que su alma marchita podía recobrar aromas y colores en el retiro de los campos, entre aquellas montañas de el valle de , sobre las cuales principiaban a asomar temblones y límpidos los espléndidos luceros de el cielo tropical.
llegaban a el hotel. se encendían las tiendas, lanzaba su claridad melancólica la luz eléctrica, el brillaba, dejando ver sus salones desiertos, y a el otro lado de la calle, entre sus bordas de sauces y bananeros, protegidos por sus álamos, cantaba el río plácido idilio, y enviaba hacia lo alto, hacia la calle caldeada por los fuegos de el día, fresco ambiente, rumores de linfa alegre. un tranvía pasaba, a la sazón lanzando a el viento la queja prosaica y vulgar de su cuerno de aviso...
— — llamó le — ¿estás ido? ¡mira... mira! ¡ahí tienes d !
y celebraron el dicho con una carcajada. permaneció en silencio, contemplando el caserío, la cordillera, el cielo, el volcán cuyo ápice niveo iba perdiendo se entre las sombras de la noche.
— ¡es la hora verde! — dijo — ¿dónde habrá una cantina?
— ¡allí! — respondió su hermano, mostrando le la de “el ”.
— pues vamos.
llegaron a la cantina y tomaron asiento.
— ¿qué toman? — preguntó el criado.
— ¿qué quieren? — dijo .
— nada — contestó .
— sí; ¡algo! — replicó su primo,
— pues... ¡un refresco!
¿y tú, ?
— .
— ¿y tú?
— una limonada.
— , ya lo oyes — dijo a el criado — un vaso de cerveza, dos limonadas y para mí... un ajenjo sin jarabe, y con un trozo de hielo!
— ¿bebes ajenjo? — prorrumpió .
— ¡siempre, antes de comer!
dejó a sus primos en la cantina y fuese con a el , donde se encontró a sus hermanas y a . allí estaban también y el canónigo, los cuales habían llegado con el capitalista.
había recorrido media ciudad. venía el buen señor muy satisfecho de los adelantos de , y maravillado de su prosperidad —. “¡qué rápida extensión en tan pocos años! — repetía —. ¡no me lo esperaba yo!” lamentaba, eso sí, que a tales prosperidades no fuesen unidas las obras de embellecimiento que reclamaba la ciudad, y que debían ser como natural consecuencia de el aumento de población y de el acrecimiento de las fortunas —. “¡ya es tiempo — no cesaba de replicar — ya es tiempo de que piensen en el embellecimiento y adorno de ! ¡con tanta gente y tantas fábricas deben estar repletas de oro las arcas municipales! ¡así tiene que ser, pues de otra manera todos estos brillos que me han dejado absorto, no serían más que esplendores de oropel! así, tal como me la encuentro, parece me una beldad agreste cuyos encantos y cuya núbil lozanía piden galas y adornos para lucir y triunfar. muy linda es ésta, muy favorecida por el ... ¿qué necesita? cómodas calles, elegantes edificios, avenidas adoquinadas que hagan fácil el tránsito de los carruajes. ¿por qué no hay aquí muchos coches? porque con calles como éstas, es imposible que los haya. el teatro aunque de traza regular, pide aseo y elegancia en pasillos y escaleras; pide un “foyer” suntuoso...” y de todo hablaba, de todo parecía instruido, en el poco tiempo que había durado el paseo. el mozo fue recibido muy cariñosamente por sus tíos y por su prima. se quejaban de no haber le visto en todo el día,.. el muchacho se disculpaba alegando deberes de su empleo. permanecía en la “ ”, durante todo el día, de seis a seis... pero, como era debido, en esta ocasión había pedido licencia de dos días para no ir a el despacho. le tenían a sus órdenes, y con los recién llegados iría a todas partes.
— comeréis acá todos, ¿no es eso? — dijo el capitalista. — no me falta apetito; pero me esperaréis un rato los muchachos charlad aquí; o id en busca de y de . mientras yo arreglaré con un asunto importante, y para ello necesito de mi señor doctor. el bueno de conversará con .
las señoritas, incluso , se dispusieron a salir. y irían con ellas.
— ¡no tarden! — recomendó . — vayan en busca de mis hijos...
el doctor y su amigo decían a que todo quedaba dispuesto en para la misa de requiem, y dispuesto con el decoro debido y con la cristiana elegancia que el caso requería. la misa sería aplicada por el descanso eterno de todos los difuntos de la familia. el servicio fúnebre no duraría mucho; prin-ripiaría a las nueve, a muy buena hora, según los deseos de , para evitar molestias a y a , muy necesitadas de descanso. todos estaban cansados; a el cansancio de la. navegación se unían en ellos la mala noche pasada en , y la madrugada consiguiente para tomar el tren...
— ¡charlen ustedes, charlen mientras vuelven los chicos! — exclamó —. señor doctor, venga usted conmigo. la conferencia será breve.
y dando se aires de galante pisaverde, y haciendo reir a todos, tarareando con su cascada voz un pasaje de , ofreció el brazo a deña :
— “ma bella damigella...”
reían las señoritas, reía , y movía la cabeza como diciendo: — ¡qué cosas tiene mi marido!”
se puso serio, como si la galante humorada de su tío no le fuese agradable.
se levantó la señora, tomó el brazo de su cuñado, y uno y otra entraron en la inmediata habitación. siguió les el clérigo solemnemente, y a el llegar a la puerta, dijo en tono oratorio, señalando a la pareja.
— ¡soberbio! ¡fausto y !
— .. ¡ ! — murmuró a el oído de su gallarda prima.
— vamos, mi señora cuñada, tome usted asiento, ¡aquí cerca de mí!... señor doctor: en la poltrona estará usted con la mayor comodidad! vamos a el asunto...
y se acomodó en el sofá, y encendiendo un cigarrillo prosiguió:
— no quiero ocupar me, , en disertar de lo pasado. me basta el presente. lo actual es lo que me interesa, y de ello trataremos en pocas palabras. ¿no es verdad, mi señor compadre? di me , di me, con toda franqueza... ¿cómo andas de dinero?
cruzó sus manos sobre el regazo, y fijó tristemente la mirada en la alfombra.
— supongo que la abundancia no reina en tu casa, y que poco, casi nada, o nada, te quedó a la muerte de ... según me han informado, sus negocios iban de mal en peor. me imagino que todos sus esfuerzos serían inútiles, y que a el morir tendría la ruina muy cerca... no quiero, ya lo tengo dicho, hablar de cosas pasadas, tristes y enojosas; pero... ¡si hubiera seguido mis consejos, otro habría sido el resultado de sus negocios! ¡eh! lo que no tiene remedio... ¡dejar lo...! puedes creer me, , puedes creer me; ustedes me han juzgado mal... confieso que fui severo, intransigente, hasta duro... ¡qué quieres! ¡los años! ¡la edad! ¡el medio en que vivíamos! yo no había visto tierras, ni había viajado, ni me eran conocidas muchas cosas... ahora, libre de prejuicios y de ciertas preocupaciones, a salvo de ciertos influjos, miro muchas cosas de muy distinta manera... mas no piense usted, doctor, por esto que digo, que he mudado de opiniones, de principios y de ideas, no señor... tan buen cristiano como siempre; católico como en mi, juventud, y si usted quiere... conservador como antes, aunque en este punto he modificado mucho mi criterio... me estoy yendo por donde no debo ir... vamos, , responde me... cómo andas de dinero... mal, ¿no es así?
la señora respondió afirmativamente con una inclinación de cabeza. el canónigo jugaba con la cinta de su reloj. fumaba dulcemente su cigarrillo... lanzó una bocanada de humo y siguió diciendo:
— vives difícilmente, sin duda. a lo que pienso, no cuentas con más elementos que con los que te proporciona. ¿cuánto gana ese chico?
— ¡sesenta duros! — respondió la dama tristemente... — poco es, sin duda alguna, muy poco. te compadezco, sí, porque con esa suma, ni haciendo milagros tendrás para los gastos indispensables, para vivir y atender a tus hijos...
— cierto es que mientras trabaja, nosotras no estamos mano sobre mano. algo ganamos. y yo cosemos... esa pobre niña tiene muy buen gusto y ella es quien viste a las principales señoritas de la ciudad. pero esto, como supondrás no me agrada; me apena ver la días enteros cortando, cosiendo y entregada a tan ruda y penosa labor. ella fue siempre trabajadora, , o en muy rara ocasión, tuvo modista, ni en vida de su padre, ni en épocas de abundancia... , la infeliz no puede prestar nos ayuda y eso le entristece y le aflige... estudia. es mi gran esperanza... el pobrecillo nada pide, antes por lo contrario, hasta se priva de diversiones y espectáculos que, a su edad, son para un muchacho diaria y constante tentación... ¿vestir bien? ¡ni quien piense en ello! a mí poco me basta, muy poco; yo nada necesito; con todo me conformo; a cualquier cosa me avengo. pero, esas niñas... esa pobre es mi constante amargura... la buena señora, llenos de lágrimas los ojos, trémula y apenada, ahogó un sollozo.
— ¡serena te, hija mía, serena te!... seca esas lágrimas, que aquí me tienes a mí, y nada te faltará. no hablemos de ello. comprendo todo lo que pasa, y para poner remedio a tus penas he venido, a eso nada más. ¿no es verdad, doctor?
el canónigo movió la cabeza ceremoniosamente, como diciendo: “¡es verdad!”
— sí — continúo la dama — ya me lo ha dicho, y te lo agradezco infinito, como , desde el es lo que necesitamos... muy poco. lleva te a
; me duele separar me de él; pero lleva te lo.. coloca le allá en un buen empleo, y con eso basta! el es inteligente, caballeroso, amable, simpático... sus jefes se hacen lenguas para alabar le; dicen que cumple a maravilla con sus obligaciones, y que es modelo de integridad y de buenas costumbres... valgan le tu posición, tus relaciones y tu ayuda. busca le allá un buen empleo, y te lo mandaré. con eso basta. nosotras nos quedaremos aquí. en la vida no tiene exigencias.. no es como antes, pero con poco se vive... ni ni yo gustamos ya de relaciones... ¡hemos tenido tantos desengaños! nuestra casa es el mundo para nosotras. ya tú comprenderás que viviendo así, poco se gasta... y puedes creer lo vivimos con decoro. con una cantidad suficiente que nos mande, quedará salvada la situación. seguirá estudiando... si, como lo espero, sigue por buen camino, aplicado a el estudio, saldrá persona de provecho. yo he querido que se coloque en , en alguna casa de comercio... ¡hay allí tantas! pero todos mis esfuerzos han sido inútiles... ya sabes lo que pasa a quien viene a menos... muchos amigos, algunos de los cuales debieron a muchos favores, nos han vuelto la espalda... alguno, antes tan amable y obsequioso, no se dignó ni contestar me. ¡sólo sabe lo que hemos sufrido y lo que hemos llorado!
— pues bien, señora y cuñada mía, todas esas penas acabaron desde hoy. se irá a ... allá le colocaremos mejor dicho, lo colocaré allá en mi casa; tú, por de pronto tendrás una mesada mientras ' ese chico, que está muy guapo, que me ha caído muy bien, y que parece muy formal, gana lo que debe ganar, y tú y tus hijas se irán también. , estudiará allá.
— yo preferiría quedar me aquí, por mucho que me duela la separación de mi hijo.. ¡es tan bueno y tan cariñoso!
— ¡no — replicó el capitalista — no! todos a . mañana mismo principias a quitar la casa... tú sabrás lo que llevas y lo que dejas... ¿qué haces aquí en esta ciudad? ¿piensas encontrar aquí un buen partido para tus hijas?
— ¡la pobre no piensa en casorios!
— pero de pensar tiene...
— no piensa en eso. y en cuanto a ... la infeliz...
— ¿y si allá se consigue que una eminencia científica le devuelva la vista?
— ¡ya perdí la esperanza! , y , me han dicho que no tiene remedio! ¡esa desgracia ha sido para nosotros la peor de todas! decía que con tal de que recobrase la vista... aunque tuviera que ir de puerta en puerta, pidiendo limosna!
— ¡no hay que desconfiar de la misericordia de , mi señora ! — exclamó el clérigo solemnemente.
— ¿aceptas lo que te propongo? — dijo .
parecía vacilar. el doctor se volvió hacia ella y la miró como recordando le su compromiso.
— ¡como tú lo dispongas! — contestó la dama, venciendo el último escrúpulo —. pero sabremos qué dice .
— hará lo que yo le diga y lo que tú le ordenes. ¡bueno sería que los muchachos mandaran a los viejos! ¡lucidos que estaríamos! vaya, mujer, deja de llorar... ¡cosa hecha! .. vamos a comer...
se puso en pie, y lo mismo hicieron el clérigo y la dama. el capitalista abrazó a ésta conmovido, y la acarició dulcemente, con paternal ternura.
oían se voces en la habitación inmediata. los jóvenes habían vuelto, y departían regocijados en el balcón.
— ¡a comer se ha dicho! — prorrumpió en alta voz, entrando en el saloncillo, a tiempo que un criado decía en francés, desde una de las puertas de el fondo:
— los señores están servidos.
el servicio fúnebre estuvo muy devoto y solemne. en un templo lindísimo y allí todo se hace con seriedad y como es debido. es la iglesia más aristocrática de la ciudad — si hay aristocracia en — y en tan suntuoso templo concurren todos los días, no solamente los festivos, las señoras más encopetadas, los caballeros más piadosos y las niñas más bellas de la clase pudiente.
allí tienen asiento viejas cofradías y selectas hermandades, unas y otras capaces de echar la casa por el balcón el día de los , el viernes de y en la festividad de . cierto obispo de la dijo de que era el relicario de su y dijo verdad, aunque el suntuoso templo no le debió jamás merced alguna como no fuese la de honrar le con su fausta pastoral visita una noche de .
no busquéis en ninguna de las tres navecillas de aquel templo, belleza arquitectónica que sabe cómo, con qué trabajo, con qué poquísimo dinero y en qué tiempos tan agitados y tormentosos fue levantada tal iglesia por el esfuerzo heroico de una asociación sin capitales, tan piadosa y constante como generosa y tenaz; no busquéis allí primores de arquitectura ni célebres lienzos de afamados autores; pedid le decoro y aseo, elegancia cristiana y modesto esplendor, que todo esto puede dar os merced a la piedad de quienes en tal sitio concurren, y gracias a la dulzura, a el talento y a el buen gusto y economía de los padres capellanes, todos ellos varones apostólicos, entre los cuales han contado los hijos de , doctísimos y muy santos sacerdotes.
en cualesquiera fiestas, muy particularmente en les mencionados días, aquel sagrado recinto parece un ascua de oro. ostentan los altares vistosas galas, lucen columnas y cornisas regios tapices cerúleos, revisten se las levitas con hermosos paramentos, más artísticos que valiosos, resuena bajo aquellas bóvedas excelente música, y ocupan el pulpito elocuentísimos predicadores. es de ver entonces en aquel templo la noble concurrencia que le llena. la espléndida y no bien celebrada flora de hace alarde en de todos sus prodigios, prodigando en aras y baldosas sus miríficas preseas. el mes de lleva a templo tan bello inusitadas pompas. cualquiera diría que con ellas van todas las gardenias de y todos los lirios y azucenas de , , tan risueña y lucida en tales fiestas, torna se adusta y severa en tiempos cuaresmales, cuando penitente, y en noviembre cuando pide y ruega por los viajeros de ultratumba. se enluta noblemente, sin modos ni remilgos de reciente casquivana viuda, que a poco de ver se sin marido principia a cansar se de su temprana soledad. allí en días de duelo todo es grave, serio e imponente. imponente y grave y seria se mostró esa mañana en la misa de requiem, celebrada por el señor , en sufragio de todos los , y , altar mayor — engalanado a la sazón con sus lujos florales y alegres — quedó velado por negro cortinaje, delante de el cual fue puesta una piadosa imagen de crucificado, y tibores y ramilletes y candelabros de oro y de cristal dejaron sitio a pesados candeleros de plata sustentadores de gruesos y altos cirios. lujoso túmulo colocado en el centro de la iglesia, bajo la cúpula esbelta y airosa, rico en terciopelos y galones, quemaba cera virgen, cuyos fulgores, solemnes daban a! recinto entenebrecido aspecto de basílica en regio funeral.
en lo alto de el túmulo y en los costados de él, depositaron los magníficas coronas traídas exprofeso de .
mucho plació el servicio a el capitalista. , a el salir, dijo a :
— ¡cómo me he acordado de ! sólo una cosa eché de menos... aquél suizo de : un viejo de noble aspecto, que era conmigo de lo más cortés. ¡qué atento! ¡qué ceremonioso! hija: a mí me era tan simpático que todos los domingos ( ya lo sabía él ) le daba yo cinco francos de propina.
de la iglesia fueron todos a casa de , la cual había invitado a todos para que allí se desayunaran.
¡buen trabajo tuvo la pobre ! se pasó toda la tarde arreglando la vajilla, y casi a media noche dejó lista la mesa.
— es preciso — decía — que esto quede bien. los señores están acostumbrados a mucho lujo y a mucho, ¡sí señor! y luego, como han de venir los mozos franceses a servir la mesa...
y sacó de los antiguos aparadores de caoba los restos de una vajilla inglesa; restos escasos, que, por suerte, bastaron para las doce personas que debían sentar se a la mesa. puso en el centro ricas fuentes chinescas para contener bizcochos y pasteles, y lavó y limpió, las tradicionales mancerinas de plata. no quería que salieran a lucir. la pobre niña se decía penosamente:
¡no; no es propio de nuestra situación tamaño alarde de riqueza!
y como le contestara, tratando de persuadir la, exclamó, como asaltada por inesperado incidente:
— ¡además; ya no se usa! las mancerinas no son más que unos vejestorios que más estorban que sirven... y que una guarda como cosas curiosas de la pelea pasada.
pero a las indicaciones de , hubo de ceder la ceguezuela, y los platos arcaicos salieron a relucir sus caprichosas abrazaderas.
con vinieron, como era natural, y el canónigo, y con éste, que era persona de lo más cortesana, y por deseo de , francamente expresado, uno de los capellanes de .
¡ tuvo que andar para colocar en la mesa un cubiero más! ¡buena pena la suya cuando se vio obligada a poner una taza distinta de las demás ¿qué hago, niña ? — repetía —. ¿qué hago?
— ¡por , mujer, — contestó la blanda señorita — por ! te sacaré de apuros: si te empeñas diré que yo no tomo café, y me traerás solamente un vaso de leche.
— ¡bonita casa tienes!... — dijo a su cuñada, a el entrar en la sala, volviendo el rostro y paseando sus miradas por el jardincito.
— chica para nosotros... pero, en fin, como nos ayuda, cabemos en ella.
los jóvenes se habían detenido en el corredor con mientras corrió hacia el interior de la casa, para dar las últimas órdenes, a pretexto de llevar los sombrerillos y los devocionarios de su tía y de su prima.
los criados franceses fueron a el comedor con , quien, si era necesario, les serviría de intérprete, no fueron necesarios los servicios de el chico: uno de los mozos mascullaba el castellano por haber estado algunos meses en la casa de un general carlista desterrado de la y residente en . de el buen porte de los camareros, y pronto se sintió tranquila.
— ¡qué guapos! — pensaba —. ¡y qué expeditos!
, , los clérigos y , conversaban en la sala. los eclesiásticos y de la. proyectada traslación de la a , y el capitalista y su cuñada de la ida de con sus tíos. quedó resuelto que el mancebo permanecería en hasta que la casa fuese quitada.
— me es necesario aquí, muy necesario, . es todo en esta casa. ¡sin él, no se qué haríamos!
— y sabes, — prorrumpió el capitalista — que este retrato de es muy bueno? ahora me gusta más que antes. me acuerdo que lo hizo un español, y que cuando nos lo trajo, a no le gustó. yo le dije que era obra excelente, y hoy pienso lo mismo.
e interrumpió se agregó:
— vende estos muebles...
— ¿vender los? son de madera muy fina.
— sí; pero... pasados de moda.
— les tengo cariño.. son un recuerdo.
— : en las casas suelen ser un estorbo los recuerdos. vende todo esto... ¿vas a instalar te en
con este ajuar pasado de moda? ¡libre nos ! ¡si tú hubieras visto la casa que teníamos en ! , no hay que dar le vueltas: para las cosas de gusto los franceses y nada más que los franceses.
el criado anunció que el desayuno estaba servido. pronto estuvieron todos en el comedor.
— ¡vaya! ¡vaya! pero, ... ¿qué lujos son esos? — exclamó a el ver las mancerinas, puestas delante de el canónigo y de el con sendos pozuelos de chocolate — ¡cómo me he acordado de estas mancerinas allá en ! en , en en la casa de el señor , vi unas así; otras en la casa de el ...
y departían alegremente con sus primos, los criados servían, y desde la pieza inmediata se admiraba de la habilidad de los franceses.
— sí — prosiguió —, estas mancerinas, padre , son viejas en la casa. son de nuestros abuelos...
y el buen sacerdote, en buen castellano, pero con acento florentino, alabó los chirimbolos y se soltó disertando acerca de la invención de los platos y de el origen de su nombre.
— ¡ ! ¡lolita! — siguió diciendo —. no quisiera decir te lo, no quiero decir te lo, pero... ¡yo me llevo esas mancerinas! ¡si a el tener las delante me parece que veo a mis padres, cuando de mañanita, a el volver de misa, se desayunaban uno frente a otro! mi papá afable y cariñoso; mamá siempre risueña! si, me las llevo. pide me lo que quieras... te las pagaré bien.
— ¡no es necesario eso, ! — contestó penosamente la dama —. son.
— pues hija, puedes estar segura de ello... te lo agradezco de todo corazón.
algo de esto oyó , pero era tan viva y animada su conversación con , que no detuvo el pensamiento en lo que decían su tío y su mamá. desde el día anterior estaba encantada de el ingenio y de las genialidades de su primo. jamás había tratado a un hombre así. el joven la atendía cariñosamente, atento a todos sus deseos, adivinando le el pensamiento, derramando sobre ella algo como una misteriosa cuyas ondas tibias la reanimaban en cualquier desmayo.
— ¡qué semejanza la nuestra! — pensaba la niña. ¡no parece sino que hace años que le trato y me trata! ¡y yo, tonta de mí, que me esperaba encontrar en él. un necio y un fatuo! ¡y qué bien habla de todo! ¡y qué voz la suya tan agradable! ¡y qué suave el cutis de sus manos, y qué perfume el de sus vestidos, que me embriaga como aroma de orquídea! ¡si habla bien de todo, de todo; con gracia, con elegancia, con ternura! ¡qué bien me ha descrito el altar y el túmido!... cuando me habla de , de los paseos, de los teatros de las calles, de las fiestas, de los espléndidos bailes, me parece que veo todo...
y la ceguezuela se gozaba en respirar el perfume exótico de los vestidos de su primo.
departía con . la hermosura ingenua y blonda de la joven se compadecía maravillosamente con el carácter melancólico y ensoñador de su primo. charlaban de naderías, pero de esas naderías serias que interesan y son fecundas en el mutuo cambio de ideas y sentimientos. era un aburrido, una ensoñadora. el gustaba de lamentar se de la existencia. ella se complacía en despertar en su primo anhelos de vida, ilusiones que el mozo creía muertas y que aseguraba que no habían muerto porque no habían nacido aún.
terminaba el desayuno, mejor dicho, había concluido ya, cuando una involuntaria exclamación de impuso silencio a todos.
— ¿qué pasa? — preguntó en voz alta, con expresión temerosa.
el joven contaba y volvía a contar el número de personas que estaban a la mesa, y dijo entre asustada y sonriente:
— somos trece.
callaron todos. el canónigo y se miraron como sorprendidos. el rompió el silencio contrariado.
— ma... ¡tonterías!... ¡lo mismo que si no fuésemos ni menos que las ni más que las !
a decir verdad: don , , , y , se levantaron de la mesa pensativos y tristes. ¡trece en la mesa! ¡y nadie lo había advertido! ¿quien tuvo la peregrina ocurrencia de invitar a el ? unos decían que ; otros que había sido el ; alguno llegó a insinuar que el buen italiano había venido sin ser llamado. esto último desagradó a , la cual, contrariada y molesta, declaró terminantemente que ella había sido, y dijo nerviosa y mohína.
— ¡yo! ¡yo fui! yo no creo en esas cosas, y me río de esas supersticiones propias de quienes no creen en cuanto deben creer. ¡ parece que personas ilustradas, que gentes cristianas y católicas paren su atención en ciertas cosas! ¡el martes! ¡el número 13! ¡el salero volcado en la mesa! ¡las mariposas negras! ¡los espejos rotos! ¡ , tonterías! hay gentes que no creen en , que ni reconocen su misericordia, ni temen su justicia, y se afligen, y se acongojan porque han volcado un salero...
— ¡tía! — interrumpió — ¡ ! tiene usted una elocuencia digna de mi padrino el .
— ¡calla muchacho! — replicó la dama —. me apena lo acaecido; me apena por tus padres, y por ustedes, de quienes no sabía que dieran importancia a tales patrañas... pero, hijo mío, piensa, aunque te burles de mi elocuencia, que son patrañas y nada más que patrañas. como la cosa no tiene remedio, dejar la, muchacho, ¡dejar la!
en la sala se trataba de el mismo asunto. el doctor callaba prudentemente; no despegaba los labios, pero en lo interior luchaba con sus dudas. dado a la contemplación de lo sobrenatural y mirífico se decía: “¿será cierto?” el en frase vehemente, autoritativa, a las veces burlona, que solía rayar en severa, y hasta parecía regaño, se esforzaba inútilmente en convencer a y a , de que tamaña superstición, muy común en en las clases cultas, lo mismo que en las masas vulgares, no se compadecía con una fe ¡lustrada, ni con las creencias católicas " todas esas patrañas — repetía — proceden de el , son fruto luterano... mi señora : ¿qué dice vuestro buen ? ¿qué dice? " que peca contra la fe quien cree cosas supersticiosas, ignora, niega o duda lo que debe creer.”
pero los empeños de el sabio jesuíta eran ineficaces...
contestaba:
— no, padre mío: no creo en eso, no; pero he visto tantos casos. que éste se lo atente a usted.
y , muy gravedoso y serio, se echó a contar novelas y aventuras fatídicas. el, en , en , en , en ...
— sí — replicó el jesuíta — de procede, tal vez, aquello de el bufón de : “éramos trece a la mesa: doce ostras y yo!” no, mi señor, el número trece sólo es fatal, como dice no sé quien, cuando no hay comida más que para doce. serene se usted; aquí había desayuno para veinte.
afuera, en el comedor, decía :
— yo soy un espíritu fuerte... casi casi no creo en nada... pero esto me preocupa y entristece... apoyaba los dichos de su hermano. y se reían, disimulando su risa y tratando de llevar la plática por distinto sendero. y charlaban en el sofá.
— ¡ya me explico todo! — exclamó repentinamente .
todos callaron. el mozo prosiguió en voz baja, pero en tono de completa sinceridad:
— hemos tenido en la mesa a el . ¿es italiano?
— ¡sí! — contestaron a una y , él con fría curiosidad, ella abriendo hermosamente sus rasgados ojos azules.
— pues bien — prosiguió el joven — los italianos... son los primeros “gettatori” de el mundo!
protestó valerosamente:
— ¿ ? ¡calla, , calla, por ! ¡es tan bondadoso, tan afable, tan cariñoso! suele parecer áspero, eso si, no lo niego, pero en el fondo ¡qué dulzura! ¡qué nobleza! ¡qué bondad!
en el comedor, mientras levantaban la mesa, los franceses hablaban también de el accidente, ambos pensativos, el menor triste y sombrío. ¡sepa qué temores le habían asaltado!
iba y venía recogiendo la vajilla y poniendo en lugar seguro los antiguos cubiertos de plata y las vetustas mancerinas.
el , agotada la conversación, se puso en pie para despedir se. alguno le invitaba paro ir a visitar la , de la cual era uno de los más importantes accionistas.
— ¡no; mil gracias! — respondió — me aguardan otros quehaceres. divertid os.
— ¡alegrar se! dejad os de agüeros y de cosas tristes, que la vida es buena y la virtud alegre... ¡que todo sea para la mayor gloria de !
despidió se el clérigo de la señora, despidió se de los demás, y como el capitalista se dispusiera para acompañar le hasta el zaguán, el jesuíta le detuvo, y le hizo volver a su asiento.
— ¡ ...! — exclamó — no, señor... afuera están los herederos. ellos cumplirán por usted.
en el grupo juvenil se charlaba alegremente. y conversaban cerca de el zaguán; se entretenía en arreglar las flores de una jardinera; departía con , y con .
el se detuvo un instante a contemplar el grupo, y, mirando por sobre las gafas, clavó en las muchachas y en los mancebos, viva y penetrante mirada.
— jóvenes... — murmuró cortesmente — ¡qué os guarde!
y se miraron por manera significativa, sonrientes ambos.
— supongo... — continuó el jesuíta — que vosotros no estaréis tristes, ni creeréis en patrañas... ¡bien! ¡bien!
las señoritas y los jóvenes se levantaron.
— ¡ ! — y volviendo se a : — esta es la buena niña... ¡quered la mucho! — y siguió, dirigiendo se a : — ¡dios te bendiga, muchacha, por tu excelente corazón!
saludó con una inclinación de cabeza, dio la mano a y a , e iba a salir, cuando se presentó .
— ¿se va usted, ?
— ¡sí, ! — y prosiguió en tono jovial —. mira cómo te las compones con estos mancebos que están tristes... ¡creen sin duda que la amenaza es una gran desgracia!
— no, padre mío, no creen tal cosa... es de moda eso... y de ahí que se finjan supersticiosos.
— ¡bien! ¡bien! ¡adiós!
y se fue.
no bien hubo salido el cuando apareció en la puerta de la sala:
— ¡en marcha! — dijo — el tranvía nos estará esperando!
todos dejaron sus asientos. los mozos buscaban sus sombreros; las señoritas los suyos. se dirigió a el salón. allí, en voz baja, habló con ella el capitalista, y luego éste gritó en francés: ¡ ven acá!
presentó se el mozo.
— recoge — dijo le — recoge dos platos de plata que te dará la señora... y lleva los a el hotel, y guarda los en una de mis cajas!
— ¿qué? — preguntó , a el oír esto, en momentos en que pasaba junto a —. ¿qué dice?
— ¡calla, hija, calla! — respondió le sigilosamente la señora — ya te diré...
y dando el brazo a su hija, se dirigieron ambas a la pieza inmediata. la pobre ceguezuela iba llorando.
— ¡mamá! — repetía afligida — ¿por qué ha dicho eso mi tío? ¿le has regalado las mancerinas?
— me las pidió. ¡no pude negar se las!
— ¡pero, mamá!
— ¡ , hija mía! ofrece a este sacrificio.
esa noche, a el volver de el hotel, y ya recogidas en su alcoba, y mientras y estaban en el teatro con sus primos, y hablaban de los sucesos de el día.
— estoy muy cansada — decía la ceguezuela — pero no quiero acostar me sin platicar antes contigo. ¡cómo me he reído de las supersticiones de los muchachos y de mis tíos! ¡si parece mentira, si no es posible que personas ¡lustradas den importancia a ciertas cosas! no sé si tú lo habrás observado... a mí para comprender lo, me bastó lo que oía yo, han estado tristes. poco hablaron durante la ida y vuelta. mi tío estaba de mal humor, hasta brusco y áspero; a tía todo se le volvía suspirar y temer próximas desgracias; . ¡ es una boba, una sandía, que, como no sea para decir frivolidades, no despega los labios. para ella no hay nada como ... yo pienso y sé cuánto vale , pero no creo que carezca de defectos... ¿qué es muy lindo? sí que lo será, convenido, pero ya me tiene cansada esa criatura con su . ¿sabes lo que me dijo? no puedes imaginar te lo. pues... me dijo, yo creí que intentaba burlar se de mí, me dijo que los alrededores de son más fértiles que la vega de ; que allí la vegetación es vigorosísima, que se dan las piñas tan hermosamente como en... el !
— ¡ten paciencia, mujer, ten paciencia!
— ¡si no me impacienta, me causa risa y me divierte! .. di me: ¿está bonita ?
— ¿bonita? .. no; pero si agraciada y simpática. cuerpo gracioso y esbelto; cuello airoso, carita alegre; ojitos vivarachos... la boca es mala... pero la dentadura parece hecha con dos hilos de perlas.
— ¿es elegante?
— ¡oh! eso sí: muy elegante. viste con sencillez. es cierto que mucho le ayuda el buen gusto y el corte soberbio de los vestidos. esta mañana para ir a la iglesia se puso un vestido negro, de seda opaca, que era una maravilla. cuando pasamos a el hotel para ir nos a la fábrica, yo le dije que se mudara de traje y que llevara uno más ligero y vistoso, y entonces estuvimos buscando otro, tal como yo decía, por cierro que no le hallamos...
— y por cierto que mientras, en el tranvía, ya nos cansábamos de esperar a ustedes.
— por fin se decidió, o mejor dicho, nos decidimos por uno de paño claro y ligero. ¡pero si tú hubieras podido ver qué lindos trajes ha traído!
— ¡y otros más que traerá!
— como que dice que viene bien, provista, muy bien provista, porque ya sabe que en no hay sastres de señoras, y si los hay no serán como los de. ; que ya sabe que aquí las telas son malas y carísimas... no como las de.. ; y que ya se imagina el mal gusto de las modistas, de las cuales la mejor no será...
— ¡como la peor modista de !
— el traje que llevó esta mañana, aunque de invierno, e impropio para este clima y para un día tan caluroso como el de hoy, es primoroso; un traje de calle, casi de viaje, ceñido y airoso. es de color claro, como de café crudo, sencillo, entallado de un modo elegantísimo, que deja lucir la esbeltez de el cuerpo, la cintura delgadita, y el busto distinguido. completan ese traje, cuello y puños a la inglesa con sendos botoncillos de nácar; corbata de seda, crema, con jaspes de sepia esfumados en algunas vueltas; guantes de más oscuros que el vestido, y un sombrerillo, ¡qué sombrerillo, ! ¡qué sombrerillo! ¡chiquitín, de seda también, como la corbata, de color semejante, con unas cuantas cintas más obscuras, un haz de campánulas amarillas, de un amarillo muy suave, y un puñado de “edelweiss!”
— dejemos a ... era el menos triste... ( como que tú lo traes entusiasmado )...
— ¡ , criatura! no digas eso.
— hablaba poco...
— ¿poco? ¡pero, hija si no puede hablar más de lo que habla!
— no, realmente estaba triste... estoy segura de que no tuvieron sus labios la más breve sonrisa...
— no, no estaba triste. no creas que le duró mucho el recuerdo de el número trece. como que tú le traes loco...
— ¿loco? ¡ ! ¡por ! ¡qué cosas se te ocurren a ti!
— digan lo si no los requiebros y piropos que tiene para ti... las cosas que te dice, y el modo con que te mira...
— pues ¿cómo me mira?
— ¡pues cómo ha de ser, mía, cómo ha de ser!
— sí, pero... ¿cómo?
— ¡ya comprenderás!...
— no comprendo ¿cómo?
— ¡ , , si preguntas más que el !
— : ¡di me cómo me mira !
— ¡pues, criatura; como un doncel ferido de amores!
la ceguezuela soltó una carcajada, y a el desbordar se la risa de sus labios, aquellos ojos sin luz, intensamente negros, brillaron con extraordinaria belleza.
prosiguió:
— de veras: ¡qué traje tan bonito el de ! ¡pocos había más correctos y más elegantes!
— ¿y di me — preguntó — y es guapo?
— yo no me detengo a observar eso.
— : no seas hipocritilla.
— ¿hipócrita? ¿por qué?
— yo sé lo que las palabras quieren decir. ¿piensas que yo no estuve atenta a lo que ustedes conversaban en la mesa, esta mañana? si ya sabes que yo lo oigo todo, y a pesar mío, todo lo escucho... ¡bien que sé a qué huelen las rosas!
— aquí no hay tal olor ni tales flores.
— ¿cómo es , mía?
— como todos los hombres.
— ¿es guapo?
— no es feo.
— ¿es inteligente?
— no es tonto.
— ¿se te inclina?
— ¡ ! .. mira: sin querer estamos parodiando a .
— ahora di me...
— ¿otra pregundta?
— sí.
— ¿que te diga yo cómo es ?
— ¡ !
— ¡sí, sí eso es lo que quieres saber! y no he de responder te.
— lo que quiero saber es otra cosa:
— ¿otra cosa? ¡a que no!
— sí.
— otra cosa muy distinta.
— no; quieres saber si es guapo.
— no; porque ya me lo dijiste anoche. me dijiste: lo es y mucho, y muy simpático, y muy elegante, y muy distinguido y...
— ¡y muy parlanchín!
— , no seas así. lo que quiero saber es... ¿quién de los dos es más apuesto? tú dirás que .
— pues te diré que .
— di me la verdad, ; no te burles de mí... ¡no seas cruel!
— pues... de los dos, el más guapo es... ¡los dos igualmente!...
— eso no puede ser.
— la verdad.. la verdad: ¡ !, ...
— ... ¿qué?
— es bueno.
resolvió se todo de una manera definitiva. la familia se iría a tan luego como levantara la casa; sería llamado, si era preciso, oportunamente; debía continuar sus estudios en la — lo cual no era muy de el agrado de su mamá, siempre temerosa de riesgos y perdiciones para su hijo — y recibiría cien pesos cada mes para atender a las necesidades de su familia.
quinientos pesos para ayuda de gastos, y tanto el capitalista como su esposa y sus hijos, manifestaron a todos sumo cariño y vivísimo deseo de tener los cerca. ¡cómo se felicitaban de lo acordado, cómo se mostraban alegres y contentos!
— ¡ya lo ves — repetía — ya lo ves! ¡ es así! todos dicen que tiene mal carácter, que es egoísta, avaro y rencoroso... pero no es verdad, no es verdad! yo, que le conozco bien, sé cuánto vale. ¡vale mucho! es delicado y sensible, y aunque a veces parece duro de corazón, no hay en él nada de eso. él tiene sus ideas, acaso raras, no lo niego, muy raras... pero no es rencoroso. mira tú; con ustedes podía ser frío y desamorado y ¡ya lo ves! no guarda rencor. mucho hace por ti y por tus hijos... pues... hará más, ¡mucho más!
callaba entristecida. sentía se humillada a el recibir dinero de su cuñado, y pensaba que, en lo futuro, cada cantidad recibida importaría para ella y para sus hijos nueva y dolorosa humillación.
— ¡paciencia! — decía para sí — ¡paciencia! iremos, qué se ha de hacer! tendrá un buen empleo, y entonces, poco a poco, devolveremos a lo que ahora nos da.. no aceptaremos ni un centavo más; viviremos económicamente. será abogado, volverá a , abrirá bufete, tendrá clientela, y todos, todos, menos , tornaremos a nuestra amada ciudad a vivir tranquilos y dichosos. subirá, sí, subirá, porque no podrá menos de ser así.. y hará fortuna, y no necesitaremos de nadie. ¿y si a se le mete en la cabeza casar se? pues, bien, que se case, con ral que sea con persona que le convenga, con una muchacha modesta y sencilla, sin vanas aspiraciones de lujo... ¡con tal que sea buena, aunque sea pobre! .. bien visto el caso; pudiera ser rica. es rica, riquísima, y sin embargo es una excelente esposa. así quiero yo una joven para mi . además, mi hijo no es un tonto, y aunque joven le sobran mundo y experiencia, y a tiempo cuidará de traer se a su esposa, para sacar la de ese tan frívolo y vanidoso. ¡con razón le ha llamado alguno “perpetua feria de vanidades”!
estaba trístoncilla. ella habría preferido no salir de . quería mucho a , mucho, pero, si era necesario, que se fuera, que se fuera a , que allí se colocara; que trabajara allí, que hiciera fortuna... y mientras todos estarían contentos en , muy metiditos en su casa, sin exigencias, como siempre, tranquilos y olvidados. si podía seguir estudiando en el , y hasta estudiar allí cuanto se necesita para ser abogado, ¿para qué ir a , para qué? pero cuando discurría para sus adentros, y hablaba de todo esto, allá en el fondo de su pensamiento, entre no sé qué brumas, como envuelta en velos vaporosos, surgía risueña y simpática la silueta de un mozo, de un mozo delgado, pálido, nervioso, de palabra expresiva, de mirada dulce y apasionada, de un joven ensoñador y blando, abatido siempre por misteriosas añoranzas; , , cuya figura distinguida no se apartaba ni un instante de la gallarda señorita.
decía:
— ¡a mí no me atraen ni el brillo ni los esplendores de una gran ciudad! para mí todo es tinieblas y noche obscura. iré a los teatros... oiré comedias y dramas, escucharé buena música, nueva, música clásica, que tanto me gusta... y nada más!
y luego, hablando consigo misma, hablando quedito, muy quedito, como temiendo que alguien la oyera, allá en lo más hondo y silencioso de su alma, murmuraba: ¡“sólo una cosa me atraerá desde : ”!
el se mostraba entusiasmado:
— ¡cómo me voy a pasear allí! teniendo bien repartido el tiempo, me alcanzará para todo. y los domingos... en la tarde: a los toros. en la noche: a el teatro, o a el circo. a mí no sólo me tientan espectáculos y coliseos, no, también deseo estudiar en aquellas escuelas, oír profesores elocuentes y afamados, asistir a las cuando se discutan graves y ruidosos asuntos, y cuando haya sesiones borrascosas. ¡tengo unas ganas de oír a ! sí, quiero ver le con mis ojos, quiero desengañar me... de si es cierto que le aplauden, y si ese aplauso es sincero y no de burlas o prodigado por aquellos cuyos sentimientos halaga y enardece.
quedó resuelto que sería llamado oportunamente; que desde luego dejaría su empleo en la fábrica, a fin de ayudar a su mamá cuanto fuera necesario para quitar la casa, y que se encargaría de buscar en un local cómodo y decente para la familia; una casa en barrio sano y alegre, o en , o en .
el último día que pasó el capitalista en , fue empleado en hacer visitas. ya habían estado a ver le el administrador de la fábrica de el , el licenciado , el notario ( quien había sido en varios asuntos apoderado de ) y otras varias personas de viso con quienes nuestro personaje llevaba de antaño buenas y cordiales relaciones.
salió de paseo con ; e! canónigo y comieron en , invitados por los capellanes; y todos los primos se fueron de gira a la hacienda de con unos amigos de y de .
volvieron a las seis de la tarde. y su hermano a caballo con los anfitriones. y , en un carruaje con las niñas.
¡magnífico día! ¡espléndida tarde! a el regresar de la hacienda, a la luz deslumbrante de el sol poniente, pudieron gozar de un soberbio celaje rojizo, que parecía envolver en llamas las nieves de el volcán.
— : — decía a el oído de su graciosa prima — no cambio este día por el mejor de cuantos he pasado en . tu afecto y tus palabras son para mi corazón como vientecillo primaveral embalsamado con aroma de lilas.
y no respondía, y bajaba los ojos, y se entretenía en ordenar las flores que traía en el regazo.
a las nueve de la mañana , con todos sus hijos, estaba ya en el hotel.
quedaban listos los equipajes. los franceses recogían bultos apresuradamente, pedían órdenes, y se disponían para ir a la estación.
almorzaba con tranquilidad; le acompañaba; , con sus primas, daba el último toque a su traje; y los cuatro mozos charlaban a la puerta de el establecimiento.
— procuraré — decía a — procuraré que vayas pronto; ya verás qué buenos días nos pasamos. sin duda que tu vida no será allá tan fastidiosa como aquí, no es ; pero ya cuidaré yo de que sea alegre para mí. ustedes necesitan salir de la provincia. tienen todos los jóvenes de provincia — y lo mismo pasa en —, cierto aire de timidez que me da risa. parecen palomos asustados. no, no, ni un día más. te espero. cuando llegues, porque tu mamá y las muchachas se irán después, te irás a vivir con nosotros. quedaremos independientes. en el primer piso tendremos y yo nuestras habitaciones, y camparemos por nuestra cuenta. a mí no me gusta la sujeción y la tiranía de la familia... ¡por fortuna papá no ha gustado nunca de tener nos sujetos! te espero: yo me daré trazas para que antes de un mes estés allá. ¿tienes aquí novia? ¿no? ¡mejor, qué mejor! si la tienes y me engañas, rompe esas relaciones. no te vuelvas como . ¡el ideal! ¡el casto! ( le llamo yo )... que por cierto desengaño que tuvo en , hace un año, todavía no levanta cabeza. sí, corra esas relaciones, con cualquier pretexto... ¡ya verás! ¡ya sé yo cómo voy a combatir en mí la nostalgia de !
prometió a libros nuevos. traía muchos, de lo mejor; todo lo publicado en el último invierno: la última novela de ; los últimos cuentos de . traía también libros serios.
— no nací — agregaba — no nací para hacer carrera... pero me gusta leer, me gusta saber de todo...
llegó la hora de la partida. un tranvía especial aguar-daba frente a el hotel; un carro elegante, tirado por dos lindos poneys — todo ello cortés obsequio de el dueño de la vía urbana, antiguo amigo de . el canónigo y no llegaban aún. fue por ellos. no tardaron en venir, y pronto estuvieron en la estación.
hervía en el andén la multitud, llegó el tren, unieron a éste elegantísimo coche, y los criados, con ayuda de unos mozos de cordel, metieron en un furgón todo el equipaje de la familia: setenta bultos.
a despedir a la familia vinieron muchas personas.
— ¡cuántos de estos que ahora vienen a decir me adiós — pensaba — no se dignaban saludar me cuando por primera vez me ausenté de esta tierra en busca de más amplios horizontes, en busca de fortuna, y en busca de dinero! y ahora...
pero se mostraba cortés con todos; para todos tenía una palabra afectuosa, un recuerdo que llevaran a los suyos, una promesa, un ofrecimiento espontáneo.
en el fondo de el vagón charlaban los muchachos. parloteaba de lo lindo a el lado de ; conversaba dulcemente y en voz baja con , y y su hermano departían con , a quien, lo mismo que a , habían ofrecido frescos ramilletes de gardenias.
los ociosos que pululaban en el andén, miraban con impertinente tenaz curiosidad a los . algunos amigos de y los saludaban con maliciosa sonrisa, y algunos pollos ponían mirada interesante en la linda personita de .
sonó el toque de prevención. la señora y las señoritas bajaron de el vagón, despidiendo se, y por el ventanillo se cambiaron las últimas frases, los últimos encargos.
partió el tren. el doctor abrió el breviario y se puso a rezar. , quitando se el sombrero, saludó y dijo a gritos:
— ¡adiós, un mes tendrás puesta tu casa...
, y saludaban a sus primas. contestaban todos, y el tren se iba alejando.
estaba triste y pensativa. enjugaba sus ojos.
a el salir de la estación y a el subir a el tranvía, cuantos pasaron saludaron, cariñosamente a y a sus hijos.
— ¿quién es ese señor? — preguntó un transeúnte.
— ¡ ! — respondió le uno que pasaba —. ¿no le conoce usted? ¡es de aquí! ¡es un millonario! viene ahora de ... es tío de los muchachos esos, de la rubia esa, y de la ciega. ya todos estos salieron de apuros. ¡y cómo se les han subido los millones... de el tío!
fácilmente, y como era de esperar se, dados aquel medio tan propicio y el carácter de los buenos y pacíficos habitantes de , donde a falta de cosas importantes la más insignificante y baladí suele tomar aspectos y proporciones colosales, con la rapidez de el relámpago corrió la inesperada noticia de que la familia levantaba tiendas para ir a radicar en la capital de la .
desde las verdes faldas de la colina de el hasta el barrio de , y desde el hasta la ermita de , no se hablaba de otro asunto. en boticas y mentideros — que los hay a docenas y muy concurridos por gentes piadosas y discretísimas — se trataba de el susodicho viaje y se le comentaba de mil modos diversos. era para muchos motivo de burlas y de sátiras, para otros de graves y profundas meditaciones, y para todos cosquilleo de envidia y de celo, uno y otro velados, no podía menos de ser así, con dulzuras de compasión y de alegría devota, muy en caja con el buen carácter de los comentadores.
se recordó el pasado de los ; se trajeron a cuento los esplendores y el auge de aquella familia, la cual, en años remotísimos, fue la primera y la más conspicua entre muchas a cual más distinguida y ameritada de la húmeda ciudad. contaron los viejos, y de labios de éstos lo repitieron personas de mediana edad, y siguieron diciendo lo mozos, pollas y niños, cómo la familia esclarecida de los vino a menos, muy a menos, allá por los años de 45 y 46; cómo , padre de don llamón y de , consiguió alzar un tantico su fortuna durante la invasión norteamericana, gracias, según fundadísimas sospechas, a no sé qué negocios con el yanqui, después de el bombardeo de y de la batalla de . dijeron también, muy atrevidos y faltos de piedad, de los amores de , la hermana mayor de , gallarda como una reina y linda como un sol de oro, con cierto , en los primeros meses de el 62, amores que fueron para la familia causa de discordia y desunión.
de aquí provino, repetían, la enemistad implacable que separó a los dos hermanos, y , y no meramente de negocios y operaciones de las manos muertas, como todos creían; de ahí tan graves disgustos; de ahí que en caso aflictivo, y vaya si lo fue el ver se a el borde de la ruina, que don. no hubiese podido apelar a su hermano en demanda de salvación; de ahí ¡a gran fortuna de por el apoyo que le prestó su cuñado, quien le puso en relaciones con el , y en vía de hacer, como los hizo, soberbios negocios con el .
, fuese a con su marido, y a principios de el 67, a la caída de el , fuese también a nuestro ; de allí volvió en 70 con toda su familia, redondeó sus negocios, y regresó a , donde siguió acrecentando su fortuna, la cual había subido extraordinariamente en los últimos años. él tenía en la mayor parte de su capital, y lo tenía muy bien colocado y productivo, de manera que a el bajar la plata y a el subir el cambio, duplicó sus riquezas. " ahora — decía, asimismo, en la sala de juego de el , y en algún otro mentidero, entre una mano de “poker” y una camonina celebrada — ahora, decía algún hombre de negocios, viejo amigo de , a quien había comprado una posesión cafetera, allá por , ahora viene a fincar todo el dinero que se tiene achocado. y ¡ahora es tiempo de que veamos como parte de esas sumas, que no son grano de anís, se utilizan aquí en , en alguna obra pública; en la construcción de una o en la introducción de el agua potable...! en fin, es preciso que , — así nombraba a el capitalista, para que todos supieran la confianza que uno y otro se tenían — es preciso que haga algo en bien de . ¡ya le hablé de el asunto! ¡ya le hablé de esc! ¡yo no me duermo en casos de estos! y ( que está admirado de los adelantos y de la riqueza de , y muy interesado en su prosperidad ) me dito ya que se propone estudiar el punto; que el negocio le parece bueno y de fácil término; que traerá ingenieros franceses para que hagan planos mediciones y cálculos...”
pero los tertulianos — y el mismo que tales cosas contaba, inclinados sobre el verde tapete — dejaban a un lado tan risueños proyectos de bienestar... público, y se dejaban arrastrar por los azares de la baraja.
en todas partes contaban las gentes que volvería pronto a su tierra natal, a emplear sus dineros en bien de ella, pero que, hecho el contrato de el y de la introducción y entubación de el agua, el capitalista se volvería a . era razón que así lo hiciera: su cuñado, el general , sería, más tarde o más temprano, , y entonces qué mejor oportunidad para mayores y productivos negocios.
en los círculos femeniles el chisme iba por otros senderos. contaban se en ellos mil y mil anécdotas; se encomiaban, el desprendimiento y las excelencias de , eran puesta muy en alto su caridad y su amor a la familia de su hermano, y se envidiaba a y a la infeliz .
— ¡oye tú! — charlaba una pollita, nerviosa, fea, delgada como un mango de escoba y vivaracha como una lagartija, y muy relamida, y muy suelta de palabra —. mira tú: ¡quién podrá sufrir a las cuando vuelvan de ! si pobres como han estado, se dan ese tono, y tienen más orgullo que en la horca, qué será cuando puedan vestir mejor; cuando en vez de hacer vestidos y sombreros pata ti, para mí y para todas las muchachas de , los lleven ellas flamantes y a la última? ellas, hija mía, ¡eso sí! tienen muy buen gusto, y siempre lo han tenido. dice mi mamá que antes, cuando no estaban pobres, ellas eran quienes llevaban la moda en , y que de ellas aprendían todas las muchachas... eso dice mamá, y yo confieso que tienen muy buen gusto no sólo para lo que ellas se ponen, sino también para lo que hacen... pero, ( no sé qué pensarás tú, no sé lo que dirás, ni si crees lo mismo ) pero ¿no es cierto que pecan de sencillas? ¡si a veces rayan en desairadas! no cabe duda que en la sencillez está la elegancia, pero hija, ¡no tanto, no tanto! ¿te acuerdas de el último baile de el ? ¿te acuerdas de el vestido aquel que llevó esa noche ? ¿te acuerdas bien? era blanco, casi liso, sin adornos vistosos, con unos ramos de “no me olvides”, y nada más! bien; pues todos, todos, lo mismo las mujeres que los hombres, todos alababan el vestido. pues a mí ( acaso porque tengo mal gusto ) no me agradó; me pareció sin gracia, escueto, desairado. ¡pues figura te, , figura te! si ahora las son tan orgullosas, cómo estarán a el volver de , protegidas por el tío? yo, a decir te verdad, me alegro de tal protección, porque no soy envidiosa. ¡dios me libre de ser envidiosa, me libre! y no me apena ni me causa tristeza el bien ajeno. ¡pobres muchachas! ¡de modistas a millonadas! porque si es cierto que los millones no son suyos, cualquiera creerá que sí lo son, y como el tío es generoso, muy generoso, les dará todo lo que necesiten, y se lo dará con abundancia. con sólo el apellido les bastará para entrar en la mejor sociedad. hará buen papel porque no es fea, y aunque un poquito cursi, es elegante, tiene cierto atractivo, sabe lucir su cuerpo “esbelto” y “cimbiador” ( como dijo en aquellos versos que salieron en “el ” ) y, yo te lo aseguro, hará buen papel...
— ¡y se casará! — exclamó la joven que pacientemente había escuchado la irrestañable charla de su amiga.
— ¡puede! y yo creo que eso es lo que quiere , y por eso levanta el campo; porque aquí con lo que tiene y con lo que le dará su cuñado, podía vivir mejor... dice ( yo se lo he oído decir ) que en no hay con quién casar a las muchachas; que aquí no hay jóvenes de provecho; que aquí... ¡puede que tenga razón! pero no debía decir lo ella; ella, que si no es de aquí ( porque es de ) que si no es de aquí, ¡como si lo fuera! aquí se casó, y aquí han nacido todos su hijos. lo que quiere es ver si por allá se casa con algún ricacho... si se puede con alguno de los primos. mira, : ya sabes que yo soy muy maliciosa, muy maliciosa, y ¡dios me lo perdone! se rae ha metido en la cabeza que y... uno... de sus primos... se entienden!