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expiraba el año 1874, que había sido nefasto para la ; año de conmociones populares que trajeron, en pos de sí, regueros de sangre y el malestar consiguiente a una perturbación política, que dejaba odios y deseos de venganza en la mitad, por lo menos, de sus habitantes.
nos encontramos en una de las provincias argentinas, cuyo nombre no hace a el caso; en un rincón de el antiguo , circundado por altas montañas cuyos picos se alzan orgullosos hasta las nubes; donde la naturaleza se ostenta majestuosa con toda la grandiosidad de su poder; donde los valles se disputan a porfía, como celosas ninfas, la amenidad y galanura de sus paisajes, la frescura de sus prados, lo poético de sus cascadas, lo agreste de su vegetación, la pureza de su cielo y lo grato de su ambiente; en un rincón, digo, donde forman el delicioso valle seis empinados cerros cubiertos de verde follaje de poleo, romerillo y abrojo que rastrean por el arenisco suelo de sus vertientes, y que poco a poco van dando lugar a el algarrobo, a el moye y a el espinillo de doradas aromas, que en pequeños y dispersos bosques tapan los declives por donde constantemente murmuran saltones regatos y estrechos ríos de transparente agua, que envían los deshielos de la cordillera, para poetizar los valles y fertilizar el suelo, de suyo árido e ingrato.
circundados los cerros por espesa neblina, los rayos de el sol la hacen elevar poco a poco, como si se presenciaran los efectos de cuadros disolventes, dejando ver entonces un paisaje de verde follaje, por donde salta la perdiz y la tímida paloma, por donde discurre el zorro hambriento y salta el leoncillo.
los suaves declives llenos de cortadas tan agrestes como poéticas, están surcados por multitud de atajos que, ora se estrechan, ora se ensanchan, como si sufriesen el movimiento vermicular de una monstruosa serpiente, para llegar hasta la planicie de el valle, a donde afluyen tres cristalinos arroyos, que cansados de gritar a el ser estropeados por tanto salto, y dejar se arrastrar por entre tanto pedregal, se deslizan mansamente hasta confundir se con el río que dulcemente los recibe, murmurando cariñoso en señal de agradecimiento, y correteando caprichosamente por el valle, describiendo graciosas curvas y juguetonas evoluciones.
en este sitio asienta su planta la ciudad de... favorecida por cielo purísimo, ambiente saludable, exquisitas aguas y poéticas montañas, donde pace el ganado vacuno, trisca la cabra y bala la oveja; y, entre cuyas selvas, saltan millares de extraños y vistosos pajarillos, que continuamente entonan himnos de alabanza a la risueña naturaleza, que les brinda sus galas y su abrigo.
esta ciudad de agrupadas casas, presenta un gracioso contraste con sus construcciones modernas llenas de capiteles corintios y dóricos, con sus columnajes, graciosas cornisas y vistosa ornamentación, a el lado de vetustos edificios de pesada fábrica, enormes balconajes de retorcidos barrotes, estrechas aberturas, descomunales rejas, y clásicas puertas de tableros con salientes clavos, y sin que falte el aldabón en forma de galgo con la boca abierta y lengua fuera.
mezclado lo antiguo con lo moderno, resulta un especial consorcio, parecido a el que presenta una biblioteca de sabio, donde a el lado de primorosos cantos llenos de dorados, se encuentran tomos de antiguas obras forradas en pergamino con sus garabateadas signaturas y extrañas letras, que resisten a los siglos.
en esta ciudad, a que aludo, se encuentran viejos testimonios de un tiempo que fue; y, sus iglesias, su , sus plazas, sus alamedas, sus conventos, sus acequias y hasta sus patriarcales costumbres, denotan bien a las claras su procedencia española.
escaso el elemento extranjero que, con sus habitantes disfruta la vida sosegada y primitiva, su población es genuinamente criolla. por excepción se ven ojos azules o cabellos rubios; campea el color moreno propio de la criolla; brillan como carbunclos los ojos negros que indican pasiones fogosas, y las largas trenzas más negras que el azabache ondulan en aquellos cuerpos tentadores y lascivos.
y fanáticos hacen alarde de rigorismo religioso, y la más insignificante falta, el menor desliz, causan general escándalo, que una rogativa o un triduo necesitan neutralizar en el acto.
era la tarde de un día de el mes de diciembre; el sol abrasaba cayendo como lava sobre el arenoso suelo de la ciudad; y, sin embargo, la población se agitaba. algún acontecimiento había venido a turbar su reposo; porque el vecindario discurría afanosamente por todas partes: unos, se asomaban a los balcones preguntando a los vecinos; otros, salían a las puertas deteniendo a el conocido transeúnte que cruzaba rápido como quien va a comunicar una noticia de sensación; y, por todas partes, se formaban corrillos comentando algo.
pronto circuló la exacta versión de lo sucedido, y allí fueron mayores las exclamaciones, los aspavientos, las persignadas, y todas las manifestaciones que traducen el asombro y la indignación a el mismo tiempo.
la ciudad estaba conmovida profundamente y no se hablaba más que de el asunto reciente; y, a grandes y chicos, hombres y mujeres, viejos y niños, pobres y ricos, se les veía agitados y nerviosos, como si por ellos pasase una corriente eléctrica que pusiera en conmoción su sistema nervioso.
los muchachos abrían desmesuradamente los ojos y se metían en todos los corrillos para saber lo que se trataba; pero, a el instante, eran despedidos; aguzaban el oído, y cesaban las conversaciones, viendo las guiñadas y señales de inteligencia, que a las claras daban a entender estar vedado a los niños el tema de la conversación general.
veamos que ocurría en la antes tan sosegada ciudad, y lleguemos hasta la plaza principal, donde se apiña el gentío frente a el político.
el peculiar murmullo que caracteriza las oleadas de las conmociones populares, resonaba por todos los ámbitos de la irregular plaza, estando reconcentrado delante de el antiguo caserón de grandes balconajes donde se destacaba un escudo pintado sobre medallón de hojalata. de policía a cuya ancha puerta se abalanzaban miles de personas, que no lograban contener centinelas de el orden público, machete en mano.
allí estaba detenida una china sirviente que lanzaba agudos gritos, y se mesaba con desesperación los cabellos, ocultando el rostro bajo un pañuelo negro y deslucido.
lo sucedido era esto. a las tres de la tarde, hora en que sólo dentro de el baño se podía vivir, y reinaba la más completa soledad en las calles de la ciudad, como si la vida se hubiese suspendido a el concertar una tregua con el astro rey; a esa hora de silencio y paralización, dejaron se oír en plena calle los desgarradores gritos que lanzaban dos jovencitas de trece años la una y catorce la otra, hermanas, y atrayentes y hermosas como puede ser lo el capullo que está convirtiendo se en rosa a el caer sobre él los primeros rayos de el sol de la mañana.
estas dos niñas, en completo desorden, en un estado de locura, clamaban a el cielo desesperadamente, denunciando un escandaloso abuso de que habían sido víctimas, de una violación tan infame como brutal, llevada a cabo en una casa, a el parecer respetable, y con dos niñas de la primera sociedad.
a los gritos acudieron los vecinos que, enterados de el caso, armaron una gritería infernal; llegaron los padres y los amigos que intentaban tomar sangrienta venganza; y, por último, intervino la policía que prendió a la sirviente de la casa donde tal crimen se había cometido.
la autora era buscada por todos los rincones de la población; y los culpables, mientras tanto, galopaban con dirección a la sierra; pero perseguidos por el desesperado padre que corría sediento de sangre para lavar su afrenta.
los gendarmes cruzaban a rienda suelta en todas direcciones; el jefe político echado atrás el kepí, entraba y salía con precipitación, daba órdenes, gritaba, y todos le observaban rabioso y colérico por la inutilidad de sus pesquisas; todos seguían sus movimientos, y todos estaban suspensos de sus órdenes.
por fin, llegó un sargento seguido de cuatro vigilantes, y sin echar pie a tierra, gritó a el jefe:
— ¡ está en la , mi coronel! — decía, haciendo el saludo militar.
— ¡pronto, mi caballo! — vociferaba nervioso el jefe ajustando se el fajín.
como flechas partieron los soldados detrás de el coronel, y numeroso gentío les seguía con dirección a la , donde debían prender a misia .
este personaje gozaba fama de virtuosa y honorable. siempre metida en las iglesias, ocupada constantemente en novenarios y subscripciones para socorrer familias necesitadas, tenía por estos hábitos abiertas las puertas de la mejor sociedad, donde era recibida sin repugnancia a sus antiguas costumbres, que una vida ejemplar de veinte años había de el todo desvanecido. cuando joven tuvo sus trapisondas; pero, su actual conducta, es decir, su modo de ser especial de tantos años, había borrado aquellos deslices, y, hasta la hora de el fatal acontecimiento, estaba considerada como la más virtuosa y ejemplar señora de toda la ciudad.
viuda de un caudillejo, pasaba su vida sola con una muchacha que la policía había llevado a la prefectura. esta misia había conducido a su casa a las dos niñas, hijas de un estanciero querido y respetado en la ciudad, con el pretexto de acomodar un bazar que, a beneficio de una sociedad religiosa, debía abrir se a los pocos días.
la familia dejó con gusto ir a las niñas para que ayudaran a la religiosa señora en su cristiana tarea, y a el poco rato se encontraron sorprendidas por dos conocidos políticos, que concertado tenían con la infame encubridora la entrevista, prometiendo se escenas lujuriosas con aquellos capullos que la naturaleza ostentaba tan bizarros y atrayentes... los infames llevaron a cabo su intento, mientras misia se escurría hacia la de la manera taimada que puede hacer lo una víbora a el penetrar en su cueva, después de haber hincado sus venenosos dientes en el cuerpo de la víctima.
el resultado ya se ha visto. las niñas pudieron salir a la calle pidiendo auxilio, y el pueblo indignado agolpando se a las puertas de la para sacar de aquel lugar sagrado a la infame mujer, que, según declaración de las niñas, había cometido aquel acto tan repugnante y atrevido.
a el ser sorprendida en el templo, aquella mujer no se inmutó. a el contrario, aparentando indignación y altivez, salió con el jefe político protestando de el atropello de que era víctima.
— ¡ya no se respeta ni la casa de ...! ¡ya las personas honorables están a merced de cualquiera que pretenda ultrajar las...! — decía sin atrever a fijar se en las turbas que la miraban con ademán airado, oyendo se bien distintamente las voces con que trataban de acometer la.
— ¡mala mujer...! ¡infame...! ¡hipocritona...!
, como si nada oyera, seguía increpando a el jefe político.
— ¡esto es más que un atropello...! sí, señor, ¡es el mayor de los escándalos conocidos...! estar una en el templo de el , en la casa de ... y ser arrancada a viva fuerza, y conducida como un criminal, esto es espantoso; pero no importa... más sufrió nuestro por nosotros. que no se lo tome a usted en cuenta — decía con acento solemne a el jefe político. ¡sacar me a mí de el templo... a mí... a mí...! — exclamaba con voz sofocada.
— ¡menos charla, hipocritona! — decía el jefe de policía imponiendo le silencio, mientras el compacto grupo que lo seguía gritaba y apostrofaba intentando arrastrar la.
una vez que llegaron a el político, el pueblo quiso tomar justicia por su mano, y de buena se escapó la infame, que sin atender a insultos ni a acometidas seguía impertérrita con sus protestas.
— ¡pongo a por testigo que soy inocente de lo que quieran acusar me...! ¡soy una señora de respeto que me conoce bien toda la ciudad! ¡y no hemos de tardar en ver cómo se castiga a los que quieren deshonrar me a mí...! ¡a mí...! — y ponía las manos cruzadas como pidiendo a el cielo justicia.
el pueblo rugía a el ver que se le escapaba la presa, y la gritería subió de punto a el penetrar misia en el .
— ¡también a ti...! ¡pobrecita...! ¡también a ti...! como si fueras una criminal — decía a el encontrar se con la sirviente —. ¡pero, señor! ¿por qué es este atropello...? ¿por qué se nos insulta trayendo nos a la policía?
— ¡ponga me incomunicadas a estas mujeres! — decía el jefe, dirigiendo se a un oficial, para que el pueblo oyese el mandato.
en medio de los gritos de la sirviente, y el llanto desesperado de la vieja, fueron conducidas a dos calabozos, mientras el pueblo lanzaba sobre ellas maldiciones e insultos de los que no hacían caso, como personas superiores a quienes una equivocación pone en trance semejante; y esto era precisamente lo que más irritaba a las turbas, que empezaron por aspirar el vértigo de la venganza.
a el anochecer quedó desierta la plaza, y en el seno de las familias seguían los comentarios, no faltando quien osase defender, aunque débilmente, a misia .
ya llegada la noche, volvió a agitar se la ciudad, con la entrada de , que atado codo a codo traía a uno de los criminales para entregar lo a la autoridad. debió ser la lucha para tomar lo, porque ambos estaban cubiertos de sangre.
el hogar de la ultrajada familia estaba invadido por las principales personas que acudían, en trance tan amargo, a compartir el dolor tan natural, después de hecho tan escandaloso y salvaje, lamentando que el infame criminal se hubiera escapado a las garras de ; pero con el consuelo de entregar a el menos uno en poder de la justicia.
el jefe político desplegó partidas en seguimiento de el fugitivo; pero, en el fondo, se alegró de que hubiera huido, porque era uno de los más influyentes personajes políticos de la provincia, a quien tenía que proteger.
, era uno de los más asiduos concurrentes a el . tronara que lloviera, él acudía para pasar un par de horas entre el salón de lectura, la mesa de el tresillo o jugando una partida de casín.
retirado de los negocios, hacía unos pocos años, no sabía cómo emplear el tiempo que antes le absorbían la , la barraca y la correspondencia quincenal para . todo lo había dejado cediendo a los ruegos de su esposa, que deseaba ver lo tranquilo y gozar sosegado de la posición que había conseguido. y, efectivamente, se retiró de los negocios para aburrir se soberanamente en los primeros tiempos, pues sin nada que hacer, y acostumbrado a el diario teje y maneje de ir por la mañana temprano a la barraca, almorzar a las diez y media, pasar en la hasta las tres y despachar más tarde en el escritorio hasta la hora de comer. digo, que esta falta de actividad le producía un malestar indefinible, hasta que, aceptando otras ocupaciones y respirando otro ambiente, pudo por fin entrar en carrera y gozar de la vida de un modo distinto.
hasta sus cincuenta y cinco años, en que sólo el trabajo ocupó su atención, no tuvo tiempo de notar su pasión culminante; es decir, que no había podido desarrollar la como exigía su fogoso temperamento. excelente esposo y cariñoso padre de familia, tenía para su señora ternura y amor, y para sus hijos y acendrado cariño, que rayaba en locura.
no conoció otras pasiones; hasta que, desligado de los negocios y libre su imaginación de las trabas que los números y los cálculos traen consigo, echó de ver que se aficionaba demasiado a los tiernos capullos, que lozanos y atrayentes se destacaban en el ocaso de su vida. en los primeros ataques, no tardó en connaturalizar se con las prácticas usuales, y sacar partido de su edad y posición para obtener las primicias en flor que causaban su pasión dominante.
sobreexcitada su sangre con las luchas en que constantemente se hallaba metido, se sintió capaz de acometer temerarias empresas, con mayor vigor de el que hubiera pensado.
no podía ver con calma una traviesa jovencita de rosadas mejillas, pelo corto, naciente seno, pierna torneada y faldas a las rodillas. la desenvoltura propia de los catorce años lo ponía en crispatura; y, a el aspirar con fruición el aroma que exhala la fruta precoz que solamente ha sentido el contacto de la brisa, y a la que solamente el rocío refresca su aterciopelado cutis, el buen señor experimentaba un aturdimiento parecido a el principio de la embriaguez, y en erótico amodorramiento, desarrollaba su pasión genésica que ya lo dominaba, sin él dar se cabal cuenta.
bastó una conversación para hacer le sentir la curiosidad; luego, un primer ejemplo lo sacudió violentamente, y después poco a poco a el saborear las primicias que su deseo instintivamente apetecía, quedó convertido en un sátiro de robusta complexión orgánica.
alto de cuerpo, grueso de pecho y corto de cuello, tenía un aspecto venerable, una especie de cara de obispo, pues afeitado y rosado siempre el semblante, presentaba una fisonomía bonachona; sus ojos despedían amabilidad, y con la sonrisa siempre en los labios, era el carácter más simpático que se podía conocer.
en su trato, y desprendido siempre, era un cumplido gentleman, que daba tono a el de el que, como se ha dicho, era asiduo concurrente; a los recibos y conciertos llevaba invariablemente a su familia, siendo uno de los caballeros más cumplidos que pisaba alfombras de el gran salón.
no recuerdo quién dijo que ser socio de el era algo cursi. sus razones tendría a no dudar lo cuando tal concepto expresó, pero juro por mi ánima que no lo comprendo. donde reina el buen tono y la elegancia; donde revolotean fantásticas hadas rozagantes de hermosura y esplendor; donde concurre la aristocracia de nuestra sociedad; donde se citan la distinción y el buen gusto, allí, no puede haber nada cursi.
sus espléndidos salones, sus tertulias, sus conciertos, sus reuniones, denotan buen tono; y, el , será siempre el digno émulo de el aristocrático con toda su rigidez y estiramiento.
su gran salón de conciertos tiene brillante historia. allí, han resonado las delicadas concepciones de los autores clásicos; allí, se han hecho aplaudir los más eminentes cantantes de nuestra escena, y los maestros más autorizados de el mundo musical. todavía repercute en sus bóvedas la voz de y de ; todavía percibimos los acordes de el contrabajo de el inmortal y, en una palabra, su atmósfera está saturada de arte, como un templo cristiano, de el incienso que, en vaporosa nube, se eleva hasta la divinidad, perfumando el sagrado recinto.
el gran salón, decorado con gusto, es de los más vastos de . en los días de recibo, los bustos se multiplican en sus ricas lunas, y la profusión de arañas derraman contrastes de luz de poético efecto. sus altos artesonados parecen bóvedas de templos antiguos donde resuenan armónicas las melodías de orquesta; pero, lo que da carácter a el , no es esto, ni su biblioteca, ni sus espléndidas dependencias, es el salón de juego en el que departen los jóvenes en animado bullicio, a el lado de viejos reposados. allí se sienta el capitalista a el lado de el humilde empleado, el curial frente a el médico, el político junto a el industrial, el ministro cerca de el estudiante, hasta formar un todo armónico de jovialidad y de franqueza, y allí se destaca el buen tono desprovisto de etiqueta y rigorismo.
cerca de una mesa, donde se agrupan los aficionados a el bullicioso ecarté, discurren, afirmando los codos, dos recalcitrantes jugadores de ajedrez, embebecidos en una jugada, mirando el tablero y poniendo sus cinco sentidos en el movimiento de un alfil, sin oír lo que pasa a su alrededor y sin fijar se en otra cosa que en el mate.
en otra mesa se juega a el monte, donde todas las miradas convergen a el naipe de el banquero, sin oír se más que el ruido que producen las cartas a el salir de la baraja, y alguno que otro juego, copo, me retiro. en otra parte, están los amantes de el tresillo, y en los ángulos de la mesa los aficionados que con calor discuten una jugada, clara y sencilla para ellos que ven las cartas de el jugador y de los contrarios, armando se la disputa por la salida tal o cual, por si falló o dejó de fallar, o por dejar o no dejar correr un caballo.
en otra mesa, cerca de la estufa, charlan sosegadamente unos cuantos veteranos, hablando de política, de la expedición tal o cual, de el valor de los frutos, de la compañía de , mientras jóvenes calaveras toman sangrantes filetes, o costillas para pasar noche de trueno.
unos ríen, otros disputan, estos conversan, aquellos observan el juego, y todos gozan un momento agradable sin que se note nada cursi, nada chabacano; antes, por el contrario, todo dispuesto y todo bien ordenado para que allí reine la cultura y el buen tono.
ya eran pasadas las nueve cuando entró en el salón de juego, dirigiendo se derechamente a un grupo, que en derredor de una mesa tenía preparado todo para la partida de tresillo; dispuestas las barajas, arregladas las fichas de marfil, y el consabido platillo en el centro.
— ¡ah, , ! — exclamaba uno con acento misterioso, y en señal de reconvención.
— ¿cómo tan tarde? — preguntaba otro, que se entretenía con los ochos y nueves.
— ¡se pasó el tiempo señores! — contestaba , colocando el sombrero en la percha que tenía a el lado.
— ¡así sería de entretenida la ocupación! — decía a su vez el tercer compañero. ¡este anda en malos pasos...! antes por nada de este mundo faltaba a la partida, exacto como un cronómetro inglés; pero, de un tiempo a esta parte, tiene descompuesta la maquinaria, porque cuando viene, llega tarde o se levanta más temprano que de costumbre... ¡ah, calaverón, calaverón...!
, después de barajar, empezó a repartir las cartas.
— ¡no sean maliciosos...! ¡que se divierta...! ¡que gane esta noche...! ¡esa es la espada...! — decía a sus compañeros, a el dar les la última baza.
los curiosos se acercaron mirando con interés las cartas de los jugadores, y poniendo interés en la primera jugada, mientras a él le entregaba un mozo una carta, cuyo sobre detestablemente escrito no presentaba señales de limpieza; sacó sus quevedos y afirmando los en la punta de la nariz con un movimiento automático, rasgó el sobre y empezó la lectura de unos gordos garabatos, mientras un travieso jugador mirando el sobre socarronamente, abría desmesuradamente los ojos indicando cómico asombro.
— ¡hola! ¡hola...! ¿conque esas tenemos, amigo? ¡yo conozco mucho esa letra...!
— ¿qué? — preguntaba , a el sentir se tocado en el hombro y suspendiendo la lectura.
— ¡que yo conozco mucho la letra de la secretaria! ¡camastrón! — le decía mostrando le el sobre roto.
— se equivoca mi amigo, — se limitaba a contestar mientras metía la carta en el bolsillo, como no dando importancia a el asunto.
— alto, alto; espere que vamos a cotejar; y, con toda la lisura de el mundo, mostraba otro sobre ajado, que efectivamente era de la misma letra.
— , fijensé y digan que no es la misma mano quien esto ha escrito, — decía con aire de triunfo. ¡ya sabemos ahora a qué atener nos! ¿conque usted también sabía el escondite? ¡calle...! ¡ ...! ¿conque usted se llama allí ? — seguía diciendo en el mismo tono misterioso. ¡choque esa mano...! y lo felicito amigo , ¡choque sin escrúpulos, es usted hombre previsor con haber se bautizado allí...! pero cuidado con que, con ese aire de zonza que tiene, es más lista que una ardilla.
trataba de desviar la conversación, pues no le gustaba aparecer como viejo alegre entre sus amigos; y, la terminación de una jugada difícil, vino en su ayuda.
— no señor, no podía ser puesta, si hubiera fallado el caballo en vez de dejar lo correr, — decía a un mirón, el que había hecho la puesta. ¡pero fije se que era la segunda jugada de copas...! y aunque hubiese habido otro descarte, su obligación era fallar, porque estaba adelantado en dos bazas. ¿qué no? ¡pero hombre...! ¡si la salida fue de bastos! fallo yo con uno bajo y me contrafallan; ¡sale de el rey de copas y pasa...! pues a la segunda copa debió fallar para evitar el codillo, ¡porque los triunfos no se habían tocado todavía...!
— no era esa la jugada, — exclamaba otro mirón —, usted a el ver que se había adelantado en dos bazas debió pedir defensa.
— ¡pero hombre! con un juego de cuatro estuches y caballo montado quería usted que pidiera defensa.
— a otra, a otra, dejen se de tanto discutir —, interrumpió , juntando los naipes y entregando los a el que tenía a la derecha, echando un vistazo a el reloj.
— ¿qué? ¿ya está con prisa? ¡pues hombre, acaba de sentar se y ya mira el reloj! para esto más valiera no haber empezado el juego.
— no se enoje conmigo , usted a el recibir un codillo se pone nervioso.
— ¡y usted sin que se lo den, lo está siempre! — respondía el interpelado con sequedad —. apuesto cualquier cosa a que usted se levante esta noche antes de la hora de costumbre — decía guiñando les un ojo a los compañeros.
— ¡adivinó usted...!
— ¡no lo decía yo...!
— ¡pues, crea me que lo siento...! pero la obligación es antes que la devoción.
— buena obligación es esa, amigo ...! ¡ya sabemos de lo que se trata, ya lo sabemos...! ¡pero, cómo diablos se las compone esa vieja para hallar tales cosas...! hace unos días fuimos allí con , y nos presentó... vamos, ¡de lo más exquisito...!
— ¡a mí lo que más me admira, — decía — es el cinismo con que cuenta sus trapicheos...! sin ir más lejos, el otro día se gozaba en explicar nos el modo cómo tuvo de llevar a , ya saben, ¡la sobrina de el coronel ...! y todo por una venganza: juró que se la pagaría y se la pagó, pues, a los pocos días, la sobrina ocupaba la misma pieza donde armó el escándalo.
— ¡es atroz, muy atroz! — se limitaba a decir .
el juego siguió hasta las diez en que después de mirar repetidas veces la esfera de el reloj, se levantó pidiendo disculpa, en medio de las indirectas y alusiones de sus amigos de tresillo, que adivinaban la clase de ocupación que le hacía dejar el juego.
a los pocos instantes se oyó el rodar de un carruaje y el siguió en su animación acostumbrada, con sus partidas de tute, de primera, de ecarté y de billar, envuelto en la atmósfera azulada que producía el humo de tanto habano.
iba de mal en peor. había concluido los pocos haberes que, como piltrafas, le quedaron de su antigua posición, y llevaba unos cuatro meses haciendo gambetas para escurrir el bulto a sus muchos acreedores. en el restaurant, le habían suspendido el crédito; no encontraba sastre que le vistiese; y, en ninguna confitería, podía asomar, pues en todas partes tenía cuenta.
ahora, lo acosaban en su madriguera, porque le pedían el cuarto que ocupaba en el tercer piso de el . no se resignaba a abandonar su habitación falta de luz, ni su cama de rotos elásticos, donde tendido indolentemente hacia el inventario de su vida, risueña a el principio, y triste y negra ahora, como noche sin luna.
si llamaba a el mozo, éste no acudía, conociendo a el cliente; pocas veces encontraba agua en el lavatorio; y, los baños que eran su recurso, también se los tenían cerrados. por su cuarto no andaba la escoba, así es que se revolcaba entre basura y puntas de cigarros, encontrando se sitiado; pero él no quería dar se por entendido, aunque notaba que las sábanas tenían algo más que roña, y firme, en sus trece, de no salir de aquella especie de pocilga, refugio de aquellos deshechos que el oleaje de sus desgracias había arrinconado en tal sitio.
sus antiguas relaciones se disiparon, como azules espirales de humo que se dilataban en el espacio de el olvido; sus amigos de otros tiempos huían de él, temiendo la acometida indispensable de el que se encuentra sin recursos y precisa vivir; pero, en medio de esta dispersión, aún le quedaban algunos políticos que no se atrevían a rechazar lo terminantemente en previsión de alguna evolución rápida e inesperada de nuestra política aventurera.
parecía que, sobre , pesaba la fatalidad. poco a poco fue desmoronando se su fortuna entre pleitos y sumarios, hasta dar con él en las antesalas de los ministerios. hablaba con este o con aquel personaje; lo recibían bien; se procuraba la vacante apetecida y, cuando él intentaba tomar posesión de ella, se encontraba con otro en su lugar, como por arte de .
solicitaba dinero de el , y en la solicitud se leía claro: concedido; extendía la letra y a el ir a cobrar lleno de esperanzas, en las que cifraba la reconstrucción de su fortuna, encontraba la más amarga decepción. se había reconsiderado y no se podía descontar.
si un antiguo conocido, condolido de su aflictiva situación intentaba proteger lo, era lo más seguro que a los pocos días pasaba sin saludar lo. era indudable que alguien seguía sus pasos, y desbarataba con arte sus cálculos y proyectos, oponiendo se a el logro de sus deseos.
cuando, abatido su espíritu, se convenció de que tenía cerradas todas las puertas, tuvo una feliz inspiración acordando se de misia , que años hacía que no veía, y que debía estar en ; pues, siendo él quien, con más empeño, trabajó en su favor para el arreglo de una causa, y como por consejo suyo, se trasladó a , creía fácil encontrar ahora en la vieja el apoyo de que tanto necesitaba. con este objeto se puso en campaña registrando cuanta iglesia y capilla existe en la ciudad. nada. no aparecía. nadie le daba noticia de esta señora. no dejó rincón por registrar hasta que, abatido y desalentado por lo infructuoso de sus pesquisas, tuvo un encuentro tan casual como feliz, que hizo renacer las risueñas esperanzas que antes habían ocupado su calenturienta mente, para procurar salir de su estado lastimoso.
huyendo de la vida de la ciudad, uno de esos días de negro spleen, y procurando a el aire libre dar rienda suelta a su imaginación, forjando proyectos a el respirar otra atmósfera que no pesase tanto sobre sus infortunios, para con calma coordinar sus ideas y trazar se un plan definitivo, encaminó sus pasos con dirección a , subiendo por el de julio en una noche serena y despejada de el mes de diciembre, procurando dejar en la ciudad los siniestros espectros y horribles fantasmas que le infundían pavor y continuo sobresalto.
la leve brisa de el río refrescaba el ambiente que, con grata fruición, aspiraban los paseantes, sombrero en mano, y de la que también disfrutaba la heterogénea población de fondines y casas de inquilinato, bien en las azoteas o sentados en las puertas, obstruyendo las veredas.
y meditabundo iba caminando , sin fijar se en los millones de luciérnagas que revoloteaban en la atmósfera describiendo fantásticas líneas con sus fosforescentes luces; no oía el canto de el grillo, ni el áspero chirrido de la cigarra, ni siquiera fijaba su atención en los carruajes descubiertos que, como flechas, cruzaban el camino; no veía el fantástico aspecto de la ribera de el río orlada de verde follaje, donde terminaba el claro espejo de sus aguas a el reflejar se los blancos rayos de la luna; pasaba por entre quintas y jardines sin darse cuenta de la vida animada de aquellos sitios, por donde correteaban cientos de niños, detrás de las luciérnagas, con su infantil bullicio; por donde murmuraban frases de amor recatados amantes en los parterres y bosquecillos; por donde cruzaban fogosos caballos y esbeltas amazonas; nada de esto le llamaba la atención, pues caminaba distraído hollando con su planta tan pronto el cascajo como la arena, la gramilla que el abrojo, y sin parar mientes ni en los pianos, cuyas notas llegaban hasta él, enviando raudales de melodías tan tiernas y tan expresivas como puede ser la manifestación de el amor primero.
llegó a la entrada de el paseo de , y torció a la derecha, desviando se de el camino, para perder se en el bosque y los jardines. a su paso, cesaba el raj-raj de las ranas oyendo se la zambullida en los pequeños lagos donde, como en el río, reverberaba la luna con deslumbrante efecto. los grupos de cedros y aromos formaban poética negrura. allí, sin vacilar, se dirigió , huyendo de los jardines y parques, que le recordaban, en confuso, los de su antigua estancia. ello es lo que murmuraba a el pasar, palabras entre dientes, y su fisonomía mudaba de aspecto, expresando tan pronto la rabia como la alegría, la desesperación como la calma, para venir a quedar en un estado de indiferente abatimiento, especie de idiotismo en que las facciones nada revelan. cansado debía estar cuando, a la vista de un banco, aceleró el paso, dejando se caer pesadamente en él, y exhalando un imperceptible suspiro.
mientras tanto, los carruajes cruzaban como saetas la avenida de las palmas, haciendo rechinar el cascajo; los fogosos animales despedían rayos de sus bruñidas guarniciones y piafaban con orgullo, resonando las risas y la algazara de las personas que iban en los vehículos para dar dos vueltas a la luz de la luna, apear se un rato, y escurrir se en seguida con dirección a la ciudad, dando paso a otros carruajes que hacían lo mismo hasta las diez de la noche.
de cuando en cuando, se percibía el galope de los caballos y la media rienda a el entrar en la avenida; luego, cesaba todo, y se oían las risas en el café, donde se desbordaba la cerveza, mientras la cabalgata daba un respiro a los caballos.
algunos viandantes discurrían por los jardines y paseos laterales, mientras otros indolentemente recostados en los bancos a el pie de las hermosas palmas, y haciendo figuritas con el bastón, disfrutaban de la hermosa noche que invitaba a la voluptuosidad, sumergiendo el espíritu en dulce arrobamiento.
— no lo veo; ¡pero yo siento su influencia! — decía entre dientes , tendido a la bartola. ¿quién puede ser más que él? ¡es el mismo que me persigue hasta en mis ensueños...! ¡juró anonadar me y lo ha conseguido...! — seguía diciendo, mordiendo se las guías de el bigote —. ¡ya lo creo que lo ha conseguido...! y, por otra parte, no tengo el derecho de quejar me — murmuraba, afirmando el codo en el banco, para sostener con la mano su cabeza. — ¡yo fui quien...! ¡maldito capricho! — pensaba con rabia, a el recordar la causa de su precario estado —. ella era linda — proseguía —, lo recuerdo todavía; tenía una cabellera hermosa... luego catorce años, ¡y era tan coquetilla...! ¡ah! — suspiraba, acordando se de aquel momento —. ¡si las hubiéramos tratado mejor, tal vez no hubieran dado el escándalo...! luego, ¡el maldito cambio de el gobernador...! ¡amigos! — seguía diciendo, a el mudar de postura —. ¡para buena cosa sirven los llamados amigos...! ¡cuando se cae en desgracia, se concluyen las amistades...! ¡vale más no pensar sobre aquellos sucesos...! — y levantando se perezosamente de el banco, se dirigió a el café, cruzando por los jardines y dejando atrás el templete de las bandas.
a el entrar en el arenoso suelo de la especie de plazoleta que tiene delante el café, vio dos carruajes parados allí, y unos caballos atados a la cadena de el cerco; se internó, tomando asiento en una mesita rústica, para pedir cerveza de el país. a su izquierda, y dentro de un cenador cubierto de enredaderas, departían libremente algunos jóvenes con expansiva jovialidad. se oían los murmullos de unos en voz baja, y los estallidos de francas risotadas de otros; el choque de los vasos, el abaniqueo, y ese característico fuego graneado que se produce a el encontrar se revueltas varias parejas en sitio solitario, donde abundan las cosquillas, sobran manotones, y escasea la formalidad. después de un rato de locura, mientras que apuraba la cerveza, sintió el arrastrar de sillas, el chocar los vasos y el rodar de las botellas vacías, apareciendo dos parejas y detrás una señora de negro ropaje que pretendía hacer de mamá. ellas parecían muy jóvenes y, sin recatar se el rostro, pasaron insolentemente delante de , que ni se dio por entendido; pero, a el contemplar la silueta de la señora que marchaba detrás, se levantó repentinamente, dejando caer la silla, y dirigiendo se a ella con seguridad:
— ... — exclamó el acercar se — ¡ ...!
— ¡ ...! — contestaba ella, mirando asombrada a el que tenía delante y conociendo lo por la voz.
— hace tiempo que la busco por todo sin poder dar con su paradero — le decía estrechando le las manos —. ¡no sabe lo que celebro haber la encontrado...!
— esperen ahí un momentito, que ya voy — gritaba a las parejas que seguían caminando —. ¿se acuerda de nuestros tiempos? muchas veces he pensado en usted. ¡yo tan pobre, ya lo ve! tengo que ganar me la vida como me da a entender.
— ¡no me hable, señora, no me hable...! ¡porque si yo le contara a usted...! ¡parece que me persigue la fatalidad; me he quedado casi en la calle! — decía con angustia, no queriendo confesar su actual posición —. ¡en la calle misia ...! ¡en la calle!
— mire, , llame me , porque así me llaman todos — decía zalameramente la vieja, golpeando le la mano —, y no se acuerde que me llamaba ... vaya por casa, , y allí conversaremos, calle de... núm... no se olvide, ¿eh...?
— ¡qué me voy a olvidar...! mañana me tendrá usted por allí. no quiero detener la, hasta mañana . no sabe el alegrón que he recibido a el encontrar la — decía, sacudiendo le las manos familiarmente.
— pues, hasta mañana, porque ahora estoy ocupada; adiós.
— adiós. no es tan mala la suerte — decía para sí, frotando se las manos a el ver alejar se a la vieja —. ¡ ...! digo ¡ ...! ¡siempre metida en estos enredos, y sirviendo lo mismo a que a el diablo...!
después de pagar la cerveza, se encaminó por la avenida , taconeando ufano y con un aire más resuelto de el que antes tenía; se fijaba en las robustas palmas, cuyos brazos eran mecidos mansamente por la brisa; miraba la transparencia de el azul firmamento, y gozaba con el efecto de cambiantes fulguraciones que despedían los dorados mundos; la luna le parecía más bella y poética; el canto de las ranas en los estanques lo encontraba sublime; el chirrido de la cigarra y el continuo zumbido de los coleópteros le parecía agradable, y divisando la verdura de los parques limitados por los blancos caminos de cascajo, y observando los negros contornos de los pinos y los cedros, de los eucaliptos y magnolias, se convenció de que todo ello era en extremo bello y atrayente.
ya no cruzaban carruajes, la vida seguía su curso animado en la ciudad con sus conciertos a el aire libre, y con sus paseos por las calles y .
tomó el tramway en el tres de febrero, y cruzando calles llegó por fin a el , donde, como la mayor parte de los vecinos, se sentó en el corredor, esperando la una, en zapatillas y mangas de camisa.
los mosquitos estaban saturando se de sangre en las caras y manos de los huéspedes; dentro de las piezas, donde apenas se podía respirar, esperaban los muy taimados a la víctima, descansando en las paredes o jugueteando por la pieza hasta que llegara el momento oportuno.
las doce y media marcó el gran reloj empotrado en el frente, y , dejando abierta la puerta de su cuarto, se tendió cuan largo era encima de las moteadas sábanas, empezando a pegar manotones a diestra y siniestra para espantar a los mosquitos, que empezaban a iniciar el gran ataque a las trincheras. se generalizó en toda la línea, y en todas partes a el descubierto; lo mismo cara, pies y manos, cuello y pantorrillas fueron invadidos por el aguerrido ejército que, a el ver las primeras bajas en sus filas, y contemplar los cadáveres que yacían en todo el campo, arremetieron con brioso empuje lanzando a el aire sus zumbidos, hasta acosar a el enemigo y obligar lo a replegar se entre las sábanas dejando lo expuesto a una asfixia.
viendo la retirada, cubrieron todo el campo zumbando coléricamente y sedientos de sangre, hasta encontrar un flanco por donde empezar otro ataque; tan pronto era un pie, como un brazo los que sufrían la acometida, y entre defensas y ataques, y en lo mejor de la escaramuza quedó rendido de fatiga en poder de sus enemigos, y soñando con un mundo de hartura, donde había recobrado su antigua posición, y tornaba a ser el hombre político de su provincia, deslumbrante de riqueza y de poder, y en medio de jovencitas de catorce años, y doñas que venían a brindar las con toda sumisión y acatamiento.
en uno de los más apartados barrios de la ciudad, cuyas calles sin empedrar todavía presentan fangales y pestilentes charcos llenos de cieno, por donde saltan las crías de el asqueroso sapo; en uno de estos sitios, donde el tránsito se hace difícil en tiempo de lluvias, donde faltan las veredas, y en caso de encontrar las, ellas son a retazos de ladrillo desigual con sus altos y bajos consiguientes; en unos de estos sitios, donde faltan las casas y sobran los huecos y tapiales, por donde crece la cicuta, el hinojo, el yuyo colorado y el cardo; por uno de estos sitios, existe una casucha de pobre aspecto que, como la mayor parte de las que se ven en los arrabales, todavía en estado primitivo, ni nos chocan por lo malas, ni llaman la atención por su extraña arquitectura, sabiendo que son el remate de la ciudad, el principio de las construcciones rurales, tan pobres como destartaladas, en las que se desparrama el elemento criollo, que antes holgaba en el rancho de paja, y que ahora va sustituyendo por la pieza de ladrillo y techo de zinc, o de teja, la cual en tiempo húmedo parece que destilara amargas lágrimas, llenando el suelo de agua y la habitación de insana humedad.
a el remate de una larga calle, cuyas casas clarean como un trigal mal sembrado, está implantado un bajo tapial de ladrillo tan desigual como mal colocado, que presenta una estrecha abertura o puertecilla con malos pasadores. agachando la cabeza para no tropezar en el marco, se entraba a un húmedo patio de ladrillo como de tres varas de ancho, el que tiene a su derecha un cuerpo de edificio sin revocar, compuesto de tres piezas de azotea, ni altas ni bajas, ni bien dispuestas, que miran a el este.
a la izquierda, y en el remate de el tapial, un sucio gallinero hecho con cañas y fleje; en el centro de el patio, un pozo de balde, y en el fondo una mala cocina que despide incesantemente un humo denso y acre como de leña de sauce y huesos mal pelados, que la estrecha puertecilla de la cocina vomita a borbotones, llenado el sitio con su olor característico.
la batea y el brasero de hierro andan tan pronto en una parte como en otra, lo mismo que el tinglado donde posa el loro.
si penetramos en las habitaciones, vemos tres piezas cuadradas; la primera de preferencia con piso de tabla, luciendo en el techo sus tirantes de pino de tea, tiene una cama matrimonial con antigua colgadura, colcha de crochet y pequeño almohadón de plumas, y encima de él una gran muñeca que por el sucio aspecto de sus volantes, indica un uso diario o muy frecuente, cuando menos.
un gran ropero de espejo y seis sillas, un ordinario lavatorio con su servicio correspondiente donde no faltan polveras y artículos para mujeres, forman el mueblaje, siendo el principal adorno una mesa redonda con tablero de mármol, encima de la cual descansan dos churriguerescas figuras de yeso, un par de macetas con flores de papel y, últimamente, una lámpara de kerosene con pie azul y bomba esmerilada.
un solo cuadro pende de la pared; un cuadro especial de figuras de cajas de fósforos que, sin orden ni concierto, han amontonado para llenar el estrecho marco, en cuyos ángulos están colocados tres retratos de vulgar apariencia y confusa imagen, que la luz se encarga de ir poco a poco borrando.
esta es la habitación de preferencia, pues las otras dos, sólo tienen camas de hierro que se balancean a el acercar se a ellas, cubiertas por colchas de cretona, unas cuantas sillas y unos cuadros almarrazados por algún delincuente pinta-puertas, que ha querido estampar la muerte de , no sé quién, en un lecho de flores, y en los otros dos, mujeres griegas con un monigote que debe ser algún niño.
la última pieza de piso de ladrillo y mugrientas paredes parece un arca de . allí están continuamente acostados dos gatos encima de un baúl; un perro semi-pelado, semi-ratonero que toma la cama por su cuenta; una percha que sostiene enaguas y vestidos enlodados; un tres pies con una palangana de hoja de lata, una cómoda de pino, y multitud de cachivaches, entre ellos, una guitarra que espera largar de sus cuerdas un pericón, un malambo o un cielito.
esta casucha, de tan pobre apariencia, ha hospedado, aunque momentáneamente, a personas que pasan por distinguidas en nuestra sociedad. por aquella puerta tan baja y estrecha, han penetrado sombreros de castor y elegantes gorras de terciopelo; por aquel húmedo pavimento de el patio, han arrastrado vestidos de raso, y cruzado aristocráticos pies calzados de charol o raso; en aquellas pobres sillas han descansado preciosos bustos y arrogantes figuras; en ellas, han depositado muchas veces costosas pulseras, ricos brazaletes y preciosos abanicos, y también tirado perfumados guantes y pañuelos.
en la luna de aquel espejo, se han contemplado muchas figuras interesantes, llenas de atractivos y belleza; aquella luna ha reproducido escenas de diversa índole; ella ha visto enlazar se calenturientamente algunas parejas, ha presenciado el aquilatamiento de el placer culpable, y a sus anchas ha retratado bellos rostros que, a el salir a el aire libre, se han recatado cuidadosamente temerosos de que alguien los sorprendiera.
aquellas paredes han escuchado palabras de amor; ellas han sido testigo de protestas y juramentos, de mentiras y engaños de todo género; allí, han resonado histéricas carcajadas y leves suspiros, y en aquella atmósfera han envenenado su conciencia preciosas criaturas y elegantes caballeros que con la mayor galantería se saludan en y en la calle .
aquella casucha de mala muerte, cuyo aspecto nada revela y que, por su insignificancia, nada parece contener, se asemeja a el libro más insignificante de la biblioteca de un medroso, que entre sus hojas esconde los billetes de banco que no cree seguros en los cajones de su escritorio. se ve el libro y no llama la atención; pero, si abrimos sus páginas, nos encontramos con un tesoro inesperado; de igual manera esta casa nada dice; pero, si observamos su mecanismo, encontraremos escenas que causan asombro.
esta era la casa de , aquella infame mujer misia , que había cambiado de nombre y de provincia. ya no llevaba la máscara que tan característica le era. a el tratar varias veces a una persona, aparecía con todo el cinismo y con toda la hediondez que le era tan peculiar de su estado.
había caído en como una plaga social, para quitar honras, fomentar pasiones y destruir ilusiones, siempre. pocas veces salía a la calle, y cuando era de absoluta necesidad, cubría su rostro con un gran pañolón y procuraba claudicar a el andar, para que nadie pudiera conocer la.
, que hacía las veces de secretaria, era aquella criollita que sufrió con ella aquel arresto en su provincia natal. se iba haciendo jamonuda, ganando sus carnes lo que perdía su vergüenza. era el brazo ejecutivo de la vieja, que mandaba la maniobra, y ella la ejecutaba, como hace un jefe de brigada a el evolucionar sus cuerpos para cumplimentar la orden de el general.
esta hizo su aprendizaje en compañía de , cuando vivían sosegadamente en su provincia natal. era, entonces, una criolla de mirar severo, de airoso cuerpo y de una morbidez de carnes que hicieron las delicias de varios aficionados.
contaba, cuando la tomó la vieja, quince años, y era tan huraña que sólo una veterana pudo domesticar la.
repuesta de el primer susto que le dio la autoridad, y después de pasar mil apuros, se vino a , donde era, para la casa, la persona indispensable para entrar en un colegio; meter se en casa de una familia con un pretexto que acudía veloz, como el rayo, a su precoz imaginación; hacer acopio de jóvenes bonitas, y llevar la correspondencia en gordos garabatos para avisar a los señores, y la encargada de la tramoya, es decir la que, con sólo descorrer un pestillo y abrir una puerta, dar unos cuantos pasos por el patio y toser en distintas tonalidades, simulaba entradas y salidas, para presentar primicias que acababa de retirar de otra mesa.
en estas evoluciones se podía observar su travieso ingenio, aparentando venir sofocada por larga caminata, a el presentar se delante de algún impaciente que esperaba largo rato, cuando la muy ladina venía de la cocina, y sólo había abierto la puerta para que saliera el pájaro de la primera pieza, y anidara en ella, el de la segunda, como si llegara en aquel momento lo que le presentaban con tanto misterio y precauciones.
esta secretaria era la que reclutaba el género de sirvientes, cazando las con el anzuelo de las cartas de la vieja; y, la que, por último, se metía en todas partes preguntando por el estado de el enfermo, ofreciendo alguna cocinera o mucama, y desempeñando valientemente su papel, que estaba reducido a dar un aviso o entregar alguna carta.
desde la aparición en esta casa de , la secretaria sufría más contrariedades. su postizo esposo, pariente de la vieja , llevaba una vida propia de el rufián; visitaba todos los almacenes donde tomaba, repetidas veces, la mañana, la tarde y la noche, y volvía a casa entonando un cielito, y con ganas de armar camorra con el intruso. la maltrataba sin fundamento, y se temía una catástrofe el momento más impensado.
a , que probó de sus primicias, le parecía tener algunos derechos sobre ella también, y de aquí que lo mirase con ceño adusto y se limitase con descargar sobre la secretaria toda su rabia, lo que ella sobrellevaba con paciencia, porque estaba enamorada de el rufián, como le sucede a las perdidas de su clase con el hombre que, a más de vivir a sus expensas, las maltrata brutalmente.
servía en la casa para llevar cartas y partes a las personas copetudas, para ayudar en alguna tramoya y para interesar el ánimo de algún personaje, a fin de obtener una colocación.
este era el centro de operaciones y éstos los principales actores que movían la ciudad con sus maquinaciones y sus sorpresas, con sus cábalas y planes fríamente concebidos y ejecutados por ellos con ayuda de otros auxiliares, que más adelante daremos a conocer.
hacía unos seis años que vivía en . dejó su provincia natal, y en ella el aprecio de todos, para tomar asiento en el , donde hacía una figura expectable por la rectitud de su carácter inflexible y su talento natural.
su elegante casa de la calle de , indicaba una posición encumbrada. por el ancho zaguán entraban y salían frecuentemente el landó y el coupé de la familia, luciendo magníficos caballos de sangre, que coqueteaban lo mismo en , que en la calle .
manteniendo se fiel a sus principios políticos, y ajeno de fraudes y rastrearías, su opinión pesaba mucho en la balanza y con razón estaba considerado como uno de los hombres rectos y probos de el teatro social argentino. la severidad de sus costumbres alejaban de su casa a esa turba multa de merodeadores, siempre dispuestos a hacer la corte a la fortuna, y revoloteando siempre en derredor de fiestas y recibos.
en su despacho no se veían esas caras de dudosa procedencia, que invaden los bufetes políticos; esos tipos patibularios que, vestidos correctamente, dejan adivinar su carta de naturaleza; esos extraños personajes improvisados en un día, que han surgido de el fondo de el charco, a el revolver el cieno, mostrando se en la superficie por obra de la casualidad o de la audacia, que tanto impone a cierta parte de la sociedad. no. eran personas conocidas y respetables las que desfilaban por su casa, para oír la opinión autorizada de , o recibir un consejo sano y honrado.
contaba a la sazón sesenta y dos años; pero demostraba tener más edad. su cabeza era cana, de grandes entradas, patilla poblada y blanca como el nácar, y un cierto aire de melancolía, que habían dejado impreso hondos pesares. en las pronunciadas líneas de su cara, pronto se notaba a el hombre tenaz en sus ideas y su cutis sombreado por el sol y la intemperie, a el hombre de campo que, montado en brioso corcel, galopa leguas y más leguas por vasta llanura sin cuidar se de el sol y de la lluvia.
, con su trabajo y con el gran valor que tomaron los campos, había conseguido una fortuna que representaban sus miles de vacas y sus muchas leguas de campo bien poblado.
de noble carácter y desprendido, no tardó en ser unas de las principales figuras de su provincia, debido a lo cual llegó a para representar la en el , sin vinculaciones ni compromisos, y dando se uno de los caros ejemplos de elección verdaderamente popular, pues los recomendados por los gobiernos tuvieron que retirar se a el ver la imposibilidad de luchar con una persona que encarnaba la verdadera opinión de el pueblo y contra quien se estrellarían todas las artes y maquinaciones que, nuestra política rastrera, acostumbra a poner en ejecución en parecidos casos. por esto, todos lo respetaban, porque era el senador independiente por temperamento y por elección.
cuidaba con prolijo esmero de su familia, era solícito y cariñoso con sus hijas y , de veinte, la primera, y diez y nueve años, la segunda; juntos iban siempre a ocupando su palco; juntos a la y , y juntos estaban fuera de los momentos que, a , le robaban las sesiones; no quería alejar se de el lado de su familia y hasta para ir a misa a la lo hacían juntos.
las dos hermanas conservaban un aire de timidez y acobardamiento, no en armonía con su edad. muy poco, o nada, salían solas, y, cuando lo hacían, iban con la vista baja, como temerosas de ver gente, o ruborizadas cuando alguien se fijaba en ellas, y sin parar se en tiendas de modistas, ni en los bazares para curiosear las novedades, como hacen todas las jóvenes a el salir a la calle para ver y ser vistas.
, de mayor edad, aunque pareciera gemela de , parecía siempre recelosa y desconfiada; no tenía esa mirada franca de otras niñas; era retraída, y aún con sus limitadas relaciones, conservaba una frialdad por la que era ridiculizada en la sociedad, calificando la de guasa y beatona.
, aunque también adolecía de las mismas genialidades, tenía momentos de expansión en que daba rienda suelta a su carácter festivo, en el fondo; pero no en la forma, pues cuando echaba de ver que no estaba en carácter, se reconcentraba y mandaba callar a su corazón, cubriendo lo con la máscara de el indiferentismo.
en la casa de no se oían esos gritos de íntima satisfacción; esas manifestaciones comunes en las jóvenes; esa algazara característica, ni ese continuo loquear de los diez y nueve años.
a el caminar, su paso era mesurado, su continente severo, y sus ademanes más propios de monjas que de jóvenes bellas y elegantes, que pertenecen a la primera sociedad argentina. en el teatro permanecían mudas, como bustos inanimados, sin demostrar la íntima satisfacción, ni el entusiasmo que producen los arranques artísticos. sus gemelos, por excepción, se dirigían a la salida de alguna artista para fiscalizar su traje y percibir sus retoques.
la señora de , misia , era una matrona que infundía respeto con su porte distinguido y maneras aristocráticas, a la antigua; de cincuenta años, de blanca y espesa cabellera, también se echaba de ver en ella el tinte melancólico de familia; su sonrisa forzada y su circunspección estaban de acuerdo con ello. era piadosa, sin exageración; pero no perdonaba sermón ni novenario, y, en toda función de iglesia, se podía notar su presencia con toda regularidad.
hasta el cochero de la casa, gallego entrado en años, era severo; se mantenía rígido y grave en el pescante, sin cambiar con sus colegas de oficio esas significativas y truhanescas miradas propias de el auriga; no contraía las líneas de su cara por nada de este mundo; permanecía estirado con las riendas en la mano, como queriendo guardar relación con el carácter de la familia a quien servía.
sobre esta familia circularon ciertos rumores vagos, algo más persistentes que los que generalmente acompañan a la instalación de algo importante en una ciudad. su aparición provocó algunos cuchicheos y frases de doble sentido, que poco a poco borraron el trato franco y noble de , hasta evaporar se como sucede con las invenciones que produce la envidia y el despecho.
una de las relaciones de era la de que, desde muchos años atrás, le había vendido sus frutos, y la relación comercial pronto se trocó en amistosa, si bien no con aquella intimidad que la familia hubiera deseado.
debido a esta relación, , joven de veinte años, visitaba la casa con frecuencia, y a ella solía ir también su hermanita, de vez en cuando, no por deseo propio, sino por acceder a los deseos de sus padres. la niña no encontraba allí más que frialdad y rigorismo, que no se avenían con su carácter bullicioso y travieso. amiga de algazara, y retozona como puede ser lo una gacela en medio de verde pradera, causaba la nota discordante si daba rienda suelta a sus impulsos juguetones, siendo le forzoso permanecer seria durante el tiempo de la visita, y esto la mortificaba grandemente, como es fácil suponer.
no le sucedía así a su hermano , que siempre salía satisfecho de aquella casa. a el conocer a la familia, pronto fijó sus ojos en , llamando le la atención aquella severidad y circunspección tan extrañas. criado él casi en el campo, pues atendía desde los quince años la estancia de el padre, acostumbrado a la vida aislada, y poco frecuentes sus viajes a , simpatizó con para la que guardaba todas sus atenciones, que eran bien recibidas por ambas familias.
ya había notado que, en la intimidad de sus confidencias, era expansiva y franca, y esta doble cualidad lo tenía aprisionado, hasta el punto de pensar en unir su destino a el suyo.
después de terminada su visita, en la que anunciaba su viaje a la estancia, los esposos cuando se despidieron de sus hijas estampando en sus frentes el beso cariñoso de todos los días, tomaron asiento en el despacho, corriendo las fallebas de las puertas para no ser importunados.
— ¿qué te parece ? — preguntaba , apoyando el codo en el almohadón de el confidente.
— qué quieres que me parezca... es un joven de mérito, posee cualidades muy recomendables... educado, laborioso, como pocos a su edad... sus padres, amigos nuestros, todo está bien... aun diré más, creo que no encontraríamos para un joven más recomendable, más decente, más caballero... ¡pero...!
— ¿qué? ¿no te agrada ...?
— ¡no es eso, ...! no es eso, sino que ahora...
— por supuesto — interrumpía , adivinando el triste pensamiento de su esposa.
— por lo demás... — seguía diciendo la señora — le acepto gustosísima. lo prefiere, y esto sería lo bastante para que a mí me agradase; ya van teniendo edad nuestras hijas y me parece justo que tratemos de...
— ¡me da miedo...! — exclamaba con tristeza —. temo las explicaciones, y creo que ellas son necesarias. no puedo olvidar lo — seguía diciendo con rabia, cerrando los puños.
— , mi — decía tímidamente la señora, sentando se en el confidente a el lado de su esposo —, vale más no revelar nada.
— ¿qué dices...?
— yo... , no diría nada... no comprometamos la felicidad de nuestras hijas...
— ¡eso jamás...! ellas no fueron culpables... y para no hacer las desgraciadas, si acaso algún día llegaran sus esposos a saber lo, es por lo que un padre honrado, y un caballero deben revelar cuando se presente la petición — decía con dignidad , levantando se de el asiento —. ¡fue una acción vil, de la que ellas no son responsables...!
— ¡no pienses en eso...! no te mortifiques — decía la señora, dejando correr gruesas lágrimas.
— ¡siempre lo tengo presente...! — seguía diciendo, sin hacer caso de las palabras de su esposa —. los he seguido a muerte. ahora he perdido el rastro de ; pero, pronto lo encontraré, y no recobraré la calma hasta ver lo a él y a la infame arrastrar se por el suelo como asquerosos reptiles.
— ¡ ...!
— ¡venganza siempre, ...! ¡venganza! — proseguía en un tono de suprema exaltación —. yo sé que está en , que se oculta porque teme mi influencia... pero ¡juro mil veces, que nuestras hijas serán vengadas...! para dar con la guarida que esconde a la loba, no reparo en medios, no me detengo en nada, quiero destruir la, y la destruiré junto con él...
despedía fuego por los ojos; nervioso y convulso se paseaba por la habitación, mientras la señora, sin atrever se a decir palabra, enjugaba el llanto comprimido tratando de calmar a su esposo con unas miradas de infinita ternura, que expresaban un poema.
después de un rato de penoso silencio, , serenado el semblante y dulcificando el metal de su voz, se acercó a misia .
— hasta mañana hija. ya es hora de descansar — y estampó un cariñoso beso en su frente.
— hasta mañana, mi — y salió con la cabeza baja, agobiada por el peso de los recuerdos que, frecuentemente, la torturaban.
, aquella joven alegre y revoltosa que pululó por los centros libres de por tanto tiempo; que se hizo célebre en la casa de ; que era la obligada compañía a el tratar se de fiestas con modistas y costureras; que cuidó a más de cuatro estudiantes de medicina, aquella estaba ya retirada con los restos de sus encantos, haciendo vida marital con un empleado de el municipio, que no la trataba bien.
su hija , de trece años cumplidos, había pasado un año sintiendo a cada rato mareos y desvanecimientos. , casi de el color de la cera, y con grandes ojeras que orlaban sus párpados, no podía resistir su organización la violenta sacudida de la naturaleza; y, entre si era tisis o no lo era, la pusieron a el borde de el sepulcro, de el que salió para recobrar más tarde la lozanía y los colores propios de una dalia de .
tenía que ayudar a la madre cosiendo en ropa gruesa, pues el empleado de el municipio gastaba más de lo que ganaba. ella, allí, con ejemplo de la madre, estaba predispuesta a empezar la vida licenciosa en que tendría que revolcar se más pronto o más tarde, y sin que la sirviera de escudo la presencia de la madre, que conocía prácticamente el terreno.
se había fijado en ella con capricho, y las dos viejas infames, y misia se habían propuesto su adquisición, burlando los cálculos de el empleado de el municipio que esperaba el tiempo oportuno para apropiar se la con todo el cinismo y el escándalo que es característico de los que pasan la vida viviendo a expensas de pobres mujeres, tan desgraciadas como perdidas.
ya había despedido a que, con un pretexto bien calculado, se introdujo en su casa tratando de entablar relación conveniente para lograr sus fines; pero su fino olfato le avisó con tiempo, y pudo burlar los planes de la vieja.
opinó gravemente que los trabajos tenían que ser especiales allí, y con toda maña para que la madre no se pusiera en guardia.
— , mira que se hace tarde; despacha pronto; ¡da te prisa...!
— ya voy mamá.
— ¡ya voy, ya voy...! ¡hace media hora que estás con el ya voy! y nunca sales.
— ¡si esta bata me está tan ajustada ya...! que se desprenden los botones... — decía desde el fondo de la pieza convertida en dormitorio por un sucio biombo.
— ¡ ...! hace ocho días que te estaba bien y ahora se te desprenden los botones — replicaba malhumorada la madre, mientras colocaba el cuello a un saco —. ¡no sé a dónde vas a parar con ese cuerpo...! ¡dentro de poco vas a parecer una matrona...!
— ¡pero mamá...! ¿qué culpa tengo yo? — exclamaba a el tratar de prender se un botón central —. ¡ya ves! — decía deteniendo el aliento para estrechar el campo turgente.
— ven aquí, inútil, ven aquí. ¡ qué chicas las de ahora...! ¡ni siquiera saben prender se una bata...! ¡está te quieta...! ¡no te hinches tanto, mujer...! ¡caramba...! ¡pero si tienes un cuerpo...!
— ¡tome, prenda con esta horquilla...! — decía la joven sacando una gruesa de su peinado.
la madre, después de mucho bregar, pudo prender el botón; y el busto de la joven quedó perfectamente modelado, sin una arruga, ostentando un seno precoz que amenazaba romper las mallas que lo oprimían con tanta crueldad.
— ¡no tardes, eh...! ¡no sea como la otra noche, que me tuviste esperando dos horas...!
— si no me despachan antes, yo no tengo la culpa, — decía , algo turbada.
— ¡ , hum...! ¡ que si yo barrunto...! te aplico una soba que te dejo medio muerta; bueno, ¡despachá pronto...! ¡cuidado con la libreta...! ¿oyes atolondrada? , ¡qué chicas las de ahora!
la madre quedó trabajando en sus sacos, mientras la hija con el atado de las costuras salía de casa taconeando, y haciendo dengues con la coquetería propia de su edad.
a el poco rato entró el empleado de el municipio en completo estado de embriaguez, dando traspiés y despidiendo por aquella boca los inmundos vapores de el alcohol.
— ¡da me plata, che...! pronto porque tengo un compromiso con dos amigos y... ¡che... che mirá...! ¡que quiero plata...! ¿oyes...?
— ¡así nos gastas a nosotras el dinero... perdido!
— ¡ahora verás...!
a el dirigir se a con intención de golpear la, cayó a el suelo, cuan largo era empezando a roncar estruendosamente como una bestia.
— ¡no serán muchos los días que yo te aguante...! — exclamaba, a el contemplar lo tirado en el suelo.
la calle de la presentaba animación y movimiento, con ser el paseo obligado de los concurrentes a la calle . por sus veredas cruzaban incesantemente elegantes grupos de niñas, para recibir los saludos graneados de los jóvenes, a quienes se paga con leves inclinaciones de cabeza y celestiales sonrisas capaces de producir un incendio.
rezagadas las mamás, con ese aire entre severo y bonachón, no sé si de cansadas o por discreta conveniencia en dejar a las niñas adelantar se, forman un largo rosario que, empezando en la esquina de , termina en la de las más, y las menos, no dejando escaparate por ojear, y cuchicheando entre sí cuando se cruza alguna silueta elegante llena de arrogancia y que deja a el pasar una ligera ráfaga de esencia de rosas: todas vuelven atrás la vista entonces, para fiscalizar su traje y modo de caminar.
las tiendas y bazares despedían torrentes de luz por sus amplias puertas y vistosos escaparates, dando acceso a numerosos grupos que entran y salen constantemente, unos haciendo compras, y los más para apurar la paciencia de los dependientes.
encima de los mostradores se amontonaban las cajas o las piezas de género; en los bazares estaban desparramados por las vidrieras las terracotas, las carteras, los abanicos, los cuadros de porcelana, el estuche, las esencias, y las mil baratijas que sirven de pretexto a las elegantes para lucir su traje y su hermosura en medio de espejos y reverberantes luces.
por todos estos sitios aparecen los preciosos contornos de la mujer porteña, siendo notable la animación por estas calles en las primeras horas de la noche.
pero en los registros de ropa hecha, aunque de distinto género, no es menor el movimiento.
por la parte de el , iban enfilando poco a poco, graciosas jovencitas con abultados líos de ropa, deslizando se en los registros hasta formar una compacta masa que llena el local, y oculta el largo mostrador. allí se amontonan las costuras diversas; sacos, pantalones, bombachas, chalecos y ponchos; y allí espera la impúbera jovencita codeando se con la descocada callejera, la tímida huérfana con la atrevida muchacha, la viuda con la pobre madre cargada de hijos, formando se un revoltijo de cabezas y faldas, que se agita bulliciosamente a el continuo entrar y salir de las costureras.
los dependientes reciben la ropa y lanzan incendiarias miradas a las más vistosas, cambiando se, algunas veces, guiñadas de inteligencia que todas las demás cometan a su antojo.
en frente de los registros, no faltaban curiosos que esperaban la salida de esta o la otra costurera, viendo se a un señor desvergonzado que deja conocer su impaciencia. las costureras van saliendo poco a poco, y se desparraman en todas direcciones solas o acompañadas, como mejor conviene a su gusto.
, antes de entrar en el registro de y , tropezó con misia que constantemente la detenía, sobre todo a el entrar en la casa de , y , siempre proponiendo le trabajar en una casa de su relación, encareciendo la facilidad de ganar más y con menos trabajo en la costura fina.
— ¡pero hijita! a mí me da pena ver te con esos atados que ni un changador que fueses — decía zalameramente a la joven.
— ¡si no es pesado! — contestaba , afirmando lo debajo de el brazo y sosteniendo lo sobre la cadera.
— ¡es una picardía que te traten así...! si señor, tú eres una señorita y no está bien que cargues con el atado... en vez de llevar lo aquel... que a el fin y a el cabo lo que hace es ¡comer lo que ustedes ganan con tanto trabajo! — decía, en el mismo son de lástima la interlocutora —. ¡luego... tú tienes la culpa...!
— ¡cómo, misia ! — exclamaba con asombro.
— ¡es claro...! ¡maldita la necesidad que tú tienes de andar cosiendo para los registros, cuando te ha dado manos tan delicadas...! ¡y no es porque estés delante...! porque siempre se lo digo a , que como tú quisieras habías de trabajar mucho mejor que ellas, y podías hacer tu carrera.
— ¡qué esperanza! — decía la joven en señal de duda, pero halagada por los calculados elogios de la vieja.
— ¡pues, ya lo creo...! ahí tienes ahora a . ¿te acuerdas? ya sabes que cosía para registro; pues, bien, como yo veía a la pobre chica sudar el quilo, y sin que consiguiera mejorar... me dio lástima, porque yo soy así... y le aconsejé que cosiera en fino, en casa de la modista; y, este es el día que, gracias a mí, nada la falta; y, lo que es ella, nunca podrá igualar se contigo; eso no, ¡por supuesto...!
— ¡pero, si es mamá la que parece que no le gusta mucho — replicaba , dispuesta a rendir se.
— ¡por tu mamá! es por ella por la que debes hacer lo que yo te digo; si señor, porque la pobre, por más que trabaje, teniendo aquel hombre dentro de casa, no ha de poder salir de apreturas, y tú estás en el deber de proporcionar le algo; toda buena hija está obligada a eso; y tú más, que eres ya una señorita; a el principio gritará... pero cuando te vea trabajar ganando tres o cuatro veces más... y sobre todo tan señorita...
— ¡tiene usted razón; mañana iré por su casa, para que me lleve y vean a ver si sirvo...!
— ¡quieres callar te...! yo te digo que serás dentro de poco la primera oficiala. bueno, , entonces hasta mañana, ¿eh...? ¡a el fin dejaré yo de impacientar me a el ver te con esos atados...! ¡qué quieres hija, no podía ver te así... porque cuando una toma cariño a otra persona...! pues, entonces, hasta mañana... hasta mañana hijita, porque voy de prisa.
la taimada vieja se detuvo en la vidriera de la librería de , mientras entraba a el registro, dejando caer el atado con disgusto y repugnancia, esperando desdeñosa le llegara el turno para arreglar la libreta.
un señor de afeitado rostro, , que miraba la escena desde la puerta de el , cruzó la calle y se dirigió disimuladamente hacia la vieja con el pretexto de observar las curiosidades de la vidriera de la librería.
— ¿y la chicuela...?
— ya la he convencido, ( así lo conocían las viejas, por ) — decía la vieja, sin dejar de observar las figuras de un periódico ilustrado.
— ¿para cuándo? — insistía el llamado , jugando con el medallón de su cadena.
— mañana irá a casa; dentro de pocos días...
— , misia , ¡gracias...! ¡cuente con aquello...!
— buenas noches — decía ella, sin mirar a el señor.
— buenas noches — contestó , haciendo lo mismo, y entrando en la librería con aire diferente.
la vieja fue en busca de para llevar le las nuevas de su última adquisición.
la casa de inquilinato presentaba un cuadro animado, lo mismo en los patios que en los corredores. confundidas las edades, las nacionalidades y los sexos, constituía una especie de gusanera, donde todos se revolvían, saliendo unos, entrando otros, cruzando los más, con esa actividad diversa de el conventillo.
los patios, por allí se desparrama el sedimento de la población; estrechas las celdas, por sus puertas abiertas se ve el mugriento cuarto, lleno de catres y baúles, sillas desvencijadas, mesas perni-quebradas, con espejos enmohecidos, sus cuadros almazarronados, con los periódicos de caricaturas pegados a la pared, y ese peculiar desorden de la habitación donde duermen cuatro o seis, y en donde es preciso dar buena o mala colocación a todo lo que se tenga.
delante de las puertas, hierven las ollas de hierro con la cabeza de capón o la negra carnaza de el puchero, o salta la grasa a el freír las piltrafas de el mercado que despiden acre olor, mondaduras de papas, desperdicios de cebolla y hojas medio secas de repollo, parece que limitasen el dominio de la pieza, o su opción, a el pedazo de patio, como un alambrado limita el campo de un estanciero en la inmensa sabana de la pampa.
el agua de jabón forma numerosos regueros que se pierden en el suelo, bien entre las junturas de las baldosas, o se cuelan por los agujeros de desagüe, cayendo constantemente de las bateas donde se lava la ropa mugrienta, que despide nauseabundo olor.
en cuerdas que van de uno a otro extremo de el patio, suspendidas por cañas en el centro, se tienden las sábanas mojadas, los pañales sucios por el orín, las camisas plomizas y alguno que otro remendado colchón, para secar la fresca mojadura de la noche pasada.
los chiquillos harapientos corretean con insolencia, metiendo se por todas las piezas y haciendo descaradamente escandalosos conceptos de la ropa que pende de las sogas. una enagua que el viento hincha, junto a un calzoncillo, es causa de las groserías de aquellos muchachos, a el chocar se la enagua distendida con el calzoncillo inflado también por el viento, saliendo de aquellas bocas expresiones que asustan — ¡que ahora es ella quien lo busca! — che como arremete él. — ¡ahora se juntaron los dos y no se despegan! — ¡bravo! ¡bravo...!
unos lloran a moco tendido, otros cantan, otros ríen, estos piden pan a grandes voces, aquellos gritan porque les suelten las ataduras que les aprisionan a el pie de una cama; y, la mayor parte, merodeando alrededor de el brasero, donde se cuece o fríe el almuerzo.
mezclados se hallan el porteño con el italiano, el español con el francés, y en mucho depende este extraño revoltijo de los continuos altercados y riñas que se suceden en el patio.
a una vecina le incomoda el olor que despide el guiso de una española.
— ¡gallegos sucios...! ¡mire qué modo de zahumar el patio...!
— ¡mejor que los ...! ¡siempre con las porquerías esas que hacen vomitar...!
de aquí surge una pelotera: insultos, voces, improperios, gritos de los chicos que se prenden a las faldas de sus madres, agarradas de pelo, mojicones, y luego rezongos en las piezas, hasta que un nuevo incidente llama la atención en otro extremos de el patio.
cuando los hombres se mezclan, empieza la gritería de las mujeres, se arma el escándalo, llega el vigilante y se llena, por fin, la comisaría de la sección. esta es la vida de el patio, mientras unos lloran, otros ríen; mientras este rabia, aquel canta; mientras aquel trabaja, el otro duerme la mona; y, en cada habitación, se desarrolla un drama distinto, con sus afanes y sus privaciones, con sus harturas y sus hambres, con sus virtudes y sus vicios.
— ¡cuidado con que usted me le toque un pelo...! ¡ojo con levantar le la mano...! — exclamaba una mujer a el ver que la vecina se disponía a castigar le el hijo.
— ¡pues, no que no...! ¡insolente...! ¿para qué viene a pegar le a la criatura? ¡ahora verás...! — y corría detrás de el muchacho, dando una vuelta por el patio, hasta que el rapaz se internaba en su habitación, resguardando se detrás de las faldas de la madre.
— ¡ya le he dicho que no me le ha de tocar ni el pelo...! — repetía ésta, encarando se a la vecina, y en son de guerra, mientras el chico decía con insolencia:
— ¡pues, le he de pegar! ¡le he de pegar! ¿por qué él me quitó el pedazo de bizcocho?
— si vuelves a tocar a la criatura, te pego una soba que te dejo muerto.
a el llegar aquí, se trenzaron las dos madres, armando el barullo consiguiente. las vecinas salían a las puertas y las de el corredor se asomaban a la barandilla preguntando por la causa de la riña. durante un buen rato duró la gresca, formando se, como es consiguiente, los bandos: unos en favor y otros en contra de las heroínas.
formaban la sociedad de el patio: changadores y familias de carreros, lavanderas y vendedores ambulantes, organistas napolitanos que reciben mil maldiciones en una hora el día de afinación, y pobre gente empleada, con sueldos miserables que ni para pagar el cuarto, casi les alcanza.
en el piso alto, vive la aristocracia de la casa de inquilinato: costurera de ropa gruesa, empleados de tramways y ferrocarriles, cesantes sin colocación, zapateros cargados de chiquillos, peones de registros y almacenes, carreros, artesanos y muchachas sueltas, que hacen la vida alegre en compañía de un empleado o revolotean por todas partes, siendo el diario escándalo de la casa, por sus entradas y salidas a deshoras y por la diversidad de tipos que la visitan a cada momento.
en el piso alto, también aparecen los braseros, donde se ponen las planchas a templar o los pucheros con la comida, en la barandilla se tiende la ropa, se sacuden los colchones y los pedazos de alfombra que, a el enviar la nube de sucio polvo a el piso bajo, es recibida con improperios y blasfemias de las que, por lo general, no hace caso la barandillera.
parecía una señora respetable de unos sesenta y cinco años de edad, encorvada de espalda, y lleno de arrugas el rostro, fino trato y un acento melifluo. con la adulación siempre en los labios, entraba en muchas casas principales, bien de visita oficiosa, bien en demanda de auxilios y ropa para una enferma imaginaria o para una viuda cargada de hijos, o ya encargada de recolectar fondos para un vestido que las almas piadosas regalaban a la , o a el bendito , o ya, para un cubre-altar que precisaba la capilla religiosa de la calle de .
como siempre estaba metida en las iglesias y era exacta a toda función religiosa, brindando se para vestir y desnudar las imágenes, era conocidísima de clérigos y sacristanes, y siempre lista para ofrecer agua bendita a las principales matronas de . a estos hábitos religiosos debía el aprecio en que la tenían y que ella tan bien sabía explotar.
husmeaba dónde había enfermos o salido de cuidado alguna conocida. en el acto se plantaba allí, para dar los medicamentos, enfriar el caldo, poner los paños calientes, arreglar los sinapismos o dar algún consejo casero; y, si venía a pelo, pasaba la noche haciendo compañía y roncando con toda beatitud. por supuesto, que atenuaba esta falta, abrumando con preguntas a los médicos y advertencias exageradas a los interesados, dando con esto a entender el cariño que sentía hacia el enfermo.
si se trataba de algún alumbramiento, allí estaba ella, para mecer la cuna, para cargar lo con ese peculiar miramiento y destreza de una abuela y para dar recetas con que aumentar o cortar la secreción láctea, según conviniera.
a el tratar se de un velorio, no podía ella hacer menos de amortajar el cadáver, de perfumar le la cara con agua florida o vinagrillo aromático, de encender los pebeteros, de tomar la dirección de la casa y correr, por último, con los rezos y novenarios consiguientes.
así es que, con esta táctica, no puede extrañar se que misia se sentase a las principales mesas de familia, donde aparecía por casualidad a las horas de comer precisamente, llevando se para su casita la yerba y el azúcar que iba depositando, como una hormiguita, en el hondo cajón de su mesa.
esta señora toda beatitud y religiosidad, toda llena de comedimientos y atenciones, era grande amiga de la vieja , especie de ayudante de campo, que llevaba y traía los partes, daba y recibía órdenes, sin que nadie pudiera sospechar que, por ella, había entrado la cocinera, que ella había llevado a el mucamo, ¡que ella había recomendado el ama de leche...! esta misia era, sin embargo, la más poderosa palanca de , con la que removía la sociedad porteña y el más oportuno ayuda para llevar adelante sus inicuas tramas y pérfidos planes.
el ojo certero de la vieja provinciana descubrió aquella mina. sin gran trabajo, empezó el laboreo, encontrando un filón inestimable que se traducía en pingües ganancias, de las que, misia , sólo recogía las piltrafas.
esta era infatigable en el trabajo de zapa. tan pronto entraba en una agencia de colocaciones para preparar terreno, como se introducía en alguna habitación humilde, donde, entre conmiseración y lástimas, destilaba el veneno que había de corromper una honra; y, así también, se deslizaba en casas de aparatosa ostentación, a donde llevaba y traía cartas y avisos; por supuesto, con el consabido aditamento:
— ¡ ...! ¡lo que yo estoy haciendo...! ¡pero si esto no es una picardía...! ¡cómo te vales picarilla de lo mucho que yo te quiero, para dar me estas comisiones! ¡ ! ¡yo metida en estas cosas...! ¡si parece que me lo conocen todos en la cara...! y la verdad es hijita, que es arrogante y simpático. ¡si vieras que emocionado estaba cuando me entregó la carta...! se conoce que te quiere con delirio; pero hija, no debes hacer le caso, porque si bien es verdad que hay hombres como él, que son muy caballeros, en cambio hay otros con quienes se precisa andar con mucho tiento... porque, como tu eres tan linda... y tan atrayente... y tienes esa elegancia, no me extraña que se vuelvan locos por ti.
con estos rasgos se puede formar cabal idea de este misterioso personaje que, no infundiendo sospechas a nadie, se deslizaba traidoramente en los honrados hogares, para la consecución de un fin perverso que llevaba con sorprendente habilidad y destreza, contando con sirvientes, mucamas, cocineras, cocheros y hasta aguadores, que le eran adictos.
la infame directora la había encomendado el asedio de una familia pobre. en estos trabajos empleaba ahora la mayor parte de su tiempo, sin conseguir lo que buscaba, hasta que le fue preciso alquilar una habitación contigua en la casa de inquilinato, para dar, desde allí, el golpe decisivo y con toda seguridad.
llevaba algunos años de sufrimientos desde la muerte de su esposo. la lucha fratricida de el 74 la dejó viuda. desde entonces, luchaba a brazo partido con la miseria, maldiciendo las revoluciones que jamás han servido para otra cosa, sino para dejar muchas familias anegadas en llanto, presas de la necesidad, para las cuales no llegan los agradecimientos de la patria; no, por noble y santa que ella sea, tenga por seguro que la patria ha de dejar a sus hijos y a su esposa en el más ingrato abandono, sin acordar se para nada de el muerto. en cambio los personajes han ascendido y todo le parece a la sociedad que está compensado.
esta viuda trabajaba con ardor para sostener a sus tres hijos, dos varones y una joven, , de catorce años, fresca y rosada, a quien la madre miraba con predilecto mimo, siguiendo la preferencia de su difunto esposo, que la quería con locura extremada, a el dejar la de nueve años cumplidos, hecha una mimosa con hábitos de señorita.
a duras penas conseguía que, , acompañada de un hermanito, llevase a el anochecer las costuras a el registro. ella se resistía cuando podía. no quería mostrar se en público de aquella manera, porque soñaba con ser una señorita de gran sombrero y vestida de madama . así es que, con repugnancia y ocultando mucho el rostro, tomaba el atado y salía para confundir se entre tanta y tanta costurera, como llenaban los amplios locales donde se recibe la ropa y se apuntan las libretas.
cuando un dependiente se fijó en ella, ya de doce años, dirigiendo la certeros tiros, el rubor saltó a sus mejillas. sin hacer caso de las palabras groseras que recogía por la calle, llegaba a su casa no tan pesarosa como otros días. se iba acostumbrando a el registro. su madre ya no le ordenaba su obligación: ella tomaba el atado y con su hermanito de la mano salía a la calle, donde hacía tiempo la acechaba un señor de decente ropaje, que a su oído murmuraba palabras que la hacían poner rosada y nerviosa. primero, se enojó mirando lo con disgusto y repugnancia; pero, después, viendo que el señor no se propasaba de obra, hasta lo aceptaba con interés observando su puntualidad y constancia.
en el registro de ropería, hizo algunas relaciones con muchachas de su edad, las que charlaban hasta por los codos, mezclando en la conversación algo prohibido, que las ponía nerviosas y excitadas, hasta el punto de divertir se con los fantasmones que, parados a la puerta, las contemplaban con la boca abierta, mientras ellas les sacaban la lengua o les hacían alguna zafaduría, tan soez como truhanesca.
así, , entre malicia y candor, tenía embelesada a la madre que, día y noche, suspiraba a el convencer se de que no llegaba el trabajo para tener la con la decencia y lujo que, como madre extraviada, se prometía para su hija. suspiraba con desconsuelo a el observar el humilde vestido de percal que llevaba encima, limpio sí, pero sin adornos ni volantes; se le caía el alma a los pies cuando se fijaba en los botines a la crimea gruesos y ordinarios, que le torcían el pie, y su mayor anhelo era poder reunir unos nacionales para comprar le guantes averiados, un velo y un par de botines de prunela.
lograba, por fin, lo que tantos días de privaciones le costaba; y, entonces, llena de pena echaba de ver que los guantes no sentaban bien con el vestido de percal, que los botines no hacían buen efecto con las medías ordinarias, y así por el estilo, jamás tenía el orgullo de ver bien vestida a , aunque sus otros hijos no tuvieran puestos más que sucios pingajos llenos de mugre, y anduviesen descalzos, taloneando por aquella pieza.
en estos afanes se encontraba la desviada señora, cuando una vecina de cuarto, recién instalada, y por demás cariñosa, entraba para acompañar la casi todo el día, condoliendo se de su precaria situación.
— ¡yo la admiro ...! la admiro muy deveras porque como usted, hay pocas, casi ninguna.
— ¡qué esperanza, señora...! ¡cuántas seremos las que nos vemos obligadas a pasar esta vida! — decía con ingenuo candor.
— muy contadas, muy contadas — replicaba la vecina, moviendo la cabeza en señal de duda —. ¡si en este pícaro mundo, señora, es preciso morir se o ceder de una vez...! y no es por una, es por las hijas, , por las hijas que son pedazos de nuestros cuerpos. por eso, en el mundo, la miseria obliga en ciertas circunstancias...
— ¡la que es buena, señora, lo es siempre, pobre o rica, porque se contenta con lo que le concede!
— no lo crea usted así, ... porque eso no es verdad. usted, que trabaja tanto, quitando se la vida cose que cose para ganar una miseria, que no le llega para cubrir sus necesidades, ¿puede usted estar satisfecha, viendo que no puede educar a sus hijos con aquel mimo y aquel desahogo que, su cariño por ellos, le pide a todas horas...?
— ¡ah...! lo que es eso, francamente... quisiera ser rica para poder tener les como los mejores.
— ¡sin que me lo diga! ¡si yo la conozco ...! ¡si yo la conozco...! digo, que cuando usted observa a el pasar tantas y tantas mejor vestidas que , se le cae a usted el alma a los pies, porque yo le conozco el cariño que usted le tiene... ¡si salta a la vista...!
— no puedo remediar lo, misia , no puedo y me desespero a el verme tan falta de recursos...
— ¡es claro! ¿pues no? variando de conversación, porque estas cosas le dan a una rabia — seguía diciendo la taimada vieja — parece que está por casar se, la hija de . ¡qué suerte, eh...! una chicuela que no vale nada, y haber encontrado tan buena proporción, eh...! ¡ah, si tuviera esa suerte...! ¡y, quién sabe! ¡de menos nos hizo , ...! porque su hijita es ya una verdadera señorita y más de cuatro han de beber los vientos por ella... ¡ya lo creo...! ¡porque de esto no falta! ¡digo, que si la vislumbraran algunos que yo me sé...!
— no se fijarían en una niña tan pobre — decía la madre halagada ante la perspectiva de considerar a su hija rica.
— ¿y, por qué no? ¿acaso no vale ella más que ? ¡ya lo creo...! es necesario, señora, que usted la arregle lo mejor que pueda, que salga por ahí... que la vean...
— ¡pero señora, yo no puedo más...! ¡me admiro de ver a otras que van tan bien vestidas, y casi no trabajan...! ¡no sé como se hacen esas cosas...!
— eso es cuestión de saber lo entender...
— ¿cómo, de saber lo entender? — preguntaba con viva curiosidad la costurera.
— ¡claro...! ¡sabiendo vivir...! ¿entiende? ¡todo se consigue en este mundo cuando las gentes se dan maña...!
— ¡ya...! ¡ya...! comprendo ahora... a ese precio, ¡jamás! — decía con dignidad .
— ¡ya lo creo que usted no había de permitir esa libertad a su hija...! y, hace usted perfectamente, porque, cuando una puede vivir, aunque sea con pobreza... pero, yo, en parte... yo, que conozco tanto el mundo, señora... disculpo en parte a esas pobres familias, porque en último caso, una se muere de miseria y de pena y luego las chicas, ya sabemos que caen en poder de cualquier perdido que las hace desgraciadas.
— ¡dios nos libre, misia ! — exclamaba , asustada ante la idea de tal fatalidad.
la vecina se retiraba, después de infiltrar el veneno, dejando pensativa a la costurera, que en vano se devanaba los sesos buscando un medio decoroso para salir de su triste estado. desde sus conversaciones diarias con la cariñosa vecina, pensaba en lo que antes jamás había cruzado por su imaginación. se quedaba pensativa; y, lanzando hondos suspiros, rechazaba la tentación, tornando a la grosera costura que, cada día, se le hacía más penosa.
, mientras tanto, correteaba calles. en el registro era la primera en iniciar las conversaciones escandalosas y eróticas. el señor que la perseguía la acompañaba algunas cuadras; y, entre temores y deseos, pasaba la vida como un pájaro enjaulado, ansiando libertad y espacio, donde tender el vuelo de sus locas divagaciones.
acostumbrada ya a pasar largos ratos en la habitación de misia , allá iba poco a poco tragando el anzuelo y sintiendo cada día mayor repugnancia por su casa y sus harapos, soñando con lujo y placeres desconocidos, que su naturaleza precoz solicitaba con imperio.
un día, en que la joven estaba más excitada que de costumbre, zumbando le en los oídos las palabras tentadoras de el señor acompañante, que le ofrecía una casita y joyas, y todo cuanto su imaginación había soñado de más hermoso, la infame vieja le echó las cartas, que le anunciaban el amor loco de un viejo que quería hacer la feliz. esto la hizo prorrumpir en estruendosas e histéricas carcajadas, revolviendo se en el suelo, como lo hace una gata en celo, a el gozar de los rayos de el sol.
desde aquel día, salía algunas veces acompañando a la vieja a la iglesia o a visitar a una parienta enferma. , habiendo perdido el instinto de madre, o tolerando tal vez a impulsos de la prédica diaria, tenía gusto de que su hija fuera con la vieja, y, a el parecer, descansaba tranquila, convenciendo se de que iba bien acompañada.
esta clase de madres consentidas tiemblan ante la idea de ser ellas las intermediarias de la deshonra; pero se abandonan criminalmente, no queriendo desvanecer las sombras que oscurecen sus dudas, aceptando una fatalidad, que, más pronto o más tarde, ha de venir a llenar las de amargura.
a la vieja , le habían recomendado especialmente a , hija de . la muy infame preparó el ataque, encomendando a su , , el iniciar lo inmediatamente.
era una tarde de el mes de agosto, mes traidor y temido de los enfermos crónicos y sobre todo de los viejos, que cuentan día por día y semana por semana los momentos que les quedan de vida, como hacen los desgraciados que están en capilla, temblando a el ver acercar se la hora fatal.
en esa tarde, había cambiado el tiempo. de suave temperatura y esplendoroso sol, vino de repente un viento sudoeste que arrastraba las basuras de las calles, arrinconando las en los zaguanes y ángulos de las casas; las dejaba sosegadas por un momento, y, cuando los residuos de la limpieza se creían seguros y a cubierto de todo ataque, arremetía una racha más fuerte, formaba una pelota de papeles, trapos, hojas y demás desperdicios, jugueteaba con ellos como pudiera hacer lo un gato retozón, trayendo los y llevando los, hasta que los alzaba con ímpetu por el aire, desparramando los con saña contra las fachadas de las casas, hasta que venían a caer nuevamente a el suelo, para arrastrar los sin piedad y dejar los convertidos en menudos fragmentos, que, en último término, querían introducir se por las rendijas y aberturas que encontraban francas, gruñendo de rabia a el no poder penetrar por los resquicios apretados.
los nubarrones se agolpaban en la atmósfera, y el sol dejó de lucir, asomando tímidamente parte de la frente entre tal o cual abertura mal cerrada, que el viento se encargaba de tabicar en seguida, con una parda nube.
iban a ser las cuatro y se notaba un frío tanto más sensible cuanto el día había sido primaveral. en el vestíbulo de un colegio graduado se sobaban las manos algunas sirvientes, esperando la hora de salida de las niñas. la mayor parte de las que esperaban, por el lucido delantal blanco con grandes caídas por detrás, indicaban pertenecer a casas acomodadas. entre ellas, había uno que otro galleguito mucamo, que debía acompañar a la niña, llevando le la costura y la cartera llena de libros.
entre esas mucamas departía muy amigablemente la , con su pañuelo de espumilla de lana color verde mar, encima de los hombros y su delantal blanco también. cualquiera, a el ver la, la tomaría por una mucama que esperaba a la niña para acompañar la a casa.
desde el vestíbulo, se oía el confuso y característico rumor a el formar las filas en las clases, rumor producido por la precipitación con que se dejan las costuras, se toman los libros y se va en busca de la cartera, produciendo se la confusión consiguiente entre niñas que desean ser las primeras en descolgar sus bolsas y acercar se a la puerta de salida, para cuando suene la sacramental palabra: ¡pueden retirar se!
en este colegio se educan niñas pertenecientes a familias distinguidas, como de la clase más humilde, lo mismo se ve el traje elegante y sombrerito high life, que la modesta túnica y la tímida gasilla en la cabeza; y, de la misma manera, niñas de siete años que de quince.
en una de las clases, formaban un corrillo aparte con sus cuchicheos, guiñadas y picardías consiguientes, unas cuantas jovencitas de catorce años poco más o menos, entre las que se encontraba , la hija de , las que, coqueteando descaradamente y mirando con aire de superioridad a las otras niñas de menor edad, todo el día se lo pasaban entre secretos y papelitos, inquietas y juguetonas, como debe ser la pasión primera.
— ¡si vieras, che! ¡si vieras! — exclamaba ponderativamente, una que parecía la más resuelta de todas.
— ¡chist...! — interrumpía otra, rosada como una frutilla —. no le digas nada — decía aludiendo a —. si quiere que vaya y lo vea. ¡qué más quisiera ella...! ¡como que tiene vergüenza la niña...!
— no es por vergüenza, sino que...
— porque no quieres, por eso, claro, — insistía la primera.
— es que la mucama no ha de querer llevar me... y luego... ¡si lo cuenta en casa...! — exclamaba con terror.
— ella no ha de contar nada. allí... — prosiguió bajando la voz y acercando la boca a el oído — ¡allí echan las cartas...! y si vieras... todo sale cierto. ¿no es verdad, ? — preguntaba a otra compañera, como para vencer los escrúpulos de .
— ¡todo, che...! ¡todo sale cierto! — afirmaba la aludida, dando un suspiro.
— ¡luego — volvía a insistir la traviesa chica — tiene unas muñecas, así de altas...! ¡pero con trajes de verdad...! y allí van... — y murmuró unas palabras en su oído, que hicieron colorear las mejillas de la joven.
— no, no... ¡si supiesen en casa que yo había ido allí... ¡que vergüenza...!
— ¡mejor...! deja la. ella se lo pierde. no le digan ni una palabra — decía con sequedad la primera, despreciando a y avivando más su curiosidad.
— no te enojes... — exclamaba ésta, a el ver el desapego con que iba a ser tratada.
— luego, ya saben, ¡eh...! — decía guiñando un ojo a las otras compañeras, que comprendieron a el momento de lo que se trataba; y empezaron, otra vez, los cuchicheos que causaban profunda pena a , a el considerar se eliminada.
su semblante tomó un aire de tristeza y abatimiento; y, pausadamente, fue juntando los libros, mirando con envidia a sus compañeras, que loqueaban a más y mejor, como haciendo alarde de su descocamiento.
en el vestíbulo de el colegio, también tenía lugar una sabrosa conversación que sostenía hábilmente la con la mucama que se resistía a secundar sus propósitos.
— sin ir más lejos, hace diez días, me dijo que comprara el número mil cuatro. tomé un quinto, y me tocó la suerte, — decía, manifestando júbilo la —. me fui a el y allí los tengo. a ésta — seguía diciendo, y señalando a otra que tenía a su derecha —, a ésta le cayó hace unos tres meses también.
— yo no creo en esas cosas — contestaba la mucama , sin dejar se convencer.
— ¿no, eh...? pues que te diga ésta si le salió bien cierto lo que la dijo... no faltó ni esto — y chocó contra los dientes la uña de el pulgar —. ¡diga, que pocas veces quiera echar las cartas...! ¡porque le tenemos que rogar mucho...!
— ¡si fuera algún domingo...! ¡entonces tal vez iría por curiosidad...!
— los domingos por nada de el mundo quiere, tiene que ser un día de trabajo...
— entonces yo no puedo, porque la niña podría contar en casa dónde habíamos estado...
— ¡qué había de contar! — interrumpía desdeñosamente la , viendo que ganaba terreno —. la niña, ¡qué más querrá que estar jugando allí...! la vieja tiene muñecas grandísimas con las que pasará el tiempo... y luego con decir en casa de tus patrones que se quedó en penitencia hasta las cinco... está todo arreglado.
— y ¿si lo llegan a saber? — preguntaba tímidamente la mucama , antes de entregar se a las tentadoras proposiciones de .
— ¿por quién diablos lo han de saber...? anima te y te llevo, asegurando te, que luego, me has de dar las gracias; pues, yo lo hago porque tú eres simpática de veras, y tengo confianza en ti, porque si no fuera así ¡qué esperanza...!
— di me, ¿podrá decir me si una persona quiere a otra con buen fin?
— ¡ya lo creo! — contestaba con aplomo —, ¡ya lo creo...! en esto no se engaña nunca. ¡parece mentira, che...! ¡que adivine así!
— ¿y está muy lejos...? — volvía a preguntar la cándida mucama, decidida a consultar con la vieja.
— a dos cuadras, solamente... aquí a el lado... en un momento podemos ir...
— hoy, no; pero mañana tal vez me resuelva, y le diremos a la niña que es la casa de una parienta mía. ¿te parece...?
— aquí llegaban en la conversación, cuando apareció la avalancha de criaturas que prisa tenían por salir de aquella, a el parecer, cárcel, en que habían estado seis horas. los gritos de alegría resonaban en el zaguán a el bajar los primeros peldaños de la escalinata. las cabriolas de contento y los saltos retozones de aquellas criaturas recordaban las piruetas de los corderos a el salir de el estrecho corral y divisar la verde explanada de el campo, por donde habían de triscar todo el día.
había corrido con todos los arreglos de la fiesta. el anduvo de a para conseguir el género indispensable, sacado de la clientela de la vieja ; y, quien dispuso la fiesta que se había de celebrar conmemorando el primero de el año con la solemnidad que acostumbraban algunos antiguos amigos de el , entre ellos, .
— ¡cuidadito, con que me faltés! — había dicho a , por la mañana.
— ¡no, señor, no he de faltar...! no tenga cuidado.
— es que, para esta noche, estoy comprometido, y no puedo faltar... sobre todo, te advierto que ha de ir el viejo... — decía aludiendo a , — y quiere que tu estés allí. ya verás, ¡vamos a tener una fiesta espléndida...! ¡gente gorda...! ¡y nos van a entrar algunos pesitos...!
— ¿va a ir ? — preguntaba la joven con naturalidad.
— ¡en este negocio, no tiene ella por qué mezclar se; es cosa mía; y, te agradeceré, que me guardes el secreto, hijita...! porque, de seguro, que había de resentir se... y más vale no tener altercados. ¿comprendes?
— bueno, bueno. por mi parte, le prometo que nada ha de saber.
— ¿y, cómo te va con el viejo?
— ¡ ...! así... así. no quiere poner me casa porque teme comprometer me... ¡y dice que somos mucha familia...! y yo no quiero ir sin mamá. ¿no le parece que he hecho bien?
— ¡claro...! date maña — le decía con todo cinismo —. procura tener lo así... vamos... como dando le celos, haciendo te la enamorada... y de esta manera tal vez afloje, porque los viejos obedecen dócilmente si se consigue dominar los, y más aún, si se creen que han producido una pasión amorosa... entonces vas a tener lo que te dé la gana.
— ya veremos... ¿y va también?
— ¡por supuesto...! la acompañará hasta la puerta la vieja . allí estaréis con toda libertad. ¡calcula que la casa parece un palacio...! estaba desalquilada y yo la he tomado como para una familia que debe llegar de el campo; pero es sólo para esta noche. si conviene, y alguno paga, nos quedaremos con ella.
— ¡conque no faltar...! ya sabes antes de llegar a el mercado...
— hasta la noche, .
había llenado los huecos de la sala con sillones viejos y trastos alquilados. arregló la mesa con cuatro tablas clavadas sobre pies de empapelador, ingeniando se para llenar vajilla y cristalería prestadas.
como la casa no tenía aparatos de gas, puso velas de estearina en las paredes y en la mesa, presentando la sala un especial golpe de vista. el cielo raso lleno de telas de araña y manchones de humedad contrastaba con el pelado piso de tablas, lleno de mugre. las paredes, sin un adorno que cubriera su fría desnudez y sus muchos agujeros, presentaban con profusión toscas repisas de madera, es decir dos pedacitos de tabla donde descansaban las velas que chorreaban estearina incesantemente; cuatro grandes sillones, unos de gutapercha y otros de reps punzó, todos desgonzados y rotos ocupaban los ángulos, y como una docena de sillas de varios tamaños y configuraciones, diseminadas, unas sosteniendo rimeros de platos y copas, y otras pavos y cajas de conservas, que no cabían cómodamente en la mesa.
por el suelo cajones de vino y botellas de champagne; y, lleno por fin el ambiente de un olor especial a pabilo y humedad, que se notaba desde que se entraba por el sucio zaguán.
ya eran pasadas las once de la noche y la casa alquilada por esperaba a los invitados con una sorpresa. había reclutado tres músicos para una orquesta de guitarra, acordeón y violín, seguro de causar el efecto consiguiente, entre los parroquianos, que estaban dispuestos a pasar un trueno gordo aquella noche.
estos tres musicantes, acostumbrados a fiestas de ésta índole, habían hecho su aparte de botellas surtidas, en previsión de ser olvidados en medio de la farra. eran tres tipos compadritos de el , que tocaban gatos y cielitos, polkas y cuadrillas con unos aires quebrados propios de el peringundín y de el baile criollo...
por la calle de transitaba la gente alegre y bulliciosa, oyendo se indistintamente el rasgueo de las guitarras, los acordes monótonos de el acordeón, los desentonados coros de los parranderos y ese bullicio característico de la última noche de el año, que se va, y la primera de el que viene.
los tramways pasaban llenos de gente, los carruajes cruzaban en todas direcciones, y la ciudad se agitaba alegremente con los chrismas y las tortas, con los turrones y el champagne.
los primeros comensales penetraron por el oscuro zaguán, como si acudieran a la sesión de alguna sociedad misteriosa, encontrando a convertido en azafatero mayor y a los tres musicantes, que llenaban la sala con el humo de el tabaco negro.
entre libaciones de vino y saboreando aceitunas sevillanas se dispusieron a esperar a sus compañeros, ya impacientados por la tardanza de las muchachas que formaban el deseo de la noche.
— ¡hermano... che, hermano! — decía a , que acababa de entrar. ¡esto está espléndido...! ¡vamos a pasar una noche deliciosa...! , ¡hasta orquesta tenemos...! ¡de todo hermano, de todo...! una copita para que se te quite el susto.
— ¿y, las chicas? — preguntaba , recorriendo con la vista la habitación —. ¿no han venido, todavía...?
— dentro de diez minutos estarán aquí — contestaba , después de consultar un estropeado reloj de plata.
— ¡salud caballeros...!
— ¡bravo! ¡por ...! ¡bravo por el hermano mayor de la cofradía...!
— ¡valiente partida de tresillo la que vamos a tener esta noche a...! ¿y, donde están las chicas? — preguntaba, mirando a todas partes, extrañando le que no estuvieran en la sala.
fueron llegando los comensales hasta el número seis, entre los que se encontraba y otros dos amigos de el , toda gente alegre y rumbosa que se disponía a echar a el aire la cana de el primero de año, según costumbre establecida.
la entrada de las jóvenes provocó estruendosos aplausos y locas manifestaciones de alegría, cambiando se efusivos saludos y apretados abrazos.
y apuraban los pequeños sorbos que les presentaban en las copas de todos, y entre manotones y condescendencias, tuvieron que bailar una polka para dar tiempo a la llegada de las otras compañeras, que no tardaron en entrar a la sala, todas gente de aguja, tan atrevidas como soeces, que se abandonaban en brazos de quien las tomaba.
estaba ufano con la fiesta. había ultrapasado las esperanzas que pudieron concebir los caballeros, y esto le daba aires de importancia, como si fuese el principal personaje o héroe de la noche.
los musicantes, mientras tantos, cambiaban guiñadas de inteligencia, y seguían con sus aires quebrados, mezclando las piezas con un desconcierto que sentaba admirablemente en aquella sala de la orgía y de el escándalo.
la señal para sentar se a la mesa sonó, y después de el barullo necesario para tomar cada cual su pareja y su asiento, dio principio la cena en medio de las risotadas y alusiones, que sólo tienen cabida en cuadros tan escandalosos como aquel.
la fiesta se animaba; los músicos destrozaban alones y piernas de gallinas y pavos, mientras los anfitriones brindaban a la locura y a el amor.
— brindo, caballeros, porque y dejen de estar tan gomosas... he dicho.
las chicas protestaban y la algazara subía de punto.
apuraba copa tras copa, y ya principiaba a ver doscientas luces en la sala, trastabillando a el dar rienda suelta a la locuacidad alcohólica que le había acometido.
serían como las tres de la mañana, y las luces se iban apagando por sí solas; la orquesta peringundinera hacía girar a las parejas en desenfrenada evolución, hasta que resbaló, cayendo a el suelo con su galán, y tras ellos, cayeron todos, armando se una gritería y la confusión consiguiente a el ver que , apagando con una servilleta unas velas, dejó la sala a oscuras, en medio de los gritos de las jóvenes.
en lo más fuerte de el escándalo se encontraban, cuando apareció un vigilante, atraído por los gritos.
de buenas a primeras , armado de una botella de champagne, arremetió contra él, dando le un feroz golpe en la frente.
a los ayes de el pobre vigilante, cegado por la sangre que corría en abundancia por la herida, acudió gente a la casa, siendo les forzoso a los anfitriones, músicos y danzantes, el escabullir se por donde pudieron, dejando vacía la casa en un momento.
cuando penetró la policía, sólo encontró los restos de el festín y de la orgía, en el más completo desbarajuste.
, la traviesa de , había acudido a la puerta de el colegio para llevar se a y a la mucama aquella tarde, como estaba convenido. se trataba, para ella, de un asunto de la mayor importancia, pues la adquisición era valiosa, contando a más de la niña, con la sirviente , que hacía también falta para cumplir los deseos de un interesado. aquel golpe era para acreditar a cualquiera, y, en aquel negocio, esperaba crecida recompensa de parte de la vieja, que ya veía un capital delante de sí.
antes de que acudiera , tuvo la una sabrosa conferencia con , empeñado en entender se con ella y explotar a la joven, como lo hacía .
— ¡no se canse, , porque es excusado...!
— deja te de zonceras, y escucha lo que yo te digo. a mí demasiado me conoces... siempre te he tenido cariño y me da rabia el ver como te trata.
— le digo que no se canse — volvía a decir la , sonriendo se picarescamente a el conocer las intenciones de —. yo lo quiero y basta, ¡ea...!
— ¡escucha, ...! es que si nosotros nos entendiéramos, podríamos hacer un bonito negocio.
— sí, señor; ¡sería bonito el negocio!
— no es eso... quiero decir que nosotros podríamos hacer el negocio de , y en poco tiempo, encontrar nos ricos...
— deje se de una vez, y cuide que yo no le diga a la vieja... — replicaba ella, en son de amenaza.
— piensa lo bien, y más tarde me darás la contestación — decía a el retirar se para no aparentar que quedaba vencido y humillado.
la lo veía alejar se con curiosidad, mientras entre dientes, decía:
— ¡qué más quisiera, el muy perdido!
la vieja estaba impaciente. tan pronto se sentaba, como iba a echar sus vistazos por el ventanillo de la primera pieza, mirando a el patio. murmurando entre dientes, salía, iba a la cocina, tornaba a el salir, por demás impaciente, hasta la puerta de calle. sacaba la cabeza, miraba a uno y otro lado; y, viendo que sus deseos no se satisfacían, pegaba un portazo y se internaba en las piezas, malhumorada y rezongando a cada rato.
se dejaba caer en una silla, mordiendo se los labios; y, a el instante, se levantaba otra vez, nerviosa y contrariada, para arreglar alguna cosa, o estirar la colcha de crochet, o mover los cachivaches de la mesita, sin ton ni son.
la casucha estaba silenciosa, en aquella hora, como si nadie la habitase. el gato se escurría por el tapial, restregando se el lomo entre las asperezas de los ladrillos; y, el perro ratonero, descansaba patriarcalmente encima de una falda negra que estaba tirada en la cama grande de la última pieza, haciendo compañía a el grave personaje verde, que parecía triste y pensativo sin largar sus acostumbradas chocarrerías, y sin morder siquiera los barrotes de hoja de lata. el barrio se hallaba también solitario, no escuchando se más que el cascabeleo de los tramways, acentuando más el quietismo y el silencio.
la vieja estaba visiblemente mortificada. esperaba a alguien y ese alguien no venía. de importancia debía ser la persona, cuando tan nerviosa la ponía su retraso. por unas cuantas veces más, se asomó a la puerta de calle, retirando se desesperada, hasta dar con su cuerpo en un sillón de hamaca lleno de parches y ataduras, donde se resolvió a esperar, cambiando a cada rato la postura de sus piernas, mordiendo se las uñas y meneando la cabeza significativamente.
— ¡caramba con la muchacha! — exclamaba, sin poder se contener y hablando consigo misma —. ya debía estar aquí, ¡hace medía hora...! tal vez cueste traer la — pensaba disponiendo se a tener más paciencia —. ¡pero ella no debía gastar tantas contemplaciones! — seguía murmurando —. ¡debía traer la aunque fuera a la fuerza...! ¿si será ella? — decía, levantando se de el sillón, creyendo oír ruido en la vereda —. ¡nada, nada! — volvía a murmurar, a el tiempo de sentar se violentamente con gran riesgo de la hamaca, que crujía estridentemente.
por un rato permaneció apoyando la cabeza entre las manos, hasta que olfateando, como un perro de caza la presencia de la perdiz, exclamó restregando se las manos y dando un aire bonachón a su fisonomía:
— ¡gracias a , que están ahí...!
efectivamente, no tardaron en aparecer por la puertecilla, que conocemos, la seguida de una joven a el parecer sirviente y de una niña como de catorce años, tersa como el terciopelo y hermosa como un hada fantástica.
la taimada vieja, reprimiendo los impulsos de su impaciencia, permaneció sentada en la segunda pieza, dejando a las recién venidas en la primera, para que no comprendieran sus intentos y notaran, por el contrario, su resistencia a echar les las cartas.
la , rebosando satisfacción, por la empresa que estaba llevando a feliz término, se internó en busca de , mientras las recién llegadas, sin atrever se a comunicar sus impresiones de miedo, permanecían enclavadas en las sillas, mirando y remirando lo todo con curiosidad y timidez a el mismo tiempo.
la niña se fijaba porfiadamente en la gran muñeca que estaba encima de la cama; y, de buena gana, la hubiese tomado, si no la detuvieran secretos recelos que ni comprendía ni sabía por qué la impresionaban tanto; pero tenía la conciencia de estar cometiendo un delito con el sólo hecho de presentar se en una casa semejante, y sabiendo que había dado un paso muy avanzado con urdir una mentira y tener un cómplice en la mucama.
esta, por su parte, temblaba también sin saber por qué. la vista de la cama, las dos polveras en el lavatorio, algunas horquillas que divisó y un cierto aspecto nada familiar, la hacían salir el rubor a las mejillas. adivinaba algo, pero ese algo rodeado de formas vagas y confusas que le impedían ver el objeto con claridad, como acontece en noche de espesa neblina; no podemos distinguir el precipicio que se nos presenta delante, no sabemos qué será, pero se adivina por intuición que tenemos a nuestros pies el peligro. así, la mucama temblaba de emoción sin saber por qué temblaba, y no porque en la habitación viese fantasmas, calaveras, culebras y lagartos que eran lo indispensables adminículos de las sibilas de reputación; ni siquiera, distinguía la humeante caldera de los filtros; nada.
las dos jóvenes, a el encontrar se solas, un secreto peligro las hizo acercar se una contra la otra, y así estrechamente unidas, las encontró la traviesa a el penetrar como quien acaba de librar una batalla.
— no quería por nada — decía con misterio —; pero, por fin, después de mucho rogar le y decir le quienes eran ustedes, consiente, ¡pero jurando que a nadie han de decir...! entonces vendrá.
la niña, excitada su curiosidad y con resuelto ademán, juró a el punto. lo mismo hizo la mucama , aunque ésta hubiera deseado salir disparando de aquel sitio.
se presentó, por fin, con aire medio disgustado, dando a entender que se hacía violencia en echar las cartas. así fue que, sentando se perezosamente en una silla próxima a las jóvenes, decía zalameramente:
— ¡pero, que mona...! ¿eh...? si es hermosísima... ya me habían hablado a mí, ponderando la — decía, tomando le una mano, que acariciaba entre las suyas ásperas y de marcado color oscuro. luego, agregaba:
— ¿con qué, la señorita ...? ¡monísima! era verdad. ¡si es un pimpollo! — y, mientras tal decía, daba a su rostro el aspecto más atrayente y simpático que podía presentar —. ¡sólo por ser esta preciosura — agregaba — consentiré en jugar le las cartas, porque de seguro hemos de encontrar mucha suerte.
— ¡ya se va haciendo tarde! — exclamaba la mucama, impaciente porque terminara aquella escena.
— bueno, bueno... vamos a ver. en un decir , lo sabremos todo. ¡pero ya saben — agregaba solemnemente — ¡ya saben que es preciso guardar secreto...! ¿eh...?
la tomó de la mano a la mucama tratando de llevar la a la otra pieza, y viendo que se resistía, la cogió por la cintura haciendo le cosquillas, mientras le decía a el oído:
— ¡necesitan estar solas...! luego te tocará el turno. ahora, ven conmigo.
las dos salieron dejando a la infame vieja arreglar una gran baraja llena de figurones, que empezó a ir extendiendo encima de la cama. arrimó dos sillas a ella; y, después de dar un par de cariñosos besos a la niña y palpar la audazmente, empezó la operación en medio de el más sepulcral silencio.
la mucama quedó sorprendida a el encontrar se en la tercera pieza con una persona extraña. quiso huir, pero fue alcanzada por un brazo... allí empezó una lucha sorda y tenaz, que la vil escuchaba desde el patio, aplicando el oído a la cerradura y como gozando se de lo bien que había conducido a el asunto, sin lamentar escándalo.
a el poco rato, a el oír tocar en los vidrios con los nudillos de la mano, entró ésta quedando se parada, como sorprendida ante la presencia de un joven.
— ¿estaba usted aquí? — preguntaba con asombro —. ¡ah! ¡picarilla, picarilla! — decía, dirigiendo se a .
esta gimoteaba ocultando la cara entre las manos y mostrando en su peinado las señales de la lucha.
— ¡pero hija, yo no sabía que había gente aquí! — seguía diciendo, mientras hacía una guiñada indicando a el joven que se largara —. ¡gracias que éste — aludiendo a el que acababa de salir — es una caballero rico y...
— ¡me las has de pagar! — decía la mucama ciega de cólera.
— ¡no seas zonza...! ¡si yo no sabía nada...! te juro por mi salvación que aquí no había gente. se ha debido entrar cuando estuvimos en la otra pieza. ¡vaya, vaya! — decía, a el aproximar se a ella gomosamente y con toda familiaridad, pasando le la mano por el cabello.
se levantó y, arreglando se lo mejor que pudo, ayudada por la , salió de aquella habitación, para marchar se cuanto antes a su casa.
la hija de los , , era el encanto de la casa y el orgullo de sus padres. tenía, a la sazón, catorce años. de constitución, fogosa por temperamento y resuelta por carácter, se había criado entre mimos y condescendencias, entre caprichos y deseos, que imprimieron en ella ese sello de imperativa autoridad, que, por lo general, tiene toda niña nerviosa y regalona.
curiosa, en demasía, sufría horriblemente cuando no podía dar se la razón cabal de un enigma. a el no adivinar, instantáneamente, lo oculto, a el no saber lo todo y a el no estar enterada de cuanto pasaba a su alrededor, aunque fuesen las cosas más triviales y baladíes, se ponía inquieta y como desazonada. nada podía mortificar la más que los secretitos y cuchicheos de sus compañeras, o las reticencias o medias palabras de las señoras a el hablar, delante de ella, de asuntos especiales, de los que ni debe ni puede enterar se una jovencita. sin poder contener se, experimentaba estremecimientos, hasta quedar calmada su tenaz curiosidad.
de carácter festivo y alegre, caía muchas veces en el estado opuesto, permaneciendo largos ratos, suspensa y ensimismada sin causa aparente para ello, lo que sus padres atribuían a caprichos de niña regalona y voluntariosa, sin sospechar que la conciencia de aquella niña encerraba arcanos, que asustarían si alguien pudiese descubrir los.
era más bien alta que baja. su semblante fino y delicado, se ponía, a la menor emoción, rojo como la escarlata. sus ojos eran expresivos y saltones; su boca de labios finos y su nariz correcta y afilada. así era , cuyo busto iba tomando la plasticidad de la pubertad, a el redondear se sus formas y a el dibujar se sus contornos con gracia provocativa.
su traje corto aún, dejaba apreciar algo de sus correctas formas, pues la pierna estaba modelada escultóricamente y su aristocrático pie, que calzaba un fino zapato, nada tenía que envidiar a el de una andaluza. vestía siempre con esa sencilla elegancia de las familias acomodadas que, aún para los trajes más insignificantes y sencillos, ocupan a las mejores modistas.
con su elegante sombrerito, en el verano, y con su gorro ruso, en el invierno, salía a la calle entre pieles o tules, mirando provocativamente, sin sentir ese natural encogimiento que aparece a el despuntar la pubertad, y tener que mostrar lo que antes no se tenía. ella cruzaba las calles con desembarazo, sin importar le que la mirasen o no, y fijando se especialmente en todos los escaparates donde nada quedaba por fiscalizar.
en un colegio graduado que, cerca de su casa había, estaba recibiendo la educación, hacia dos años. allí, entre la mezcla heterogénea de gustos y aficiones, de deseos y caprichos infantiles, oyendo extrañas frases que, en vano trataba, a el principio, de descifrar; allí, con el contacto de niñas mayores y con el ejemplo de chicas atrevidas y soeces, empezó a experimentar desconocidos deseos, que la tenían meditabunda, parte de el día.
ella sentía, dentro de su organización, un algo que la avivaba, un algo que la dejaba entrever secretos misterios, a los que su curiosidad congénita la arrastraba, esperaba algo, en fin, que no podía definir y que ansiaba dar forma real.
en tal estado se mostraba distraída y displicente, más caprichosa y sujeta a bruscos cambios, que la perspicacia de la madre atribuía a el desarrollo natural de la linda jovencita.
desde las primeras confidencias en el colegio, se sentía recelosa. no podía estar sola. por la noche, soñaba con espectros que querían destrozar la; se revolvía en el lecho; sudaba copiosamente, y, en medio de extraña congoja, se quedaba dormida, para, a el levantar se, presentar en su rostro las señales acusadoras de el insomnio y de la preocupación: un círculo morado orlaba sus párpados, sus mejillas palidecían como mustia flor a la cual le falta el rocío de la mañana; y, un cierto aire de simpática languidez, la ponía más provocativa.
sostuvo una lucha heroica, con sus deberes, antes de acudir a la casa de la infame vieja ; lucha que sostenía pujante su curiosidad y su afán por lo desconocido, y un cierto secreto impulso de audacia que la dominaba.
su primera visita la dejó estupefacta. aquellas revelaciones criminales de la arpía sonaron en su pecho cruelmente, haciendo encender de repente la llama de lo desconocido, que le mostraba una realidad vaga y confusa, que halagaba sus sentidos, con pasión. ella sentía latir aceleradamente su corazón, y entre dudas y temores, esperanzas y deseos, tal vez deseaba la realización de aquellos torpes vaticinios tan criminales, como incendiarios, para el tierno corazón de una niña inocente, que empezó a latir a el llamado de golpe tan rudo, como aviesamente asestado.
desde aquella revelación, tomaron forma real sus afectos. de lleno entró en una fase de fingimiento, necesario para seguir adelante, y sin que nadie pudiera sospechar, sus sueños fantásticos.
la segunda visita a casa de la vieja , le hizo descubrir el terrible secreto. la sirviente , despidiendo fuego por las mejillas y en desorden su peinado, salió de una habitación seguida de un joven, con aire familiar y satisfecho. a la vista de la niña, la mucama quedó perpleja, tratando de explicar sencillamente el caso; pero, , entró a la pieza, y pudo entonces observar allí las inequívocas señales de lo que había pasado.
no se dio por entendida, y así fueron repitiendo las visitas, hasta que un viejo se atrevió a besar la... desde entonces, entre bromas y libertades, rechazos y concesiones se descorrió el velo que deseaba quitar su curiosidad, desapareciendo el púdico cendal de los catorce años, para que el oráculo no mintiera.
desde aquel día, niña y sirviente, no se percataban, iniciando un período de desorden y locura, que fácilmente ocultaban a la familia con el pretexto de las penitencias unos días; visitas, otros, llamadas de amigas, las más veces, y siempre, guardando las convenientes reservas que exigían las circunstancias porque pasaban.
a el incentivo de sus años y de su hermosura, acudieron presurosos varios caballeros y jóvenes, que no vacilaban en comprar a peso de oro las primicias de aquella flor temprana, exuberante de aroma y lozanía; siendo aquella adquisición un inagotable manantial de dinero para la perversa vieja, que sabía explotar el filón.
, educando el disimulo y el fingimiento, aparecía delante de sus padres como una niña angelical, llena de candor y de inocencia. ¡bien ajenos estaban ellos de pensar que aquellas caricias que, tan frecuentemente les prodigaba, eran las mismas con que expresaba el fuego de su pasión, a viejos libertinos y jóvenes calaveras, que aspiraban con lasciva fruición el goce de sus encantos!
no sospechaba su cariñosa mamá a el ver la dormida, que, en vez de soñar con seres misteriosos, vagos e incoloros como los comprende la inocencia, estaba soñando con eróticas escenas de desenfreno y de lujuria y, que aquella sonrisa que dibujaban sus labios, no era hija de el candor, sino de el goce sensual libado entre la degradación y la orgía.
por esto, cuando iba a la casa de , se encontraba fuera de su centro... aquella seriedad estudiada y aquel encogimiento, le parecían a ella recursos para ocultar estados parecidos a el suyo; y, hasta las caricias más nobles y puras que siempre la prodigaba , le parecían a ella que indicaban fuego y pasión. ¡a tal estado había llegado la extraviada niña!
cerca de un año había transcurrido. durante él, nuestros personajes siguieron el curso natural de sus inclinaciones, disfrutando de la vida, unos; maldiciendo de ella, otros; y, todos, impulsados por sus pasiones o temperamentos.
mientras, , se entregaba a su pasión erótica, , seguía con paciencia y constancia su plan de destrucción y no cejaba hasta que los autores de su deshonra quedaran aniquilados.
y vagaban sin rumbo fijo, convertidas en objetos de placer, siendo de todos disputadas, y haciendo las delicias de la juventud alegre, que saboreaba sus encantos, cada vez menos apreciados.
seguía en sus amorosas relaciones con , formando proyectos para lo futuro y haciendo viajes frecuentes a la ciudad.
la vieja continuaba con el manejo de su casa, bien surtida con las jóvenes, y atesorando un capital que escondía como un avaro; , en sus traidores manejos; , absorta a el considerar que consentía las faltas de la hija, de las que vivían ella y sus hijos; y, por último, , que no pudo hacer menos de aceptar la nueva vida de su hija , se encontró en la miseria, desde el momento en que le faltó la salud.
andaba a salto de mata, escondiendo se para no caer en manos de la autoridad.
subiendo por la calle de , en el recodo que forma la desviación, poco después de pasar el , y, antes de subir la cuesta de el despoblado, se ve, a mano derecha, un miserable rancho de barro, con techo de paja y algunos pedazos de zinc acanalado, que sirven para tapar los destrozos que han causado los ratones y el tiempo.
este rancho, que representa el último estertor de la época pasada, tiene una mala puerta, con un ventanillo que tapa un sucio vidrio; cerca un pozo de balde con el brocal de ladrillo, a retazos desmoronado; y un reducido cercado de tunas y cañas secas, por donde haraganea un flaco perro, que es el terror de las cocinas cercanas.
estos ranchos, extrañas viviendas, formaron en su tiempo la morada de el criollo pure sang, y que a medida de ir se ensanchando la población, plantando palacios y elegantes construcciones, ellos también cediendo el puesto, se arrastraban hacia los suburbios, escondiendo se en los huecos y rincones, como avergonzados de su pobreza y extraña vestimenta. unos morían flacos y extenuados, sin oponer bajo el peso de los años y sin exhalar queja alguna, como comprendiendo la ley inevitable de las sustituciones.
pero, en cambio, otros ranchos acostumbrados a la salvaje independencia que les presta su aire y su cielo, sus costumbres y su historia, fenecían, es cierto, pero heroicamente, desafiando con ánimo esforzado los traidores que querían asesinar los a mansalva.
ellos veían, con ánimo sereno y sin desmayar, las grandes pilas de cortado ladrillo, los montones de cal y arena, con que los cercaban. ni siquiera se estremecían. a el penetrar en sus cercados las palas haciendo profundos surcos para implantar los cimientos de la intrusa construcción moderna, permanecían de pie y erguidos como , viendo entrar por sus bajas puertas a extraños personajes, cuya lengua no entendían, y cuyos usos y prácticas les llamaban extraordinariamente su atención.
no se avenían con aquella mezcolanza y clamaban a el cielo llenos de coraje, protestando de tamaño atropello y despojo.
echaban de menos el aroma delicado de el clásico mate, no oían el bullir constante de la pava, no percibían los melancólicos ecos de la guitarra, ni escuchaban la plañidera voz de el hijo de la pampa a el cantar sus penas y sus alegrías. en cambio, sus paredes eran profanadas con el polvo de la cal, no entendían el napolitano, y por eso no los increpaba, porque les mortificaban sobremanera la extraña entonación de aquellos hombres.
no veían más que galleta dura, mendrugos de pan y queso nauseabundo, sin tener siquiera el consuelo de oler una mazamorra, ni vislumbrar un pedazo de charqui. aquellos hombres entraban a cada rato, apurando el agua de el balde. más tarde, se sentaban en rueda para engullir la galleta y el queso; luego, se tendían cuan largos eran, y, sus exóticos ronquidos, los hacían estremecer de rabia y de coraje.
luego salían aquellos hombres otra vez a cercar los con ladrillo y más cal, practicando un hondo foso como para que el pobre rancho no pudiera escapar se, y, por último, cada ocho días lo profanaban escandalosamente llenando lo de extraño olor de polenta y sopa de fideos, sirviendo sus paredes exteriores para recibir el choque de sus excreciones fuertemente amoniacales, y ante esta afrenta, ante este ultraje el rancho lloraba de rabia, gemía y pedía a gritos la muerte antes de presenciar tamaño insulto, y a fuerza de lágrimas y ruegos, sin duda el cielo se apiadó de él; pero castigando cruelmente su soberbia.
se principió a usar un procedimiento inquisitorial, que debía pertenecer solamente a el dominio de la historia. intentaron decapitar lo a el ver lo tan altivo, y a el poner sus sacrílegas manos sobre su augusta cabeza, no tardaron en saltar a defender lo las nidadas de ratones, indignados ante tan brusca como criminal acometida, lo que hizo suspender la ejecución e inventar el antiguo tormento de los : el fuego. se ensañaron primero, arrancando le la puerta y una ventana, le sacaron dos vigas, y cuando ya estaba, si entrega o no su alma a el creador, le prendieron fuego como si se hubiera tratado de algún hereje, cuyas llamas sirvieron de calor a aquellos extraños personajes todos sucios y mal hablados, que manifestaban su gozo a el ver destruir se una sagrada reliquia de pasados tiempos, que intentaba oponer se a el progreso de el siglo.
en el rancho de la calle de había tomado algunos mates, y, sobre el cofrecillo, se había sentado en sus continuas visitas, hasta conseguir a toda hora con el consentimiento tácito de la madre, que ahora estaba enclavada en la sucia cama y falta de socorro humano.
fue recorriendo el vía-crucis de su carrera aventurera. mimada en su juventud por sus formas y alegre carácter, descendió a el encontrar se con los retoños, fruto de sus correrías, sin poder adivinar exactamente la paternidad de ellas. vagó por algún tiempo antes de que se acabaran sus atractivos, unas veces en poder de un pobre empleado, otras en manos de un gastado viejo o joven imberbe, viendo llegar poco a poco el tiempo que se llevaba a jirones los restos de su frescura y de sus encantos.
para ella los medios de vida, corrió desde el cuarto decentemente amueblado hasta la casa de inquilinato, con su catre y su baúl, dando tumbos y tropezones, encumbrando se momentáneamente a la casita de un cualquiera, de la que pronto salía para caer en un miserable cuartucho sin sol y sin luz; para venir, por último, a parar a el rancho de la calle de , donde en un tiempo correteaban dos crecidos muchachos llenos de mugre, descalzos y en camisita casi siempre, que jugaban a los albañiles con los guijarros y medios ladrillos que sacaban de el brocal de el pozo. con el agua de el balde, llenaban una represa y, cuando todo estaba dispuesto para recibir el contenido de el pequeño canal, abrían la compuerta, que era un medio ladrillo, y el agua describiendo unas curvas llegaba a el pocito de la mezcla, donde revolvían la tierra pegajosa como si estuvieran haciendo la masa para el revoque. allí se llenaban las manos de barro y revocaban con aquel pringue un tapial de cañas que más tarde el perro destruía, por lo general, a el tender se para tomar el sol.
hacía dos meses que no podía levantar se de la cama. las ropas que la cubrían estaban casi en estado de putrefacción, porque los sudores habían sido profusos a el principio de la enfermedad. el desastrado colchón dejaba caer los pelotones de lana y sólo dos cueros de oveja resistían a el destrozo, y eran los únicos guiñapos que la proporcionaban abrigo a la enferma.
en aquel catre, exhalaba tristes y lastimeros quejidos la desgraciada enferma, víctima de una dolencia que le había producido su vida extraviada. el cáncer la había hecho su presa, produciendo le agudísimos dolores que, poco a poco, iban acabando con aquella gastada organización; flaca y extenuada por los continuos padecimientos, veía acercar se la hora fatal, temblando por su hija a quien sólo veía por la noche a el traer le algo de alimento. de sus hijos, en poder de el ministerio de menores, apenas se acordaba; a el separar los de ella tan cruel como inhumanamente, le destrozaron su cariño, haciendo cuenta que los había perdido.
algunas veces solían ir, de vez en cuando, a visitar a la enferma; pero, como escaseaba el mate y sobraban las emanaciones pútridas en el miserable rancho, éstas eran cada día más escasas, y la pobre enferma permanecía casi todo el día en muda y triste contemplación, hasta que llegaba el jueves, día en que la visitaba el médico de la sociedad filantrópica.
este estaba acelerado, escuchaba de pie las quejas de la enferma, le tomaba el pulso, le hacía sacar la lengua, le preguntaba si cedían los dolores, si había orinado y, después de interrumpir varias veces el relato de la paciente, sacaba una jeringuita y le hacía una inyección hipodérmica, que le proporcionaba un bienestar de tres o cuatro horas, y, con la misma precipitación, volvía a salir creyendo haber llenado su misión.
¡desgraciados enfermos que esperáis el auxilio médico en vuestros tugurios...! ¡ni siquiera os podréis quejar...! ¡ni siquiera podréis confiar a el médico vuestras penas...! ¡este no tiene tiempo de escuchar os y las más veces... hasta se inquieta si alguien ve su carruaje a la puerta de vuestras viviendas...! ¡ya no son muy contados los que tienen el orgullo de ser médicos de pobres...!
¡pobres enfermos vergonzantes o aprensivos que preferís el humilde techo de vuestra piecita a la espaciosa sala de el hospital...! ¡hasta vosotros no llegará ya el auxilio de la medicina, antes pródiga y tan solícita, hoy tan mezquina y tan avara...!
se sabe que existen médicos seccionales, y que las sociedades caritativas los tienen también para aliviar la desgracia allí donde se encuentre; pero también se sabe, que ese auxilio, cuando se lleva, es él incompleto, no reviste el elevado carácter que las benéficas instituciones han pensado en conceder le.
¡pobres enfermos vergonzantes...! ¡pobres los que tenéis horror a el hospital y esperáis los auxilios en vuestros hogares...!
se sentía desfallecer. los dolores la trastornaban. hacía más de treinta horas que no había aparecido por allí. la pobre enferma, abrasada por la fiebre, desfallecía de necesidad; en lo más amargo de su aflicción se encontraba la desdichada cuando oyó detener se un carruaje cerca de el rancho.
de la misma manera que los pajarillos abandonados en su nido se revuelven con júbilo y elevan el pico con avidez a el sentir el aleteo de la madre, que viene para arrullar los trayendo les el sustento diario, así la enferma a el oír el ruido de la portezuela, se reanimó y cobró la esperanza con la llegada de el médico, que para ella era el momento sublime en medio de su miseria y aflictivo estado.
— ¡ , señor doctor...! — balbuceaba, conmovida a el ver lo entrar.
— ¿cómo va? — preguntaba el médico acercando se a la cama.
— ¡muy mal, señor! ¡muy mal...! estoy...
— ¿hay muchos dolores?
— ¡muchos, señor doctor...! ¡atroces...! ¡no me dejan un momento de descanso, no puedo sosegar ni un minuto...! ¡yo me acabo, señor...! yo...
— ¡bueno! ¡bueno! ahora se va a calmar con la inyección, — decía el doctor, sacando el estuche de la jeringuita.
— mire, señor; desde hace tres días se me ha puesto un dolor en el vacío que no me deja...
— a ver la lengua...
— ¡este dolor no me deja sosegar, señor doctor...!
— a ver la lengua... ¡ahora lo calmaremos! ¿tiene todavía de la bebida? — preguntaba, echando un vistazo a la rinconera donde estaban colocados los frascos.
— ¡mire, señor, la sed es insaciable! ya ve usted, ¡tengo el jarro vacío...! ¡lo que tomo lo devuelvo enseguida...! diga me, señor doctor, diga me por caridad... ¿voy a mejorar me?
— ¡ya le he dicho, que lo mejor sería que usted fuera a el hospital...! allí tendría usted de todo, no carecería de asistencia, estaría usted...
— ¿a el hospital...? no señor... me moriría a el entrar en él... ¡ya se va, señor doctor! ¿cuándo va a venir? — preguntaba con ansia la pobre enferma.
— el jueves.