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como fiera perseguida piso una senda de abrojos, sin sueño para mis ojos ni venda para mi herida, sin descanso ni guarida; ni esperanza ni piedad y en fúnebre soledad mi dolor amarrado, voy a la muerte arrastrado por mi propia tempestad. es uno de esos seres que pisan el teatro de la vida con el destino de la celebridad; es de aquellos hombres que cualquiera que sea la senda social por donde el destino encamine sus pisadas, vienen a la vida poderosamente tallados en bronce.
no ha sido el gaucho cobarde encenegado en el crimen, con el sentido moral completamente pervertido.
no ha sido el gaucho asesino que se complace en dar una puñalada y que goza de una manera inmensa viendo saltar la entraña ajena desgarrada por su puñal.
no; era como la generalidad de nuestros gauchos: dotado de una alma fuerte y de un corazón generoso, pero que lanzado en las sendas nobles, por ejemplo, a el frente de un regimiento de caballería, hubiera sido una gloria patria, y que empujado a la pendiente de el crimen, no reconoció límites a sus instintos salvajes despertados por el odio y la saña con que se le persiguió.
sabía que peleando defendía su vida amenazada de muerte, y peleaba de una manera frenética, y haciendo lujo de un valor casi sobrehumano.
tenía los sentimientos tiernos e hidalgos que acompañan siempre a el hombre realmente bravo.
educado y bien dirigido, cultivaba con esmero su propensión guerrera y su astucia inherente a la mayor parte de nuestros gauchos ya lo hemos dicho, hubiera hecho una figura gloriosa.
hasta la edad de treinta años fue un hombre trabajador y generalmente apreciado en el partido de , donde habitó hasta aquella edad, cuidando unas ovejas y unos animales vacunos, que constituían su fortuna pequeña.
consumado, se ocupaba en amansar aquellos potros que, por indomables, llevaban a su puesto con aquel objeto.
no concurría a las pulperías sino en los días de carreras en que iba a ellas montado sobre un magnífico caballo parejero, aperado con ese lujo de el gaucho que reconcentra toda su vanidad en las prendas con que adorna su caballo en los días de paseo.
nunca se le había visto beber con exceso, ni andando en aquellas fatales parrandas de los gauchos donde nacen las peleas que terminan generalmente enterrando un cadáver más en el cementerio y proporcionando una nueva alta a los cuerpos de caballería que guarnecen las fronteras, cuerpos de línea que guardan las leyendas más tristes de pobres gauchos enviados allí con el pretexto de ser vagos o no tener hogar conocido.
pero dejemos aquellas fúnebres historias de que algún día nos ocuparemos, y volvamos a .
si alguna vez se le vio desnudar su daga y guardar la en la cintura sucia de sangre, era cuando mezclado a la salía en persecución de alguna invasión de indios que hubiera venido a los partidos vecinos.
en esos días en que los buenos guardias nacionales abandonaban el lazo y la marca para seguir a el militar de el partido, se presentaba montado en su mejor caballo, llevando de tiro a su soberbio parejero.
en el combate se lucía, en la persecución siempre salía adelante en alas de su caballo que parecía volar, y concluido el combate y derrotada la indiada, regresaba a su puesto sin pedir la menor recompensa, apreciando lo que acababa de hacer como el cumplimiento de una obligación ineludible.
en ese género de correrías se había conquistado el nombre de guapo, con que lo distinguían aún fuera de su pago, llegando sus compañeros hasta no considerar eficaz una persecución a los indios si en ella no había tomado parte el amigo .
vivía casado con una paisanita hija de un honrado vecino de su mismo partido, y tenía de ella un hijito que constituía toda su aspiración y todo su haber en el mundo, fuera de su mujer, a quien quería con idolatría.
jamás se alejaba a las persecuciones de indios, sin estrechar en sus brazos a el pequeño , a quien llamaba mi crédito, y últimamente lo llevaba consigo a todos sus paseos, ya a las cabezadas de su lujoso apero, ya a su lado, gauchamente montado sobre un peticito que domara expresamente para él y en cuyas prendas figuraban los más bellos trenzados de tiento de potro que salían de sus manos primorosas para este género de trabajos.
poseía una tropa de carretas, que era su capital más productivo y en la que traía a la estación de el tren más inmediata grandes acopios de frutos de el país que se le confiaban conociendo su honradez acrisolada.
allá, en su pago y años atrás, él había sido también una especie de trovador romancesco.
dotado de una hermosa voz, solía templar su guitarra, llena de incrustaciones de nácar, en algún baile de amigos, y echar un par de tiernas y amorosas décimas, con ese sentimiento delicado de que está dotado nuestro gaucho payador, sentimiento que se ve rebosar en su cara inteligente y que da a su canto una ondulación rara y quejumbrosa y que llega hasta el fondo de el alma.
cuando un gaucho canta un triste, parece que vertiera él todo un compendio de desventuras.
su rostro moreno se baña de una intensa palidez; su voz tiembla: brilla su pupila humedecida por una lágrima; los dedos con que oprime la cuerda sobre el diapasón, parece que quisieran encarnar en ella todo lo que siente; la guitarra gime de un modo particular, y el que escucha se siente dominado por un éxtasis arrobador.
el gaucho trovador de nuestra pampa, el verdadero trovador, el , en fin, cantando una décima amorosa, es algo de sublime, algo de otro mundo, que arrastra en su canto, completamente dominado a nuestro espíritu.
¡es una gran raza la raza de nuestros gauchos!
todos ellos están dotados de un poderoso sentimiento artístico.
tocan la guitarra por intuición sin tener la más remota idea de lo que es la música, y cantan con la misma ternura que improvisan sus huellas, llegando, como , a construir esta sublimidad:
de terciopelo negro tengo cortinas para enlutar mi cama si tú me olvidas. y el sentimiento artístico estaba poderosamente desarrollado en .
cuando preludiaba la guitarra, la asamblea enmudecía, y cuando de su poderosa garganta partía, como un quejido, una trova, las paisanas se sentían atraídas y los hombres se conmovían.
hemos hablado una sola vez con , el año 74, y el timbre de su voz ha quedado grabado en nuestra memoria.
cuando hablamos con él, entonces estaba tachado de bandido y su fama recorría los pueblos de nuestra campaña.
y había sin embargo en el conjunto de su arrogante apostura tanta nobleza, tal sello de simpática bravura, que uno se hacía en su pensamiento esta fuerte conclusión: es imposible que este hombre sea un bandido.
no había en su semblante una sola línea innoble, su continente era marcial y esbelto, y hablaba con un acento profundo de ternura, bañando, por decirlo así, el semblante de su interlocutor con la intensa y suavísima mirada que brotaba de su pupila de terciopelo.
era una cabeza estatuaria colocada en un tronco escultural.
entonces tenía apenas treinta y cuatro años.
era alto y regularmente grueso, vestía con un lujo pintoresco, el traje nacional que llevaba con una desenvoltura y una arrogancia notable.
su hermosa cabeza estaba adornada de una tupida cabellera negra, cuyos magníficos rizos caían divididos sobre sus hombros; usaba la barba entera, barba magnífica y sedosa que descendía hasta el pecho, sombreando graciosamente una boca algo gruesa donde se hallaba eternamente dibujada una sonrisa de suprema amargura.
sus más hermosas facciones eran los ojos y la nariz. los primeros iluminaban su semblante atrayente, dando la una expresión inteligente y altiva, la segunda ligeramente aguileña, contribuía a aquella expresión de simpática bravura que era la que dominaba en aquel semblante.
vestía entonces un chiripá de paño negro sujeto a la cintura por un tirador cubierto de monedas de plata, que le servía para oprimir su estómago algo saliente.
de este tirador pendían por la parte de adelante dos brillantes trabucos de bronce, y sujetaba sobre el vacío, a el alcance de la mano derecha, una daga lujosamente engastada.
el aseo de su ropa, que se veía en su blanquísima camisa y en el prolijio cribo de el calzoncillo, era notable.
su traje estaba completado por una bota militar flamante, adornada con espuelas de plata, un saco de paño negro, un pañuelo de seda graciosamente enrollado a el cuello, y un sombrero de anchas alas.
en su mano derecha, pendiente de la muñeca, se veía un látigo de plata, de los llamados brasileros; en el dedo meñique usaba un brillante de gran valor, y sobre su pecho, cayendo hasta uno de los bolsillos de el tirador, brillaba una gruesa cadena de oro que sujetaba un reloj remontoir.
éste era , cuyos hechos han pasado a ser el tema de las canciones gauchas, y cuyas acciones nobles se cantan tristemente a el melancólico acompañamiento de la guitarra.
¿qué motivo poderoso, qué fuerza fatal fue la que empujó por la pendiente de el crimen a un hombre nacido con todas las condiciones de un bello espíritu, y que hasta la edad de treinta años fue un ejemplo de moral y de virtudes?
tomemos su vida desde diez años atrás y encontraremos la razón de la conducta que observó en el último tercio de su vida.
hemos hecho un viaje expreso a recoger datos en los partidos que este gaucho habitó primero y aterrorizó después, sin encontrar en su vida una acción cobarde que arroje una sola sombra sobre lo atrayente de la relación que emprendemos.
era una especie de judío errante que combatía eternamente, disputando a la justicia su cabeza, porque sabía que entregar se era morir irremediablemente y porque en su insolente orgullo había dicho y repetido que no existía una partida de policía suficientemente fuerte para prender lo.
tomemos, pues, como punto de partida aquella época de su vida, que llamaremos amores de .
la gran causa de la inmensa criminalidad en la campaña, está en nuestras autoridades excepcionales.
el gaucho habitante de nuestra pampa tiene dos caminos forzosos para elegir: uno es el camino de el crimen, por las razones que expondremos; otro es el camino de los cuerpos de línea, que le ofrecen su puesto de carne de cañón.
el gaucho, en el estado de criminal abandono en que vive, está privado de todos los derechos de el ciudadano y de el hombre; sobre su cabeza está eternamente levantado el sable de el militar y de la partida de plaza a quien no puede resistir se, porque entonces, para castigar lo, habrá siempre un cuerpo de línea.
ve para sí cerrados todos los caminos de el honor y de el trabajo, porque lleva sobre su frente este horrible anatema: hijo de el país.
en la estancia, como en el puesto, prefieren a el suyo el trabajo de el extranjero, porque el hacendado que tiene peones de el país está expuesto a quedar se sin ellos cuando se moviliza la , o cuando son arriados como carneros a una campaña electoral.
el gaucho viene así a ser un paria en su propia tierra, que no sirve para otra cosa que para votar en las elecciones con el o el , o para engrosar las filas de los regimientos de línea a que tiene horror.
¡y que tiene razón de sentir aquel horror a los cuerpos de línea!
el gaucho marcha a la frontera, enviado por vago ( no encuentra trabajo ), por falta de papeleta ( no votó con el sino con su patrón ), o simplemente porque su mujer es una paisanita hermosa y codiciada.
va a la frontera con una barra de grillos en los pies, como si fuera un criminal miserable: allí sufre durante dos años de desnudez, el hambre y los horribles tratos de un cuerpo de línea, pudiendo se dar por feliz si a el cabo de este tiempo puede obtener su cédula de baja.
el gaucho vuelve a su pago, creyendo olvidar sus sufrimientos en la tranquilidad de su rancho y a el lado de su mujer y sus hijos, pero es precisamente allí en su rancho donde le espera la desventura, el dolor y la vergüenza.
sus caballos y sus animalitos se lo han repartido como botín de guerra los que han saqueado su rancho; su mujer, sitiada por hambre, vive con el mismo alcalde o teniente alcalde que lo envió a la frontera, engrillado, con este solo objeto, y sus hijitos, sus pobres hijitos han sido regalados a diferentes familias a quienes servirán de criados sabe hasta cuándo.
el dolor rebosa en su alma a el contemplar este cuadro de desolación y dolor supremo, su corazón absorbe todo el veneno que tanta maldad ha derramado en él, y el gaucho se lanza a el camino lleno de odio y ansioso de venganza.
entonces es puesto fuera de la ley que para él no existió nunca, y condenado a pelear en el campo para defender su cabeza que codicia la partida de plaza, con la que pelea hasta morir, porque sabe que una vez rendido será inmediatamente muerto por haber se resistido a la autoridad, o por cualquier otro pretexto.
el alcalde teme que el gaucho venga una noche a cobrar le con su puñal la cuenta de sus desventuras, y quiere deshacer se de él a todo trance para librar se de aquella venganza tardía a veces, pero segura siempre.
aquel hombre tiene que vivir huyendo como un bandido: tiene que robar para llenar las necesidades de la vida; empieza por matar defendiendo su cabeza, y concluye por matar por costumbre y por placer, porque la vida errante le ha hecho contraer el vicio de la bebida y los que acompañan a éste o son engendrados por él.
he aquí por qué este hombre de hermosísimas prendas de carácter dotado de una inteligencia natural y de un corazón de raro temple, se lanza a la senda de el crimen, que recorre paso a paso, hasta sucumbir como , combatiendo contra a una partida de gendarmes ayuda dos por tropa, que ha ido directamente a matar lo, o a caer entre las manos de la justicia, cuando el sueño y la fatiga lo han rendido, como .
¿tenemos nosotros derecho para condenar a este criminal con todo el peso de la ley?
y sin embargo nuestros presidios están llenos de estos tipos que habían nacido para todo, menos para asesinos y bandidos, a quienes se aplica la última pena, que sufren con una serenidad hermosa y un valor inquebrantable.
he aquí la existencia de nuestro gaucho, narrada a grandes rasgos, pero con una exactitud innegable.
volvamos ahora a el protagonista de el drama policial que nos ocupa tomando lo años antes de su primer puñalada.
vivía en el partido de , donde se había criado desde pequeñito, sin haber conocido a su padre que era aquel tremendo que hizo fusilar , dando le una carta para , en cuya carta le daba orden de fusilar lo y que la víctima creía ser una orden para que le entregasen un dinero que se le había prometido.
muchos de nuestros lectores que vivieron en aquellas épocas luctuosas, tal vez hayan conocido a el padre de nuestro héroe.
ya hemos dicho que , como la mayoría de nuestros gauchos, tocaba la guitarra con ese sentimiento artístico que nace de el corazón y que no se puede imitar, acompañando se con tiernas décimas y tristes, que gemían melancólicamente a el poder sentido de su hermosa voz.
en aquellas plácidas noches de luna, en que se ve a el campo plateado por la luz suavísima de el astro de la noche, ensillaba su caballo con esa coquetería cariñosa que tiene siempre para su pingo el gaucho de buena ley, y colgando su guitarra a los tientos de el recado, se iba a algún rancho amigo, donde era siempre bien recibido, porque con él iban la alegría y la perspectiva de una noche de baile.
la jarana se armaba entonces en toda regla: a el rancho empezaban a caer los amigos de los alrededores, el cimarrón circulaba de boca en boca, alternando con un traguito de ginebra, y el baile seguía a la décima y a el triste, baile alegre e inocente que duraba hasta las doce de la noche o la una de la madrugada.
en estas correrías y jaranas conoció a , joven paisanita cuya hermosura era proverbial en el pago, y entonces el rancho de fue el preferido por , para sus noches de baile y alegría.
generalmente querido por su extremada bondad y mansedumbre, en los bailes que improvisaba no había el menor disgusto pues a la par que se le quería, se le respetaba, y ninguno de ellos hubiese querido granjear se su enemistad.
este género de baile pasa siempre en el mayor orden porque a ellos concurre sólo la buena gente trabajadora, y alguno que otro forastero que es invitado a desensillar, porque la hospitalidad para el gaucho es una especie de religión que practica con placer.
los gauchos alzados y vagos no concurren nunca a este género de bailes, porque siempre andan huyendo de los centros de población, frecuentados por la autoridad.
su teatro es la pulpería, donde se apea de noche y de donde sale de día a vagar hasta la vecina, con el ojo siempre avizor y la daga a el alcance de su mano.
a los bailes que improvisaba en casa de , asistían además de el paisanaje, el teniente alcalde de el cuartel que habitaba y uno que otro comerciante amigo de el paisano o de la familia.
amaba a como ama el gaucho en su inocencia primitiva, sin hablar le una palabra, pero revelando le el amor de su alma virgen con la mirada de sus magníficos ojos y el proverbial «dispense, », con que le dedicaba sus más sentidas décimas, y amorosas trovas.
comprendía este amor y callaba, correspondiendo le con una mirada expresiva y el mate especial que le servía, ligeramente espolvoreado con canela.
era un joven sumamente arrogante era de los más acreditados en el partido como valiente y como el mejor cantor, prendas que en la campaña para la mujer, son estimadas con preferencia.
el padre de veía estos amores con cierta vanidad, pues a más de todo esto, era un hombre trabajador, honrado y dueño de una fortuna que, trabajada, podía ser algún día una riqueza.
el buen paisano alentó los amores de , para provocar entre los dos jóvenes un honesto casamiento.
el teniente alcalde, que frecuentaba las reuniones a que aludimos, hacía tiempo que andaba enamorado de la gentil , pero con distintas intenciones de las de .
quería emprender la seducción de , y no podía mirar con tranquilidad aquellos amores; primero, porque ellos desbataraban sus planes, y segundo, porque era un paisano sagaz con quien no se podía jugar sucio.
el teniente alcalde empezó entonces a fraguar la trama interna que da por resultado la frontera y los grillos para que se persigue con cualquier pretexto, aunque la rama iba esta vez a hacer se difícil, pues se estrellaba en un hombre intachable por su conducta.
no malició la perfidia que le reservaba el teniente alcalde, tranquilo y servidor como siempre, siguió en sus bailes y en sus amores con , amores ya aceptados por el padre.
fue en estos días que facilitó a el almacenero la suma de diez mil pesos que éste le pidió para hacer una compra de frutos de el país, préstamo que fue echo sin recibo ni documento alguno, y completamente a la buena fe de ambos.
se había decidido por fin a hablar y había concertado su casamiento para un mes después.
fue aquella una fiesta memorable en la que hubo licor de rosa y tortas fritas, en que se bailó hasta destabarse y se tocó la guitarra hasta el «sol alto».
y fue también en esa noche en que tuvo lugar el primer acto de hostilidad de el teniente alcalde, que no incurrió a el baile y a el otro día mandó a sacar a una multa de quinientos pesos por haber dado baile público «sin permiso de la autoridad».
, a pesar de la opinión de su suegro, preocupado por su reciente felicidad, pagó la multa, diciendo que sin duda alguna aquella era el remojo que cobraba el amigo .
pero las multas empezaron a repetir se con frecuencia, lo que empezó a alarmar el pacífico vecindario que comprendía la injusticia de ellas.
un día era citado a casa de el teniente alcalde, porque se había encontrado un animal de su propiedad haciendo daño en los sembrados y era preciso abonar la multa que el paisano pagaba humildemente, aunque sin ninguna voluntad y protestando de la injusticia.
otro día era una multa por no haber se presentado a un supuesto llamado de la autoridad, y otro en fin por haber molestado a el vecindario a deshonra con su acto.
estas multas empezaron a agriar poco a poco a , hasta que un día se presentó en casa de el amigo , decidido a saber el porqué de esta persecución.
el amigo escuchó agriamente el justo humilde reclamo y lo respondió con aspereza que no tenía que darle cuenta de sus acciones y que si no pisaba más derecho le iba a remachar una barra de grillos.
ante esta amenaza palideció, pero dominando se rápidamente le dijo.
— yo no he ofendido a nadie, : usted me persigue de puro vicio y esto va a acabar mal.
— parece que me amenaza, respondió alzando la voz — pues ahora mismo irás a el cepo.
y fue puesto en el cepo, donde permaneció cuarenta y ocho horas, sin que se le oyera pronunciar una sola queja.
es preciso saber lo que es un cepo de , en los lejanos y abandonados pueblos de nuestra campaña.
un cepo de esta clase es siempre una gruesa viga, de ñandubay u otra madera dura, llena de agujeros y aserrada a lo largo, tomando por centro la mitad de los agujeros: la parte baja de este aparato está asegurada en el suelo, a la que va adherida por medio de grandes bisagras a un extremo, la parte alta que se cierra a el otro por un gran candado.
aquel aparato inquisitorial está colocado siempre a campo y bajo de un árbol, que la única protección que el paciente tiene contra los soles y las heladas y a donde es puesto de el pescuezo, de las piernas o de donde se les ocurre a el teniente alcalde que manda ejecutar el martirio.
allí fue puesto , de las piernas y allí permaneció cuarenta y ocho horas sin que se le oyera la menor protesta contra aquel proceder arbitrario, mansedumbre que irritó a el amigo , hasta el extremo de mandar echar de allí , que vino a pasar la noche a el lado de su marido.
igual proceder se mandó observar con el suegro y los numerosos amigos que fueron a visitar a el preso, única protesta muda que les era permitida de aquella acción cobarde.
cuando fue puesto en libertad, se dirigió a su rancho, donde ensilló su caballo, y se fue a casa de su compadre , padrino de su casamiento, a quien relató lo que le sucedía y pidió consejo, pues no quería desgraciar se por aquel hombre que tan sin motivo se había puesto a perseguir lo.
aconsejó a se fuese a el juzgado de y contase lo que le sucedía pidiendo se evitase que aquel hombre siguiera cometiendo estos abusos.
pero a se había anticipado el amigo , imponiendo a el juez de que aquel diablo había empezado a echar se a perder y que había tenido que poner lo en el cepo porque había llevado su insolencia hasta amenazar lo.
el gaucho invocó sus derechos ¿pero qué gaucho tiene derechos? invocó la justicia, palabra hueca para él, y no fue escuchado; ofreció acreditar su conducta con los vecinos de su cuartel, y fue expulsado de el juzgado con la amenaza de que si no se corregía sería, enviado a la frontera en el primer contingente.
el gaucho salió de el juzgado con la primera semilla de venganza en el corazón, y convencido de que para él no había más derecho que el que le proporcionara el filo de su puñal, ni más justicia que la que él mismo se hiciera.
regresó a su rancho, sombrío y con la frente oscurecida por la resolución inquebrantable que había adoptado.
los paisanos estaban asombrados de la mansedumbre de , llegando alguno de ellos a decir le que no fuera tonto, que no soportara las porquerías de el amigo callado la boca, pues entonces aquel lo agarraría como a hijo.
sonrió y comunico a los paisanos que había resuelto desde ese día no tolerar nada.
así pasaron algunos meses, sin que el gaucho fuese molestado de nuevo; parecía que se hubiera olvidado lo pasado, y la alegría había vuelto a renacer en el rancho de .
sin embargo, desde aquel día en que fue expulsado de el juzgado de , cambió su cuchillo de trabajo por una lujosa daga, que sólo usaba en los días de combate con los indios y la que había afilado con sumo esmero.
así pasó el tiempo, se cambió el que no removió a la mayor parte de alcaldes y tenientes alcaldes entre los que quedó el amigo ; pero no fue molestado.
parece que el amigo había cambiado de táctica o había sabido lo que para el porvenir debía esperar de , y tuvo miedo.
el gaucho tuvo un hijo, que vino a absorber todo su cariño y todo su tiempo; la lujosa daga cayó de su cintura para dejar sitio a la cuchilla de el trabajo, y la antigua alegría volvió a sentar sus reales en el humilde rancho.
los bailes renacieron, y la guitarra volvió a sonar y la magnífica voz de el gaucho volvió a escuchar se cantando hermosas décimas y picarescos pies de gato.
el amigo no volvió a parecer por el rancho de , pero mandó emisarios que dijeron a que sentía infinito lo que había sucedido y que quería olvidar lo pasado.
ya hemos dicho que tenía bellísimas prendas de carácter; su corazón era incapaz de guardar por tanto tiempo la idea de una venganza y fue él mismo a estrechar la mano de el amigo y a convidar lo para el bautismo de que debía celebrar se el próximo sábado.
ese día llegó, alegre para todo el sencillo vecindario de el apreciable gaucho, hubo carne con cuero y baile de noche, se echó la casa por la ventana y la ginebra y el licor anduvieron por alto, alternados con el mate y las guitarras, pues cada amigo había caído con la suya, para amenizar el baile de el amigo .
a la cara hermosa de el paisano asomaba toda la felicidad que aquel hijo había derramado en su alma, haciendo lo renacer; cantó toda la noche, y en medio de los más frenéticos aplausos cepilló un malambo que daba mil gustos, según la expresión característica.
se excedió en la bebida un tanto cuanto, lo que fue motivo de mayor alegría y algazara, pues según los que le han tratado, cuando estaba divertido, era cuando se le veía más alegre y accesible a todo género de bromas.
aquel baile hizo época en el partido, porque duró dos noches y el día que a éstas separara.
fue siempre en medio de la más franca y cordial alegría, pues cuando algún invitado se mamaba, era conducido a el pequeño bosque donde dormía a su gusto y de donde regresaba a el baile.
así fue bautizado el pequeño abriendo una nueva faz a el espíritu de el padre que se había vuelto más contraído aún en el trabajo pues ya tenía un porvenir que labrar.
las hostilidades suspendidas por el teniente alcalde, volvieron a hacer se sentir con pequeñas miserias.
un día fue llamado por el amigo , quien le notificó que tenía que pagar cuatrocientos pesos de multa, porque dos vacas de su propiedad habían andado haciendo daño en los sembrados de trigo.
palideció de ira, buscó en la cintura el sitio de la daga, pero la silueta de su hijito cruzó por su imaginación y se contuvo.
pagó la multa y se alejó de aquella «casa de justicia», sintiendo en su corazón que la misma idea de venganza que lo hiciera latir aquel día que estuvo en el juzgado, volvía a renacer más poderosa.
volvió sombrío a su rancho y se ocupó esa noche en concluir un par de lujosas riendas trenzadas, verdadero primor gaucho, que hacía días fabricaba para su que aunque recién caminaba, ya lo acompañaba en sus paseos a las cabezadas de su recado.
había engrosado.
la felicidad había corregido las suaves líneas de su cara oval y bondadosa, y era una hermosa paisanita, cuyo más inmenso placer era peinar los negros rulos y la sedosa barba de .
por aquellos tiempos tuvo necesidad de dinero para efectuar una compra de haciendas baratas, y pidió a el amigo los diez mil pesos que le prestara hacía más de un año.
pidió espera porque los negocios no andaban muy católicos, y accedió sin vacilación, suplicando que le efectuara el pago lo más pronto posible, porque aquello de que «la necesidad tiene cara de hereje».
así pasaron dos meses.
siempre cobrando y el almacenero siempre pidiendo espera y alegando que no tenía ni aún mil pesos que poder le dar a cuenta.
fue perdiendo la paciencia poco a poco, hasta que un día hizo presente a el deudor que si no le pagaba los diez mil pesos se iba a ver en la necesidad de demandar lo.
el pago no se efectuó, y entabló su demanda ante el amigo , que mandó buscar a .
fuera que éste se hubiera entendido con el teniente alcalde, fuera simplemente obra de su mala fe, negó la deuda asegurando que no debía a un solo peso.
— ¿y a qué viene entonces tanta mentira? — preguntó hostilmente el teniente alcalde —. ¿por qué vienes a cobrar un dinero que no es tuyo?
— cobro mi plata que he prestado, replicó trémulo de ira, y la cobro porque la necesito; este hombre quiere robar me si dice que no me debe, y yo entonces vengo a pedir justicia.
— la justicia que yo te he de dar es una barra de grillos, ladrón, que vienes a contar bolazos.
a el sentir se tratar así, tembló, miró a aquellos hombres de una manera feroz y llevó la mano a la espada, mano que retiró vacía porque conociendo se se había tenido miedo a sí mismo y había dejado en su casa las armas.
— ¿quiere decir que no me debes nada? — preguntó trémulo a , que palideció, pero que contestó secamente:
— ¡nada!
— ¿y usted no quiere hacer que me pague? — preguntó dirigiendo se a el teniente alcalde.
— es claro, puesto que nada te debe, y que tú has venido a «jugar sucio».
a la anterior alteración de se sucedió una de aquellas calmas que son más temibles aún que la explosión de la cólera, pues ellas son hijas de una resolución suprema y de un carácter poderoso.
— está bueno, amigo — dijo , dejando caer la mirada de sus negros ojos sobre —. usted me ha negado la deuda para cuyo pago le di tantas esperas, pero yo me la he de cobrar dando le una puñalada por cada mil pesos. y usted, , que me ha «echado a el medio» de puro vicio, guarde se de mí porque usted ha de ser mi perdición en esta vida.
iba a retirar se, pero fue detenido por , que llamando a el soldado de la partida que con él representaba allí la justicia ( rara justicia ) lo hizo meter a el cepo, esta vez de cabeza por desacato a la autoridad.
se dejó poner en el cepo sonriendo porque sabía que pronto había de llegar la hora de su desquite, y sufrió las insolencias y aún los golpes de el amigo , sin pronunciar una sola palabra.
a el día siguiente fue puesto en libertad y oyó de boca de el amigo estas palabras:
— la tercera es la vencida, y si vuelves a las andadas te remitiré a la frontera con una buena barra de grillos.
escuchó estas palabras sin apagar de sus labios la sonrisa que los orlaba y se retiró replicando sencillamente: «hasta la vista entonces, ».
se fue a su casa, donde permaneció todo el día prodigando a su hijo y a su mujer un mundo de tiernas caricias; estuvo tocando en la guitarra una serie de tristes, hasta la hora de cenar, en que asistió a la mesa por fórmula.
llegada la noche, se vistió cambiando se la ropa interior y poniendo se a la cintura su daga de combate, ensilló su caballo parejero con esa prolijidad que usa el gaucho cuando ha de hacer una larga jornada.
sus ojos brillaban de una manera particular y su fisonomía había tomado una expresión de fúnebre amenaza.
— ¿adónde vas a estas horas? — preguntó cuidadosa, a el ver los preparativos que había estado haciendo.
— voy a lo de mi compadre , respondió éste saltando sobre su caballo, no tardaré en volver.
el suegro que estaba en el rancho acompañando a la hija y ayudando le a sobrellevar la pena que la causaba la prisión de el marido, trató de averiguar a dónde iba a aquellas horas.
— ya vuelvo, tata viejo, contestó el paisano y oprimiendo los hijares de su overo bayo, se perdió entre las sombras de la noche.
¿adónde iba que así precipitaba la marcha de el inteligente animal, que parecía comprender el apuro de el jinete?
corría como quien huye entre las sombras de la noche, de un peligro imaginario.
el viento agitaba su largo cabello que iba a azotar su espalda, y su sedosa barba dividida por el mismo viento, cubría sus hombros como un manto de crespón.
y animaba la marcha de el caballo con la palabra, queriendo le imprimir el ardor que sentía por llegar a el punto de su destino.
a los veinte minutos de marcha, sujetó el caballo en una de esas características pulperías de campaña, echó pie a tierra, ató con un nudo fácil el maneador en el palenque y penetró a la pulpería, concurridísima a esa hora.
era ésta la pulpería de , y iba allí a cobrar sus diez mil pesos y a tomar cuenta de el proceder de el pulpero.
en la trastienda de la pulpería, sentados sobre alguna silla milagrosa y cajones vacíos había una media docena de paisanos que se ocupaban en comentar el proceder de el teniente alcalde y la desgracia en que había caído .
cuando éste entró, los paisanos se pararon contestando a su comedido saludo; unos se contentaron con decir le: «dios le guarde, amigo »; mientras otros le estrechaban afectuosamente la mano.
había visto entrar a el gaucho y había palidecido mortalmente: su corazón tembló anunciando le la causa de aquella visita y tendió la vista por la trastienda interrogando el semblante de los concurrentes.
estaba allí sereno, altivo, recibía de los amigos calurosas felicitaciones por su libertad y sonreía dejando ver por la abertura de sus labios, la doble fila de sus blanquísimos dientes que formaban un hermoso contraste con su negra barba.
— una copa, pulpero — dijo tranquilamente, dirigiendo se a —. amigos, dijo a los paisanos, yo pago la otra vuelta.
se apresuró a obedecer y llenó los vasos que los paisanos enjuagaron a la salud de .
— han creído que soy vaca que se ordeña sin manear — prosiguió diciendo —, ¡y así va a ser la cornada!; me han agarrado por bueno pero se me hace que esta vez no la han de sacar por tarja.
pidió otra vuelta y con una tranquilidad aterradora siguió hablando así dirigiendo se a los paisanos:
— la paciencia se gasta, porque no es oro, y siento que la mía ha ido a parar a la loma de el diablo; anoche me ha hecho su blanco el teniente alcalde y me ha metido en el cepo, pero hoy la vaca se ha vuelto toro y no hay que hacer le a el dolor.
el pulpero tragaba saliva, dejando ver en su palidez el espanto que le dominaba; la calma de le hacía prever una desgracia, desgracia inevitable, pues sabía que las palabras de no eran hijas de una mera compadrada, sino que ellas eran dictadas por una resolución inquebrantable; la amenaza que le había hecho el paisano no se había borrado de su memoria y veía que el momento de cumplir la había llegado fatalmente.
— todos ustedes saben que yo presté a este hombre diez mil pesos — continuó señalando a con el cabo de el rebenque —, he tenido que demandar lo porque no había podido conseguir que me pagara, ¿y saben lo que ha contestado? pues ha dicho que yo era un ladrón, y que no me debía un medio.
y a el decir esto la voz de el paisano se había vuelto trémula y sus ojos estaban empañados por las lágrimas que de ellos hacía brotar el coraje.
— es verdad, amigo — respondió humildemente el pulpero —, yo he negado la deuda porque no tenía plata y si la confesaba me iban a vender el negocio, pero yo sé que le debo y algún día le he de pagar.
no hizo caso de las palabras de el pulpero y siguió hablando de esta manera, a los paisanos que ya habían comprendido las intenciones con que había ido allí el gaucho, y que adivinaban la escena tremenda que iba a pasar.
— me han puesto en el cepo de cabeza, como a un ladrón, me han golpeado cuando me han visto indefenso — y mostraba sobre su altiva frente una ligera cicatriz que recibió a el ser metido en el cepo —, y por último me han largado con el calor de la marca diciendo me que me habían de mandar a la frontera.
y los ojos de el gaucho se dilataban de una manera feroz, dejando ver un brillo frío y siniestro que hacía la impresión de una puñalada.
uno de los paisanos que le escuchaba, más viejo y más amigo de que los otros, le dijo que tenía mucha razón, pero que un perro de aquella especie, no merecía que un hombre de bien se perdiera haciendo una hombrada.
— tú tienes un hijo — concluyó aquel gaucho bondadoso —, y va a padecer las consecuencias de lo que hagas. si no lo haces por mí, haz lo por esa prenda de tu cariño, y vamos nos tomando la copa de el estribo.
una inmensa agonía cruzó como un relámpago el hermoso semblante de , y mirando tristemente a el hombre que le había recordado su hijo, le replicó.
— yo no me voy sin haber cumplido mi palabra y sin terminar lo que voy a hacer, y no tomo la copa de el estribo, porque no quiero que mañana digan que lo que yo he hecho lo hice divertido, porque no tuve entrañas para hacer lo fresco.
el paisano viejo trató de persuadir lo de nuevo haciendo le oír razones sencillas y tocantes, pero todo fue inútil.
estaba decidido a cumplir su palabra a pesar de todo, y no hubo razón que lo hiciera ceder.
— concluyamos que es tarde — dijo levantando se de pronto —, amigo , vengo a que me pague los diez mil pesos o a cumplir mi palabra empeñada.
el pulpero vaciló, miró con espanto a , y dirigiendo una mirada de suprema súplica a el paisano que había tratado de disuadir a aquel terrible acreedor, respondió de una manera humilde y quejumbrosa:
— yo no tengo plata, amigo , espere se unos días, y le juro por que lo he de pagar hasta el último peso.
— no espero más — contestó el paisano con suprema altivez —, vengan los diez mil pesos o te abro diez bocas en el cuerpo, para que por ellas puedas contar que cumple lo que promete, aunque lo lleve a el diablo.
y con mano segura desnudó su daga que brilló con un fulgor siniestro.
los paisanos habían quedado helados, estaba más muerto que vivo y , arrogante y altivo, con la daga en la mano y la manta de vicuña, volcada sobre el brazo izquierdo, estaba allí como el ángel de el exterminio.
— o pagas sobre el acto, dijo imperiosamente , o te abro como un peludo.
— no tengo plata — balbuceó el pulpero en una especie de estertor, mientras el paisano que desde un principio había tratado de evitar el lance, se cruzaba delante de la daga de , diciendo le:
— no te pierdas, hermano, el gringo no vale la pena y vas a tener que huir de el pago.
apartó a el paisano con un ademán vigoroso, y saltando a el otro lado de el mostrador, se lanzó sobre con el brazo encogido y en ademán de tirar una puñalada.
los paisanos cerraron los ojos para no ver aquello.
cuando los paisanos abrieron los ojos creyendo que todo había concluido, encontraron a todavía frente a el pulpero.
¿qué extraño pensamiento había detenido su daga con la fuerza de un brazo humano?
¿qué lo había hecho hacer un paso atrás en el momento de herir? ¿había tenido miedo? ¿se había arrepentido?
no, había cedido a un sentimiento de hidalguía; había visto a el pulpero desarmado y no se había atrevido a herir, porque no había ido allí a cometer un asesinato ni a dar muerte a un hombre indefenso.
cuatro o cinco segundos duró apenas la vacilación de , que viendo inmóvil aún a el pulpero, le dijo de la manera más natural de el mundo:
— ¿qué haces que no te defiendes? ¿o quieres que te degüelle como a un peludo?
— no tengo armas — respondió —, y aunque las tuviera, esto será siempre un asesinato.
arrebató a uno de los paisanos el puñal de la cintura, arrojando lo a los pies de el pulpero, y se preparó a herir.
sea que la cobardía de fuera porque no tenía armas realmente, fuera que comprendiese que solo matando a el gaucho podía escapar a aquel peligro de muerte, a el ver se dueño de un cuchillo sus ojos brillaron y desapareció por completo su aspecto de terror y de víctima resignada.
empuñó la daga y esperó alerta el ataque que debía ser impetuoso.
en la trastienda no había más gente que , los paisanos que allí se encontraban a su llegada, el pulpero y un dependiente de catorce a quince años, que estaba dominado por el espanto.
una sola lámpara de querosene colgada de el techo por un alambre, alumbraba aquella escena fuertemente dramática.
los paisanos cuando vieron que se trataba de un duelo, se apartaron y sólo quedaron a el lado de el mostrador los dos combatientes, midiendo se con la mirada.
cuando vio la nueva actitud que asumía el pulpero, cuando lo vio apoderar se de la daga y esperar sereno el ataque, le dijo estas palabras:
— ¡así te quería ver maula! — y lo acometió tirando le un hachazo a la cabeza que evitó volcando el cuello, respondiendo le con una puñalada tremenda que adivinó con su vista de lince y que evitó fácilmente con el poncho que pendía de el brazo izquierdo.
el combate era formidable; las puñaladas se dirigían rápidas y mortales por una y otra parte, y aunque la lucha llevaba ya más de dos minutos, ninguno de ellos se había podido herir.
por fin , comprendiendo que la duración de el combate podía ser fatal para él porque su enemigo era poderoso y firme, hizo un poderoso esfuerzo y se tendió a fondo en una terrible puñalada.
aunque metió el poncho, aunque quebró si cuerpo como una vara de mimbre, la punta de el puñal de , pasando a través de los pliegues de el poncho, fue a herir lo levemente en la tetilla izquierda.
— ahora ya no te tengo asco — gritó a el sentir sobre su pecho el frío de la daga, y bajando la cabeza subiendo hasta la altura de sus ojos el antebrazo izquierdo de que colgaba el poncho, entró a por el costado izquierdo con tal ímpetu, que le sepultó allí la daga por completo.
lanzó una especie de quejido sordo, dejó caer la daga de su mano, y vaciló sobre sus pies.
entonces como un relámpago, como una máquina de muerte, le dio nueve puñaladas más; tres en el pecho, cuatro en el vientre, y dos en el costado, arriba de la primera.
cayó pesadamente, sin pronunciar una palabra, sin proferir un acento de dolor; parecía que la primer puñalada le había dado la muerte y que las otras las había recibido en el intervalo que tardó en caer.
contempló un segundo el cadáver de , miró a los paisanos que no habían vuelto de su estupor y salió de la pulpería diciendo:
— ahora, que se cumpla mi destino
fue hasta el palenque, desató su caballo y se le sintió alejar se a el trotecito, como si quisiera aclarar sus ideas antes de llegar a el paraje a que se encaminaba.
así llegó a su rancho donde era esperado con una ansiedad profunda.
su suegro, hombre práctico en la vida, había adivinado con esa mirada clara de el paisano que su yerno salía a algo grave; lo comprendía por los sucesos anteriores y por los aprestos que hizo aquél antes de dejar su rancho.
— no se hacen estas cosas con un hombre de su temple — había dicho el buen viejo —, tanto se baraja el naipe que a el fin se gasta, y mi va a hacer uno de estos días una hombrada que los va a dejar fritos.
interrogaba a su padre llorosa y espantada a el ver el triste ademán con que el paisano trataba de consolar la.
— vaya usted a buscar lo, tata — decía agarrando las manos de el paisano —, vaya a buscar lo porque se me ha puesto que ha ido a matar a el amigo que así se ha puesto a perseguir lo.
— lo que haya ido a hacer — replicaba éste —, lo hará aunque se mezcle el diablo. cuando él ha salido así, es porque ya estaba resuelto y tal vez los ruegos lo enojen más. deja no más hija, que no ha de tardar en venir — y el viejo sonreía tristemente, porque estaba persuadido de que se había ido a matar a media justicia, empezando por .
— ¿y si lo matan, tata? — había preguntado en colmo de la desesperación.
— no hay quien haga esa gauchada, contestó el paisano — para matar a tendrán que juntar se dos partidas.
y era tal la profunda seguridad que tenía el viejo y el coraje y en la vista de a quien amaba con toda la sencillez de el gaucho, que a el decir aquello había infundido valor a el decaído espíritu de .
en esta conversación estaba padre e hija, cuando relinchó el overo bayo, relincho que arrancó un grito de placer a y que despidió a el buen viejo de la silla en que se hallaba sentado.
cuando se asomaron a el alero de el rancho, ya había atado su parejero a el palenque, y se sentían en dirección a el rancho sus conocidas pisadas, acompañadas el metálico ruido que produce la rodaja de la espuela.
el paisano abrazó tiernamente a , y estrechó a tosca mano de su suegro, en un apretón que fue la narración de todo lo que hiciera.
su suegro lo comprendió así y guardó silencio; bajó la cabeza y quedó en una actitud pensativa.
estaba sereno, pero en su mirada hermosa se podía ver toda la tempestad que cruzaba su espíritu varonil.
hemos hablado con los empleados de policía que han combatido con , inválidos todos, y que figurarán a su tiempo en esta narración, y hemos conversado largamente con el capitán de las partidas de plaza de y , inválidos también, y todos ellos nos han relatado la honda impresión que producía la mirada de en el combate.
su pupila se dilataba poderosamente sombreada por la larga pestaña; a sus ojos afluía e irradiaba su espíritu varonil, dominando lo todo como la soberbia mirada de el león.
pidió a su mujer un mate y cuando ésta se alejó a preparar lo, tomó de nuevo entre las suyas la mano de su suegro, y con una expresión de infinita melancolía le dijo:
— me he desgraciado, tata viejo, he muerto a un hombre.
el viejo levantó la cabeza, miró a a través de un velo de lágrimas y le preguntó sencillamente.
— ¿en buena ley?
el paisano guardó silencio, pero abrió su saco y mostró coagulada sobre la camisa la sangre de la herida recibida.
— ¿qué piensas hacer ahora, ? — preguntó el paisano, envolviendo en su mirada sagaz a su yerno.
— me voy de el pago, tata viejo, por unos días, mientras pasa el alboroto.
he matado sólo a porque no encontraré en su casa a , pero no por mucho madrugar amanece más temprano; ya le llegará su turno.
y era verdad, antes de ir a su rancho, había estado en casa de el amigo , pero éste no estaba allí, había ido a el juzgado a dar cuenta de la cepiada, anticipando se a el paisano como la vez primera.
— es preciso, tata viejo, que usted me cuide a y a , que son prendas suyas también: sabe criando pegaré yo la vuelta y no es justo que ellos pasen trabajos por mí. yo me voy así domo a la madrugada y antes de rumbiar el camino hablaré con mi compadre .
pasó la noche en su rancho, conversando indiferente de los trabajos de el campo y tratando siempre de ocultar a lo sucedido, que ya lo adivinaba por haber visto la empuñadura de su daga con sangre y su poncho de vicuña desgarrado en varias partes y manchado también de sangre.
a el rayar el alba, se mudó de ropa, sujetó en el tirador una pistola de dos cañones y revisó con una prolijidad asombrosa la montura de su overo bayo, a cuyos tientos ató una cantidad de «vicios» como cuando salía con la en persecución de indios.
volvió las casas, besó a su mujer en la boca, estuvo mirando largo rato a su hijito que dormía, y oprimiendo la mano de tata viejo, saltó sobre el overo bayo que se perdió un instante después por entre los alfalfares y alambrados.
caminó así un cuarto de hora, con la cabeza inclinada sobre el pecho, el brazo derecho caído sobre las vueltas de el lazo trenzado, y la mano izquierda con las riendas llevadas a el acaso, apoyadas sobre las cabezas de el recado.
¡sabe el mundo de angustias que en esos momentos cruzaba por su espíritu!
la vida de martirio había empezado para él, sabía que el resultado de su acción era la frontera, como sabía explicar se lo en su rudo pensamiento, que la frontera era su muerte civil, aprendizaje que había hecho con el ejemplo de mil gauchos desgraciados que habían hecho igual suerte.
y lo que había hecho aquella noche no era la mínima parte de su sangriento plan.
la muerte de , su cadáver, era el reto de muerte que dejaba allí a la , cuyas partidas saldrían en su persecución a disputar le sus pies para una barra de grillos y su cuerpo para engrosar un contingente.
este último pensamiento fue sin duda lo que iluminó entonces su soberbia cabeza que irguió con una altanería imponderable; sujetó la marcha de el magnífico animal, divisó el campo con su vista de águila y no percibiendo persona alguna, hizo cambiar de frente a el caballo, se empinó sobre los estribos y permaneció inmóvil.
¿qué miraba el paisano que lo hacía palidecer tan intensamente?
¿por qué en la punta de sus negras pestañas se veían relucir gotas de llanto, semejantes a las gotas de rocío que a esa hora se podían ver en cada hoja de las flores y pastos silvestres?
él hundía su mirada en el horizonte, hasta llegar con ella a su rancho, que hubiera parecido un pequeño punto para cualquier otra mirada que no fuera la mirada escudriñadora de un paisano.
miraba su rancho que era todo su mundo, pensando que tal vez lo dejaba para siempre, sin volver a ver aquellos seres queridos de su corazón, o para ver los de nuevo en una situación vergonzosa.
el gaucho cayó a plomo sobre el recado, como cediendo a el peso de su pensamiento; dos lágrimas rodaron sobre su barba quedando allí brillantes y temblorosas, arrojó con la punta de sus dedos, en dirección a el rancho, un beso de despedida, y bajó la rienda sobre el cuero de el overo bayo cerrando sus flancos con las espuelas.
el animal dio un brinco poderoso que hubiera dado en tierra con cualquier otro jinete, y esta vez se perdió por completo, a impulsos de la carrera vertiginosa.
fue a detener la marcha de su caballo en casa de su compadre , con quien habló sin apear se.
— compadre, anoche me desgracié — dijo así que se le acercó —, allí en mi rancho queda todo lo que tengo en el mundo, que vengo a poner lo bajo su amparo, porque usted entiende esas cosas de la justicia y los podrá proteger contra toda desgracia que allí quiera, sentar reales.
una desgracia nunca viene sola, y con usted he contado en la ocasión.
preguntó a como había sido aquello, y el paisano narró el drama de la pulpería, según su expresión, con todos sus pelos y señales.
lamentó lo sucedido, mostrando los inconvenientes que tenía aquel proceder, pero lo interrumpió y le dijo:
— ya está hecho eso, compadre, y es en vano lamentar se — ahora no hay más que poner el hombro y hacer espalda ancha —, el que hizo el perjuicio que sufra el daño. y ya que tanto me han pinchado y se han cebado en mí porque me veían humilde, haciendo se les bueno el partido, paciencia y barajar, compadre, no hay que quejar se de lo que yo haga. ahí le dejo eso, compadre, prosiguió enterneciendo se por grados, cuide me los y cuente conmigo para todo en esta vida.
concluyó de hablar así, apretó las espuelas a el caballo y tomó la dirección de el partido de el sin volver la cara.
eran ya la cinco de la mañana y el sol «el poncho de los pobres», empezaba a dorar la mañanita.
, cruzado de brazos, se quedó contemplando como se alejaba aquel hombre extraordinario.
cuando lo hubo perdido de vista volvió a su casa, sacó las prendas de ensillar, y aperando lindamente un magnífico oscuro tapado que le regalara el mismo la noche de su casamiento, tomó el camino de el cuartel que habitaba el fugitivo, a enterar se bien de lo que había sucedido la noche anterior, y de las medidas que contra hubiera tomado la .
cuando llegó a las primeras casas fue recibido con la sangrienta novedad.
todos comentaban la muerte de , de manera más o menos favorable a .
el teniente alcalde se había puesto en campaña con cuatro soldados de la partida y habían empezado las tropelías y desastres.
los paisanos que presenciaron el hecho, fueron reducidos a prisión y puestos en cepo algunos de ellos.
el rancho de fue invadido por completo, como malón de indios, y y el suegro de fueron también conducidos a prisión.
era necesario vengar la muerte de el pulpero, y a falta de el criminal, ahí estaban su esposa y su hijo para satisfacer a la , que necesitaba una víctima.
se impuso de lo que sucedía, y se trasladó a el juzgado para obtener la libertad de y su padre; pero su pedido fue despreciado y desoído.
su mujer, según el teniente alcalde, como su padre, debían saber dónde se hallaba el bandido, y era preciso que lo confesaran para que la justicia lo redujera a prisión.
con este objeto, y para costear los gastos de el proceso, se había embargado todo lo que a pertenecía, y ya se sabe lo que es un embargo de bienes de un paisano.
los animales se carnean por los depositarios y sus sembrados son destruidos enteramente por el completo abandono en que quedan.
había caído en desgracia, y envueltos en ella habían caído también su hijo y su mujer.
¿quién podía defender a aquellos seres de los avances de aquella justicia sui géneris? ¿quién defendería aquellos intereses embargados para costear con ellos un sumario que aún no se había principiado?
sólo quedaba el puñal de , y sabe donde había sujetado éste el vértigo de la carrera de el overo bayo.
el cadáver de fue recogido y sepultado de la mejor manera que se pudo, y la partida de plaza salió en demanda de el gaucho, con la orden de reducir lo a prisión o matar lo si se resistía, última parte que se cumple rigurosamente, aunque el gaucho a quien se persigue sea sorprendido durmiendo.
y el gaucho que conoce esto, pelea con el ardor de el que sabe que entregar se es morir.
¿qué había sido entre tanto de ?
se fue a el partido de el y allí pidió hospedaje a unos amigos que habían sido sus compañeros en tiempos más felices.
¿qué gaucho niega su hospitalidad a un paisano en desgracia?
¿quién niega un amparo a el que ha caído en la enemistad de la justicia?
ninguno, seguramente, porque la hospitalidad es una religión en el gaucho, religión que no han podido extirpar de su alma los castigos, las fronteras, y ese otro azote que el paisano llama sardónicamente la justicia, porque justicia es para él la privación de todo derecho, la altanería de el alcalde, el sable de la partida de plaza, y el regimiento de línea, que es el último tramo de su vía crucis.
la justicia para él es la causa de que le falte trabajo, pues el estanciero lo rechaza temiendo que una leva lo deje sin peones; justicia, es la palabra que invocan para poner le una barra de grillos porque en las lecciones no votó con el militar; y justicia por fin, es la palabra que se oye sonar siempre en pos de una desventura o de una tropelía.
si tiene algún pingo lindo, la autoridad se lo quiere comprar, y si no se lo vende se lo quita, y si reclama ya puede ganar el campo.
por eso es que el paisano detesta todo lo que lleva el nombre de justicia, y de ahí nace el amparo que presta a el que viene huyendo de ella.
así encontró asilo seguro en casa de sus amigos, a quienes narró su desventura, con ese colorido lánguido y melancólico que imprime el paisano en desgracia a todos sus actos y palabras.
profunda impresión produjo en el espíritu de aquella gente sencilla la desgracia de el amigo y la narración de la escena de la pulpería, que sería la causa de que a aquellas horas lo anduvieran buscando para prender lo y remachar le una barra de grillos.
— y todavía estoy en el principio, había dicho amargamente el gaucho; aquella muerte es el principio de mi obra, y es el fin con que tengo que estrellar me. ese hombre me ha humillado, sin que yo le haya dado motivo, él me ha hecho banco y me ha echado a el medio haciendo se le bueno el partido y es la causa que me halle como me veo.
ese hombre ha de morir a mis manos, aunque después tenga que ganar la pampa para huir de las partidas.
— no se aflija compañero, le replicó el amigazo que le había abierto su rancho y su corazón. sólo la muerte no tiene remedio en esta vida.
— ¿y mi hijo? ¿qué será de mi hijo y de ? — preguntó con una indefinible expresión de dolor —. tata viejo está ya achacoso y son capaces de matar lo en el cepo para que confiese dónde estoy. ¡ah! ¡ ! — concluyó el paisano, abatiendo su hermosa cabeza en la palma de la mano —, ¡no tiene suficiente vida para pagar me el mal que me ha hecho!
guardó silencio, silencio que no se atrevieron a interrumpir ni el dueño de casa ni las personas que en él estaban.
las palabras de el gaucho eran para ellos el reflejo de sus propias desventuras, y cada cual pensaba en las suyas, recordadas por .
de repente uno de los gauchos, el amigo , abandonó su poyo y avanzando hasta , le golpeó familiarmente el hombro, obligando le a levantar la abatida frente.
era éste un paisano pobremente empilchado, pero con un rostro enérgico iluminado por una expresión de suma inteligencia.
su nariz aguileña y afilada, indicaba la firmeza de su carácter y a su pupila parda, suavemente humedecida por el enternecimiento que le dominaba asomaban los relámpagos de un espíritu fuerte y bien templado.
cuando sintió sobre su hombro, el peso de aquella mano, levantó la cabeza y miró a el amigo con su ojo escudriñador; aquellas dos miradas se fundieron, por decirlo así, y ambos sonrieron; los paisanos se habían comprendido en la expresión de la mirada, y habían hecho un punto.
el gaucho de corazón y de prendas de carácter, no necesita hablar para ser comprendido por el gaucho; dotados de una sensibilidad delicada, llegan a el corazón con una mirada, en un lenguaje poderosamente elocuente.
esto había sucedido con y el amigo , en cuyas miradas había habido una oferta y una aceptación.
— ahora mismo me voy a , concluyó , y mañana a estas horas tendrá usted noticia de lo que por allí haya sucedido; hoy por mí y mañana por ti, puede descansar a su gusto amigo, que yendo yo es lo mismo que si usted fuera.
oprimió entre las suyas las manos de el paisano, salió con los otros a la puerta a despedir a el amigo que saltó sobre su caballo y se perdió entre el follaje de los árboles; ni siquiera había alzado su chuspa que se veía sobre un viejo baúl.
fue obsequiado con un churrasco que ni siquiera probó; estaba abatido por la idea de su mujer y su hijito a quienes imaginaba habían conducido a el y maltratado para averiguar su paradero.
por momentos sentía deseos de montar a caballo e ir a buscar los, pero se acordaba de su venganza y a el pensar que ésta pudiera desbaratar se, se sentía clavado en el sitio.
el paisano tomó la guitarra y se puso a preludiar un triste, pero la arrojó enseguida lleno de hastío; estaba dominado por su pensamiento fijo en su rancho y en los seres queridos que allí había dejado.
los paisanos que en el rancho habían quedado respetaban su silencio, dejando oír sólo de cuando en cuando el ruido característico que produce la bombilla a el absorber de el mate los últimos vestigios de agua.
salió por fin a el patio, nombre que dan los paisanos a el pedazo de suelo sin verde que está delante de el rancho.
fue hasta el palenque y sacó el apero de el caballo, colocando las piezas en el suelo, de manera a poder ensillar de un solo golpe; pidió un poco de alfa que dio a el caballo y se tendió sobre el recado, boca abajo, con la barba apoyada sobre los brazos, que doblados en sentido contrario, venían a proporcionar le una especie de almohada.
así permaneció toda la noche, inmóvil sumido en su pensamiento y con la mirada hundida en el horizonte.
entonces se agolparon a su memoria las últimas injusticias que se habían cometido con él, los ultrajes de el , los golpes que le diera el teniente alcalde cuando estaba en el cepo de cabeza, y entonces se pintó en su semblante todo el odio que afluía a su corazón ardiente y que inconscientemente le hacía oprimir el puño de la daga.
pensaba en , pensaba en su hijo que tal vez fuesen las víctimas inofensivas de su acción, y de sus ojos caían silenciosas las lágrimas que iban a perder se entre la seda de su barba, después de haber resbalado por la fiebre de sus mejillas.
cuando levantó la cabeza y se sentó sobre su recado, ya la primer luz de el alba empezaba a dibujar se entre las últimas sombras de la noche.
los pajaritos entonaban sus cantos matutinos a el abandonar sus nidos y las ovejitas balaban en diversos tonos, a el ver abiertas las puertas de el corral que para ellas presentaban la perspectiva de el bocado de trébol humedecido por el cristalino rocío de la noche.
el que no ha visto en el campo el despertar de la naturaleza en los primeros minutos de la mañana, no ha visto la obra más asombrosa de la creación, que pinta la grandeza de el en la más miserable de sus manifestaciones, desde el leve temblor de el cogollo de pasto que se mueve a impulsos de la mansa brisa, hasta el alegre relincho de el caballo que saluda a su dueño a el ver lo aproximar se a la estaca que lo aprisiona durante la noche.
hay en esta hora suprema de la mañana, una música inexplicable que brota de todas partes y que conmueve nuestra alma como una caricia maternal que recibiéramos a el abrir los ojos.
luego aparece el primer rayo que irradia el sol, el poncho de los pobres, y que aprovecha el ave tendiendo su ala sobre la tierra como para secar el rocío de la noche, y la naturaleza toma un nuevo vigor en sus manifestaciones de la vida como para saludar alegremente el astro divino de la mañana.
oprimió entonces su cabeza y aspiró con placer aquel aire recibiendo sobre su frente enardecida el primer rayo de el sol naciente; se levantó en seguida y acariciando el cuello de su overo bayo, lo desató y lo llevó a el lado de el pozo para dar le agua.
el animal como agradeciendo el cuidado, paró las orejas y golpeó el hombro de su dueño, como haciendo le presente que estaba ya dispuesto para la fatiga.
hecha esta operación, regresó a las casas, y se encaminó a el fogón, donde ya estaban los paisanos alrededor de el fuego en que se calentaba el agua para empezar a cebar mate, sin cuyo mate matinal, el paisano es hombre muerto.
formó parte de la rueda, se reanudó la conversación de el día anterior y se empezaron a hacer comentarios sobre la pronta vuelta de el amigo , que había prometido regresar esa noche, trayendo las noticias que con tanta ansiedad esperaba y que debían marcar sus acciones posteriores en la senda en que lo había arrojado la fatalidad.
se trató de distraer a el paisano, pero inútilmente; no había poder bastante a arrancar lo de su pensamiento.
así llegó el medio día, hora de la siesta, y los paisanos se turnaban en sus tareas, de manera que uno de ellos estuviese siempre haciendo compañía a el sombrío huésped.
por fin llegó la tarde, y junto con ella la esperanza de ver aparecer de un momento a otro a el amigo .
no había pegado sus ojos a la siesta, que pasó en el mismo desvelo y asaltado por los mismos pensamientos que a la noche.
esta tendió por fin sus negras alas, y la naturaleza quedó envuelta en su poético letargo.
de pronto pegó un brinco y se precipitó a el alero de el rancho; su oído finísimo había apercibido el galope de un caballo, y su corazón latiendo precipitadamente, le había anunciado la vuelta de .
a el fin iba a saber de lo suyo, e iba a poder obrar con entera libertad, sabiendo los en seguridad, pues se imaginaba estarían seguros en casa de su compadre .
el galope de el caballo fue haciendo se cada vez más perceptible, hasta que la silueta de el amigo se dibujó a través de la escasísima claridad de la noche.
respiró con gran fuerza, como si en sus pulmones no hubiera habido una sola gota de aire, y un relámpago de suprema alegría cruzó iluminando por un segundo la tempestad de su espíritu.
el amigo había echado pie a tierra, y después de atar su caballo a el palenque, se dirigió a la puerta de el rancho.
el aspecto de el paisano era sombrío, su pisada era valiente y parecía querer evitar el choque de la vista de , que comprendió inmediatamente que las noticias que iba a recibir eran tristes y dolorosas.
— , amigo — fue el saludo de el paisano —, no todo sale a el paladar y para que algunas cosas salgan bien es preciso que otras se la lleve el diablo — aunque de esta hecha puede que se vuelva con las maletas vacías.
— largue todo el rollo, amigo — dijo con una especie de sollozo —, largue todo el rollo, que aquí hay suficiente entrañas para recibir las noticias que me traiga: no le haga asco a la relación por dura que sea.
— vamos por partes amigo, que quiero tomar las cosas desde su principio para que mi cuento salga bien.
los paisanos entraron a la cocina y se sentaron alrededor de el fogón donde estaba la eterna pava de el agua; el amigo vació el mate con que fue obsequiado de entrada y empezó el relato de lo que había sucedido en después de la partida de .
se hizo el silencio más absoluto y el gaucho habló así:
— cuando yo caí a su pago, no se hablaba de otra cosa que de el hecho de usted paisano, y de que la partida había salido a perseguir lo con orden de matar lo en donde quiera que lo encontrara, y decir que se había resistido.
a el oír esto, se vio temblar a y asomar una feroz expresión de exterminio a el terciopelo de sus pupilas.
— esto será si pueden, contestó sencillamente y costando les algo; siga nomás, amigo.
— el amigo ( suegro de ) prosiguió el paisano , fue preso con la para que declaran donde se hallaba usted, pero como vieron que no había como sacar le una palabra los han puesto en libertad, sin duda para que viniera en su busca, pues le dijeron que si usted no se presentaba, la pagarían con su y su hijo.
el amigo ensilló y salió a campear lo, pero dicen que ha pegado una rodada tan fiera, que no va a contar el cuento.
a medida que narraba, iba poniendo se densamente pálido y un temblor convulsivo movía todos sus músculos.
— su compadre ha hecho todo lo posible para sacar a , pero no la han querido soltar, pues dicen que estando ella presa, usted ha de volver a caer, y para ese caso, el alcalde se ha instalado en su rancho con dos soldados de la partida, y allí están de mate y coperío.
— no me han de esperar mucho tiempo, respondió sonriendo, y se levantó de una manera amenazadora.
— ¿qué va a hacer, amigo? — preguntaron a el paisano sospechando ya lo que por su espíritu pasaba.
— voy a dar el vuelto a , repuso tranquilamente , y ya que está en mi casa no quiero que espere mucho.
el paisano salió afuera y empezó a ensillar su parejero, con una serenidad pasmosa; más bien parecía se preparaba para ir a una fiesta de carreras, que para salir a el encuentro de la muerte.
el amigo mudaba caballo y otro de los paisanos ensillaba silenciosamente, para ir a acompañar a , pero éste adivinando les el pensamiento e interrumpiendo los en la tarea, les dijo bondadosamente:
— , amigos, yo voy solo, no quiero que digan que no me basto para pelear a esos maules; pronto nos volveremos a ver la cara, pues el corazón me dice que aún no ha llegado mi hora.
los paisanos desensillaron, mientras que ya había apretado la cincha, alzaba el poncho, pasaba una ligera revista a su traje y saltaba sobre su overo bayo que relinchó de placer a el sentir el peso de su jinete.
— bueno amigo, hasta la vuelta — gritó , y el galope de su caballo confundió su eco entre los murmullos de la noche —.
— lo que es yo — dijo el amigo echando de nuevo las caronas sobre su flete —, no lo dejo ir solo. va caliente y es capaz de hacer se matar; para eso son los amigos, ¡qué canejo! y a el fin y a el cabo uno no tiene el cuero para negocio.
se despidió de sus compañeros y guiando su caballo por la rastrillada que dejara el overo bayo, y se perdió también entre las brumas de la noche, después de haber se cerciorado que su daga iba bien segura en el tirador.
marchaba conteniendo los bríos de su fogoso animal, con la habilidad de el jinete que sabe no disponer más que de una sola cabalgadura, y lo da resuellos largos cada dos leguas tratando de conservar lo en estado de poder bajar le la rienda con confianza.
así galopó esa noche y la mañana siguiente.
a la hora de la siesta desmontó, aflojó la cincha a el noble animal y le sacó el freno que sujetó a el fiador, para que el caballo pudiera almorzar con toda comodidad.
en seguida tendió en el suelo su lujosa manta de vicuña y se echó sobre ella, de barriga, para reposar la larga jornada.
para hacer esta operación, había elegido una especie de cicutal, algo retirado de el camino, donde sin ser visto, podía él observar las personas que pasaban; le faltarían unas ocho leguas para llegar a su rancho donde era esperado por la justicia.
allí se puso el paisano a reflexionar sobre el cambio radical que en tan poco tiempo había experimentado en su posición.
hacía muy pocos días que era un hombre estimado de todo el partido; vivía feliz con su mujer y su hijito, sin que nadie tuviese que tachar le el menor acto de su vida, y hoy se veía errante y perseguido por la justicia a quien había provocado.
¿qué causa, qué razón de ser tenía este cambio que precipitaba a un hombre honrado por la pendiente de el crimen?
pensaba, recorría todas sus acciones pasadas y no encontraba en ellas cosa alguna que pudiera haber dado margen a las persecuciones de que fue objeto, persecuciones que llevó el amigo hasta tratar lo como a el último de los criminales, metiendo le de cabeza a el cepo.
se explicaba las persecuciones de el teniente alcalde sólo en las pretensiones que este pudiera haber tenido sobre .
y cuando el paisano pensaba en esto, la sangre se agolpaba a su corazón conmoviendo lo de una manera poderosa y haciendo lo temblar de angustia a el sospechar que se hallaba entonces en poder de aquel hombre que sin duda lo había perseguido con ese solo objeto.
experimentó celos, se sintió impotente y echó instintivamente mano a su puñal retirando la en seguida después de haber oprimido el mango.
de pronto el pensamiento de fue interrumpido por un relincho de su overo bayo que con las orejas paradas, tenía fija la vista en dirección a el camino.
el relincho de el overo fue respondido por otro relincho más lejano que venía de aquella dirección.
se puso de pie en un movimiento nervioso, y dirigiendo se a su caballo le apretó la cincha y le puso el freno con increíble rapidez, quedando a su lado en observación.
a los pocos segundos de estar en esta actitud volvió a oír se el relincho más próximo; relincho que fue respondido por el overo y sobre el camino, a veinte cuadras de distancia se dibujó la silueta de un paisano.
la vista de el gaucho es una vista proverbial; él conoce el pelo de un caballo, a la distancia en que un ojo vulgar sólo percibe un pequeño bultito en el horizonte, y conoce a el jinete que lo monta, como dicen, en su modo de sentar se.
gracias a estas vistas imponderable, había reconocido en aquella silueta el amigo , como éste había conocido a el overo bayo.
dirigió entonces su caballo hacia el cicutal, mientras volvía a quitar el freno y aflojar la cincha de su parejero.
cuando se aproximó, sonreía melancólicamente y mientras ponía su saino en las cómodas condiciones de el overo, sintió que le golpeaba la espalda diciendo le.
— ¿a qué ha venido, amigo? ¡ya lo dije que esta patriada la tengo que hacer solo!
— si los amigos no sirven en la ocasión, repuso , no sirven ni para tizón de fuego.
yo quería además decir le algo que no le comuniqué anoche porque sólo usted lo debe oír; y había en esto una delicadeza de espíritu elevado.
tendió su poncho a el lado de , armaron un cigarro y el paisano completó así su narración de la noche anterior.
— los hombres de su alma, amigo , no le hacen asco a el dolor, es preciso pues que usted sepa una cosa amarga: ¡qué canejo! gota más, gota menos, el veneno viene a ser el mismo, y el amargo no se aumenta.
a el escuchar a el amigo , se iba poniendo lívido, se sentía sofocar ante la amenaza de una nueva desventura, que por los preámbulos con que el paisano la adornaba, debía ser la más dolorosa de todas.
— una de mis primeras diligencias fue ir a visitar a la con quien me costó mucho hablar porque en el juzgado sabían que yo podía ser un mensajero suyo, sospecha que fui bastante ladino para disipar.
después de conversar un rato con ella sobre los últimos sucesos le dije que no llorara, que todo se había de remediar porque usted tenía buenos amigos; pero siguió llorando y me dijo estas palabras que sonaron en mi oído como una puñalada.
— diga le a mi que no tenga cuidado por mí, y que no vaya a venir a casa porque lo van a matar, como han muerto a mi padre, diciendo que había pegado una rodada. que huya lejos porque lo persigue porque era mi marido y no ha de parar hasta que lo mande a la frontera; que esto me lo dijo él mismo anoche, que vino a poner me por condición de que lo dejaría en paz si yo me iba con él a un puesto que tiene en .
a el oír esta revelación, la voz de sonó como un trueno, pronunciando una imprecación horrible.
con una precipitación febril se dirigió a su caballo que ensilló y enfrenó en un segundo de tiempo y saltando sobre él con una agilidad vertiginosa se alejó a gran galope, gritando a el amigo que se había que dado como clavado en el suelo.
— ahora, ni el mismo diablo es capaz de salvar lo de mi puñal.
a eso de las ocho de la noche, detenía la marcha de su caballo a unas tres cuadras de su antiguo rancho.
en el interior había cinco personas, siendo éstas el teniente alcalde, dos soldados de la partida y dos paisanos de la vecindad.
en momentos en que , ocultando se entre las sombras, asomaba su pálida cabeza por las junturas de la puerta, aquellos hombres hablaban de él, sentados alrededor de una mesa de pino, donde se veía un frasco de ginebra y dos vasitos.
— era un buen criollo — decía en ese momento uno de los paisanos —, lo que él ha hecho, lo hubiera hecho usted mismo, , y cuando un hombre como él se halla en la mala es preciso dar le algún alivio, que demasiado tiene con andar huido de el pago.
— no, dijo el teniente alcalde, lo he de perseguir hasta encontrar lo, y cuando lo encuentre lo he de matar como a un perro; pero antes de matar lo lo he de hacer sufrir alzando me con su mujer, que me ha robado, porque, yo me iba a casar con ella, y ya que no ha querido ser mi mujer, será mi gaucha.
el paisano que habló primero iba a responder, pero la palabra se heló en sus labios a impulsos de el terror que dominó a aquellos hombres.
la puerta se había abierto cediendo a un vigoroso puntapié y en su dintel, altiva e insolente había aparecido la lívida figura de .
sus negras pupilas lanzaban rayos iluminados por el coraje que a ellos afluía de el corazón; su cuello estaba erguido con una soberbia infinita; sobre su vigoroso brazo izquierdo se veía recogida la manta de vicuña y en su diestra brillaba con un fulgor siniestro su daga, su terrible daga de combate, que más tarde debía ser el terror de aquellas comarcas.
dominó la escena por completo, con una actitud resuelta, y dirigiendo la temblorosa palabra a el teniente alcalde, habló así:
— quien va a matar de esta hecha, y a matar como matan los hombres, soy yo, , que lo vengo a pelear, para tener el gusto de levantar lo en la punta de mi daga, como quien mata a un perro.
era bravo, conservaba su fama de tal, y acostumbrado a que nadie se le resistiera, desde que era justicia, se sintió templado ante las amenazas de el gaucho, y sacando su revólver hizo un disparo sobre , disparo desgraciado que no logró dar en el blanco.
— así matan ustedes, dijo , que estaba más sereno mientras mayor era el peligro de lejos y sin riesgo; y avanzó a el interior de la pieza en dirección a el teniente alcalde que hizo otro disparo tan inútil como el primero.
siguió avanzando lentamente, protegiendo su cuerpo con los pliegues de el poncho.
y era en verdad magnífica su apostura.
y soberbio, sonreía y miraba a como eligiendo el paraje donde había de herir lo.
y era tal el dominio que ejercía aquel hombre, que , a pesar de ser hombre probado, empezaba a tener recelo.
— ¿qué hacen ustedes que no matan a ese hombre? — preguntó el teniente alcalde, dirigiendo se a los dos soldados.
éstos que estaban estáticos, sintiendo sus simpatías inclinar se hacia el paisano, salieron de su aturdimiento, y sacando el sable que pendía de sus cinturas; cargaron a una sobre .
entonces sucedió una cosa horrible, una escena de sangre y muerte de que aún se conservan allí las mentas.
como una fiera acosada, ágil y avizor, levantó el brazo de el poncho hasta la altura de los ojos, encogió el brazo derecho presentando la daga de punta y esperó el ataque.
los dos soldados le acometieron de frente y enarbolaron el sable amagando un hachazo a la cabeza.
calculó el tiempo con esa habilidad especial de el gaucho de avería y cuando vio caer los dos hachazos, dio un poderoso salto de lado para evitar los golpes y cayó sobre el flanco de el soldado que estaba a su derecha, a quien le sepultó hasta la empuñadura, su daga en el vacío.
el gendarme cayó sin lanzar la menor queja, como si hubiera sido herido por un rayo.
enseguida, rápido y ejecutivo, cayó sobre el otro soldado, que había quedado sorprendido por la maniobra de el gaucho.
cayó sobre él, le barajó en el poncho el hachazo con que fue recibido y tiró una terrible puñalada.
la filosa daga penetró entre la cuarta y quinta costilla de el soldado, que vaciló dio algunos traspiés y fue a caer pesadamente a los pies de el amigo , que seguramente no se había esperado este desenlace fatal que tan mal colocado lo dejaba como autoridad.
aquellos dos hombres, víctima el uno y verdugo el otro, se encontraron frente a frente midiendo se con la mirada amenazadora, sin más testigos que los dos paisanos que estaban allí como clavados, y los dos cadáveres de los soldados de la partida.
el duelo a muerte, el verdadero duelo a muerte sangriento, sin cuartel, dirigido por el odio en que rebosaban aquellos dos corazones, iba a empezar de una manera encarnizada.
a la vista de el peligro el teniente alcalde se rehízo por completo.
ya hemos dicho que era hombre bravo.
arrojó a el revólver como arma que le inspirara poca confianza y desnudó una espada corta y filosa que usaba como teniente de la partida.
sonrió, miró fijamente a y avanzó a su encuentro diciendo le: vamos a ver el color de sus entrañas, aparcero y el manejo de su lata vieja.
el choque fue espantoso, como era presumible entra combatientes de valor y animados de un profundo sentimiento de odio sin cuartel.
ambos vigorosos, ambos bravos, ambos deseosos de terminar cuanto antes, se acometieron frenéticos, confundiendo el ardiente relámpago de la pupila, con el pálido y frío relámpago de el acero.
el teniente alcalde combatía con la desesperación de el que ve amenazada su vida por un peligro que sólo ha de evitar su valor y destreza.
peleaba con la confianza de el que se conoce superior a el peligro que afronta, y la tranquilidad de su espíritu positivamente intrépido, tranquilidad que no llegaba a vencer la cólera de que estaba poseído ni el deseo vehemente de levantar en su puñal a aquel hombre odiado, causa de sus desgracias.
por eso se le veía sonriente ante la estocada o hachazo, que evitaba con su poncho hábilmente manejoso, y blandía la daga como eligiendo el paraje donde debía sepultar la.
llevaba sobre su contrario la enorme ventaja de la serenidad, que es la salvación en esta clase de luchas.
había tirado sobre su adversario más de diez golpes, ya de hacha ya de punta, que habían sido diestramente barajados en el poncho, sin que hubiese tirado una puñalada, parecía que quería fatigar a su adversario para desarmar lo y tener lo a su merced vencido.
comprendió que prolongar la lucha era morir, y en un movimiento desesperado cayó sobre con un hachazo terrible.
puso el poncho que amortiguó el golpe y pasando con increíble rapidez su daga a la mano izquierda arrancó el sable de su enemigo.
éste, sorprendido, retrocedió hasta la pared, pidiendo ayuda en nombre de la justicia a los paisanos que contemplaban la lucha.
los paisanos no se movieron; estaban dominados por la situación y por el inmenso valor que vieran desplegar a aquel hombre extraordinario.
— no se asuste tan fiero — dijo entonces a —, no lo he desarmado para matar lo, sino para decir le dos palabras que precisaba escuchar a usted antes de morir. usted me ha perseguido sin motivo, reduciendo me a la condición en que me veo, usted me ha golpeado en el cepo, porque no era capaz de golpear me frente a frente, y no contento con esto, usted a pretendido matar me para hacer suya mi prenda, a quien usted no puede servir ni de taco. yo lo voy, pues, a matar a usted, no porque le tenga miedo, sino por evitar en mi ausencia a , el asco de oír le una nueva proposición desvergonzada.
y a el concluir estas palabras arrojó a la cara de la espada que le quitara, añadiendo:
— ahora defienda se porque va de veras.
se abalanzó sobre su espada empuñando la con una alegría inmensa; parecía que la posesión de su arma le había vuelto todo su valor, todos sus bríos, enfriados por el último golpe de desarme.
fuera de sí, con los ojos dilatados de una manera feroz, con la boca entreabierta por la ansiedad terrible, se lanzó sobre , amagando tal estocada, que los dos paisanos que presenciaban la lucha lanzaron un débil grito creyendo que el sable se había sepultado en el pecho de .
éste, tranquilo siempre, siempre sereno, esperó el golpe cuya llegada apreció matemáticamente, volcó con su poncho hacia la izquierda el sable de el teniente alcalde, descubriendo le el pecho anhelante, donde sepultó rápido su daga hasta la
— ¡socorro, que me han asesinado! — gritó cayendo de espalda y dejando caer el sable de su mano inerme.
— mientes trompeta, repitió , te he muerto en buena ley, y ahí quedan los testigos.
y para terminar de una vez, buscó con una mirada llena de avidez el sitio donde estaba el corazón de aquel hombre, y sin el menor escrúpulo le dio la puñalada de gracia.
miró a los tres cadáveres tendidos en el suelo, levantó la vista hacia los paisanos enmudecidos por el asombro y envainó tranquilamente la daga, tomando la dirección de la puerta.
a el llegar a el umbral retrocedió un paso, y llevó nuevamente la mano a la cintura a el ver un hombre que acababa de llegar y que estaba de pie mirando conmovido aquella escena de luto y muerte.
pero retiró la mano de su puñal, conociendo a el recién venido.
era el amigo que había llegado sin ser sentido y que le tendía la mano, después de secar con ella una lágrima que había asomado a sus párpados.
— tiene usted más entrañas que un toro, amigo ; es lástima que usted esté mal con la justicia porque nos vamos a quedar sin partidas.
, sin contestar una palabra a este sarcasmo, dicho con una gracia de la tierra, apretó la mano de y ambos salieron de el rancho, dejando allí tres cadáveres y dos vivos a quienes se hubiera tomado por muertos.
y se dirigieron a el sitio donde el primero había dejado su caballo, en cuyo apero frotaba su fatigada cabeza el pingo de , que dejado por éste a corta distancia, había caminado hasta el caballo a quien conocía desde la víspera.
cuando estuvieron allí, se abandonó por completo a toda la melancolía de su espíritu: tal vez se reprochaba íntimamente lo que acababa de hacer.
— ahora, dijo a , ya se ha acabado todo para mí; las partidas saldrán a matar me y no tendré, más camino que ganar los indios.
— dios le ha de ayudar amigo — respondió sentenciosamente , porque la justicia está con usted desde que a usted lo han obligado a hacer esto.
— para el gaucho no hay justicia, amigo , y la que no me haga yo, no me la ha de hacer nadie, y el paisano sonrió dejando ver sus blanquísimos dientes. ya no hay que mezquinar el cuerpo — concluyó — ahora me va a hacer usted un último servicio.
— mande como si fuera su peón, amigo , para servir le he venido.
— vaya a ver si puede hablar a — dijo el paisano —, la partida va a salir a la bulla de lo sucedido y no va a haber quien vigile. cuente le lo que he hecho y diga le que ya no tiene que temer nada de aquel hombre, que yo velaré por ella, desde donde me lleve el destino, y que antes de ir me voy a hablar con mi compadre , para que la atienda en lo que precise. mi perro, que es la única prenda que podré llevar conmigo adonde me empuje la suerte, debe estar con ella, porque no lo he visto en casa, diga le que me lo mande, que me lo quiero llevar; yo lo espero en lo de mi compadre.
el paisano cinchó y saltando a caballo, se alejó en dirección a el juzgado, mientras saltaba ágil sobre el overo y tomaba el camino de lo de su compadre, con la mayor lentitud que le fue posible.
abatió la cabeza sobre el pecho y se abismó en su pensamiento.
dos lágrimas ardientes cruzaron todo el largo de su cara, y entonces con una desesperación creciente, a el pensar en , castigó a el overo que partió como una exhalación.
había comprendido que en esa situación no debía dejar se abatir por el dolor, pues tal vez esa noche necesitaría la entereza de todo su espíritu.
cuando llegó a el rancho, su compadre no había vuelto desde la víspera.
echó pie a tierra y decidió esperar lo.
mientras él estaba allí, podía llegar la partida de plaza, que tal vez anduviera ya buscando lo, pero se sentía con suficiente fuerza y coraje para combatir contra todas las partidas de la campaña sud.
se sentó en uno de los palos de la tranquera, con la rienda en la mano, y se entregó por completo a pensar en y .
¿qué sucedía, entre tanto, en el juzgado de , adonde se había dirigido ?
los paisanos que quedaron en el rancho se habían rehecho y se habían presentado a llevar el parte de lo que había sucedido.
inmediatamente el , seguido de la partida compuesta de ocho soldados que quedaban y el capitán, se habían dirigido a el lugar de el suceso, creyendo inocentemente que aún podían prender a el gaucho, que esperaría allí tal vez envalentonado con su triunfo.
lo que había previsto sucedió; el juzgado quedó acéfalo y pudo conversar con , sin pedir permiso a nadie.
el paisano narró a lo que había sucedido y terminó precipitadamente pidiendo el perro que mandaba buscar .
el paisano quería alejar se pronto, porque sabía que la partida podía volver y aprehender lo como cómplice, sospecha que hizo presente a , y además porque le mortificaba enormemente el amargo llanto a que la pobre paisana se había entregado.
ésta dominó su dolor, entregó el perro que era un cuzquito bayto overo, como el caballo, y volvió la cara que hundió entre las ropas de el niño que tenía en los brazos.
tomó el perro, contempló un segundo a aquella mujer tan joven y tan desventurada y salió como una centella.
un cuarto de hora después llegaba a casa de el compadre , con quien hablaba a la sazón , y narró el desempeño de su comisión, entregando el perro, que veremos figurar más adelante, y se retiró en seguida discretamente.
había contado todo a , que ya lo sabía, y le había pedido que durante su ausencia cuidara a su mujer y a su hijito, impidiendo que el hiciera presa en ella.
prometió cuidar con el esmero que el paisano reclamaba a y , y montó a caballo después de poner a el ( así se llamaba el perro ) sobre las cabezadas, y se alejó acompañado de .
— antes de ir me quiero pedir le un servicio compadre — dijo el paisano.
— hable con franqueza, compadre — respondió —, ya sabe que soy su verdadero amigo.
regale me su par de pistolas de dos cañones porque ya yo conozco que voy a vivir peleando y no tengo armas de fuego.
entró a el rancho, de donde salió en seguida con un par de hermosas pistolas que entregó a y que éste puso adelante, entre su tirador, diciendo, gracias compadre, pronto nos hemos de ver.
y los paisanos salieron de allí a el tranquito, confundiendo se entre las sombras de la noche.
el cuartel donde pasaron estos sucesos sangrientos, estaba en la mayor confusión, confusión que se había extendido hasta el pueblito.
se había buscado en vano a por los alrededores y no encontrando lo, la partida había regresado a el rancho donde tuvo lugar el drama.
se corrió a buscar a el médico de el pueblito, para que reconociese los cadáveres, y prestara los auxilios de la ciencia, inútil ya, pues cada herida de los cadáveres era una herida forzosamente mortal.
esa noche fue empleada en velar aquellos muertos y hacer los sencillos preparativos para sepultar los a el día siguiente, preparativos que consistían en mandar a el pueblo por tres cajones de pino y dar aviso a el sepulturero para que hiciera las tres fosas que habían de recibir los.
a el día siguiente los restos de aquella partida de plaza, compuesta de los ocho soldados y el capitán, salieron en busca de , que no debía estar lejos, mientras el , acompañado de los vecinos se ocupaba en sepultar los cadáveres y redactar el parte que debía pasar a el .
y habían hecho noche en una pulpería situada a dos leguas de distancia de el pueblo en dirección a el .
allí había hecho un gran gasto de elocuencia aconsejando a el paisano que huyera, pues la partida había de llegar de un momento a otro.
pero todas las reflexiones de se estrellaban ante la temeraria resolución de , que le había dicho tranquilamente: